Amor por la montaña y la naturaleza, amor por la gente de la sierra, un corazón grande y generoso: creo que así se podría resumir la vida del Padre Pepe (le llamaré así, como le llamaba la gente de Perú) que pasó 35 años de su vida en los Andes centrales y murió trágicamente en un accidente durante una excursión de montaña a 4.500 metros de altura, en la zona de la parroquia «Santo Domingo» de Palca, donde trabajaba.
Giuseppe nació en Caprino Veronese (Verona) en el seno de una familia en la que la confianza en Dios estaba en el aire. Desde muy joven acogió en su corazón la llamada al sacerdocio. Ingresó en el seminario diocesano siendo todavía un muchacho. El 18 de junio de 1978 fue ordenado sacerdote y destinado como coadjutor a una parroquia de la diócesis de Verona. Sin embargo, la vocación misionera surgió con fuerza en él y en octubre de 1982 ingresó en el noviciado comboniano de Venegono Superiore. Hizo su primera profesión religiosa el 25 de mayo de 1984 e inmediatamente partió para la misión en Perú, donde permaneció hasta su muerte, con algunos breves interludios: promoción vocacional-GIM en Lecce (1989-1990), animación misionera en Thiene (1990-1993), un año sabático con dos meses de espiritualidad transcurridos en Betania en Israel, con las Hermanas Combonianas (enero-mayo de 2010), y el curso de renovación en Roma (2019).
En Perú, salvo un año «agotador» como formador de postulantes en Lima (2001), todo su ministerio se desarrolló en la sierra: en las parroquias de S. Miguel Chaupimarca y S. Juan Pampa, en Cerro de Pasco, experiencia de inserción en el distrito de Chaulán, parroquia de S. Pedro en Huánuco, parroquia de S. Pedro en Yanahuanca, parroquia de la Santísima Cruz en Baños, nuevamente parroquia de S. Pedro en Huánuco y, finalmente, parroquia de S. Domingo de Guzmán, en Palca.
Pepe era un hombre sencillo, austero y esencial. Se relacionaba con la gente con facilidad y supo cultivar la amistad a lo largo de los años. Para muchos fue un buen amigo, un consejero, un padre o un hermano mayor. Las celebraciones que acompañaron su muerte fueron un signo elocuente de la abundante siembra de Evangelio y de bondad que hizo en su vida. Todos hemos tocado el fruto de esta siembra.
El padre Pepe tenía buenos amigos en Italia que le ayudaron con sus bienes. Gracias a ellos, realizó obras importantes, pensando siempre en los pequeños, en los pobres, en los humildes. Sólo mencionaré las últimas: la construcción del 'Centro de Rehabilitación Educativa para Ciegos Giuseppe Gariggio' (CERCI-HCO), la fundación del 'CREVAL, centro de rehabilitación física' de Cáritas-Huánuco, y un gran empeño en construir una planta de oxígeno, muy importante durante la dura experiencia de la pandemia del Covid-19.
El silencio de los inmensos espacios andinos, los senderos de montaña, la búsqueda del camino por donde nadie había pasado, las cumbres y lagunas con sus nombres, fueron el hilo conductor de su vida, no sólo en el sentido físico, sino también en el espiritual. Todo ello daba oxígeno no sólo a sus pulmones, sino también a su amistad con Dios y a sus relaciones con la gente.
El padre Pepe era una verdadera enciclopedia de aquella parte de la sierra central en la que trabajaba y que conocía mejor que ninguna otra. Le encantaba enseñar a sus amigos los miles de fotos que había hecho durante sus largas caminatas. Muy a menudo iba solo a escalar tal o cual pico: le gustaba así. Y solo también se aventuró en su última caminata, el 29 de agosto de 2024. Resbaló y cayó sobre las rocas, sufriendo una lesión cerebral y otra torácica. Quizá murió en el acto, o bien el frío de la noche, a más de 4.500 metros, y la humedad de la laguna le provocaron una hipotermia letal. Se le encontró sin vida en la mañana del día 31. Según los médicos, la muerte debió de producirse en la noche del 29 al 30 de agosto. Las circunstancias de su muerte conmocionaron a todos los que le conocían y apreciaban, en Italia y en Perú. Sólo podemos inclinar la cabeza ante el misterio de la vida y de la muerte y, sin hacernos demasiadas preguntas, dar gracias al Señor por el don que nos ha hecho en su persona.
En la sierra, sobre todo por la tarde, suele soplar un viento fuerte. Hoy, el viento que sopla en las montañas de la sierra tarmeña nos susurra -y nos susurrará durante mucho tiempo- el legado del Padre Pepe: la fe, el servicio y la solidaridad son lo único que importa.
¡Gracias, Padre Pepe! Queda en nosotros una inmensa gratitud por lo bueno que nos has dado. Hasta luego, querido cura andino, como te gustaba firmar con tu nombre. (Padre Sergio Agustoni, mccj)