El Evangelio de este XXIX domingo nos invita a reflexionar sobre otro aspecto fundamental de nuestra vida personal y social. Después de haber abordado los temas del matrimonio y la riqueza, hoy se trata del poder. Estos tres temas — afectos, bienes y relaciones — forman una tríada que, de alguna manera, abarca toda nuestra existencia. [...]

Descender e inmersión: la vocación cristiana

¡Pero entre ustedes no debe ser así!
Marcos 10,35-45

El Evangelio de este XXIX domingo nos invita a reflexionar sobre otro aspecto fundamental de nuestra vida personal y social. Después de haber abordado los temas del matrimonio y la riqueza, hoy se trata del poder. Estos tres temas — afectos, bienes y relaciones — forman una tríada que, de alguna manera, abarca toda nuestra existencia.

Las tres cuestiones son abordadas en la parte central del evangelio de Marcos (capítulos 8-10). Son tres catequesis de Jesús, dirigidas principalmente a los Doce, sobre la especificidad de la conducta del discípulo.

El contexto de estas enseñanzas es particularmente significativo: tres veces, Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección. Sin embargo, cada vez, los discípulos reaccionan con incomprensión, adoptando actitudes que contrastan profundamente con el mensaje que Jesús intenta transmitir. El episodio de la petición de Santiago y Juan, narrado en el Evangelio de hoy — es decir, sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús — es emblemático en este sentido. Tal vez por respeto a estas dos “columnas” de la Iglesia, Lucas omite el relato, mientras que Mateo atribuye dicha solicitud a su madre (20,20-24).

El momento en que ocurre el episodio es muy particular. El grupo estaba subiendo a Jerusalén. “Jesús caminaba delante de ellos, y ellos estaban asombrados; los que lo seguían tenían miedo”. Y, una vez más, por tercera vez, Jesús anuncia con más detalles lo que le va a suceder en Jerusalén. Usa siete verbos, pesados como piedras: será entregado (a las autoridades judías), condenado, entregado (a los paganos), ridiculizado, escupido, azotado, asesinado… Pero al tercer día resucitará (Marcos 10,32-34).

En este contexto dramático, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, a quienes Jesús llama “Boanerges” (hijos del trueno), se acercan para hacer una solicitud: “Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que te vamos a pedir”. No piden un favor, sino que hacen una exigencia. “Concédenos que nos sentemos, en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Una solicitud realizada con audacia delante de todo el grupo, que revela sus expectativas de un mesianismo terrenal. Mientras caminan, ya piensan en sentarse. Mientras Jesús habla de sufrimiento y muerte, ellos piensan en la gloria. Podemos intuir las motivaciones de su exigencia: estaban entre los primeros en ser llamados, formaban parte del grupo privilegiado (Pedro, Santiago y Juan) y, tal vez, también eran primos de Jesús, hijos de Salomé, probablemente hermana de María. Jesús les responde con tristeza: “¡No saben lo que están pidiendo!”.

Entonces Jesús continúa, con un toque de ironía: “¿Pueden beber la copa que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” Es decir, ¿están listos para compartir mi destino de sufrimiento? Ellos responden decididos: “Podemos”. En parte, su solicitud será concedida. Santiago será el primer apóstol en ser martirizado, en el año 44, y según algunas tradiciones, Juan también morirá mártir. Pero en cuanto a sentarse a la derecha e izquierda de su “trono de gloria” (¡que será la cruz!), ese lugar ya estaba reservado para otros: los dos malhechores que serían crucificados con Jesús.

Los demás discípulos, al oír todo esto, se indignan. Es comprensible, dado que algún tiempo antes habían discutido sobre quién era el más grande entre ellos. En ese momento, Jesús los llama y, con paciencia, les da una catequesis sobre el poder: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor (diakonos), y el que quiera ser el primero, que sea esclavo (doulos) de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos”. Jesús, el ‘Hijo del Hombre’, revela un rostro y un nombre de Dios inéditos y desconcertantes: ¡el Siervo! Aquel que se despojará y se arrodillará ante cada uno de nosotros para lavarnos los pies.

Reflexiones

¡Todos somos hijos de Zebedeo!
En cada uno de nosotros hay un deseo de ser el primero. Sed de poder, ambición en la sociedad, afán de carrera en la Iglesia: ¿quién puede afirmar estar inmune? Pero el Señor no nos pide ocupar el último lugar absoluto — ese lugar lo reservó para sí mismo — sino asumir un papel de servicio, en la familia, en el trabajo o en la Iglesia, con humildad y gratuidad, sin exigencias. En este servicio, encontraremos a Jesús como compañero, y esto realmente nos hará “reinar” con Él. A veces, esta elección nos llevará a ser también “crucificados”, pero en esos momentos comenzaremos a conocer cuál es “la anchura, la longitud, la altura y la profundidad… del amor de Cristo” (Efesios 3,18-19).

