Los acontecimientos que coronan la vida terrena de Jesús dan sentido e iluminan el doloroso recorrido anterior. “Por eso, el evangelista Juan habla de exaltación, por ende, de ascensión de Jesús en el mismo día de la muerte en la cruz: muerte-resurrección-ascensión constituyen el único misterio pascual cristiano, en el cual se realiza la recuperación en Dios de la historia humana y del ser cósmico.

“¡Vayan!”
Los ‘pies’ de la Iglesia misionera

Hechos 1,1-11; Sal 46; Ef 4,1-13; Mc 16,15-20

Reflexiones
Las lecturas de hoy presentan la Ascensión de Jesús al cielo bajo tres aspectos complementarios:

- 1°: es una gloriosa manifestación de Dios (I lectura), con la nube propia de las apariciones divinas, hombres vestidos de blanco, cuatro referencias al cielo en tan solo dos versículos, el anuncio del retorno futuro (v. 9-11);

- 2°: es el epílogo de una hazaña difícil y paradójica, pero exitosa (II lectura): Jesús, subiendo a lo alto, distribuye dones a los hombres y llena el universo (v. 8.10);

- 3°: es el envío de los apóstoles para una misión tan grande como el mundo (Evangelio).

Los acontecimientos que coronan la vida terrena de Jesús dan sentido e iluminan el doloroso recorrido anterior. “Por eso, el evangelista Juan habla de exaltación, por ende, de ascensión de Jesús en el mismo día de la muerte en la cruz: muerte-resurrección-ascensión constituyen el único misterio pascual cristiano, en el cual se realiza la recuperación en Dios de la historia humana y del ser cósmico. También los cuarenta días, mencionados en Hechos 1,2-3, evocan un tiempo perfecto y definitivo, y no se deben considerar en modo alguno como una información cronológica” (G. Ravasi).

El cumplimiento o epílogo de la Pascua de Jesús es la raíz de la gozosa esperanza de la Iglesia y de la serena confianza de los fieles de poder gozar un día de la misma gloria de Cristo (Prefacio). Esta es la base del compromiso apostólico y del optimismo que anima a los misioneros del Evangelio, con la certeza de ser portadores de un mensaje de vida y de esperanza, que ya ha tenido éxito pleno en Cristo gracias a la resurrección; y lo va teniendo, aunque solo parcialmente, también en la vida de los miembros de la comunidad cristiana.

Motivados interiormente por la positiva experiencia de vida nueva en Cristo, los Apóstoles - y los misioneros de todos los tiempos - se convierten en sus “testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (Hch 1,8), en un movimiento que se abre de manera progresiva del centro (Jerusalén) hacia una periferia tan vasta como todo el mundo. En efecto, el mundo entero es el campo al cual Jesús, antes de subir al cielo, envía a los suyos (Evangelio): “Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación” (v. 15). Algunas imágenes presentan la fiesta de hoy con dos pies que sobresalen de la nube que envuelve el cuerpo de Jesús. Son los pies de la Iglesia misionera, los pies con los cuales Jesús sigue andando hoy por los caminos del mundo; y no solo los pies, sino también las manos, la boca, el corazón… al servicio de la misión. La Ascensión, por tanto, no es una fiesta de adiós por una salida, sino fiesta de envío, de misión. Una misión que se realiza gracias a la presencia permanente del Señor, que coopera con los evangelizadores y confirma la Palabra con señales (v. 20). El mismo Señor que nos asegura: “He aquí que yo estoy con ustedes todos los días” (Mt 28,20).

Los verbos del envío en misión mantienen su perenne actualidad: ‘ir’ indica el dinamismo y el valor para adentrarse en las siempre nuevas situaciones del mundo; (*)proclamar el Evangelio’ a los pueblos para que se hagan seguidores no ya de una doctrina, sino de una Persona; ‘creer’ equivale a la obediencia de la fe; ‘bautizar hace referencia al sacramento que transforma e introduce a las personas en la vida trinitaria y eclesial.

Los apóstoles cumplen en seguida el mandato de Jesús: “Se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes” (v. 20). Las últimas palabras de los cuatro Evangelios son el lanzamiento de la Iglesia en misión - ¡una Iglesia en permanente estado de Misión! - para continuar la obra de Jesús. ¡Por todas partes, siempre! Con su palabra y su estilo de vida Jesús nos enseña a conjugar el cielo con la tierra: mirar al cielo y no olvidar la tierra. Para que, con el aporte de cada uno, arremangándose, el proyecto de Jesús llegue a transformar a las personas por dentro, en el corazón, y, de esta manera, se logre crear un mundo más justo, fraterno, solidario. La mirada al cielo - meta final e inspiradora del gran viaje de la vida - lejos de distraer y de quitar energías, estimula a los cristianos y a los evangelizadores a tener una mirada de amor hacia el mundo. A realizar un compromiso misionero generoso y creativo, sintonizado con las situaciones concretas. ¡Para la vida de la familia humana!

