Leemos hoy otra parábola con la que Jesús explica como funciona el Reino de los cielos, es decir, como vivir nuestra vida conforme a la voluntad de Dios. Si el domingo pasado, la parábola de las diez jóvenes que esperaban al esposo en la noche nos invitaba a estar siempre vigilantes y a preparados para recibir a Dios que se presenta en el momento menos pensado, en la parábola de hoy nos avisa que el Reino de los cielos no es para los perezosos y pasivos, sino que requiere creatividad y audacia, para aprovechar los dones que cada uno de nosotros ha recibido. No se trata solo de “no hacer el mal”, sino de hacer todo el bien que sea posible.
Compartir los talentos-dones, con valentía y gratuidad
Proverbios 31,10-13.19-20.30-31; Salmo 127; 1Tesalonicenses 5,1-6; Mateo 25,14-30
Reflexiones
La parábola de los talentos (Evangelio) invita a un balance, al final de un año litúrgico y en la cercanía de un nuevo ciclo. Aparece, ante todo, la generosidad y la confianza de ese señor que entrega sus bienes a los empleados (v. 14). Los talentos eran bienes consistentes, entregados “a cada cual según su capacidad” (v. 15); y todos reciben igualmente el don del tiempo, “mucho tiempo” (v. 19). Ese señor es Dios, es Jesús mismo; los siervos representan a los miembros de las comunidades cristianas; el tiempo va hasta el final de la existencia terrena, que es el tiempo de la Iglesia. Los talentos son los dones que Dios otorga a cada uno y los tesoros que Cristo ha entregado a su Iglesia: el Evangelio como mensaje de salvación para la familia humana; el Espíritu que “renueva la faz de la tierra” (Sal 104,30); el don de los sacramentos para una humanidad nueva; los frutos siempre nuevos de la tierra; el poder de purificar, sanar, consolar, reconciliar…
El desarrollo de la parábola constituye un fuerte aliciente para hacer fructificar los dones recibidos de Dios, tanto a nivel personal (dones de salud, inteligencia, corazón, trabajo, alimentos, naturaleza, vida espiritual, fe), como a nivel de la comunidad humana y eclesial. Jesús quiere frutos: escoge a los suyos para que vayan y den fruto, un fruto que permanezca (Jn 15,16). En el momento de la rendición de cuentas, el elogio del señor es para los empleados que han sido dinámicos y creativos en multiplicar los bienes recibidos. Por el contrario, es inaceptable la actitud del empleado “negligente y holgazán (v. 26), que se encierra en su mundo (v. 18), desconfía de su amo (v. 24), incapaz de realizar un compromiso serio y de arriesgar (v. 18.25).
Para una justa comprensión de la parábola, es preciso superar una doble mentalidad comercial: tanto de tipo moralista, pensando que las obras pueden producir la salvación, mientras que esta se nos da por pura gratuidad; como la lógica productiva de cuño capitalista y neoliberal. La I lectura corrige esta visión burguesa: el elogio de la mujer perfecta exalta su habilidad humana y doméstica en su calidad de esposa y de madre, pero más aún su laborioso compromiso personal, su apertura al necesitado (v. 20), su temor de Dios (v. 30). “La parábola sugiere que los talentos no están distribuidos en partes iguales y que no son merecidos, sino que representan más bien una dotación inicial (el que recibe 5 talentos en lugar de 1 no ha hecho nada para merecérselo). La vida, aun antes que el dueño, castiga no el que ha recibido pocos talentos sino el que no se la ha jugado, no ha arriesgado, no se ha comprometido” (Leonardo Becchetti, economista)”. Las cualidades de inteligencia, valentía y compromiso deben acompañarse de un sólido bagaje moral y religioso, que ayude a evitar formas de egoísmo, a moderar la competitividad con la solidaridad y el afán de acumular con el compartir.
