Quería bautizar a 100.000 paganos. Había hecho voto de construir a leprosería. Antes de marchar a Congo (Zaire) dijo: "no volveré más". Murió sonriendo a sus asesinos y absolviendo a un amigo
S. Gallo (Bergamo - Italia)
Rungu (RDCongo)
A 6 kilómetros al norte de S. Giovanni Bianco (Val Brembana-Bérgamo), Italia, se encuentra San Gallo, aldea que parece pertenecer a un mundo diferente del que vemos todos los días.
Allí en Foppa nació el 11 de julio de 1922 el P. Antonio Zuccali, tercero de ocho hermanos. Desde sus primeros anos demostró una vivacidad extraordinaria y una gran inteligencia.
Era tan delgado que su madre creía que no lo iba a ver crecer y varias veces tuvo miedo de perderlo. Sin embargo, al terminar los estudios elementales, Antonio entro en el seminario de Clusone. A los catorce anos estuvo a punto de morir de una apendicitis, pero, sin duda, no le había llegado su hora y sanó.
Su madre y sus hermanos recuerdan aun las vacaciones de su seminarista; no se echaba para atrás frente a las faenas más humildes del campo; él mismo se ofrecía para segar el heno y transportar el estiércol. A sus hermanos que le aconsejaban "dejar" alga, respondía: "Vosotros lo hacéis todo el año, así que dejad que os ayude siquiera un mes."
Una sotana inútil
Antonio tenía dieciocho anos. Estaba llegando al final de preparatoria. Desde hacia algún tiempo estaba pensando en alga nuevo: la vocación misionera. ¿Como decírselo a sus padres? Posponiendo la noticia de un día para otro, llegan las vacaciones. Su madre advirtió que el hijo no era el mismo de antes, pero no le dió importancia porque lo veía mucho en la iglesia, era obediente a todos, deseoso de visitar a los enfermos de los alrededores... Se había hecho mas serio y callado como si sostuviese una lucha interior. Un buen día su madre volvió del mercado con unos metros de tela negra.
-Quiero prepararte yo tu primera sotana -le dijo. Antonio enrojeció; luego, armándose de valor dijo: -Es inútil, mama, no tengo intención de ponérmela. - ¡Como! ¿Ya no quieres ser sacerdote?
La respuesta, desconcertante, estremeció el corazón de la pobre mujer.
-Sacerdote, no; pero misionero, si.
Desde el día de su decisión hasta su ingreso en el noviciado no hubo en la casa Zuccali más que dificultades y penas.
"Mi párroco me ha preguntado si estoy loco para marcharme en estos tiempos -escribía a los combonianos de Verona-; mi madre no hace más que llorar porque un hermano mío esta haciendo el servicio militar en Cuneo y otro en Sanremo... y estamos en plena guerra. Perdonen mi debilidad, pero debo esperar un poco." Los combonianos le respondieron que, en cuanto las cosas se calmasen, estaban dispuestos a recibirlo.
Antonio quedo contento y, unos anos mas tarde (septiembre 1943), partió para el noviciado después de haber escrito al superior de los combonianos: “El corazón desborda de alegría, aunque las lagrimas de mis seres queridos me roen el fondo del alma."
Al comienzo de 1944, al felicitar a sus compañeros, decía: “ ¡Qué desgracia si no hubiese entrado! Hemos pasado una Navidad que no tiene comparación con las vacaciones en familia. Creedme, os lo diga sinceramente."
Ordenado sacerdote en Verona, en 1947, lo encargaron de ayudar en la administración. En cuanto podía, dejaba las cuentas y las carpetas para ejercer su ministerio en los pueblos vecinos. Muchos sacerdotes recuerdan aun el celo del P. Antonio y su entrega. En 1950 fue a Inglaterra para aprender el inglés y al año siguiente salio para Sudán.
"Pobres, si enfermamos"
En África se dedicó en cuerpo y alma al ministerio. Quería bautizar a 100.000 paganos antes de morir. Por eso emprendía viajes apostólicos que duraban basta tres meses seguidos, viviendo en la sabana y sometiendo su cuerpo a excesos inauditos.
