El hijo del fuego
Legitimo heredero de aquellos samnitas que humillaron a los romanos haciéndoles pasar bajo las Horcas Caudinas, no logró vencer la irascibilidad de su carácter, pero nunca dejo de combatirla con todas sus fuerzas.


Civitanova d. Sannio (IS - Italia)
Pakwach (Uganda)

En la amplia sala que olía a tabaco, el clérigo Antonio Fiorante llevaba mas de una hora hablando con un anciano misionero recién llegado de África.
-Entendámonos, padre, no es que yo dude de mi vocación misionera; es mi carácter lo que me da miedo...
Y para que se diera una idea, el joven le contó un episodio que le había sucedido unos anos antes.
Antonio iba a su casa de vacaciones. En el compartimiento del tren, lleno a rebosar, iba un sellar que, en cuanto vio al sacerdote (Antonio, aunque todavía era seminarista, llevaba sotana), empezó a vomitar blasfemias sin preocuparse de los que se veían obligados a oírlas y que probablemente estaban callados para no meterse en líos con un valentón.
Antonio se esforzaba por soportar aquella avalancha de insultos contra Dios, la Iglesia, el Papa y el clero.
Pero notaba que por dentro le iba subiendo una tempestad, no sabia si de ira o de celo. "Si sigue así, le doy un zarpazo corno un tigre", pensaba. "Señor, haz que ese tonto se calle porque, si no, aquí va a arder Troya." Pero el otro no se daba por satisfecho.
Llegó un momento en que Antonio no pudo contenerse y, con la frente sudorosa por el esfuerzo, dio un salto. En el compartimiento se hizo silencio. El futuro sacerdote se sentó. Tenia que corregir a aquel "hermano", pero no debía hacerlo movido por la rabia. Con un esfuerzo sobrehumano se dominó y se limitó a decir: " ¡Deje de lanzar contra Dios las maldiciones que le sientan perfectamente a usted!" El otro trató de responder, pero cuando encontró los ojos del clérigo que todavía lanzaban fuego de indignación y de pena por la afrenta que se hacia a Dios, se apoderó de él un sentimiento de pánico que le hizo exclamar: "Si, el puerco soy yo." A lo que Antonio respondió: "No, también usted es hijo de Dios." Y continuaron corno buenos amigos basta el final del viaje.
-Cuando en la vida encuentres a montones de "blasfemos en el tren" -comentó el anciano-, recuerda entonces ese episodio.
Antonio sonrió y luego dijo:
-Dentro de pocos meses seré sacerdote e iré a una misión... El calor, las molestias, las privaciones, la gente... y este temperamento mío que se exalta por nada... Le repito que me da miedo.
El anciano aspiró otra bocanada de humo que retuvo lo mas posible. Solía decir que el humo de su pipa tenia la facultad de subírsele a la cabeza y aclararle las ideas, cosa indispensable cuando tenia que dar consejos importantes.
Finalmente abrió la boca. El humo, arrojado por dos potentes pulmones, oscureció de golpe la lámpara que pendía del techo.
-Ahí esta la cosa -sentenció el anciano-. África hace perder los estribos hasta al Job más paciente de este mundo, pero corno tu reconoces que ése es tu punto flaco, estas en buenas condiciones.
El misionero se callo un rata. Luego añadió:
-Es increíble, pero puedo asegurarte que los africanos perdonan a los blancos todo, menos la impaciencia. Esta no la comprenden en un hombre. Tu te conoces, échala fuera, confía en Dios y en tus fuerzas; estoy seguro de que serás un gran misionero.

