En el Evangelio de este domingo continúa la serie de epifanías, es decir, manifestaciones de Jesús. Después de la estrella de los Magos y el bautismo en el Jordán, Juan el Bautista señala con insistencia la presencia de Jesús como “el Cordero de Dios” (v. 36). Juan ha crecido, gradualmente, en su conocimiento de Jesús: antes no lo conocía (Jn 1,31.33), o lo conocía probablemente solo como su pariente, pero ahora lo proclama Cordero, es decir, Siervo sufriente, Mesías (v. 29) y lo declara presente: he ahí el Cordero..., dice dos veces (v. 29.36).
Un comentario
a Juan 1, 35-42
Después de su famoso prólogo, el evangelio de Juan introduce una serie de testigos que encuentran a Jesús: Juan el Bautista, Andrés, Pedro, Felipe y Natanael. Hoy nos fijamos en Juan, Andrés y Pedro. Su testimonio nos sirve para ilustrar el proceso por el que las personas se encuentran con Jesús como Maestro de sus vidas. Yo quisiera resaltar los siguientes elementos:
Se parte de una búsqueda. Andrés y Simón (como Natanael y Felipe) eran probablemente discípulos del Bautista, que se distinguía por su austeridad y por proclamar la necesidad de un gran cambio (conversión) en la vida del pueblo, con la esperanza de ver al Mesías. Juan y sus discípulos no estaban conformes con el mundo tal como estaba y levantaban los ojos al cielo en busca de una respuesta a su oración, a su inquietud y a su esperanza. De hecho, Jesús les pregunta: ¿Qué buscan? Esa pregunta se le hace a quien busca algo. Al que está satisfecho, al que no busca nada, es inútil proponerle algo. Si uno no está en búsqueda, nunca encontrará a Jesús.
El Espíritu Santo inicia el movimiento de respuesta, haciéndole comprender a Juan quien era Jesús y que en Él estaba la respuesta a sus inquietudes.
Como en cualquier encuentro de amor, no basta con buscar; es necesario estar abierto a lo inesperado, tener el corazón disponible, aceptar el regalo de un encuentro, que no depende totalmente de nosotros mismos, sino que nos supera. La acción del Espíritu actúa en, desde y con el testimonio de otras personas cercanas por lazos familiares, trabajo o sintonía espiritual y humana: El Bautista orienta a Andrés y a otros discípulos; Andrés a su hermano Simón; en el mismo pueblo se encuentra Felipe; éste transmite la experiencia a Natanael… Se establece una onda expansiva de testimonios, que afecta a un número cada vez más grande de personas. Hoy se dice que lo que no aparece en la televisión (o en las redes sociales) “no existe”. Y, sin embargo, las verdades más entrañables, las que nos tocan el corazón se transmiten de boca en boca, entre amigos.
La Escritura (la lectura asidua de la Biblia) actúa como trasfondo de esperanzas, referencias y criterios de discernimiento.
La lectura regular de la Biblia es como “el caldo de cultivo”, la atmósfera en la que el encuentro se produce. Hay un tiempo de convivencia y diálogo con el mismo Jesús, que probablemente se refiere, no tanto a un encuentro fugaz, como a todos los meses pasados con Él, caminando por los pueblos de Palestina y escuchando los mensajes, participando en sus acciones y luchas, contagiándose del amor que Él tenía por el Padre y por su Reino. Cuando uno se involucra en las causas de un amigo termina aumentando la amistad. Lo mismo sucede con Jesús.
Las celebraciones dominicales del año litúrgico -y la lectura cotidiana de la Biblia, especialmente de los evangelios- son una buena oportunidad para incrementar nuestra amistad con Jesús e identificarnos progresivamente con su manera de pensar, sentir y actuar.
P. Antonio Villarino, MCCJ
La vocación como “enamoramiento”
1Samuel 3,3-10.19; Salmo 39; 1Corintios 6,13-15.17-20; Juan 1,35-42
Reflexiones
En el Evangelio de este domingo continúa la serie de epifanías, es decir, manifestaciones de Jesús. Después de la estrella de los Magos y el bautismo en el Jordán, Juan el Bautista señala con insistencia la presencia de Jesús como “el Cordero de Dios” (v. 36). Juan ha crecido, gradualmente, en su conocimiento de Jesús: antes no lo conocía (Jn 1,31.33), o lo conocía probablemente solo como su pariente, pero ahora lo proclama Cordero, es decir, Siervo sufriente, Mesías (v. 29) y lo declara presente: he ahí el Cordero..., dice dos veces (v. 29.36).
El texto del Evangelio de hoy tiene una doble finalidad y enseñanza: ante todo la invitación a hacer un camino al encuentro de Cristo, para descubrir su identidad; de allí surgen en seguida aplicaciones vocacionales.
