Hemos llegado al penúltimo domingo del año litúrgico, que concluirá el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey del Universo. Cada año, en este penúltimo domingo, la Palabra de Dios nos invita a elevar la mirada hacia los horizontes de la historia, para renovar nuestra esperanza en el regreso del Señor. Al mismo tiempo, con la celebración de la Jornada Mundial de los Pobres en este mismo domingo, nos impulsa a reconocer la presencia de Cristo en los más pobres y necesitados. (...)
“Aprended de la higuera.”
Marcos 13,24-32
Hemos llegado al penúltimo domingo del año litúrgico, que concluirá el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey del Universo. Cada año, en este penúltimo domingo, la Palabra de Dios nos invita a elevar la mirada hacia los horizontes de la historia, para renovar nuestra esperanza en el regreso del Señor. Al mismo tiempo, con la celebración de la Jornada Mundial de los Pobres en este mismo domingo, nos impulsa a reconocer la presencia de Cristo en los más pobres y necesitados.
El pasaje evangélico de hoy es parte del capítulo 13 de San Marcos, dedicado por completo al llamado discurso sobre el fin del mundo. Al inicio del capítulo se describen las circunstancias de este discurso. Al salir del Templo, uno de los discípulos llamó la atención de Jesús sobre la grandeza de su construcción. El Templo, reconstruido por Herodes el Grande, era realmente magnífico, una de las maravillas de la época. Jesús respondió: “¿Ves estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada”. Podemos imaginar el asombro y la perplejidad de todos. Esto se cumplirá con la destrucción de la ciudad en el año 70, a manos de los Romanos.
Mientras estaban en el Monte de los Olivos, sentados frente al Templo, Pedro, Santiago, Juan y Andrés, los primeros cuatro discípulos llamados por Jesús le interrogaron en privado sobre cuándo y cuál sería la señal de que esta profecía estaba a punto de cumplirse. Jesús pronunció entonces el llamado “discurso apocalíptico”, la enseñanza más extensa de Jesús en el Evangelio de Marcos. En relación con la destrucción del Templo y la ciudad santa, Jesús habla del fin del mundo y de su retorno en gloria. Esta asociación entre el fin de la nación judía y el regreso del Señor llevó a los primeros cristianos a pensar que el fin estaba cerca.
Para entender el mensaje del texto, hay que tener en cuenta dos cosas. Primero, el texto está escrito en el género apocalíptico, difícil de entender para nosotros debido a su lenguaje simbólico complejo, a menudo esotérico, y a los escenarios cósmicos. “Apocalipsis” significa “revelación”. Sin embargo, no se trata de una profecía sobre el futuro, como se suele creer, sino de la revelación del sentido de los eventos históricos. Además, este género literario, que floreció entre el siglo II a.C. y el siglo II d.C., no pretendía asustar, sino ofrecer consuelo y esperanza al pueblo de Dios en tiempos de tribulación y persecución, anunciando la intervención de Dios para liberar a su pueblo. Podríamos decir que la literatura apocalíptica no habla del “fin” del mundo, sino del “sentido” del mundo, es decir, hacia dónde se dirige la historia.
Puntos de reflexión
1. ¡El fin de este mundo ya ha comenzado!
“En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.” La alteración del sol, la luna y las estrellas parece aludir a la creación en Génesis 1, como si una de-creación estuviera a punto de suceder. Una referencia al escenario cósmico también aparece en el relato de la muerte de Jesús en los Evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas). De hecho, con la crucifixión del Hijo de Dios, caen el “firmamento” del cielo, es decir, las seguridades y referencias del hombre, y todas las imágenes que el hombre tenía de Dios. Con la resurrección de Cristo comienza el proceso de la nueva creación, de cielos nuevos y tierra nueva (2 Pedro 3,13).