En una carta enviada a Don Ravasio de Bérgamo expresa sus impresiones sobre la vida misionera:
"Torit, 22 enero 1955. Me encuentro en Sudan desde hace tres meses en una misión en la que hay 6.000 cristianos, 25.000 paganos y 20 escuelas elementales. Somos dos padres, un Hermano y cuatro Hermanas. La misión abarca un radio de 100 kilómetros, con unos caminos que no son ni siquiera senderos. La gente es buena y responde. Antes era muy reacia, pero parece que ya ha llegado el momento de la gracia. El trabajo abunda: necesitaría tener muchos mas brazos."
Y unos meses mas tarde decía:
"La vida misionera es alga muy distinto a las batidas de caza, el sol, los mosquitos, la sed, la fiebre, las correrías en moto... Es el inmenso movimiento de la gracia de Dios que avanza, aprieta el cerco y vence todos los obstáculos. Nosotros misioneros somos unos pobres instrumentos, frecuentemente ineptos, que cada día vemos mas las maravillas de Dios.
No hay que estimularlos: los paganos vienen espontáneamente, muchos, muchísimos, y nosotros no logramos partir el pan a todos los que lo piden. Esto es lo que hace llorar. Pero la satisfacción de ser misionero es tan grande que supera todas las dificultades."
Luego añade un toque de humanidad:
"Usted es sacerdote y sabe que la medalla del apostolado tiene dos caras: una es la que se publica en las revistas; la otra esta formada por incomprensiones, luchas, faltas de generosidad, insuficiencia de personal y de recursos. Tengo en la misión 500 alumnos, más de 200 catecúmenos que se reemplazan cada tres meses; además tengo que hacer de mecánico, albañil, carpintero, labrador..."
En 1955 el gobierno musulmán de Jartum inició la serie de restricciones que desembocarían en la persecución religiosa de 1964. Se sabía que si los misioneros iban a Europa para un breve periodo de vacaciones no podrían regresar a la misión. Por eso todos decidieron "resistir a toda costa".
El 24 de julio de 1957 escribía a su hermano Ludovico: "No he podido dormir en toda la noche después de leer tu carta que me comunicaba la grave enfermedad de nuestro padre. Comprendo su deseo, pero no puedo ir a Italia. Se necesitan tres meses de gestiones. No hay nadie que me sustituya; el Padre que me ayuda esta enfermo. Te incluyo una carta para mi papa; si lo consideras oportuno, puedes leérsela; es lo que yo le diría si estuviese presente.
«Querido padre, antes de que mueras quiero darte las gracias con todo mi amor filial por lo que has hecho por mi, por haberme dado la vida, por haberme criado y educado cristianamente, por los innumerables buenos ejemplos de vida santa que me has dado, por tanto dinero como has gastado para que yo pudiera ser sacerdote, por todas las oraciones hechas por mi, por el apoyo que me has dado en estos anos de vida.
Mientras te escribo tengo el papel lejos porque estoy llorando. Sabes como me gustaría estar presente, cuanto sufro por no poderte ver y qué penosos se me hacen los días. Pero vosotros y yo hemos renunciado a eso por amar de Dios."
Su padre murió con aquella carta entre las manos Pasaron dos años. "Estoy cansado y con frecuencia sufro el paludismo. Pero hay 20.000 cristianos y tengo también 200 leprosos que curar y mantener", escribía a su hermana. Y a su madre: "Han sido expulsados otros dos misioneros. Hay que rezar. No es posible obtener el permiso para las vacaciones. Y, aunque pudiera ir, el gobierno no me dejaría volver."
En 1960 el P. Antonio fue trasladado a la misión de Kworijik. El cambio le costo enormemente. Escribió a su hermana Maria: "Estoy en situación de sacrificio constante, de renuncia, sin ninguna alegría. Estoy solo en una misión difícil, cuya lengua desconozco.
He tenido que obedecer, contra mi voluntad, a la llamada de Dios. Trabajar continuamente con gente y climas diversos, obedecer siempre, sin poseer nunca nada, sin nada que esperar ni ahora ni en el porvenir. Solo me quedan la fe y la esperanza en Dios y en el cielo."
“Hay mucha propaganda en contra -escribe al parroco de S. Gallo desde la nueva misión-; así es que no me asombraría que los cristianos perdiesen la fe. Ruegue para que no me desaliente como le ha ocurrido a mis tres predecesores." Ese es el motivo por el cual los superiores habían mandado al P. Antonio a aquella difícil misión: se necesitaba un hombre de un vigor extraordinario. En Kworijik había 700 leprosos. El P. Antonio siempre tuvo predilección por estos enfermos y en ellos encontró motivos de renovación espiritual:
"Considero mi trabajo entre los leprosos corno una gracia espacialísima de Dios. Humanamente hablando, estar con ellos es repugnante para la naturaleza, nauseabundo para la vista e insoportable para el olfato. Pero estoy acostumbrado y no me fijo en eso. Ellos tienen confianza en el misionero, saben que los ama y que no teme su contagio."
