Aujourd’hui, Jésus invite ces disciples à la confiance, « malgré tout… » “Vous tous qui peinez sous le poids du fardeau.” Il est là pour les soulager, pour partager la souffrance des pauvres, des accablés, de ceux qui perdent courage. Il ne se contente pas de leur dire “Heureux êtes-vous !” Il vit avec nous selon la parole de Marie “Il renverse les puissants de leur trône, il élève les humbles, il comble de biens les affamés.”
Misión con la esperanza de Dios,
sembrador obstinadamente pródigo
Isaías 55,10-11; Salmo 64; Romanos 8,18-23; Mateo 13,1-23
Reflexiones
Pocas cosas hay en la naturaleza tan pequeñas, casi invisibles, y, sin embargo, tan poderosas y sorprendentes como las semillas. Son incontables, las hay de toda especie, entran por todas partes, las pisoteamos, se pegan a la ropa sin que uno se dé cuenta; parecen insignificantes, pero son fuertes, resistentes y encierran enormes capacidades de desarrollo. Todas las plantas del bosque, del campo, de la huerta o del jardín tienen su origen de un puñado de semillas: en ellas la Naturaleza ha concentrado potencialidades de desarrollo casi infinitas. Jesús, como buen Maestro y atento observador de la naturaleza, en la parábola de hoy – llamada del sembrador – (Evangelio) teje su conocida y extraordinaria enseñanza partiendo de las semillas. Se puede analizar esta parábola bajo tres perspectivas: el sembrador, la semilla y los terrenos; las tres con alcance universal.
Ante todo, el sembrador sorprende por su prodigalidad. Actúa como un ‘inexperto’, un ‘derrochador’, tira la semilla por doquier, casi sin querer darse cuenta dónde cae: al borde del camino, entre piedras y espinas, y por fin en tierra buena. El sembrador es símbolo de esperanza: spes in semine (la esperanza está en la semilla) se dice. El sembrador es imagen del Dios de vida, de esperanza y misericordia; un Dios campesino pródigo y obstinado en el reparto de sus dones: es capaz de transformar un corazón de piedra en corazón de carne, y de hacer que una semilla florezca de la roca. Un Dios que ama a todos, quiere que su palabra llegue a todos, “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4). Nuestro Dios es como el campesino: paciente, tenaz, espera siempre, sabe esperar, respeta los tiempos de maduración de cada uno. Por eso, en la vida y en las culturas seculares de los pueblos, aunque todavía no estén evangelizados, encontramos dones y valores que tienen su origen y van a tener su plenitud en Dios, que es Padre de todos y dador de todo bien.
La semilla es la Palabra de Dios, el mismo Jesús, Verbo y don del Padre, Dios en carne humana, Él, que es la plenitud del Reino. El anuncio misionero del Evangelio de Jesús hace crecer los valores presentes en las culturas, los purifica y los lleva a la perfección. Con razón, ya San Justino (+ 165) llamaba a estos valores las semillas del Verbo. Palabra eficaz del Padre, el Verbo es como la lluvia (I lectura) que baja del cielo para empapar la tierra, fecundarla y hacerla germinar para que dé nuevos frutos (v. 10). Esta semilla divina tiene una potencialidad infinita: ofrece salvación a todos; no hay barreras que logren impedir que la salvación llegue a todas partes, a cualquier persona, incluida la más perdida. En el mundo, que es el campo del Padre – ¡siempre encantador al contemplarlo! – (Salmo responsorial), no existen personas o realidades irrecuperables. Este es el fundamento del optimismo cristiano: tenaz, por encima de toda resistencia. Esta es la esperanza que da aliento al misionero: él confía en las sorprendentes potencialidades de la Palabra que va sembrando, espera siempre que la semilla produzca frutos, pone en juego su vida para salvarse a sí mismo y a los demás.
Dios ha optado por dejarse condicionar por los diferentes terrenos. Él ofrece generosamente su salvación a todos, pero no coacciona a nadie, respeta y confía en la libertad humana. Los diferentes terrenos, es decir, cada persona, tienen la capacidad de acoger o de rechazar la semilla. Este es el drama de la existencia humana, con su facultad de escoger entre camino, piedra, espinas o tierra buena. E incluso esta última con diferentes grados de respuesta: producir 30, 60, 100 por uno (v. 8.23). (*) Dentro de los recovecos del corazón humano se inserta la obra del Espíritu (II lectura), que está presente también en la creación que sufre aguardando la plena salvación de los hijos de Dios (v. 23).
En la historia de las misiones y en la actividad evangelizadora se descubren a menudo tesoros de santidad y de gracia, incluso allí donde todo parece árido, pedregoso, prematuro. Algunos ejemplos lo confirman. En Darfur (región occidental de Sudán, devastada por un sinfín de violencias, Dios hizo brillar la grandeza humana y espiritual de una exesclava, santa Josefina Bakhita. Otros ejemplos. Entre los horrores de la guerra civil del Congo (1964), Dios hizo brotar la luz de la beata Clementina Anuarite, mártir de la castidad y del perdón. Entre las tierras buenas, cabe recordar también los testimonios de santa María Goretti, santa Madre Teresa de Calcuta, Gandhi y muchos otros, conocidos a nivel de las Iglesias locales. Hablando de tierras, la historia muestra que los tiempos se alternan según las épocas, las personas, los acontecimientos: hay épocas de acogida y buenos frutos, de cerrazón, rechazo o nuevos retoños.
