El evangelio de este domingo narra el episodio del llamado joven rico, que todos conocemos bien. Después del tema del matrimonio, la Palabra de Dios hoy nos invita a abordar otro tema delicado: el de las riquezas. [...]
“¡Una sola cosa te falta!”
Marcos 10,17-30
El evangelio de este domingo narra el episodio del llamado joven rico, que todos conocemos bien. Después del tema del matrimonio, la Palabra de Dios hoy nos invita a abordar otro tema delicado: el de las riquezas.
El pasaje está estructurado en tres momentos. En primer lugar, el encuentro de Jesús con un hombre rico que le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Luego, el famoso comentario de Jesús sobre el peligro del apego a las riquezas: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios”, justo después de que, ante la propuesta de Jesús, el joven “se oscureció el rostro y se fue triste”. “Porque tenía muchos bienes”, añade el evangelista. Finalmente, la promesa del ciento por uno a quienes dejen todo “por causa de Él y del Evangelio”.
Tres miradas de Jesús marcan este evangelio: la mirada de simpatía y amor hacia el joven rico; la mirada triste y reflexiva hacia los que lo rodean, tras la partida del joven; y, finalmente, la mirada profunda y tranquilizadora hacia sus más cercanos, los doce. Hoy, la mirada de Jesús está dirigida hacia nosotros. Escuchar este evangelio debe hacerse con los ojos del corazón.
El texto comienza con el relato del encuentro de Jesús con “un hombre”, sin nombre, adinerado, un joven, según Mateo (19,16-29), y un jefe, según Lucas (18,18-30). Esta persona podría ser cualquiera de nosotros. Todos somos ricos, porque el Señor “siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para que nos hiciéramos ricos por medio de su pobreza” (2 Corintios 8,9). Al mismo tiempo, todos somos pobres, pobres de amor, de generosidad, de coraje. Este evangelio revela nuestra realidad profunda, poniendo al descubierto nuestras falsas riquezas y seguridades. “Tú dices: Soy rico, me he enriquecido, no necesito nada. Pero no sabes que eres un desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3,17).
“Jesús lo miró con cariño y lo amó”. Esta es sin duda la mirada más hermosa, profunda y singular de Jesús. Sin embargo, encontramos muchas referencias a la mirada de Jesús en los evangelios. Su mirada nunca es indiferente, apática o fría. Es una mirada clara, luminosa y cálida, que interactúa con la realidad y las personas. Es una mirada curiosa que se mueve, observa e interroga. Una mirada que revela los sentimientos profundos de su corazón. Una mirada que siente compasión por las multitudes y percibe sus necesidades. Una mirada atenta a cada persona que encuentra en su camino. Una mirada que suscita milagros, como en el caso de la viuda de Naín. Una mirada que nutre profundos sentimientos de amistad y ternura, hasta hacerlo llorar por su amigo Lázaro y por la ciudad santa de Jerusalén, la niña de los ojos de todo israelita.
Su mirada es también penetrante, como su palabra, “más cortante que una espada de doble filo”. “Todo está desnudo y descubierto” a sus ojos, como dice la segunda lectura (Hebreos 4,12-13). Su mirada es también una mirada llameante (Apocalipsis 2,18), que se enfurece ante la dureza de corazón, la negligencia hacia los pequeños y la injusticia hacia los pobres.
Los ojos de Jesús son protagonistas, los precursores de su palabra y de su acción. Nosotros, en general, consideramos el evangelio como un relato de las palabras y acciones de Jesús. Sin embargo, podríamos decir que también hay un evangelio de las miradas de Jesús. Son sobre todo los artistas quienes lo cuentan.
La pintura más famosa que representa la mirada de Jesús dirigida al joven rico es probablemente la de “Cristo y el joven gobernante rico” del pintor alemán Heinrich Hofmann (1889). La mirada profunda e intensa de Jesús está dirigida hacia el joven, mientras sus manos están extendidas hacia la mirada triste y lánguida de los pobres. El joven tiene una mirada perdida, incierta y esquiva, dirigida hacia abajo, hacia la tierra. Es una representación icónica de la vocación fallida del “decimotercer apóstol”, podríamos decir. En contraste, la pintura ilustra bien la vocación del cristiano: acoger la mirada de Cristo para luego dirigirla hacia los pobres. Sin la unificación de esta doble mirada, no hay fe, solo religiosidad alienante.
“¡Una sola cosa te falta!”. ¿Cuál? Aceptar la mirada de Jesús sobre ti, sea cual sea, dejar que penetre en lo más profundo de tu corazón y lo transforme. Y entonces descubriremos, con asombro, alegría y gratitud, que realmente “¡todo es posible para Dios!”
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Caridad y compartir: alma de la Misión
Sab 7,7-11; Sl 89; Hb 4,12-13; Mc 10,17-30
Reflexiones
“En el mundo hay bastantes bienes para las necesidades de todos, pero no bastantes para la avidez de cada uno” (Gandhi). Palabras de un no cristiano, en sintonía con la severa enseñanza de Jesús sobre el uso de los bienes materiales y el peligro de las riquezas. El evangelista Marcos lleva al catecúmeno y al discípulo al descubrimiento progresivo de la “buena nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (1,1), revelando gradualmente su identidad a través de milagros y enseñanzas. En la parte central de su Evangelio, Marcos coloca las exigencias más altas de la moral cristiana, que agrupa en torno a tres temas: las condiciones para seguir a Jesús (negarse a sí mismos, cargar con la cruz: 8,32-38); el uso de los bienes materiales (el peligro de las riquezas, la recompensa para los que dejan los bienes terrenales: 10,17-31); las exigencias de la vida familiar (indisolubilidad del matrimonio, amor y respeto por los niños: 10,2-16).
