Un capítulo importante de metodología misionera comienza con las palabras de Jesús (Evangelio de Marcos 6,30-34): «Vengan ustedes solos a un sitio tranquillo a descansar un poco» (v. 31). Palabras que forman parte de la misión que Jesús confía a los discípulos de entonces y de hoy. Una vez más, en esta invitación Jesús se revela maestro sabio y concreto.

Jesús, los discípulos y la multitud

No tenían ni tiempo para comer.”
Marcos 6,30-34

Si quisiéramos captar el tema principal que emerge de las lecturas de este domingo, podríamos resumirlo en torno a dos conceptos o figuras: el pastor y el descanso.

– Primera lectura: “Reuniré yo mismo el resto de mis ovejas de todas las regiones… y las haré regresar a sus pastos; serán fecundas y se multiplicarán… y Israel vivirá tranquilo” (Jeremías 23,1-6);
– Salmo responsorial: “Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma.” (Salmo 22/23);
– Segunda lectura: “Cristo es nuestra paz” (Efesios 2,13-18);
– Evangelio: “Al desembarcar, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor”.

Desde el principio pedimos la gracia de reconocer en Cristo a nuestro Pastor, el único que nos permite anticipar la alegría del “Descanso”, meta de la existencia cristiana y de la humanidad. Nuestra vida es un peregrinaje en el desierto hacia el descanso de la “Tierra Prometida”.

¡Una huida fallida!

El pasaje del evangelio nos narra el regreso de los Doce que Jesús había enviado en misión el domingo pasado. Hemos oído el relato, pero intentemos revivirlo imaginando la escena. El evangelista nos dice que “los apóstoles [es la única vez que Marcos los llama apóstoles] se reunieron alrededor de Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado”. Así que, en la fecha que Jesús les había fijado, se presentan, tal vez en grupos pequeños, para rendir cuenta de lo que habían “hecho” y “enseñado”. El apóstol siempre regresa al que lo envió, a la fuente de la misión. Jesús los escucha complacido y, notando su cansancio, los invita a hacer una pausa: “Venid aparte, a un lugar desierto, y descansad un poco”. Había, de hecho, demasiado bullicio de personas que “iban y venían”. El Maestro era la atracción. Tal vez otra gente de los pueblos que los apóstoles habían evangelizado quiso acompañarlos para conocer a Jesús. El hecho era que “no tenían ni tiempo para comer”!

El grupo necesitaba no solo descanso físico, sino también tranquilidad, reflexión, y confrontación con Jesús y con los compañeros para evaluar su primera experiencia de misión. Allí corrían el riesgo de ser arrastrados por la frenética actividad o incluso de caer en la trampa del protagonismo. “Entonces, se fueron en la barca a un lugar desierto, aparte”. En otras ocasiones el Maestro se había apartado de la multitud para estar solo con sus discípulos. La multitud, sin embargo, esta vez intuyó su movimiento y, a pie, llegó al lugar incluso antes que ellos. ¡Una huida fallida! ¿Cómo reaccionó Jesús? Él “tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”.

Ahora tratemos de identificarnos con los tres protagonistas de este pasaje del evangelio: Jesús, los apóstoles y la multitud.

1. JESÚS: “tuvo compasión de ellos”. Él siente una emoción profunda al ver la multitud y cambia sus planes. Su actitud es para nosotros un doble desafío. En primer lugar, su mirada de compasión. Todo nace de la mirada. Nuestra visión de la realidad depende del tipo de mirada que tenemos. Cultivar una mirada compasiva es hoy una prioridad absoluta. A través de los medios de comunicación vemos todos los días a estas multitudes sufriendo y corremos el riesgo de acostumbrarnos al sufrimiento ajeno, hasta llegar a la insensibilidad y la indiferencia. La mirada de compasión debe ser cultivada: ¿cómo? Estando atentos a los juicios y prejuicios que surgen en nosotros, anestesiando nuestros sentimientos. Y luego, traducir la compasión en gestos de solidaridad, aunque nos parezcan una gota en el mar del sufrimiento humano. Dice San Pablo: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús.” (Filipenses 2,5).