A África
El permiso para África llego en diciembre de 1953. Destino: Bahr el Ghazal, Sudan meridional, tierra de pantanos, mosquitos y paludismo, pero también de una población numerosa deseosa de conocer a Cristo. En poco tiempo el P. Antonio aprendió cuatro lenguas locales, de modo que podía desplazarse a las misiones de Kayango, Gordhiim, Mboro y Mbili, según las necesidades. En su primera carta a la familia se advierte todo su entusiasmo por las misiones. Esta fechada el 23 de enero de 1954.
"...Al fin, después de una larga odisea terrestre, marítima, fluvial (a lo largo del Nilo) y aérea, he llegado a Mboro en el centro de África, nuestra patria elegida.
A medianoche del 27 de diciembre, la nave “Esperia” levaba anclas del puerto de Nápoles... Llegamos a Alejandría... Luego tomamos el tren que nos llevo a El Cairo, ciudad realmente impresionante... Fuimos a ver las Pirámides... Regresamos a casa en tranvía: imaginaos un vagón de mercancías completamente abierto.
Volvimos a tornar el tren que nos llevó a Shellal, donde encontramos el barca ya listo para zarpar. Iniciamos el recorrido del Nilo. Después de tres días de barca, volvimos a abordar el tren empezando la travesía del desierto. Durante 400 kilómetros no se ve más que arena y más arena, señalada solo por dos paralelas cuyas puntas extremas se confundían con el infinito. Llegamos a Jartum, tomamos un avión que en pocas horas de vuelo recorrió más de 1.000 kilómetros llevándonos a la auténtica África misionera. En Wau fui recibido por tres obispos que estaban reunidos para deliberar... El viaje, que había empezado en camioneta, termino igual, después de haber probado todos los medios de locomoción. Cuando llegué al lugar donde estoy destinado, Mboro, me rodeo un enjambre de niños que querían saber muchas cosas del recién llegado. No les pude responder porque no sé su lengua. Ahora, lo único que puedo hacer es aprender la lengua. El campo de mi apostolado es una parroquia de 2.000 habitantes, todos diseminados por el bosque; las ultimas cabañas están a 100 kilómetros de la misión.
No he tenido ni un instante de nostalgia. Estoy estupendamente de salud y muy contento de estar aquí. Quisiera que muchas personas estuvieran tan contentas y felices corno yo.
África asusta solamente al que nunca la ha visto; el que la conoce se siente fascinado y no quisiera dejarla nunca."
Inmediatamente empezó a entrar en contacto con la gente. Su carácter jovial y optimista, su capacidad de captar los matices de la lengua, su amor a los ancianos y enfermos, lo hicieron popular en seguida.

Expulsado
Quizá la popularidad conquistada entre la gente atrajo la atención de las autoridades y a eso se debió que el P. Antonio fuera uno de los primeros expulsados de Sudan.
La Navidad de 1962 la paso en familia. "Es la primera Navidad desde que tenia once años. La fiesta hubiera sido mas hermosa e intima si no hubiera tenido que ir a visitar la tumba de mis padres, mi hermana y otros parientes y amigos que ya me han precedido en la gloria mientras yo estaba en África."
Después de pasar un ano como animador misionero, pidió volver a África. Los superiores lo destinaron a la diócesis de Arua, en Uganda. Partió en 1964 con destino a Angal.
"Al volar sobre África se despertaron en mi corazón infinidad de hermosos recuerdos de los anos pasados allí. También vinieron los recuerdos tristes y amargos, especialmente al pasar por los lugares de donde fuimos expulsados y donde dejamos gran parte de nuestro corazón: Sudan. Pero la ingratitud de los hombres no frena nuestro entusiasmo misionero, porque no hemos trabajado por los hombres, sino solo por amar a Dios. Y por este solo motivo estamos ahora dispuestos a dedicar otra parte de nuestra vida al bien de estos pueblos."
Después de un ano en Angal, el P. Fiorante fue enviado a fundar otra misión en el lago Alberto, en Parombo.
Corno todos los principios, fue un periodo difícil, agravado por el clima, mas sofocante y húmedo que el anterior.
Su pueblo natal, solidario con su misionero, se porto generosamente, y el P. Antonio, en una carta a sus paisanos para darles las gracias por todo lo que habían hecho por la nueva misión, les decía: "Si, el que escribe es ese “holgazán” del P. Fiorante que, en vez de ir a América a probar fortuna corno han hecho tantos de ahí, se ha ido a África de misionero a gastar el dinero que no tiene para ayudar a aquella gente que quizá mañana lo maten.
En nombre de ellos os escribo esta carta para daros las gracias por el bien que les habéis hecho, porque siempre que habéis ayudado al misionero, habéis ayudado a estos hombres. Cuando llegué aquí hace tres anos no había ni la sombra de una iglesia. Decía la misa debajo de un árbol grande, y la gente, cuando ya no encontraba un sitio con sombra, se encaramaba al árbol y desde allí oía la misa.
Ahora, con la ayuda del Señor y la vuestra, he conseguido construir el esqueleto de algo que la gente llama aquí “Ot pa Mungu”, es decir, la casa de Dios; pero de iglesia tiene poco; no es más que una cabaña grande hecha con piedras y cubierta por un enorme “sombrero” que sirve de techo.
Por ahora ni hablar de puertas y ventanas, así es que las lagartijas, ratones, serpientes, alacranes y demás bichos de este tipo son los amos, y las ovejas y cabras allí se pasean como Pedro por su casa, y a veces se quedan también a oír la misa."
Mientras atendía a la comunidad cristiana y se alegraba de tener siempre corno doscientos catecúmenos en comparación a los veinte o treinta que tenia en Bahr el Ghazal, se afanaba por construir la iglesia que fue terminada por los Hermanos Andrés Ferrari y Aldo Pedercini, y luego decorada por el Hermano Fanti, que llegaron para ayudar al misionero.
Junto a la iglesia surgieron las escuelas, la casa de los misioneros y el dispensario. Todo ello, rodeado de amplios patios que daban a un gran huerto donde se cultivaba de todo. El P. Antonio podía considerarse a gusto al ver esas obras. Pero evidentemente su celo apostólico aún no estaba satisfecho. Otros lo esperaban con urgencia en los alrededores del lago Alberto.