Palabra del Papa

(*) «Hoy, en este ‘vayan’ de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva ‘salida’ misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio. La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera».
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013) n. 20-21

P. Romeo Ballan, MCCJ

Solemnidad de la Ascensión

Jesús nos pasa el “testigo” de la misión

Comentario a Mc 16, 15-20

Esta vez la lectura evangélica de la liturgia da un salto. Del evangelio de Juan, que veníamos leyendo en los domingos de Pascua, pasamos a leer hoy la última parte del último capítulo de Marcos, que los expertos aseguran que fue añadido al evangelio original con un poco de retraso, lo cual no quiere decir que no sea evangélico; al contrario, se trata de un mensaje muy importante, que revela un dato significativo de la fe de los primeros cristianos. Los cinco versículos que leemos hoy hablan de cómo el testigo de la misión pasó de Jesús a la Iglesia, que continúa su obra en el mundo. Veamos brevemente cada uno de estos versículos:

1. “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda criatura”
Más claro no se puede decir. Los amigos y discípulos de Jesús entendieron muy pronto tres cosas: a) que la experiencia de amistad y discipulado que ellos habían hecho con Jesús de Nazaret era una perla preciosa, lo más importante que les había pasado en sus vidas; b) que a pesar de su muerte –o precisamente en y por ella– Jesús no era un perdedor, sino un triunfador –no por la prepotencia sino por el amor– y que ahora vive junto al Padre –por lo que sigue presente en cada época de la historia humana–; c) que esta maravillosa noticia no podían reservársela para ellos solos, que debía llegar a todos los rincones de la Tierra. Proclamar esta “Buena Noticia”, este “Evangelio” no es un mandato para imponer a otros una ideología o unos ritos, es un mandato para compartir con todos el enorme don recibido.

2. “El que crea y se bautice se salvará”
Los discípulos y discípulas tienen claro también que la misericordia de Dios se les ha revelado a ellos y a todos los seres humanos en la persona de Jesucristo. Y para entrar en esta misericordia no hay que ser “los mejores”, sólo hay que creer, es decir, no encerrase en el propio orgullo o hipocresía y abrirse gratuitamente al Amor que gratuitamente se nos ofrece. El bautismo es el signo elocuente de esta aceptación, de este reconocimiento del propio pecado y de este dejarse purificar y liberar por el amor sin fin revelado en Aquel que, “siendo Dios no se agarró a su ser divino, sino que se despojó para hacerse igual a nosotros”.

3. “Impondrán las manos a los enfermos y estos se curarán”
A veces nos parece que la misión de Jesús consiste en predicar. Y es verdad que la palabra es muy importante; ella nos permite comprender muchas cosas, iluminar nuestro camino, abrirnos a los demás y a Dios. Pero el Mensaje cristiano es mucho más que palabras. Es vida, es acción, es salud, es educación, es libertad…actúa en nuestra vida concreta, en cuerpo y alma. Es interesante notar como desde los inicios la misión cristiana ha creado todo un mundo de solidaridad (hospitales, escuelas, centros para ancianos y para niños, etc.). Estas acciones sociales no pretenden ganarsla simpatía de la gente. Son “signos mesiánicos”, es decir, acciones concretas que muestran el amor concreto de Dios por cada persona en su situación concreta. Por otra parte, esta “sanación”, que a veces en el mundo occidental reducimos a una pura curación física, es mucho más que eso: es una sanación de la persona misma, lo que evidentemente tiene efectos inimaginables de sanación física y psíquica, de las relaciones sociales y de la sociedad misma. No hay duda, el Evangelio, cuando se anuncia y se escucha desde la sinceridad, tiene en sí mismo una extraordinaria fuerza sanadora y liberadora.

4. “Fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”
Naturalmente estos tres términos –elevarse, sentarse, diestra– son un lenguaje simbólico para transmitirnos una verdad con varias vertientes, entre otras, que ahora Jesús, estando “en el cielo”, más allá de la tierra, no tiene las limitaciones histórica de una galileo del primer siglo; ahora es contemporáneo de todos nosotros, de cualquier cultura, de cualquier género y de cualquier experiencia humana. En su nueva situación, Jesús no es manipulable por ninguno de nosotros (“no me toques”, dijo a la Magdalena), pero es cercano a todos, en cualquier condición de la vida: hombre o mujer, blanco o negro, más o menos pecador, moderno o anticuado… Todos podemos estar en comunión con el que está “sentado a la diestra de Dios”.

5. “Ellos salieron a predicar y el Señor cooperaba con ellos”
Los discípulos y discípulas no se quedaron en Jerusalén, paralizados por el recuerdo o la nostalgia del Maestro. Se hicieron responsables del Evangelio en el mundo y se pusieron  en marcha, con una fidelidad libre y creativa, sintiendo siempre que el Señor seguía con ellos, aunque de otra manera. Esa es la Iglesia, la comunidad de los discípulos, que se hace cargo del Evangelio en el mundo. Cada uno de nosotros es parte de esta Iglesia y tiene su parte de responsabilidad en esta misión.
P. Antonio Villarino, mccj