También nos desafía la prontitud con la que Jesús reacciona ante esta situación. A la vista de esa multitud, los apóstoles habrán experimentado irritación, como nos pasa a menudo, cuando alguien o un evento nos obliga a cambiar nuestros planes. Tal vez regresamos del trabajo, cansados, deseando descansar y, en cambio, los hijos nos esperan para jugar con ellos, o el otro cónyuge espera de nosotros atención o ayuda. Quizás, en otras ocasiones, tenemos un trabajo por terminar, con el tiempo contado, y alguien viene a interrumpirnos… Dejarse interrumpir para acoger a una persona, estar dispuesto a cambiar nuestros planes, dar prioridad al otro y saber “perder tiempo”, todo esto forma parte de la ascética del servicio.

2. LOS APÓSTOLES: “no tenían ni tiempo para comer”. A menudo también nosotros estamos en su situación. Demasiado ocupados con nuestras tareas, arrastrados por la frenética actividad de nuestros días, corremos el riesgo de quedarnos espiritualmente desnutridos y, sin darnos cuenta, ser succionados por el vacío de una visión materialista de la vida. Es esencial cultivar momentos de pausa, de silencio y de tranquilidad para leer las Escrituras o un buen libro, para reflexionar y orar. Además, todos deberíamos tener “un lugar desierto, aparte” donde refugiarnos en ciertos momentos: una iglesia, un santuario, un parque… Y por último, sería conveniente revisar cómo pasamos el domingo, si realmente es un día de descanso, físico, mental y espiritual.

3. LA MULTITUD: “eran como ovejas sin pastor”. Era la multitud de la que hablaba el profeta Jeremías en la primera lectura (ver también Ezequiel 34), una multitud desorientada, una multitud descuidada por los pastores. Y cuando los pastores no cumplen con su tarea, entran los ladrones, los bandidos y los lobos, que seducen, explotan a la gente, ofreciendo ilusiones, vendiendo humo y conduciendo a las multitudes por caminos de muerte.

Esta multitud podemos ser también nosotros. En momentos de malestar y vacío interior, de cansancio y búsqueda de sentido, de desorientación y confusión, si no tenemos cuidado, todos podemos ser cautivados por los flautistas que abundan en nuestra sociedad. Que el Señor, en los momentos de crisis, haga resonar en nuestro corazón su invitación: “Vengan a mí, todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.” (Mateo 11,28).

Propuesta de ejercicio semanal: elaborar un plan de descanso (físico, psíquico y espiritual) para este período de “vacaciones”.

P. Manuel João Pereira Correia mccj
Verona, julio de 2024

Una página de metodología misionera

Jer 23,1-6; Sal 22; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34

Reflexiones
Un capítulo importante de metodología misionera comienza con las palabras de Jesús (Evangelio): «Vengan ustedes solos a un sitio tranquillo a descansar un poco» (v. 31). Palabras que forman parte de la misión que Jesús confía a los discípulos de entonces y de hoy. Una vez más, en esta invitación Jesús se revela maestro sabio y concreto. Había enviado a los discípulos (ver el Evangelio del domingo pasado) de dos en dos, sin recursos materiales, entre gente desconocida, para realizar una actividad nueva en el estilo y exigente en los contenidos (anuncio del Reino, mensaje de las Bienaventuranzas), con la perspectiva de verse rechazados… sin contar, además, el cansancio físico de los viajes. Cualquiera que tenga experiencia personal de viajes misioneros se da cuenta de este género de cansancios físicos y apostólicos. El estrés, a veces hasta el agotamiento, acompaña a menudo la vida del misionero.

La invitación de Jesús a desconectar y apartarse es una medida de sabiduría y de método. Guardar un ritmo de descanso y recuperación de energías físicas y espirituales, tomar distancia de las actividades para tener un tiempo de reflexión y evaluación, son mecanismos comprobados para recargar las pilas. Pero Jesús va más allá en su metodología misionera: Él crea un espacio para que los discípulos narren la misión, con todo lo que han hecho y enseñado (v. 30). Narrar la misión, dar cuenta de ella a Jesús y a los compañeros de equipo, hablar juntos, confrontarse con otros, consolarse y sostenerse en las dificultades, revisar métodos y estrategias, discernir juntos… son pasos de un estilo misionero vencedor.

Jesús es el primero que quiere tomar parte en este proceso de revisión: Él mismo pide tiempo para ello, quiere estar presente, escuchar, orientar… También hoy, toda evaluación, para ser eficaz, debe hacerse siempre a la luz de la Palabra de Dios, delante del Sagrario, dentro de una comunidad de hermanos y hermanas, cultivando espacios de contemplación de lo creado, como nos enseña el Papa Francisco. (*) Esto vale para la misión, así como para todas las actividades de desarrollo humano integral, el cual forma parte de la misión.

