El pasaje del Evangelio de este domingo, continuación del discurso de las bienaventuranzas en San Lucas, recoge algunas sentencias breves de Jesús en forma de imágenes y figuras contrapuestas: dos ciegos, discípulo y maestro, tú y tu hermano, viga y brizna, árbol bueno y árbol malo, fruto bueno y fruto malo, espinas y zarzas, higos y uvas, corazón bueno y corazón malo, bien y mal...
¡Coloca un centinela en la puerta de tu corazón!
“El hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón.”
Lucas 6,39-45
El pasaje del Evangelio de este domingo, continuación del discurso de las bienaventuranzas en San Lucas, recoge algunas sentencias breves de Jesús en forma de imágenes y figuras contrapuestas: dos ciegos, discípulo y maestro, tú y tu hermano, viga y brizna, árbol bueno y árbol malo, fruto bueno y fruto malo, espinas y zarzas, higos y uvas, corazón bueno y corazón malo, bien y mal...
Estas palabras de Jesús, aunque aparentemente carecen de un nexo lógico, parecen estar unidas por un hilo mnemotécnico: ciego, ojo, viga, árbol, fruto... Sin embargo, su significado se refiere claramente a la vida del creyente dentro de la comunidad.
En el Evangelio de Mateo, estas sentencias están dirigidas contra los escribas y fariseos; sin embargo, San Lucas, escribiendo para comunidades de lengua griega, las actualiza y las dirige especialmente a sus responsables.
Estas enseñanzas pueden agruparse en tres unidades:
1. Un ciego que guía a otro ciego (vv. 39-40)
"¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?"
Un ciego que presume de ver, que no reconoce sus propios límites y pretende guiar a los demás, no es una situación tan rara, y representa un verdadero peligro para cualquier grupo o comunidad. Esta escena es denunciada en el episodio del ciego de nacimiento, narrado en el capítulo 9 del Evangelio de Juan, que concluye precisamente con estas palabras de Jesús dirigidas a los fariseos: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece” (Jn 9,41).
El líder cristiano (y de alguna manera, todos tenemos la misión de guiar a alguien) debe ser consciente de su propia necesidad de ser guiado e iluminado, permaneciendo siempre discípulo del único Maestro.
2. La viga y la brizna (vv. 41-42)
"¿Por qué miras la brizna de paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga en tu propio ojo?"
La imagen es muy fuerte y no necesita comentarios. Todos tendemos a minimizar nuestros propios defectos y a exagerar los de los demás. Corremos fácilmente el riesgo de usar un doble rasero. "Lo que vemos en los demás como una ‘viga’, lo sentimos en nosotros como una ‘brizna’; lo que condenamos en los demás, lo justificamos en nosotros mismos” (Enzo Bianchi).
Sin embargo, esto no significa que no debamos practicar la corrección fraterna; pero debe hacerse con amor, sin juzgar ni condenar a la persona. Si la corrección debe ser ejercida por una autoridad, esta debe hacerlo con la credibilidad de su propio testimonio de vida.
3. El árbol y sus frutos (vv. 43-45)
"No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno."
Aquí Jesús nos ofrece un criterio de discernimiento: el árbol se reconoce por sus frutos. Y, de la metáfora del árbol, Jesús pasa al corazón de la persona: "El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal."
Detengámonos, pues, en el corazón, que podría ser la clave de lectura de todo este pasaje del Evangelio de este domingo.
Pistas para la reflexión
La persona es su corazón
Nuestro corazón es el crisol de nuestra vida. Pensamientos, deseos, sentimientos, emociones, palabras, gestos, acciones... todo converge ahí y moldea nuestra existencia. “La persona es su corazón”, decía San Agustín. Por eso Jesús afirma: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; y el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal”.
Y, sin embargo, parece que pocos se esfuerzan por conocer realmente su propio corazón. A menudo vivimos fuera de nosotros mismos, como si huyéramos de nuestro propio ser. Quizás porque no nos sentimos cómodos con nuestra propia interioridad. Los momentos de silencio y soledad nos inquietan. Parece que huimos de nosotros mismos y, con el tiempo, nuestro corazón se convierte en un lugar ajeno, que ya no es nuestro hogar, nuestra morada.
Recuperar el dominio del corazón
Si queremos cambiar nuestra vida y hacerla más bella, debemos empezar por el corazón. El primer paso es recuperar su dominio. Es necesario tener el valor de: entrar en nosotros mismos; despejarlo de todo el desorden que lo llena y ponerlo en orden; alejar a quienes se han instalado allí sin permiso; colocar una puerta en el corazón y un centinela que vigile lo que entra y lo que sale.
Hesiquio del Sinaí, monje y teólogo cristiano del siglo VII, escribió:
“La sobriedad es una centinela inmóvil y constante del espíritu, que se sitúa en la puerta del corazón para discernir cuidadosamente los pensamientos que se presentan, escuchar sus planes, espiar las maniobras de estos enemigos mortales y reconocer la huella demoníaca que intenta, mediante la imaginación, perturbar el espíritu. Esta actividad, llevada a cabo con valentía, nos dará, si así lo queremos, una gran experiencia del combate espiritual” (citado por el P. Gaetano Piccolo).
En lugar de sobriedad, podríamos hablar de discernimiento, que actúa como un tamiz (véase la primera lectura). Se trata de ejercer una atención continua a lo que sucede en nuestro corazón, de estar siempre presentes en nosotros mismos, un ejercicio que nos hace conscientes de los pensamientos, intenciones, emociones y deseos que lo habitan.
Para ayudarnos en este camino de autoconciencia, sería útil practicar un breve examen de conciencia diario de unos pocos minutos o, al menos, un tiempo semanal más prolongado de revisión de vida. ¡Este sería un buen ejercicio para la próxima Cuaresma!
No es una propuesta fácil, pero tampoco imposible. Es un ejercicio que requiere tiempo, perseverancia y, quizás más aún, coraje. De hecho, a menudo descubriremos, con dolor, que junto a muchas cosas buenas, nuestro corazón también alberga mezquindades, dobleces y mediocridades. Y, sin embargo, este es el único camino para ser verdaderamente libres y vivir en la verdad del Evangelio.
P. Manuel João Pereira Correia, MCCJ
De lo que rebosa el corazón habla la boca
Seguimos leyendo hoy, último domingo ordinario antes de empezar la Cuaresma, el sermón de la llanura con el que Lucas nos transmite la propuesta central de Jesús. En los versículos de hoy se nos recuerdan algunos dichos de Jesús, que se centran en tres parábolas concatenadas entre sí:
Los tres dichos, encadenados entre sí, nos invitan a cultivar nuestro corazón, es decir, nuestra identidad más profunda, nuestra identidad de hijos amados por el Padre y de hermanos que respetan profundamente a los demás hijos de Dios. Si cultivamos eso en nuestro interior, seguramente nuestras palabras y acciones serán como frutos buenos para nosotros mismos y para los demás. Serán frutos de respeto, alegría, benevolencia, perdón, fraternidad, ayuda, comprensión… Pero si en el interior cultivamos desconfianza, desprecio, odio, falta de fe… las palabras y las obras que salgan de nosotros serán malas para nosotros mismos y para los demás.
P. Antonio Villarino, MCCJ
DETENERSE
Lucas 6, 39-45
Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No Es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios. Pues bien, precisamente en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.
Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior. Acostumbrados al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.
Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona “saca el bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros espontáneamente. Hemos de cultivarlo y hacerlo crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.
José A. Pagola