2. El fin de este mundo es el objeto de nuestra esperanza
“Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.” Esperamos esta venida del Señor. Lo profesamos en el corazón de la Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!” Esto no significa desear el “fin del mundo” o una “catástrofe apocalíptica”, y mucho menos tratar de adivinar la hora de su llegada mediante los “signos” de guerras, terremotos, hambrunas, persecuciones, tribulaciones, abominaciones… Estas realidades siempre han existido. Nos basta saber que todo está en manos del Padre.
“Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.” La higuera anuncia la llegada del verano, la estación de los fructos. Así es para el cristiano, que espera con alegría la maduración de los tiempos y el encuentro con Jesús. El libro del Apocalipsis concluye con esta respuesta del Señor a la oración de la Iglesia: “Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús.”
3. Operadores del fin de este mundo
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” Reflexionando sobre este Evangelio, el cristiano crece en la conciencia de la transitoriedad de la vida y la historia. El “fin del mundo” es, en definitiva, una realidad cotidiana: cada día un mundo muere y otro nace. “Vamos de comienzo en comienzo, a través de nuevos comienzos”, dice San Gregorio de Nisa. Todo pasa. Solo dos cosas permanecen: la Palabra del Señor y el amor.
Sin embargo, nuestra espera no es pasiva, sino activa y laboriosa. Estamos involucrados en la preparación de la venida del Reino. ¿Cómo? Sacudiendo el “firmamento” de los astros que rigen el mundo actual. Sol, luna, estrellas, astros eran divinidades en el mundo pagano antiguo, que gobernaban la vida de los hombres. Basta pensar que cada día de la semana estaba dedicado a un astro. Los nombres de las estrellas y astros han cambiado, pero el firmamento de nuestro mundo sigue poblado de dioses que deciden la suerte de los hombres: negocios, bolsa de valores, poder, prestigio, belleza, placer… El “horóscopo” del cristiano tiene otro firmamento de astros: amor, fraternidad, solidaridad, servicio, justicia, compasión… Para sacudir los cimientos del “viejo mundo”, hay que sacudir el “firmamento” que lo gobierna. La tarea no es fácil. ¿Por dónde comenzar? Por nosotros mismos: “No os conforméis a este mundo, sino dejaos transformar, renovando vuestro modo de pensar.” (Romani 12,2).
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Una nueva época misionera
Daniel 12,1-3; Salmo 15; Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13,24-32
Reflexiones
El evangelista san Marcos utiliza un lenguaje que causa miedo, pero siempre con un mensaje de salvación y de esperanza. Se trata del lenguaje ‘apocalíptico’, rico en imágenes y palabras, que los evangelistas usan para expresar la destrucción de Jerusalén y, en perspectiva, los acontecimientos postreros de la historia humana. El contexto inmediato en el cual vivían las primeras comunidades cristianas estaba marcado por tensiones internas y por persecuciones externas, que provocaban miedo, desorientación y muchas preguntas: ¿Cuánto tiempo durará la prueba? ¿Cómo permanecer fieles? Al final, ¿quién se salvará?
Marcos y los otros evangelistas, siguiendo la predicación apostólica, quieren dar a las comunidades un mensaje de esperanza y de consuelo, centrado en la cercanía del Maestro (Evangelio): su ausencia es solamente momentánea, Él volverá, envía a sus ángeles protectores, después de una dispersión inicial habrá una gran convocación (v. 26-27). Lo había previsto también el profeta Daniel (I lectura): después de tiempos difíciles, el pueblo encontrará la salvación (v. 1).
La Palabra de Dios en este domingo presenta a varias personas que intervienen, en grados diferentes, en la obra de la salvación. Ante todo, Jesucristo, sumo sacerdote y santificador de la nueva Alianza (II lectura), el único Salvador de todos los pueblos. Vienen luego los que colaboran con el plan de Dios y acompañan a los elegidos y a los hermanos en la fe. Daniel (I lectura) hace un elogio especial de “los que enseñaron a muchos la justicia” (v. 3). Marcos (Evangelio) habla de los ángeles que reúnen a los elegidos “de los cuatro vientos” (v. 27). “Salvar a los hermanos de la pérdida de la fe y de la dispersión es algo que no ocurre por una intervención prodigiosa del Señor, sino por la acción de ángeles, los discípulos, quienes, en el momento de la prueba, han logrado mantenerse firmes en la fe. Ellos son los ángeles encargados de reconducir a los hermanos a la unidad de la Iglesia” (F. Armellini).