Jesús mantiene la invitación a apartarse (v. 31.32), ya que “no encontraban tiempo ni para comer” (v. 31), pero, al mismo tiempo, Él no es inflexible y demuestra su disponibilidad ante las emergencias. No se esconde ante un nuevo asedio de la multitud; por el contrario, renuncia a su tranquilidad, se compadece de ellos y se pone a enseñarles con calma. Jesús siente una conmoción profunda por la gente, “porque andaban como ovejas sin pastor” (v. 34).

Los guías políticos y religiosos habían abandonado a la gente y buscaban otros intereses. Ya había ocurrido en el Primer Testamento, como lo denunciaban los profetas Ezequiel, Jeremías y otros (I lectura): “Ay de los pastores… Ustedes dispersaron mis ovejas, las expulsaron” (v. 1-2). Por tanto, el Señor se compromete en primera persona: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países… Les pondré pastores que las pastoreen” (v. 3-4). El Buen Pastor es Jesús, que da su vida por las ovejas, derriba los muros de separación, congrega a los hijos dispersos, acerca a los vecinos con los forasteros en un solo cuerpo, reconcilia a todos en la paz, con su sangre, por medio de la cruz (II lectura).

Jesús es el verdadero guía del nuevo pueblo de Dios, el modelo de los pastores (1P 5,1-2). Esto vale tanto para la Iglesia como para la sociedad. Todo el que tenga una tarea de guía, a cualquier título y nivel, puede aprender de Cristo. En Él se inspira, emblemáticamente, también la siguiente reflexión sobre el contagio del jefe scout:
“Acuérdate, jefe scout,
si tú reduces la velocidad, ellos se paran; /
si tú cedes, ellos dan marcha atrás; /
si tú te sientas, ellos se tumban; /
si tú dudas, ellos se desesperan; /
si tú criticas, ellos destruyen. /
Si tú caminas adelante, ellos se te adelantarán; /
si tú das la mano, ellos darán su piel; /
si tú oras, ellos serán santos”.
¡Es la mejor metodología: la de Cristo y de los verdaderos educadores!

Palabra del Papa

(*) «Dios ha escrito un libro precioso, “cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo … “La naturaleza es una continua revelación de lo divino”. Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque “para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa”. Podemos decir que, “junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche”».
Papa Francisco
Encíclica Laudato si’ (2015) n. 85

P. Romeo Ballan, MCCJ

Superar la indiferencia: Hacer causa común
Un comentario a Mc 6, 30-34

Leemos hoy cinco versículos que forman una especie de transición literaria entre dos narraciones fuertes de Marcos: el martirio de Juan Bautista (una experiencia seguramente muy dolorosa para los discípulos y el mismo Jesús) y la multiplicación de los panes (signo elocuente de un Dios que alimenta al pueblo de los sencillos y fieles en el desierto).

El texto que leemos hoy es, pues, de transición, pero no por ello menos importante. De hecho, está lleno de profundos y límpidos sentimientos en dos direcciones principales: la comunidad de los discípulos y la multitud de personas en búsqueda de una mayor calidad de vida. En el corazón de Jesús se produce como una especie de doble movimiento de sístole y diástole, de ida y venida, entre la comunidad y la multitud, que, como el del corazón, se necesitan y se alimentan recíprocamente. Detengámonos un momento en este doble movimiento de amor concreto:

1. Ternura en la comunidad de amigos

Marcos nos cuenta como Jesús acoge a los discípulos que regresan de la misión, los escucha y los invita a descansar, como él lo hacía entre los amigos de Betania… No sé si ustedes recuerdan la película de Pier Paolo Pasolini sobre el evangelio de San Mateo, que se proyectó hace ya bastantes años; era una gran película, pero –si mi memoria no me falla– presentaba a Jesús como una especie de profeta serio y más bien enojado, como una especie de látigo de hipócritas y corruptos; con el rostro tenso, la voz firme y la condena siempre en los labios; sin más amigos que una justicia descarnada y una moralidad exigente e irreductible…. Sin duda, Jesús fue claro en la denuncia de una religiosidad hipócrita y esclerotizada, pero Jesús era mucho más que un profeta airado. En el evangelio de hoy Marcos nos presenta a un Jesús tierno, acogedor, preocupado por el bienestar incluso físico de sus amigos. Esto nos da la medida de esa humanidad tan necesaria en cualquier familia, comunidad o grupo apostólico. A veces queremos hacer las cosas tan bien, somos tan perfeccionistas o tenemos tantas ambiciones para las personas queridas que nos volvemos intransigentes, mordaces, airados, condenadores. Ojalá, Jesús sea nuestro modelo de ternura, acogida y humanidad.