Promoción humana
-Aquí hay iglesia y es bonita. Ahora debemos mirar a otro sitio.
-¿A donde? -preguntó el Hermano Ferrari.
-A Panyimur, el pueblo de los pescadores.
-Pero el clima nos matará.
-No mata a esa pobre gente que tiene que pasar allí gran parte de su vida... Y, además, aunque nos matara...
También Panyimur tuvo su iglesia y casa para el misionero.
-Hermano -dijo un día el P. Antonio a su compañero de misión-, los pescadores de Panyimur deberían organizarse en una cooperativa para ganar alga de su producto. Y lo mismo podría decirse de los cultivadores de algodón.
- Ya tienen una especie de cooperativa... y además la misión no tiene dinero para intervenir -contestó el Hermano Andrés.
-No se trata de dinero o solamente de dinero, pues ellos son los que deben procurarlo; pero nosotros debemos echarles una mano para ayudarles a organizarse mejor. La Iglesia de hoy no tiene que preocuparse solo de la evangelización, sino también de la promoción humana.
Poco a poco los pescadores pudieron adquirir unas buenas barcas y un camión que llevaba el pescado salado a los mercados de Kampala y de Zaire, con gran provecho de los trabajadores, antes divididos entre ellos y, por tanto, expuestos a los abusos de los comerciantes.

El ultimo viaje
En 1975 volvió de nuevo a su pueblo natal de vacaciones. A su regreso a Uganda esta vez fue enviado no a Parombo, sino a Pakwach. Es el viaje del cual no regresara.
Al llegar a la misión escribió: "Ya estoy de nuevo en África por cuarta vez. Estoy estupendamente y sin ninguna añoranza. Me parece que he vuelto a casa. En cuanto pasé el puente sobre el Nilo, en Pakwach, me
parecía respirar el aire de mi tierra. Al volver a ver los lugares donde he trabajado tantos años, me parecía como si hubiera nacido aquí. Cuando la gente venia a saludarme, era corno si estuviera rodeado de parientes y amigos; todos estaban alegres por el regreso de un familiar querido. Temía que las vacaciones me hubieran hecho olvidar la lengua, pero, al contrario, las palabras afluían a los labios corno si fuera mi dialecto de Civitanova que no se olvida nunca. Me siento verdaderamente feliz de estar aquí.
La misión de Pakwach se había extendido abarcando otras aldeas. Los misioneros que trabajaban allí, después de un periodo más o menos largo, tenían que dejar el campo para recuperarse, pues era un terreno muy difícil. Alguien había insinuado: "Pan para los dientes del P. Antonio." El respondió: "Estoy dispuesto."
Con paciencia -aquí la necesito a tope-, vigor y constancia se dedico en seguida a la formación de los catequistas, estableció en todas partes los Consejos de los laicos, dio impulso a la devoción mariana, se prodigó en la caridad con los pobres.
Su compañero, el P. Dal Maso, no se quedaba atrás en estas obras. Y pronto se vieron los frutos de la actividad, la armonía y la colaboración de los misioneros, íntimamente ligados por un único ideal, aunque muy distintos en temperamento. El cambio de misión, aceptado con obediencia evangélica, le costo al P. Antonio. Sin embargo, escribiendo al párroco de Civitanova, pudo decir: "Cuando se trabaja por el Señor, la vida siempre es hermosa y no conoce el ocaso de la vejez. En Pakwach, como en Parombo y en Panyimur, he empezado a trabajar con ritmo acelerado y con el corazón siempre lleno de alegría."