La pereza y el desinterés son actitudes inaceptables, en particular ante el don de la fe y la consiguiente responsabilidad misionera de anunciar el Evangelio, que es tarea de todo bautizado, para garantizar la luz, la sal, la levadura, necesarias para que la familia humana pueda vivir mejor y prosperar. No basta ser ‘conservadores de la Palabra’, por miedo al riesgo o por falta de iniciativa; el don de la fe compromete a los cristianos a ser ante todo promotores intrépidos y generosos del Evangelio de Jesús y de los bienes de la salvación. El santo Papa Pablo VI tiene una advertencia severa para el que no hace fructificar el talento-don de la fe: “Los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero, ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?” (EN, 1975, n. 80). El que descuida el mandato misionero de anunciar a Jesucristo y de hacerse cargo de los pobres, pone en peligro incluso su salvación personal y la supervivencia de las comunidades. El destino de estos dones-talentos es el compartir, el bien común y no el provecho personal o el propio privilegio. Hoy este mandamiento se hace concreto en la Jornada Mundial de los Pobres, así como nos pide el Papa Francisco. (*)
El premio que reciben los empleados creativos, hábiles en multiplicar los dones recibidos, queda en el ámbito de la gratuidad y del gozo (v. 21.23), que acompañan el servicio del Evangelio. “La fe no es algo que se guarda en una caja fuerte para protegerla, es vida que se expresa en amor y entrega al otro. En los Evangelios tener miedo equivale a no tener fe… La parábola de los talentos nos enseña que una vida cristiana, basada no en la formalidad, la auto-protección y el temor, sino en la gratuidad, en el coraje y en el sentido del otro, constituye la alegría del Señor. Y la nuestra” (Gustavo Gutiérrez). Asimismo, la invitación de san Pablo (II lectura) a vivir como hijos de la luz y a estar vigilantes (v. 5.6) va en esta misma dirección. Solo el amor puede vencer los miedos del siervo holgazán; estos miedos se superan con la valentía del amor y del anuncio misionero.
Palabra del Papa
(*) «“Tiende tu mano al pobre” (cfr. Sir 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cfr. Mt 25,40) … La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios… El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento?».
Papa Francisco
Mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres, 15 de noviembre de 2020, n. 1.2.4
P. Romeo Ballan, MCCJ
No vale decir: “Siempre se ha hecho así”
Leemos hoy otra parábola con la que Jesús explica como funciona el Reino de los cielos, es decir, como vivir nuestra vida conforme a la voluntad de Dios. Si el domingo pasado, la parábola de las diez jóvenes que esperaban al esposo en la noche nos invitaba a estar siempre vigilantes y a preparados para recibir a Dios que se presenta en el momento menos pensado, en la parábola de hoy nos avisa que el Reino de los cielos no es para los perezosos y pasivos, sino que requiere creatividad y audacia, para aprovechar los dones que cada uno de nosotros ha recibido. No se trata solo de “no hacer el mal”, sino de hacer todo el bien que sea posible.
Al leer esta parábola me he acordado del llamado que el papa Francisco ha hecho en su encíclica Evangelii Gaudium a una profunda renovación misionera en la Iglesia: “La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasías” (EG 33).
Me parece que este criterio que el Papa aplica a la vida de la Iglesia es perfectamente aplicable a la vida de cada uno de nosotros. Se nos invita a no caer en la pasividad y la pereza, sino a ejercitar los dones que todos tenemos. No vale compararse con otros supuestamente más inteligentes, más fuertes o más preparados. Todos tenemos suficiente inteligencia, capacidad y preparación para hacer algo bueno. Pues pongámonos a ello, seguros que la experiencia de hacer el bien nos hará cada vez más capaces de aumentar ese bien.
Podemos preguntarnos:
¿Me conformo con una vida personal rutinaria y pasiva o procuro mejorarla continuamente a partir de los dones que tengo, sin refugiarme en una supuesta incapacidad o impreparación? ¿Ante los problemas en mi familia o en mi trabajo, me conformo con una resignación pasiva o me pregunto qué puedo hacer para resolverlos, sabiendo que hace más por la luz quien enciende un fósforo que quien se queja de la oscuridad?
Haz el bien que puedas y verás que tu capacidad de hacer el bien (y de ser feliz con ello) se irá multiplicando.
P. Antonio Villarino, MCCJ