Juan el Bautista se fija en Jesús (v. 36), lo mira por dentro (dice el verbo griego), descubre su identidad profunda y lo proclama “Cordero de Dios”. Se trata de una identidad rica en significados, que hace referencia: al cordero pascual de la noche del Éxodo (Éx 12,13); al Siervo de Yahvé sacrificado como cordero llevado al matadero (Is 53,7.12); al cordero sacrificado en sustitución, asociado al sacrificio de Abraham (Gn 22). Además de la identidad de cordero, el pasaje del Evangelio de hoy presenta otro título de Jesús: Rabí (maestro), con el cual los dos candidatos a discípulos, Andrés y Juan, desean quedarse. Siguen los pasos de Jesús y, ante su pregunta (“¿qué quieren?” v. 38), le contestan: “¿dónde vives?” (v. 38), lo cual es mucho más que saber su dirección, dónde está su casa; ellos desean saber quién es él realmente: qué piensa, qué hace, dice, cuáles son sus proyectos…
Jesús los invita a ir y estar con Él: “vengan y lo verán” (v. 39). Los invita a entablar una relación personal con Él, experimentarlo, descubrir su rostro íntimo. Ese encuentro calienta su corazón, los marca en lo más profundo, los convence y produce efectos explosivos y contagiosos en cadena: Andrés lleva a Simón donde Jesús (v. 41-42), Felipe se lo cuenta a su amigo Natanael (v. 45ss.), etc.
Al encontrarse con Simón, Jesús se fija en él (v. 42), lo mira por dentro, en el corazón, y le cambia el nombre: “Te llamarás Pedro”. Le confiere de este modo una nueva identidad, define su misión. Los textos bíblicos de este domingo tienen un neto contenido vocacional, empezando por la vocación-misión del joven Samuel (I lectura) e incluyendo también el apremiante llamamiento de Pablo a los cristianos de Corinto (II lectura) a huir de la fornicación (v. 18), a vivir de manera conforme a su dignidad de miembros de Cristo (v. 15), templos del Espíritu (v. 19), personas compradas a un alto precio (v. 20).
Al hablar de vocación y de misión de parte de Dios, los textos de hoy ofrecen algunas orientaciones fundamentales para el discernimiento vocacional y la formación.
- Dios sigue llamando, en cada época, aun en las más precarias, como en tiempos de Samuel.
- Dios llama a cada uno con su nombre (ver Samuel, Pedro y muchos otros: Is 49,1; Éx 33,12; Evangelios).
- Es indispensable permanecer-estar-morar con el Señor, para captar y gozar de su identidad. En efecto, Jesús invita: “vengan y verán”; van, ven y se quedan con Él (v. 39). Se “enamoran” de Él y se convierten en sus testigos gozosos. (*)
- Se necesitan personas capaces de ayudar a otros a descubrir la voz de Dios, como lo hizo el sacerdote Elí con Samuel (1Sam 3,8-9), Juan el Bautista con los dos discípulos (v. 1,35-37), Ananías con Pablo (Hch 9,17).
- La vocación no es un premio por las obras o la fidelidad humanas, sino siempre y tan solo elección gratuita de Dios; lo mismo vale para la perseverancia en la vocación.
- A cada vocación le corresponde una misión: no la escogemos nosotros, sino que se nos confía.
- La respuesta a la llamada, si se vive en gozosa fidelidad al proyecto de Dios, trae consigo también la plena realización personal, que se concreta en el servicio a la misión recibida.
La Iglesia sigue señalando a Jesús con las palabras de Juan el Bautista; lo hace en la Eucaristía-comunión: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado...”, y en el anuncio y servicio propios de la misión. El mensaje misionero de la Iglesia es tanto más eficaz y creíble cuanto más es - al igual que en Juan el Bautista - fruto de libertad, austeridad, valentía, profecía, expresión de una Iglesia servidora del Reino. Solo así, como para el Bautista, la palabra del misionero será capaz de producir un contagio vocacional, será el origen de nuevos discípulos de Jesús (v. 37).
Palabra del Papa
(*) «El apóstol es un enviado, pero, ante todo, es un ‘experto’ de Jesús. El evangelista san Juan pone de relieve precisamente este aspecto desde el primer encuentro de Jesús con sus futuros Apóstoles.... A la pregunta: “¿Qué buscan?”; ellos contestan con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?”. La respuesta de Jesús es una invitación: “Vengan y lo verán” (cfr. Jn 1,38-39). Vengan para que puedan ver. La aventura de los Apóstoles comienza así, como un encuentro de personas que se abren recíprocamente. Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven dónde vive y empiezan a conocerlo. En efecto, no deberán ser anunciadores de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, deberán ‘estar’ con Jesús (cfr. Mc 3,14), entablando con Él una relación personal».
Benedicto XVI
Audiencia general, miércoles, 22-3-2006
P. Romeo Ballan, MCCJ