“¿Quién es Jesús?” La cuestión de fondo de todo el Evangelio de Marcos (Mc 1,1.11.24; 2,10-11; 8,29; 15,39) encuentra una respuesta en la Transfiguración de Jesús (Evangelio). Marcos insiste sobre el resplandor luminoso que pone de manifiesto la identidad de Jesús. De la relación con su Padre, Jesús sale dinámicamente transformado: la plena identificación con el Padre resplandece en el rostro del Hijo. (...)

El Rostro ‘transfigurado’
no quiere rostros ‘desfigurados’

Gn 22,1-2.9.10-13.15-18; Sl 115; Rm 3,31-34; Mc 9,2-10

Reflexiones
“¿Quién es Jesús?” La cuestión de fondo de todo el Evangelio de Marcos (Mc 1,1.11.24; 2,10-11; 8,29; 15,39) encuentra una respuesta en la Transfiguración de Jesús (Evangelio). La antífona de entrada ofrece una clave de lectura de los textos bíblicos y litúrgicos de este domingo: “Busquen mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro” (Sal 26,8-9). Una respuesta a tan insistente súplica llega de “una montaña alta”, donde Jesús se transfiguró delante de tres discípulos escogidos: “sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo” (v. 2-3). Marcos insiste sobre el resplandor luminoso que pone de manifiesto la identidad de Jesús. En efecto, el color blanco es signo del mundo de Dios, del gozo, de la fiesta. La luz no viene de afuera, sino que mana desde dentro de la persona de Jesús. Con razón, Lucas, en el texto paralelo, subraya que Jesús subió al monte “para orar y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió” (Lc 9,28-29). De la relación con su Padre, Jesús sale dinámicamente transformado: la plena identificación con el Padre resplandece en el rostro del Hijo.

El camino de transformación interior es el mismo para Jesús y para el cristiano: la oración, vivida como escucha-diálogo de fe y de humilde abandono en Dios, tiene la capacidad de transformar la vida del cristiano y del misionero. En efecto, la oración es la experiencia fundante de la misión. Esta fue también la experiencia de Pedro, muy convencido de no haber seguido “fábulas ingeniosas”, habiendo sido “testigo ocular… estando con Él en el monte santo” (2P 1,16.18). Entre la confusión y el susto (v. 6), Pedro hubiera querido evitar ese misterioso éxodo hacia Jerusalén, del cual hablaban Moisés y Elías con Jesús (Lc 9,31); hubiera deseado detener en el tiempo esa hermosa venida del Reino (v. 5) como una perenne fiesta de las Tiendas (Zc 14,16-18). Una vez superada la crisis de la pasión, la amistad con Jesús confirmó la entrega de Pedro para una misión valiente de anuncio, hasta el martirio.

Pedro ha tenido que salir de sus esquemas mentales para entrar en la manera de pensar de Dios (Mt 16,23). Lo mismo ocurrió con Abrahán, del cual el segundo domingo de Cuaresma nos suele presentar aspectos de su vida emblemática: la llamada, la alianza, el hijo Isaac. Él entendió que no debía seguir la praxis de los sacrificios humanos muy común entre los pueblos vecinos (moabitas, amonitas y otros). El mensaje de la narración (I lectura) es claro: “La primera enseñanza, la más evidente e inmediata, es que el Dios de Israel rechaza, como un crimen abominable, el sacrificio de niños. Ha sido siempre una característica de los ídolos la de pretender sacrificios humanos. Al contrario, el Dios de Israel, deteniendo el brazo de Abrahán que estaba a punto de matar a su hijo, se ha mostrado como el Señor que ama la vida (Sab 11,26), el que a todos da la vida (Hch 17,25) y no quiere la muerte de nadie (Ez 18,32)” (F. Armellini). Analizando la narración del sacrificio de Isaac bajo los criterios de la inculturación misionera, aparece con evidencia cómo la Palabra de Dios valora, juzga, corrige, purifica las costumbres de los pueblos.

La historia del sacrificio di Isaac marca el final de la religión del sacrificio y, a la vez, el paso a la fe como don. Esa mano detenida, el cuchillo de Abrahán suspendido en el aire nos enseñan que el Dios verdadero no quiere sacrificios humanos ni derramamiento de sangre. ¡No se puede matar a nadie en nombre de Dios, o de cualquier religión, o de fundamentalismos religiosos, de juegos de poder, del sistema, de la economía! Isaac no será sacrificado, mientras Jesús, el Inocente, será víctima de un complot religioso basado en falsas interpretaciones sobre el Dios viviente. La muerte de Jesús nos muestra la lógica del amor hasta el fin (Jn 13,1), la lógica del don, de la semilla que muere y luego vuelve a florecer y resucita. ¡Como garantía de la primacía de la vida!

El rostro transfigurado y fascinante de Jesús es un preludio de su realidad post-pascual y definitiva; la misma que se nos ha prometido a nosotros: “Ese cuerpo, que se transfigura delante de los ojos pasmados de los apóstoles, es el cuerpo de Cristo nuestro hermano, pero es también nuestro cuerpo destinado a la gloria; la luz que lo inunda es y será también nuestra parte de herencia y de resplandor. Estamos llamados a compartir una gloria tan grande, porque somos ‘partícipes de la naturaleza divina’ (2P 1,4). ¡Una dicha incomparable!”. Así había escrito Pablo VI, en el mensaje que hubiera tenido que pronunciar antes del rezo del Ángelus del domingo 6 de agosto de 1978, fiesta de la Transfiguración, pocas horas antes de morir en la tarde de ese mismo día.

