En cierta ocasión los fariseos se reunieron en grupo y le hicieron a Jesús una pregunta que era motivo de discusión y debate entre los sectores más preocupados de cumplir escrupulosamente los seiscientos trece preceptos más importantes sobre el sábado, la pureza ritual, los diezmos y otras cuestiones: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?». (...)
Frente a la maraña de leyes,
ama y haz lo que quieras
Un comentario a Mt 22, 34-40
Dicen que los fariseos contaban 613 preceptos en la Ley del Antiguo Testamento. ¿Les parecen muchos? Pues compárenlos con cualquier código legislativo de nuestro tiempo. Pregunten a algún experto cuántas leyes hay vigentes en su país o cuántas normas obligatorias en su municipio. De hecho las leyes son tantas en cualquier sistema jurídico de nuestro tiempo que hacen falta abogados especialistas en cada materia para intentar deshacer la inmensa maraña de leyes de todo tipo entre las que vivimos y cuyo alcance desconocemos. Ni los mismos jueces están del todo seguros sobre el alcance de muchas de las leyes existentes.
Es decir, si los judíos vivían en un sistema legal que les complicaba la vida, ¿qué decir de nosotros hoy? Nuestra vida está controlada por un sinfín de leyes y preceptos internacionales, nacionales, departamentales, municipales, etc., hasta el punto que uno no puede desarrollar ninguna actividad en la sociedad de hoy sin contar con una buena asesoría jurídica. Probablemente tenga que ser así. Pero esa multitud de leyes no logran evitar la corrupción en casi todos los niveles de la vida social ni siempre logran dar más calidad a la vida humana. Aquí es donde creo que la repuesta de Jesús al fariseo, que leemos hoy en la Misa, es muy luminosa y orientadora, no sólo para sus discípulos, sino para todo ser humano que busque dar una orientación sana y lúcida a su obrar.
La calidad de la vida humana no depende de la multitud de leyes, sino que viene dada por una actitud sencilla y clara: vivir la vida en el amor y el respeto; amar a Dios, como fuente suprema de toda vida, y amar a toda vida, especialmente la humana, como procedente de Dios. Lo demás se nos dará por añadidura. Con razón, decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Si amas, acertarás en lo fundamental, aunque te equivoque en algunas cosas; si no amas, cualquier decisión será errada, aunque ningún abogado te lleve a juicio. ¿Y qué es amar? Creo que todos tenemos la intuición necesaria para saberlo en nuestra situación concreta.
A mí me gusta la frase del P. Silvano Fausti, en su comentario al evangelio de Mateo: “El amor hace referencia, no sólo al corazón y a la mente, sino a toda la vida. El amor es ante todo la alegría del corazón por el bien del otro (lo contrario es la envidia); se expresa con la boca como alabanza (lo contrario es la crítica) y se realiza con las manos, puestas al servicio del otro como de uno mismo. Se manifiesta más en los hechos que en las palabras (cfr 1 Jn 3, 18). El amor lleva a compartir lo que se tiene y lo que se es, hasta la comunión de inteligencia, voluntad y acción. La diversidad y los límites –incluidos los negativos-, no son motivo de ocultamiento o de agresividad, propia o del otro, sino de acogida y servicio recíproco”.
Lo dicho: “ama y haz lo que quieras”.
P. Antonio Villarino, MCCJ
Misión es amor a Dios y al prójimo,
y acogida a los extranjeros
Éxodo 22,20-26; Salmo 17; 1Tesalonicenses 1,5-10; Mateo 22,34-40
Reflexiones
Octubre misionero y la actividad evangelizadora en el mundo reciben hoy nueva inspiración y energía de la Palabra de Dios: el libro del Éxodo (I lectura) reivindica con fuerza la atención a los forasteros, a los débiles e indigentes; y en el Evangelio Jesús une indisolublemente el amor a Dios y el amor al prójimo, que son la síntesis del mensaje de toda la Biblia. Con relación a los textos bíblicos anteriores, Jesús aporta una originalidad; añade una pequeña palabra: “semejante”. Los “dos amores”, a Dios y al prójimo, están en un mismo plano. El apóstol Juan lo dirá con claridad: “El que no ama al hermano que ve no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20). El prójimo, el otro, es “semejante” a Dios; el otro es “sagrado” como Dios. Los demás son “tabernáculos” vivientes de Dios. La verdadera adoración a Dios consiste también en detenerme a enjugar las lágrimas del que está herido. Muy hermosa es la imagen que nos brinda el teólogo D. Bonhoeffer: el amor del cristiano es un amor polifónico. Un canto a tres voces. Una melodía que sabe conjugar a Dios, al otro y a sí mismos” (Roberto Vinco).
Jesús debe enfrentarse a una nueva trampa, después de la anterior (ver domingo pasado) sobre el impuesto al César. La cuestión planteada ahora a Jesús no es la pregunta inocente de un niño de catequesis, sino una nueva trampa farisaica, que tiene sus raíces en el laberinto de los 613 preceptos extraídos de la Biblia, entre mayores y menores; 365 negativos -no hagas… y 248 positivos -haz esto…, sobre cuya jerarquía cavilaban los doctores de la ley. Jesús desarticula todo ese aparato y simplifica las normas morales yendo al corazón de los mandamientos: toda la Ley se resume en el amor (v. 40). “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Dt 6,5) y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18): son, para Jesús, mandamientos semejantes, (v. 37.39), complementarios; son como dos ramas de la misma planta, que tienen una raíz común y una misma savia: el amor. Lo explica bien S. Agustín: “El amor a Dios es el primero que se nos manda, pero el amor al prójimo es el primero que se ha de practicar… Amando al prójimo, purificas tu ojo para poder ver a Dios”.