El martirio
Mientras que el 17 de febrero se celebraba en toda Uganda el centenario de la fe, en las fronteras de Tanzania estallaba la guerra. Las cosas fueron empeorando y empezaron los peligros para los misioneros.
Las últimas cartas llegaron en Pascua. Eran tranquilizadoras para todos: "Hay guerra, pero esta muy lejos de nosotros y aquí ni siquiera nos damos cuenta porque estamos casi a 1.000 kilómetros de distancia. Pero ha venido a visitarnos otro huésped nada grato: el cólera. Ha venido de Zaire y ha causado cien víctimas en la parroquia de Parombo. Nosotros estamos vacunados y fuera de peligro, pero no del todo, pues dicen que la vacuna solo asegura el 50 por 100 de inmunidad."
Las últimas palabras, casi su testamento, las escribió a su primo Antonio Fiorante el 7 de marzo de 1979: “...Aquí estamos todos bien y espero que también vosotros. Igualmente de América nos envían siempre buenas noticias... Yo me siento muy feliz de ser lo que soy. Agradezco al Señar que me haya llamado por este camino que es fuente de tanta alegría y satisfacción."
El sábado 11 de mayo llegó a Civitanova un visitante inesperado: un misionero comboniano de Sulmona pregunto por el párroco. Llevaba la terrible noticia del probable asesinato del P. Fiorante y de su compañero, el P. Silvio Dal Maso, en la misión de Pakwach. La confirmación y los detalles llegaron el lunes siguiente, 14 de mayo. Luego lo anunció la radio, la televisión y los periódicos de todo el mundo. Sor Paula, de la comunidad de las Hermanas de María Inmaculada de Pakwach, refirió corno sucedieron las cosas aquel 3 de mayo de 1979.
"El viernes 4 de mayo, Teresa, encargada de los catecúmenos y sor Paula, superiora de las Hermanas, encontraron la iglesia cerrada a las siete. Les extraño, porque los Padres eran madrugadores. Fueron a casa de éstos y encontraron la puerta de entrada abierta de par en par, y lo mismo todas las demás. Al entrar en el cuarto del P. Fiorante lo encontraron en el suelo, boca arriba, con una cuerda atada al cuello y una herida en la oreja y en la sien opuesta (una bala entrada por la oreja y salida por la otra parte). La cara estaba amoratada, sin trazas de sangre. En la espalda tenia también señales de golpes, seguramente lo habían pateado y golpeado con fusiles; el vientre estaba hinchado. La cuerda estaba atada a una rata de la cama.
EI P. Silvio estaba sentado en el suelo, con la cara hacia arriba, cubierto solo con una camiseta. Le habían atado los pies con un cordel. Tenia una herida de arma de fuego que le atravesaba el cuello de lado a lado, había perdido mucha sangre y no presentaba mas heridas. En la mano izquierda tenia el rosario.
La casa había sido desvalijada, en el suelo se' veían botellas de cerveza vacías. Al ver la escena, la Hermana vistió a los padres lo mejor posible. En seguida se reunieron muchas personas; cuatro soldados del lugar mantenían a la gente alejada de la casa. Buscaron a otros soldados que, habiendo huido de varios cuarteles, estaban en sus casas. Decidieron enterrar a los misioneros en Angal, donde estaban aun los Padres y las Hermanas. Buscaron gasolina y, hacia las once de la mañana se pusieron en marcha con un land-rover de los soldados y un remolque. Pusieron los cadáveres sobre dos colchones en el remolque, subieron algunos soldados armados, mientras que otros, también armados, subieron al land-rover con las Hermanas.
Llegaron a Angal hacia las doce y cuarto. El P. Bono había salido a decir misa y los recibió el P. Dall'Amico. Los cadáveres fueron llevados a la iglesia sobre los colchones; las madres combonianas los lavaron y vendaron las heridas. El Hermano Magistrelli preparo dos féretros. Mientras tanto, excavaron una fosa para enterrarlos juntos. Al oír el sonido del tambor empezó a llegar la gente. Todos rezaban y lloraban. A las diecisiete horas hubo una concelebración con Monseñor Paulo Jalcebo y los padres Dall'Amico, Bono y Negrini, que estaba allí por casualidad. Asistieron 500 personas."
Sor Paula y su compañera se quedaron en Angal, dejando vado Pakwach. El P. Spugnardi, paisano y amigo del P. Fiorante, visito la tumba del misionero poco después del hecho y nos ha dejado el siguiente testimonio:
"He estado en Angal y en Pakwach. Junto a la tumba del P. Fiorante y en su casa al lado del Nilo he vivido horas de profunda emoción y de intensa fe.
Nunca lo he tenido tan presente como desde que ha dejado de vivir. Es indudable que la noche del 3 de mayo fue tremenda: desde que me enteré de ella la he asociado siempre a otra noche terrible, la del Jueves Santo. También él, como Jesús, estuvo en las manos de la soldadesca más desvergonzada y cruel. Lo desnudaron, dejándole encima solo los calzoncillos. Por los moratones de su espalda se deduce que fue también azotado. Y luego la cuerda y... lo demás que podemos imaginar. El modo con que los padres Dal Maso y Fiorante fueron asesinados indica odio, probablemente originado por fanatismo religioso, no ciertamente de tipo católico."
La población de Civitanova del Sannio, que compartió siempre las "aventuras" apostólicas de su misionero, ha querido erigirle un monumento precisamente a él que siempre fue enemigo de la publicidad.

Pakwach (Uganda) 3 de mayo de 1979 53 años