Este es el rol del misionero y de quienes acompañan a los demás en el camino al encuentro con Cristo. El camino de la misión entre los diferentes pueblos es arduo y exige tiempos largos. La mies es siempre abundante, pero faltan obreros (Mt 9,37). Sin embargo, el mismo Jesús nos invita a levantar la cabeza y contemplar con esperanza la mies: “Levanten la vista y vean cómo los campos están amarillentos para la siega” (Jn 4,35).
El Señor Jesús alienta la esperanza, asegura que “Él está cerca, a la puerta” (v. 29): a cada persona ofrece su salvación. Y convoca a sus amigos a convertirse en portadores de este anuncio. Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Missio (1990), afirma que “la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse... Esta misión se halla todavía en los comienzos y debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio (n. 1). El Papa invita a la esperanza “en esta nueva primavera del cristianismo” (n. 2), mientras ve amanecer una nueva época misionera. Será una estación rica en frutos, si cada cristiano responde “con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo” (n. 92). Jesús nos invita a aprender del árbol de la higuera para leer los signos que orientan la vida (v. 28).
El profeta Daniel (I lectura), aun en medio de angustiosos escenarios (v. 1), abre horizontes de luz para los sabios y “los que enseñaron a muchos la justicia” (v. 3). Entre ellos están ciertamente los educadores: es decir, los que, de diferentes maneras, ayudan a otros a caminar por senderos de vida y esperanza. Sean ellos padres de familia, maestros, catequistas, escritores, promotores de desarrollo humano integral, defensores de los derechos humanos, agentes de comunicación social, promotores de justicia y paz, de diálogo entre las religiones y las culturas… La Iglesia, y en ella cada creyente en Cristo, está llamada a renovarse constantemente en la fe y en el amor a su Señor, para ser en el mundo faro de luz y de esperanza para cuantos tienen sed de vida, verdad y amor, y buscan salir de situaciones de angustia y muerte. Solo una Iglesia presente en el mundo caminando con la gente podrá responder a los desafíos del anuncio del Evangelio. Nos lo recordaba el Papa Benedicto XVI con estas palabras: “El cristianismo debe estar en el presente para poder dar forma al futuro.”
P. Romeo Ballan, mccj
Comentario a Mc 13, 24-32
Estamos al final del Año Litúrgico (después de este domingo ya solo nos queda el último dedicado a Cristo Rey) y leemos parte del último capítulo de Marcos antes de la Pasión. En este capítulo Marcos añade al discurso de las Parábolas y a la narración de los hechos de Jesús el discurso apocalíptico, es decir, sus palabras sobre el final de la historia. Para ello parte de la experiencia histórica de los primeros discípulos de Jesús y de la esperanza que les ayudaba a vivir y dar sentido a sus vidas.
¿Final de la Historia?
Hace algunos años (décadas ya), cuando cayó el Muro de Berlín y colapsó todo el sistema marxista que había resistido por setenta años en la Unión Soviética y otros lugares del mundo, un famoso escritor estadounidense de origen japonés, Fukuyama, escribió un ensayo titulado “el fin de la historia”. En realidad, el título era exagerado. La Historia no se acababa tan pronto. Pero el autor tenía razón en que una importante época de la Historia dejaba paso a una nueva.
Esta experiencia de cambio radical, similar al que a veces parecemos experimentar en nuestro tiempo, la ha hecho la humanidad en diversas transiciones históricas. Una de estas transiciones la vivieron las primeras comunidades cristianas, que experimentaron dos acontecimientos que para ellas fueron inmensas tragedias: la muerte de Jesús en la cruz y la destrucción de Jerusalén, ambas cosas impensables. No podían concebir que el Mesías fuera asesinado y que Jerusalén, la ciudad santa, fuera destruida. Y sin embargo ambas cosas sucedieron. ¿Significaba eso el fin de la historia? ¿Se acababa el mundo? ¿La maldad y la muerte saldrían triunfantes?