Descender e inmersión.
Cada palabra de Jesús nos pone ante una elección. Como dijo el Papa Francisco: “Estamos ante dos lógicas opuestas: los discípulos quieren sobresalir, Jesús quiere sumergirse”. A la lógica mundana, “Jesús opone la suya: en lugar de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en lugar de sobresalir por encima de los demás, sumergirse en la vida de los demás”. (Ángelus 17.10.2021). Con el bautismo, elegimos esta lógica de servicio. Estamos llamados a descender de una posición de cómoda posición para sumergirnos en la vida del mundo, en las situaciones de injusticia, sufrimiento y pobreza. Si la sociedad se está alejando de Dios, nuestra misión es salir e ir hacia los “cruces de caminos” para llevar a todos la invitación del Rey, como nos recuerda el Papa en el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones que celebramos hoy.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

No es el poder, sino el servicio

Comentario a Mc 10, 35-45

Con la ayuda de Marcos, seguimos a Jesús ya casi llegando a Jerusalén. En el camino, haciendo parte del grupo de los discípulos, nos metemos de lleno en el diálogo de Jesús con los hijos del Zebedeo y su madre sobre la autoridad y el servicio. Hoy, por otra parte, se celebra en la Iglesia la Jornada Misionera Mundial, lo que da a nuestro breve comentario evangélico un ángulo especial de lectura, es decir, el servicio misionero que todos los discípulos de Jesús estamos llamados a realizar en el mundo. Me parece que los hijos del Zebedeo nos ayudan a hacer algunas reflexiones significativas:

- Quieren ocupar los puestos importantes en el proyecto de Jesús. ¿Y quién no? Todos nosotros buscamos ser importantes; a todos nosotros nos gusta que nos consideren para puestos de relevancia, que nos elogien, que nos elijan para ejercer alguna autoridad. Y a mí me parece que eso no está mal, forma parte de nuestra naturaleza y, seguramente, una cierta ambición es positiva para nosotros mismos y para la comunidad. Lo que tenemos que hacer es convertir esa necesidad de ser importantes en una fuerza positiva para nosotros y para los demás.

- Parecen ser bastante inconscientes de lo que piden. Por una parte, no conocen el proyecto de Jesús, que consiste en dar la vida, y, por otra, no son conscientes de los sacrificios que su mismo deseo de protagonismo comporta.

- Jesús aprovecha de su petición para hacerles progresar en el discipulado. A partir de su petición, Jesús dialoga con ellos y les va abriendo los ojos: No se trata de ocupar los primeros puestos, sino de “beber el cáliz”, es decir, de asumir un servicio con todas sus consecuencias: el servicio puede tener sus compensaciones y su gloria, pero implica, antes que nada, asumir una responsabilidad, aceptar las críticas, emplear el propio tiempo y las propias energías. Jesús pide capacidad de estar “a alas duras y a las maduras”. Cuando nos piden un servicio, debemos hacer las cuentas con nuestra capacidad de “beber el cáliz” que tal servicio comporta. Puede que eso nos traiga agradecimientos y elogios, pero también sacrificio y quizá humillación.

- En todo caso, ellos y los demás discípulos aprenden que e en proyecto de Jesús se manda de otra manera. El servicio de la autoridad (en la familia o en la comunidad) no se ejerce como una imposición, sino como un servicio entre hermanos. El político que manda una ciudad o un país no es más que los ciudadanos a los que él sirve. Y eso vale para los que mandan en la Iglesia o en la familia. ¿Quién debe mandar en un determinado ámbito de la vida? El que sirve mejor. Y en ese servicio está la calidad de su autoridad.

Todos nosotros tenemos algún ámbito en el que ejercemos la autoridad. Al leer la Palabra como discípulos/as recordamos que queremos hacerlo al estilo de Jesús: sirviendo. Y en eso consiste precisamente la vocación misionera de la Iglesia: servir a la humanidad con la Palabra de verdad y el gesto de amor hecho escuela, centro de salud, lugar de encuentro, comunidad de vida y fraternidad. Al celebrar la Eucaristía, pedimos que el Espíritu Santo nos haga ser servidores de nuestros esposos, familiares, miembros de nuestra comunidad, especialmente de los más necesitados.
P. Antonio Villarino, MCCJ

Misión es servir y contagiar de esperanza a todos los pueblos

Isaías 53,10-11; Salmo 32; Hebreos 4,14-16; Marcos 10,35-45

Reflexiones
En la cercanía del DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones) – el próximo domingo - se nos propone el ejemplo de Jesús (Evangelio), que “no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (v. 45). Él es el mayor; sin embargo, se hizo nuestro servidor; es el primero, y se hizo último, el esclavo de todos (v. 44). Jesús que lava los pies a los discípulos, su agonía en el huerto, el Crucifijo... son hechos que nos convencen de la palabra del Evangelio de hoy. Jesús ha bebido hasta el fondo - ¡y con amor! - el cáliz de la pasión, ha recibido el bautismo de la muerte y de la resurrección (v. 38). Así Él, verdadero Siervo del Señor, ha dado cumplimiento a la profecía de Isaías (I lectura): ha entregado su vida como expiación, cargando con nuestros crímenes, con la certeza de que vería una descendencia numerosa (v. 10-11). Ya que Él, sumo y gran sacerdote (II lectura), sabe compadecerse de nuestras debilidades; todos los pueblos están invitados a acercarse con seguridad a Él, “para alcanzar misericordia y encontrar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno” (v. 16).