No olvidemos, en fin, que en la parábola de hoy Jesús habla del sembrador, no del cosechador. En la sociedad y en la Iglesia muchos preferirían la tarea de cosechadores y vendimiadores en lugar de sembradores; pero Jesús nos invita a ser sembradores de vida, solidaridad, compasión, esperanza. Hoy la Iglesia nos invita a pedir al Padre, con el poder del Espíritu, “la disponibilidad a acoger el germen de tu palabra, que sigues sembrando en los surcos de la humanidad, para que fructifique en obras de justicia y de paz”. (Oración colecta).
Palabra del Papa
(*) “El sembrador es Jesús. Notamos que, con esta imagen, Él se presenta como uno que no se impone, sino que se propone; no nos atrae conquistándonos, sino donándose: echa la semilla. Él esparce con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar fruto… si nosotros lo acogemos. Por ello la parábola se refiere sobre todo a nosotros: habla efectivamente del terreno más que del sembrador. Jesús efectúa, por así decir una “radiografía espiritual” de nuestro corazón, que es el terreno sobre el cual cae la semilla de la Palabra. Nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno y entonces la Palabra da fruto - y mucho -, pero puede ser también duro, impermeable. Ello ocurre cuando oímos la Palabra, pero nos es indiferente, precisamente como en una calle: no entra”.
Papa Francisco
Angelus, domingo 16 de julio 2017
P. Romeo Ballan, MCCJ
« Venez à moi, vous tous qui peinez sous le poids du fardeau, et moi, je vous procurerai le repos. » L’évangile de ce dimanche nous présente le Seigneur prêt à nous aider : il s’offre à porter lui-même une part de notre fardeau. Jésus nous révèle en fait quelle ressource précieuse sa présence constitue pour ceux et celles qui le suivent. Cette découverte n’est pas l’affaire des sages et des savants. Jésus s’étonne même que sa mission le porte davantage vers les pauvres, les tout-petits, vers ceux et celles qui savent et admettent leur fragilité et l’humilité de leur condition.
Jésus, on le sait, ne cherche pas son avantage personnel ou sa propre gloire. Il pense d’abord à ceux et celles qui peinent et qui en arrachent. « Prenez sur vous mon joug, devenez mes disciples, car je suis doux et humble de cœur, et vous trouverez le repos. » Il parle ainsi d’alléger notre charge, de la partager tout au moins, d’en libérer pour autant ceux dont les épaules sont meurtris par tant de peine qu’ils se donnent. Jésus leur offre un joug plus léger, qui les reposera. Sensible à notre condition humaine devant Dieu, il sait ce qu’il nous en coûte d’efforts pour être justes et fidèles. Une mission à vrai dire impossible !
Si Jésus nous parle d’un joug devenu plus léger, c’est parce que ce joug est aussi le sien, et que c’est lui qui porte le plus gros de la charge, conjuguant ainsi ses forces aux nôtres. Sa puissance étant celle de l’Esprit, l’Esprit de vérité qui l’accompagne depuis son baptême, qui l’a poussé au désert, et qui va le pousser vers le don de lui-même, qui fera de lui un sauveur, notre sauveur. C’est ainsi qu’il a porté sur lui nos épreuves, nos fautes, notre misère, allégeant d’autant notre peine. Comprenons qu’en cette démarche le Christ nous rend, comme lui, libres et heureux en dedans, animés nous-mêmes de l’Esprit qui nous fait vivre et agir comme des fils et des filles de Dieu, alors que déjà nous étions faits à l’image du Créateur.
La promesse du Seigneur nous rejoint dans nos existences souvent tissées de ruptures et de deuils, de craintes et de vertiges, de décisions difficiles, d’échecs et de faiblesses, de trop lourdes responsabilités. N’est-ce pas là que nous vivons l’aventure épuisante de notre foi ? Or il nous est dit que Dieu le Père nous confie à son Fils, en qui nous pouvons nous fier, nous reposer. Ce fils est notre compagnon de route. Tournons-nous donc vers lui dans une conversion sincère. Accueillons-le comme le partenaire désigné qui nous apporte la paix, la liberté intérieure et le pardon à profusion.
Frères et sœurs, puisse la Pâque dont nous faisons mémoire en cette eucharistie nous donner d’avoir large part à cette grâce du Fils. Que nous puissions vivre sous l’emprise de l’Esprit qui transforme et qui sanctifie, ce même Esprit Saint qui a ressuscité Jésus d’entre les morts. Amen
Par Jacques Marcotte, o.p.
http://www.spiritualite2000.com
C’est l’évangile qui sera le centre de notre réflexion, en replaçant ce passage dans le contexte où ont été prononcées les paroles de Jésus.