La dignidad de toda persona humana - que por ningún motivo ha de sufrir desfiguraciones - se funda principalmente en el hecho de estar llamados a la vida y a la gloria. Lamentablemente, el rostro de Jesús es a menudo desfigurado en muchos rostros humanos: «La situación de extrema pobreza generalizada adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela» (Los obispos latinoamericanos en el documento de Puebla, 1979, n. 31). Y a continuación, los mismos obispos presentan una lista de desfiguraciones: rostros de niños enfermos, abandonados, explotados; rostros de jóvenes desorientados y frustrados; rostros de indígenas y de afroamericanos marginados; rostros de campesinos relegados y explotados; rostros de obreros mal retribuidos, desempleados, despedidos; rostros de ancianos marginados de la sociedad familiar y civil (cfr. documento de Puebla n. 32-43). Y la lista podría continuar con las situaciones que cada uno conoce en su ambiente y a nivel mundial. (*) Cualquier rostro desfigurado, sea quien sea, es una llamada apremiante dirigida a cada uno de nosotros, a los responsables de las naciones y a los seguidores y a los misioneros del Evangelio de Jesús.

Palabra del Papa

(*) «La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza. La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión. A partir del ‘amor social’ es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos».
Papa Francisco
Mensaje para la Cuaresma de 2021

P. Romeo Ballan, MCCJ

La vida vista desde el “monte”,
en perspectiva

Un comentario a Mc 9, 2-10

Conviene que recordemos brevemente este texto, paralelo del de Mateo y Lucas, en su contexto. El Maestro, a quien Pedro acaba de reconocer como “el Hijo del Dios vivo”, comienza “a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho”. Los discípulos, por boca de Pedro –el vocero de los Doce– se muestran reticentes ante esta decisión de Jesús.

“Seis días después”, dice el evangelista, es decir, una semana después, Jesús tomó a sus tres discípulos más íntimos y los llevó al monte a solas. Allí Jesús se transfigura y los discípulos tienen una experiencia muy especial. En este relato yo resalto los siguientes elementos:

- El monte: Implica alejamiento de la rutina diaria con lo que se rompe el ritmo de lo acostumbrado, de lo aceptado como norma de vida por todos; el contacto con la naturaleza, no manipulada por el hombre, un espacio físico que el ser humano no controla y que, por tanto, le ayuda a encontrarse con lo que está más allá de sí mismo o de la sociedad; un lugar donde es posible percibir cosas nuevas sobre uno mismo, la realidad que nos rodea, el misterio divino…

- Rostro y vestidos brillantes. Con ello el evangelista parece querer decirnos que los discípulos vieron a Jesús desde otra perspectiva. Los discípulos tienen una experiencia de Jesús que va más allá de su apariencia física de hijo de María, vecino de Nazaret y predicador ambulante. Es una experiencia que han tenido después muchos santos, empezando por San Pablo. Es la experiencia pascual que ayudó a los discípulos a poner en su lugar la cruz y el duro trabajo del Reino.
-La Ley y los profetas: Moisés y Elías conversan con el Maestro. Nuevo y Viejo Testamento se dan la mano, dentro de un plan general de revelación y salvación. Para entender a Jesús es importante dialogar con la Ley y los profetas del A.T. Para entender a estos es importante volver la mirada a Jesús.

- El gozo del encuentro: “Qué bien se está aquí”. Una y otra vez los discípulos de Jesús, de entonces y de ahora, experimentan que la compañía de Jesús les calienta el corazón, les hace sentirse bien. Les pasó a los discípulos de Emaús, a Pablo que fue “llevado al quinto cielo”, a Simone Weil, a Paul Claudel y a tantos santos. El encuentro con el Señor, también ahora, produce una sensación de plenitud, de que uno ha encontrado lo que más busca en la vida.

- La revelación del Padre: “Este es mi hijo amado. Escuchadlo”. Los discípulos comprendieron que en su amigo Jesús Dios se revelaba en su grandiosa misericordia. Y que, desde ahora, su palabra sería la que señalara el rumbo de su vida, lo que estaba bien y mal, las razones de vivir… Todos buscamos “a tientas” el rostro de Dios. Algunos lo buscan siguiendo las enseñanzas de Buda, o de antiguos escritos, o de nuevas teorías (New Age), o del placer material, del orgullo de sus propios éxitos… Los discípulos tuvieron la sensación de que Jesús es el rostro del Padre. Nosotros somos herederos de esta experiencia y pedimos al Espíritu que la renueve en nosotros.

- El temor ante la grandeza de esta experiencia: Los que tienen una experiencia del misterio divino no se vuelven orgullosos, sino temerosos, como Pedro ante la pesca milagrosa: “Aléjate de mí que soy pecador”. Es como quien descubre un gran amor, le da alegría, pero teme no ser digno o no estar a la altura.

- El ánimo de Jesús: “No teman. Levántense”. Vamos a bajar del monte. Volvamos a la vida ordinaria. Sigamos trabajando como siempre, gastando nuestras energías en las mil y una peripecias de la vida, con éxitos y fracasos, con alegrías y penas, pero con el corazón caliente, animado, consolado, fortalecido para acoger la misión que el Padre nos encomienda y realizarla sin temor.
P. Antonio Villarino, MCCJ