Beber el cáliz – recibir el bautismo” son expresiones de Jesús que indican su itinerario de muerte y de resurrección, para que todos tengan vida en abundancia (Jn 10,10). Jesús quiere involucrar a todos los discípulos en su obra de salvación: los que están bautizados en su nombre y los que Él llama para una vocación de especial consagración (sacerdotes, religiosas, religiosos, misioneros, laicos). De esta identificación sacramental con Cristo nace para todos el don y el compromiso por la Misión, es decir, el compromiso de anunciar el Evangelio a los pueblos que aún no lo conocen.

A la pregunta del Maestro: “¿son capaces de beber el cáliz...?” los discípulos Santiago y Juan responden: “Lo somos” (v. 38). En esta respuesta hay una buena dosis de presunción, pero también de generosidad y de audacia. Cuando venga el Pentecostés del Espíritu, ellos tendrán efectivamente la fuerza de dar el supremo testimonio. También hoy, frente a las múltiples exigencias del compromiso misionero de la Iglesia en el mundo entero, todos los cristianos están llamados a dar respuestas concretas, generosas y creativas, según la situación de cada uno. Algunos están llamados para un servicio misionero de por vida, incluso en regiones alejadas y peligrosas; otros se entregan hasta el sacrificio de su vida... A todos se les pide que colaboren con la oración, el compromiso evangelizador y el compartir solidario con los necesitados. (*)

En sintonía con el Evangelio misionero de hoy, el Papa Benedicto XVI afirmaba: «Los discípulos de Cristo dispersos por todo el mundo trabajan, se esfuerzan, gimen bajo el peso de los sufrimientos y donan la vida… La Iglesia no actúa para extender su poder o afirmar su dominio, sino para llevar a todos a Cristo, salvación del mundo. Nosotros no pedimos sino el ponernos al servicio de la humanidad, especialmente de la más sufriente y marginalizada».

El mes de octubre nos ofrece numerosos ejemplos de santos misioneros que han entregado su vida para anunciar el Evangelio. S. Teresa del Niño Jesús (1 de octubre) ofreció oraciones y sacrificios en el monasterio de Lisieux, S. Francisco de Asís (4 oct.) inauguró el método del diálogo incluso con los musulmanes, San Daniel Comboni (10 oct.) escogió “hacer causa común” con los pueblos africanos, entregándose por completo para ellos. Los santos mártires canadienses Juan de Brébeuf y compañeros (19 oct.) y los dos catequistas ugandeses, los beatos David y Gildo (20 oct.) encontraron el martirio en su servicio como catequistas; y así muchos otros sacerdotes, religiosas y laicos. Son ejemplos que nos ayudan a vivir la fe como don para acoger, profundizar, transmitir. Nos lo recuerda repetidas veces el Papa Francisco: «En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal».

Palabra del Papa
(*) «Al igual que los apóstoles y los primeros cristianos, también nosotros decimos con todas nuestras fuerzas: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20). Todo lo que hemos recibido, todo lo que el Señor nos ha ido concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego y se lo regalemos gratuitamente a los demás. Como los apóstoles que han visto, oído y tocado la salvación de Jesús (cf. 1 Jn 1,1-4), así nosotros hoy podemos palpar la carne sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a compartir con todos un destino de esperanza, esa nota indiscutible que nace de sabernos acompañados por el Señor. Los cristianos no podemos reservar al Señor para nosotros mismos: la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación total y pública en la transformación del mundo y en la custodia de la creación».
Papa Francisco
Mensaje para el DOMUND 2021

NADA DE ESO ENTRE NOSOTROS
Marcos 10, 35-45
José Antonio Pagola

Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día “el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.

A Jesús se le ve desalentado: “No sabéis lo que pedís”. Nadie en el grupo parece entender que seguirlo de cerca colaborando en su proyecto, siempre será un camino no de poder y grandezas, sino de sacrificio y cruz. Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.

Antes que nada, les expone lo que sucede en los pueblos del Imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: Los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para “tiranizar” a los pueblos, y los grandes no hacen sino “oprimir” a sus súbditos. Jesús no puede ser más tajante: “Vosotros, nada de eso”.

No quiere ver entre los suyos nada parecido: “El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros que sea esclavo de todos”. En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha e izquierda, sino servidores como él, que dan su vida por los demás.

Jesús deja las cosas claras. Su Iglesia no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en ella jerarquía alguna en clave de honor o dominación. Tampoco métodos y estrategias de poder. Es el servicio el que construye la Iglesia de Jesús.

Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino “para servir y dar su vida en rescate por todos”. Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.

La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes, hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de su proyecto. No necesitamos en la Iglesia imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes, que se pongan a trabajar y colaborar.
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