En 1962 la dictadura militar de Abbud declaró una guerra feroz a las misiones. Los paganos se volcaron en masa a la Iglesia. El P. Antonio administro en pocos meses varios millares de bautismos. Este celo irrito a las autoridades, por lo cual su nombre apareció en la lista de los primeros misioneros expulsados, y el P. Antonio se vio obligado a dejar la tierra sudanesa.
"No volveré más"
El P. Antonio no estuvo inactivo en su patria. Iba constantemente de acá para allá para ayudar a los párrocos en el ministerio y dar conferencias acerca de la situación en Sudán. Pronunció 400 en pocos meses. Llamó a las puertas de infinidad de conventos de clausura para pedir oraciones, porque estaba seguro de que sólo en la oración podía encontrarse la solución a los problemas que atormentaban a las misiones. Cuando en 1964 todos los misioneros fueron expulsados de Sudan, el P. Antonio pidió ir a otra misión, con tal de que fuese en África.
Después de pasar unos meses en Paris para aprender el francés, partió para la nueva misión de Rungu (Congo), confiada a los dominicos belgas, pero carente de sacerdotes desde hacia seis meses. La despedida de sus familiares y sobre todo de su anciana madre fue particularmente dolorosa.
"Si hubiera sabido que me costaba tanto dejar a mis seres queridos me hubiera ido sin despedirme de ellos", escribió unas semanas después. A sus hermanos, que lo acompañaron basta Verona, les dijo: "Rezad por mi. No me dejéis solo... No volveré mas."
En cuanto puso los pies en tierra africana olvidó las nostalgias de su patria y se lanzó al ministerio con su acostumbrado entusiasmo. "He hecho el viaje con un Padre Blanco, un misionero que tras unas breves vacaciones regresaba a la misión donde había trabajado durante cuarenta y dos anos. Me dijo que había buscado en Europa un sacerdote que lo reemplazase, pero no lo había encontrado. Así es que seguirá solo evangelizando a sus 45.000 cristianos y buscando a los 60.000 que están fuera del redil. Y añadió: «Y así hasta la muerte, porque ya he gastado todas mis energías». Luego vi a un Padre del Espíritu Santo y me aseguró que en diez años todo el Congo sería católico si hubiera misioneros suficientes. Yo puedo decir que en mi misión con 90 aldeas y 70.000 habitantes, de los cuales solo 5.400 son cristianos, esta ocurriendo alga milagroso. En unos meses han recibido el bautismo 3.000 personas y 4.000 catecúmenos frecuentan regularmente la instrucción. Estoy construyendo 70 capillas."
Recorrió centenares de kilómetros por la sabana y se ganó la simpatía de todo el mundo.
"No tenemos vacas, ni huerto ni gallinas -escribía a su madre recién llegado a la misión-, pero ya he comprado en Uganda un tractor para transportar los árboles desde la selva y construir muebles. Pronto comenzaremos una escuela de artes y oficios para los jóvenes y una leprosería para los numerosos enfermos vagabundos y abandonados por todos, y en la mayor miseria. Me quedaré en paz cuando vea convertidos a los 50.000 paganos que tengo a mi cargo. Si las cosas van bien, solo me quedan veinte anos de vida misionera.
Pero ya hacía tres años que habían empezado en Zaire las escaramuzas que a veces acabaron en verdaderas guerras. Los misioneros belgas, junto con los colonizadores, estaban vigilados. El P. Antonio sintió la necesidad de tranquilizar a su familia: "No hagáis demasiado caso de las noticias relativas a asesinatos de misioneros en Congo, misiones incendiadas, etc. Es verdad que eso ha sucedido, pero en sitios bastante alejados. Yo he pedido a Dios bautizar a 100.000 paganos antes de morir, y he pedido poco porque los paganos son muy numerosos. No hay que tener miedo de perder la salud; de todas formas se muere uno. Hay un movimiento de conversiones que tiene algo de milagroso. Lo único que nos disgusta es no poder satisfacer todas las peticiones, porque somos pocos y porque nos faltan los medios de transporte.