La respuesta que las comunidades cristianas tuvieron, recordando a Jesús, nos la transmite Marcos: Ciertamente parece que el sol se apaga, que la luna ya no alumbra, que la creación se desmorona, pero todavía no es el final. En todo caso, después de la “aflicción”, Jesús se hará presente como Juez y Señor de la Historia.
Nuestra historia hoy
Leyendo este texto apocalíptico de Marcos hoy, nosotros nos sentimos alentados a mantener la esperanza “contra toda esperanza”, sabiendo que los sufrimientos personales, las crisis económicas y afectivas, los desmoronamientos de algunas instituciones no son el final de las cosas. Son solo signos, como las yemas de la higuera en primavera, de una nueva vida, una nueva época en la historia, una nueva oportunidad para nuestra vida personal. De hecho, así fue: las comunidades cristianas dieron origen a una nueva manera de vivir en un mundo que por mucho tiempo les era hostil y por mucho tiempo caminaba en sentido opuesto.
Así, los discípulos de Jesús seguimos caminando hoy por la historia de edad en edad, de época en época, purificándonos constantemente, acogiendo las nuevas oportunidades, sabiendo que al final de nuestro camino personal –y de la historia del mundo- no nos espera la destrucción y la muerte, la maldad o la injusticia, sino el encuentro con Jesucristo que “reunirá a sus elegidos” en un mundo nuevo, donde reine para siempre la verdad y el amor.
Antonio Villarino, MCCJ
NADIE SABE EL DÍA
Marcos 13, 24-32
El mejor conocimiento del lenguaje apocalíptico, construido de imágenes y recursos simbólicos para hablar del fin del mundo, nos permite hoy escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, sin caer en la tentación de sembrar angustia y terror en las conciencias.
Un día la historia apasionante del ser humano sobre la tierra llegará a su final. Esta es la convicción firme de Jesús. Esta es también la previsión de la ciencia actual. El mundo no es eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de nuestros esfuerzos y aspiraciones.
Jesús habla con sobriedad. No quiere alimentar ninguna curiosidad morbosa. Corta de raíz cualquier intento de especular con cálculos, fechas o plazos. “Nadie sabe el día o la hora…, sólo el Padre”. Nada de psicosis ante el final. El mundo está en buenas manos. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre.
Desde esta confianza total, Jesús expone su esperanza: la creación actual terminará, pero será para dejar paso a una nueva creación, que tendrá por centro a Cristo resucitado. ¿Es posible creer algo tan grandioso? ¿Podemos hablar así antes de que nada haya ocurrido?
Jesús recurre a imágenes que todos pueden entender. Un día el sol y la luna que hoy iluminan la tierra y hacen posible la vida, se apagarán. El mundo quedará a oscuras. ¿Se apagará también la historia de la Humanidad? ¿Terminarán así nuestras esperanzas?
Según la versión de Marcos, en medio de esa noche se podrá ver al “Hijo del Hombre”, es decir, a Cristo resucitado que vendrá “con gran poder y gloria”. Su luz salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio de una humanidad renovada para siempre.
Jesús sabe que no es fácil creer en sus palabras. ¿Cómo puede probar que las cosas sucederán así? Con una sencillez sorprendente, invita a vivir esta vida como una primavera. Todos conocen la experiencia: la vida que parecía muerta durante el invierno comienza a despertar; en las ramas de la higuera brotan de nuevo pequeñas hojas. Todos saben que el verano está cerca.
Esta vida que ahora conocemos es como la primavera. Todavía no es posible cosechar. No podemos obtener logros definitivos. Pero hay pequeños signos de que la vida está en gestación. Nuestros esfuerzos por un mundo mejor no se perderán. Nadie sabe el día, pero Jesús vendrá. Con su venida se desvelará el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos Dios. Nuestra historia apasionante llegará a su plenitud.
José Antonio Pagola
[musicaliturgica]