2. Conmoción ante las necesidades de la multitud

La estrecha vida comunitaria de Jesús con sus discípulos no lo vuelve ciego a las necesidades de los demás, sino todo lo contrario: lo hace más sensible y comprometido ante la presencia de una multitud que, como ovejas que vagan sin pastor, busca afanosamente más salud, más comprensión, más sentido, más vida. La actitud de Jesús es la misma que, muchos más años más tardes, adoptaría uno de sus discípulos, Daniel Comboni, quien, al llegar a Jartum (África), dijo: “Quiero hacer causa común con cada uno de ustedes”.

Antes la multitud de personas que hoy como ayer buscan salud, alimento, dignidad, amor…, la respuesta del discípulo misionero no es la indiferencia, el mirar hacia otro lado, sino el “hacer causa común”, compartir inquietudes, emociones y sueños. Esa conmoción, ese hacer causa común encontrará a su tiempo su expresión en iniciativas humanitarias concretas, en palabras y gestos de solidaridad. Pero lo primero es no caer en la indiferencia, conmoverse, sentirse parte de esa gente. La primera actitud del discípulo misionero es la de “estar”, compartir, sentir como propias las necesidades de los demás; y, a partir de ahí, echar una mano o las dos si hace falta, cada uno según sus propias posibilidades, con la confianza de que, si cada uno aporta lo suyo, se producirá el milagro del pan compartido, de la fraternidad, del gozo de la vida compartida.
P. Antonio Villarino, MCCJ

LA MIRADA DE JESÚS

Marcos 6,30-34

Marcos describe con todo detalle la situación. Jesús se dirige en barca con sus discípulos hacia un lugar tranquilo y retirado. Quiere escucharlos con calma, pues han vuelto cansados de su primera correría evangelizadora y desean compartir su experiencia con el Profeta que los ha enviado. El propósito de Jesús queda frustrado. La gente descubre su intención y se le adelanta corriendo por la orilla. Cuando llegan al lugar, se encuentran con una multitud venida de todas las aldeas del entorno. ¿Cómo reaccionará Jesús?

Marcos describe gráficamente su actuación: los discípulos han de aprender cómo han de tratar a la gente; en las comunidades cristianas se ha de recordar cómo era Jesús con esas personas perdidas en el anonimato, de las que nadie se preocupa. «Al desembarcar, Jesús vio un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas».

Lo primero que destaca el evangelista es la mirada de Jesús. No se irrita porque hayan interrumpido sus planes. Los mira detenidamente y se conmueve. Nunca le molesta la gente. Su corazón intuye la desorientación y el abandono en que se encuentran los campesinos de aquellas aldeas. En la Iglesia hemos de aprender a mirar a la gente como la miraba Jesús: captando el sufrimiento, la soledad, el desconcierto o el abandono que sufren muchos. La compasión no brota de la atención a las normas o el recuerdo de nuestras obligaciones. Se despierta en nosotros cuando miramos atentamente a los que sufren.

Desde esa mirada, Jesús descubre la necesidad más profunda de aquellas gentes: andan «como ovejas sin pastor». La enseñanza que reciben de los letrados de la Ley no les ofrece el alimento que necesitan. Viven sin que nadie cuide realmente de ellas. No tienen un pastor que las guíe y las defienda.

Movido por su compasión, Jesús «se pone a enseñarles muchas cosas». Con calma, sin prisas, se dedica pacientemente a enseñarles la Buena Noticia de Dios. No lo hace por obligación. No piensa en sí mismo. Les comunica la Palabra de Dios, conmovido por la necesidad que tienen de un pastor. No podemos permanecer indiferentes ante tanta gente que, dentro de nuestras comunidades cristianas, anda buscando un alimento más sólido que el que recibe. No hemos de aceptar como normal la desorientación religiosa dentro de la Iglesia. Hemos de reaccionar de manera lúcida y responsable. No pocos cristianos buscan ser mejor alimentados. Necesitan pastores que les transmitan el mensaje de Jesús.
José Antonio Pagola