He viajado a pie durante ocho horas entre hierbas muy altas para visitar 13 aldeas en medio de un gran pantano. Espero no caer nunca al agua porque no sé nadar.
El 1 de diciembre de 1964, cuando sus compañeros de martirio, el P. Piazza y el P. Migotti, se presentaron a los rebeldes para ofrecer su vida a cambio de la de sus cristianos, un joven belga, que se había hecho muy amigo del P. Antonio, le suplicó que se quedase con él en el bosque. El misionero no tuvo valor de dejar a su amigo a la hora de la prueba y accedió, pero al día siguiente decidieron ir a la aldea para encontrar algún socorro. Un espía de los soldados los vio y los traicionó. Poco después unos soldados dirigieron sus metralletas contra el misionero y su amigo. La mujer de un maestro trató de salvarlos arriesgando su vida, pero todo fue inútil. El P. Antonio apenas tuvo tiempo de absolver a su amigo, dar una bendición a la buena mujer y sonreír a sus asesinos. Una ráfaga lo derribo cerca de la turbina del río. Su cuerpo y el de su amigo fueron arrojados al río Rungu, afluente del Bomokandi.
Una capillita en la escuela de San Gallo, una lapida en la plaza principal del pueblo y un jardín reservado a los niños recuerdan a sus paisanos y a todos los que pasan por allí el martirio del P. Antonio, misionero infatigable y generoso.
Acto heroico de caridad
Al terminar estos dramáticos relatos debemos hacer una reflexión que de ningún modo pretenden prejuzgar una eventual decisión de la Iglesia a este respecto.
En el momento de la prueba suprema los cuatro misioneros combonianos pusieron en practica la doctrina evangélica: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus hermanos."
Los misioneros se habían refugiado en el bosque y allí estaban seguros. Podían afirmar que ellos no tenían nada que ver con las vicisitudes de Zaire. Además, sabían que los paracaidistas los hubieran librado pronto.
Sin embargo, cuando corrió la voz de que si no se entregaban a los rebeldes los habitantes de la aldea serian objeto de represalias, no vacilaron en ponerse en manos de los asesinos dispuestos a sufrir el martirio. ¿Qué fundamento tenia aquella voz? Los misioneros podían dudar legítimamente tanto de la verdad de lo que les decían como de la eficacia de su sacrificio para ahorrar vidas humanas, ya que los rebeldes, debido a las drogas, estaban en tal estado de excitación que les quitaba el uso de la razón.
Pero los misioneros prefirieron la solución más segura en favor de su gente: se entregaron y murieron.
Este gesto es, sin duda alguna, un acto heroico de caridad, parecido al que realizó veinticinco años atrás S. Maximiliano Kolbe cuando reemplazo a un padre de familia condenado a muerte.
Conclusión
En noviembre de 1965 el general Mobutu dio un golpe de estado contra Kasavubu, asumió la presidencia y puso fin a la guerra civil, sofocando los movimientos secesionistas de las provincias y derrotando a los simba rebeldes. Para cancelar completamente el recuerdo del triste pasado colonial, Mobutu cambió el nombre de Congo por Zaire (1971) y Leopoldville, la capital, se denomino Kinshasa.
En 1966 los misioneros combonianos ya estaban de nuevo y en mayor numero que antes en las misiones, bañadas todavía por la sangre de sus hermanos.
Lo mismo hay que decir de las Hermanas combonianas, que volvieron en masa a sus misiones y se dispusieron a trabajar en la reconstrucción. La gente, asustada, saqueada y hambrienta, había hecho saber a los superiores de las congregaciones misioneras que antes que los víveres y los médicos querían a los misioneros. Las victimas entre misioneros y Hermanas fueron 170. Una de ellas, la religiosa zaireña sor Clementina Anuarite, fue beatificada por Juan Pablo II en Kinshasa. Había sido martirizada por defender su virginidad consagrada. Los combonianos rivalizaron por tener el privilegio de ocupar el puesto de un mártir.
Hoy la presencia comboniana en Zaire se eleva a más de 60 miembros distribuidos en 15 misiones.
La acogida de la población, que no se sintió abandonada en los días de la prueba, es realmente conmovedora. Las conversiones se multiplican y el fervor de los nuevos cristianos demuestra una vez más la verdad de las palabras de Tertuliano: "La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos."