Battista había nacido en Gerosa, Bérgamo, el 14 de enero de 1921. Apenas acabada la escuela elemental, entró en el seminario diocesano sobresaliendo en el estudio, el aprovechamiento y la piedad. Ordenado sacerdote en 1944, a los 23 años, fue enviado a Roma a doctorarse en teología moral, en la Universidad Lateranense, para ser profesor en el seminario. Contemporáneamente tuvo el nombramiento de párroco de Brembilla.
La vocación del P. Rebucini está ciertamente unida a su santa madre. En el libro de difuntos, contrariamente al uso común, el párroco escribió: “Piadosísima mujer”. En efecto, de joven quería ser religiosa, pero el padre, que era un anticlerical convencido, no se lo permitió. Así, animada por su confesor, aceptó casarse, pidiendo a Dios dos cosas: la primera de todas que, si tenía un hijo varón, fuese sacerdote, segunda, que su padre volviese a la práctica religiosa. El Señor escuchó abundantemente, concediéndole dos hijos sacerdotes, más aún, misioneros, y la conversión del padre fue tan radical que llamó la atención en todo el pueblo.
Otro elemento fundamental de su vocación fue la devoción a la Virgen de la Foppa, un santuario cercano a su casa, donde, desde niño, iba con su madre a rezar. Entre tanto, el P. Rebucini sentía nacer dentro de sí la vocación misionera. Habló al obispo que, primeramente no fue entusiasta, después de tantos estudios y dinero gastado para hacerle estudiar. Pero al final, se decidió a dejarlo marchar, haciendo presente a los superiores de los Combonianos: “Es uno de mis mejores sacerdotes por santidad, inteligencia y celo, pero os ruego, no lo hagáis nunca superior porque no podría soportar el peso, ya que es un tipo demasiado preciso y exacto en todo”. En 1945 entró en el noviciado y el 19 de marzo de 1947 emitió los primeros votos.
Inmediatamente fue enviado por los superiores a Venegono Superior como profesor de teología moral de los estudiantes Combonianos. El P. Rebucini era un profesor minucioso, claro, preciso. Tenía la preocupación de no preparar suficientemente a los futuros sacerdotes para el ministerio de la reconciliación por lo que se esforzaba en aplicar los principios generales de la moral a los casos particulares de la vida. Como profesor era bueno, comprensivo, siempre dispuesto a ayudar a quien le costaba un poco. No se limitaba a la clase: estaba disponible para las jornadas misioneras, asistía a las reuniones de los sacerdotes, se prestaba a resolver los casos de moral y tenía conferencias. Además de un eximio profesor, era un verdadero padre. Su vida estuvo salpicada de episodios de ingenuidad mezclada con astucia: los alumnos aprovechaban para reír un poco y también él se divertía con ellos.
En 1952 tuvo su primera experiencia africana. Fue enviado a Uganda como profesor de moral a los seminaristas de Gulu. Aquí redobló su empeño, porque temía no saber bastante bien la lengua inglesa que había estudiado como autodidacta en Italia, precisamente con vistas a la misión. En 1956, después de haber formado generaciones de sacerdotes africanos, tuvo que volver a Italia, porque le atacó un virus que le provocaba fiebre y dificultad para caminar. En 1965 intentó por segunda vez el camino de África y resistió durante diez años: entre Italia y África, contribuyó a formar más de mil sacerdotes.
En 1975 fue trasportado a Italia en camilla atacado por el mismo virus de los años precedentes y desconocido por los médicos. Fue ingresado en el Policlínico Gemelli de Roma y después en Inglaterra, pero con escaso resultado.
No pudiendo servir ya en la misión, se convirtió en confesor en San Tomio, Verona, donde permaneció doce años, desde 1977 a 1989. Era llamado “el teólogo”. Su Misa estaba siempre concurrida, también por su hermoso modo de predicar y la claridad de su exposición. Asimismo su confesionario estaba siempre circundado de fieles y sacerdotes, religiosos y religiosas cuando, en su día de descanso, iba a confesarles a sus conventos.
Después, el agravarse de la enfermedad: desde 1989 hasta la muerte. Dieciséis años transcurridos, primero arrastrándose con fatiga en el corredor del Centro de Ancianos y Enfermos, en el segundo piso de la Casa Madre y después, inmovilizado en un cochecito. Fue un largo calvario el suyo, pero siempre estaba contento, siempre optimista. A quien le preguntaba cómo estaba, respondía siempre “bien”, no se lamentaba jamás.
Murió por un colapso cardiocirculatorio, la tarde del 9 de mayo de 2006, mientras cenaba y poco después de haber celebrado la santa Misa con los hermanos. En la Casa Madre se desarrolló la solemne liturgia fúnebre, con una gran participación de hermanos y personas que le habían conocido. El funeral se desarrolló en Berbenno, donde fue sepultado en la tumba de los sacerdotes, junto a su hermano, el P. Ricardo.
(P. Lorenzo Gaiga)