AUCUN DECOURAGEMENT
Après les premiers succès qui marquent la nouveauté du début de sa prédication, Jésus se heurte au refus de la foi en lui par la majorité de ses auditeurs. Il est confronté à l’échec. “Les villes où il avait fait des miracles ne s’étaient pas converties.” (Matthieu 11. 20) Au lieu d’être découragé, il fait monter vers son Père une prière de louange pour la petite minorité qui continue à le suivre.
N’est-ce pas quelquefois notre attitude devant le petit nombre que nous sommes et l’incompréhension que nous rencontrons bien souvent ?
A ces disciples fidèles, il avait présenté dans un premier temps le message des Béatitudes. Aujourd’hui, il leur redit ce qu’il a décrit lors de leur envoi en mission : »Celui qui ne prend pas sa croix, n’est pas digne de moi. » (Matthieu. 10)
Aujourd’hui, il les invite à la confiance, « malgré tout… » “Vous tous qui peinez sous le poids du fardeau.” Il est là pour les soulager, pour partager la souffrance des pauvres, des accablés, de ceux qui perdent courage. Il ne se contente pas de leur dire “Heureux êtes-vous !” Il vit avec nous selon la parole de Marie “Il renverse les puissants de leur trône, il élève les humbles, il comble de biens les affamés.”
UNE AUTRE ECHELLE DE VALEURS
Les croyants que nous sommes ne sont pas épargnés de la souffrance physique, morale et spirituelle de façon magique et artificielle. La souffrance est pour eux comme pour tout homme. Mais en l’unissant à la croix du Christ, nous la transfigurons, nous la rendons plus significative d’un chemin d’amour et de gloire qui nous unit à la résurrection du Christ selon les paroles même de saint Paul dans la lettre aux Romains. (Rom. 8. 11)
Nous vivons sur une autre échelle de valeurs : « Ce que tu as caché aux sages et aux savants… »
L’Evangile comme dans notre monde contemporain, fourmille de gens privilégiés, mais pour le Christ il est une autre échelle de valeur qui nous donne le privilège d’être enfants de Dieu, participant de la vie divine trinitaire.
Les pauvres héritent du Royaume et non les riches qui se retrouvent les mains vides. Ce ne sont pas les « justes » mais les pécheurs qui sont appelés. Les enfants et ceux qui leur ressemblent peuvent entrer dans le Royaume par la porte étroite qui ne permet pas aux puissants de passer. Les gens incultes reçoivent la révélation du mystère de Dieu et les sages ignorent cette connaissance qui leur paraît une folie.
Ni la richesse, ni la puissance, ni le pouvoir, ni l’estime, ni la culture, ni même la perfection morale font de nous des privilégiés de Dieu. Même si j’avais la foi à transporter les montagnes, même si je donne ma vie, « si je n’ai pas l’amour, je ne suis rien » (Saint Paul dans son hymne à la charité)
Dieu nous révèle ainsi qu’il n’aime pas par convoitise. Il nous aime gratuitement. C’est là son mystère de vie qu’il veut nous transmettre en Jésus-Christ. Quiconque entre dans la compréhension de ce mystère y trouve joie et soulagement.
LE MYSTERE DE L’IDENTITE DU CHRIST
Et c’est par cette relation avec Dieu son Père que l’homme Jésus de Nazareth, faible et souffrant comme nous, s’affirme en même temps, dans l’amour, en communion avec le mystère de Dieu. “Tout m’a été confié par mon Père… Personne ne connaît le Père, sinon le Fils, et celui à qui le Fils veut le révéler.”
Cette confidence nous fait découvrir la conscience que Jésus avait de lui-même.
Humainement parlant, c’est une prétention insoutenable. Il affirme, tout simplement, qu’il est le seul à connaître Dieu et à être capable de dire quelque chose de valable sur Dieu. C’est par ce qu’il partage de l’amour trinitaire qu’il peut émettre cette affirmation. L’identité de Jésus échappe à toute investigation de l’intelligence humaine. Nous n’avons accès à sa personne que par la Foi qui reconnaît que le Fils est égal au Père.
Il le dira à Pierre :”Ce que tu dis, c’est mon Père qui te l’a révélé.” (Matthieu 16. 16)
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Restons tout-petits et pauvres devant Dieu. C’est la meilleure manière d’accéder à l’infinie richesse de la vie divine. Celui qui n’a pas fait le vide de sa propre suffisance, peut-il accueillir l’amour infini de Dieu ?
“Doux et humble de coeur.” selon la parole du Christ, c’est devenir capable d’entrer dans la Paix et la Gloire de Dieu. Les sages et les savants, trop pleins d’eux-mêmes parfois, peuvent-ils laisser place à la sagesse et à la connaissance de Dieu ?
L’abaissement du Christ n’a pas été une destruction. Il fut l’aube de sa résurrection. Voilà ce que le Fils nous a révélé par sa vie. Partageons-la puisque “Tu as relevé le monde par les abaissements de ton Fils.” (Prière de la messe de ce jour)
Par Jacques Fournier
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