Los tres temas van acompañados de tres anuncios de la pasión y de la resurrección (8,31; 9,31; 10,32-34); y se encuentran entre dos milagros de Jesús que abre los ojos a dos ciegos: el ciego de Betsaida (8,22-25) y el ciego de Jericó (10,46-52). Altamente significativas son las palabras que Jesús dice a este ciego: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y el ciego, sanado, se hace discípulo y sigue a Jesús. En el Evangelio de hoy, Marcos dice que el camino de la moral cristiana -y por tanto, la salvación- “es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo” (v. 27). Él nos abre los ojos sobre el camino a seguir y, con la fe, nos da las fuerzas para seguirlo.
Cristo invita a poner en primer lugar a las personas, no los bienes materiales; Él es para los pobres, pero está en contra de la miseria; la pobreza que Él propone es con miras a la comunión; los bienes tienen sentido solo si son signos e instrumentos de encuentros con los demás en el compartir. (*) Jesús no condena de manera absoluta las riquezas; tampoco elogia la miseria y el hambre, pero enseña cómo usar los bienes: con honestidad, justicia y caridad. Al joven del Evangelio, que “era muy rico” (v. 22) y un fiel cumplidor de los mandamientos (v. 20), el Maestro le dirige una mirada cariñosa (v. 21), invitándole a ir más allá de la observancia de la ley y a dar un salto cualitativo: entrar en la lógica de la caridad y del compartir los bienes con los pobres. De este modo se afianza la propia libertad frente a las cosas, aunque sean hermosas y buenas, sin ser, sin embargo, dependientes o cautivos de ellas. Solo así la vida se vive en la gratuidad: como don que se comparte con otros. En el seguimiento del Señor, se descubre la riqueza y el gozo del Tesoro (v. 21), que no son las cosas, sino una Persona, el Señor.
La persona sabia (I lectura) descubre que la Sabiduría que viene de Dios vale más que las riquezas, más que la salud y la hermosura (v. 9-10). La palabra de Dios “viva y eficaz” (II lectura), que sondea el sentido de las cosas y la profundidad del corazón humano (v. 12), lleva a entender que en el cristianismo la virtud principal no es la pobreza ni tampoco el dejarlo todo, sino la caridad, entendida como donación de sí mismos y de las cosas para prestar un servicio de amor a los demás. Por eso la caridad es el alma de la Misión: el amor empuja hacia la misión y la solidaridad. La caridad es signo e instrumento de comunión entre las Iglesias, en el intercambio de dones. El joven fue a encontrar a Jesús para recibir, y Jesús le enseña a dar, a compartir, a ayudar a los necesitados. Este es el camino que conduce al Tesoro. (*)
Las palabras de Jesús al joven rico tienen una resonancia especial en el mes misionero de octubre: Anda, dale el dinero a los pobres, ven y sígueme... La misión es ir, supone siempre una salida de sí mismo, es gozar en el descubrimiento de un Tesoro que te llena la vida, es sentir la urgencia de comunicar un Tesoro tan precioso, es descubrir que los otros son más importantes que nuestras cosas, es compartir bienes espirituales y materiales con los más necesitados. (**) Esta es la misión que da sentido pleno a la vida y sabor nuevo a la familia humana. Dan testimonio de ello grandes misioneros, que el calendario recuerda en el mes de octubre: Teresa del Niño Jesús, Francisco de Asís, Daniel Comboni, Juan XXIII, Teresa de Ávila, Ignacio de Antioquía, el evangelista Lucas, los santos mártires canadienses, Laura Montoya, Antonio M. Claret y los nuevos santos que el Papa proclama en este domingo: San Pablo VI, San Óscar Arnulfo Romero Galdámez, mártir, arzobispo de San Salvador (El Salvador) y otros cuatro beatos.
Palabra del Papa
«Jesús inauguró, ya para hoy, los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de nuestro ser humanos, tantas veces olvidada: Hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor. Tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir de hombres y mujeres que aprenden a hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social. La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero (cfr. 1 Jn 4,19)... Solo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento».
Papa Francisco
Mensaje para el DOMUND-Domingo Mundial para las Misiones, 2021
A cargo de: P. Romeo Ballán, mccj
CON JESÚS EN MEDIO DE LA CRISIS
Marcos 10, 17-30
José Antonio Pagola
Antes de que se ponga en camino, un desconocido se acerca a Jesús corriendo. Al parecer, tiene prisa para resolver su problema: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Todo lo tiene resuelto.
Jesús lo pone ante la Ley de Moisés. Curiosamente, no le recuerda los diez mandamientos, sino solo los que prohíben actuar contra el prójimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la religión judía: “Todo eso lo he cumplido desde joven”.
Jesús se le queda mirando con cariño. Es admirable la vida de una persona que no ha hecho daño a nadie. Jesús lo quiere atraer ahora para que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo más humano, y le hace una propuesta sorprendente: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres… y luego ven y sígueme”.
El rico posee muchas cosas, pero le falta lo único que permite seguir a Jesús de verdad. Es bueno, pero vive apegado a su dinero. Jesús le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al servicio de los pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados podrá seguir a Jesús colaborando en su proyecto.
El hombre se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin su riqueza. Su dinero está por encima de todo. Renuncia a seguir a Jesús. Había venido corriendo entusiasmado hacia él. Ahora se aleja triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesús.
La crisis económica nos está invitando a los seguidores de Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.
Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos? ¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?
Son preguntas que hemos de hacernos en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero si damos pequeños pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.
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