En el contexto del octubre misionero y de la actividad evangelizadora de la Iglesia, esta enseñanza tiene aplicaciones inmediatas, porque la misión es una expresión de amor. El anuncio del Evangelio es la forma más elevada de amor a Dios y al prójimo: es el servicio más eficaz, el mejor que la Iglesia puede ofrecer a los pueblos para la renovación de las personas y de la sociedad. Por eso la misión de la Iglesia ofrece - desde siempre - una vasta gama de servicios materiales sobre todo a las personas necesitadas, gracias a los generosos aportes de los fieles cristianos.
El amor al prójimo tiene destinatarios concretos y cotidianos (I lectura): los forasteros, la viuda, el huérfano, los pobres… Dios se ha comprometido solemnemente a escuchar su grito de ayuda (v. 22.26), y castigará al que los explota (v. 22.23). Él es un Dios compasivo y concreto, que se preocupa de cómo el pobre podría cubrir su cuerpo de noche, sin el manto (v. 26). Nuestro Dios es grande, pero no es lejano, está cerca: tiene concretas preocupaciones para quienes sufren necesidad. Por eso, Jesús eleva el amor al prójimo al rango del amor a Dios. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (v. 39) significa que el prójimo es uno de los tuyos, de tu casa, de tu familia, te pertenece; por tanto, nadie es extraño, o extranjero. El prójimo es como tú, es semejante a Dios, es como Dios. En el juicio final, Jesús nos dirá - para bien o para mal, de acuerdo a nuestras obras - “a Mí me lo hicieron” (Mt 25,40). Una vez más, en la reciente carta encíclica “Hermanos todos”, el Papa Francisco nos exhorta a todos a abrirnos a las dimensiones universales de la fraternidad. (*)
La amonestación de Dios es tajante para la acogida de los extranjeros: “No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fueron ustedes en Egipto” (v. 20). La acogida de los migrantes y extranjeros es hoy un tema sensible, urgente e incluso conflictivo aquí y en muchos países y situaciones sociales. Lamentablemente, los migrantes son a menudo víctimas de injustas generalizaciones y equivalencias entre migrantes = clandestinos = criminales. No se trata de hacer una acogida masiva e indiscriminada, sino una acogida fraterna y atenta al fin de proteger, promover e integrar a los migrantes, prófugos, desplazados, como nos indica con insistencia el Papa Francisco.
Va creciendo el compromiso de la sociedad civil, de muchos jóvenes y de varios grupos que proclaman con determinación: “¡En mi ciudad nadie es extranjero!” - “Abre tu casa al mundo y el mundo será tu casa”. En general, los jóvenes, sobre todo, son muy sensibles y dispuestos a comprometerse sobre estos frentes. ¡La sociedad y la misión en el mundo los necesitan! Y ellos necesitan de la misión, porque la misión los regenera. La apertura y la acogida de los demás – alejados y diferentes - tienen una estrecha relación con la actividad misionera, en cuanto esta conlleva una educación a la mundialidad y una benéfica apertura de horizontes humanos y espirituales.
Palabra del Papa
(*) 1. «Fratelli tutti», escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro «tanto cuando está lejos de él como cuando está junto a él». Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite.
Papa Francisco
Encíclica Fratelli tutti, 3 de octubre de 2020, n. 1
P. Romeo Ballan, MCCJ
LO PRIMERO
Mateo 22,34-40
En cierta ocasión los fariseos se reunieron en grupo y le hicieron a Jesús una pregunta que era motivo de discusión y debate entre los sectores más preocupados de cumplir escrupulosamente los seiscientos trece preceptos más importantes sobre el sábado, la pureza ritual, los diezmos y otras cuestiones: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?».
La respuesta de Jesús es muy conocida entre los cristianos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este es el más importante. Luego añadió: «El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y concluyó con esta afirmación: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley y los profetas».
Nos interesa mucho escuchar bien las palabras de Jesús pues también en la Iglesia, como en el antiguo Israel, ha ido creciendo a lo largo de los siglos el número de preceptos, normas y prohibiciones para regular los diversos aspectos de la vida cristiana. ¿Qué es lo primero y más importante? ¿Qué es lo esencial para vivir como seguidores de Jesús?
Jesús deja claro que no todo es igualmente importante. Es un error dar mucha importancia a cuestiones secundarias de carácter litúrgico o disciplinar descuidando lo esencial. No hemos de olvidar nunca que sólo el amor sincero a Dios y al prójimo es el criterio principal y primero de nuestro seguimiento a Jesús.
Según él, ese amor es la actitud de fondo, la fuerza clave e insustituible que pone verdad y sentido a nuestra relación religiosa con Dios y a nuestro comportamiento con las personas. ¿Qué es la religión cristiana sin amor? ¿A qué queda reducida nuestra vida en el interior de la Iglesia y en medio de la sociedad sin amor?
El amor libera nuestro corazón del riesgo de vivir empobrecidos, empequeñecidos o paralizados por la atención insana a toda clase de normas y ritos. ¿Qué es la vida de un practicante sin amor vivo a Dios? ¿Qué verdad hay en nuestra vida cristiana sin amor práctico al prójimo necesitado?
El amor se opone a dos actitudes bastantes difundidas. En primer lugar, la indiferencia entendida como insensibilidad, rigidez de mente, falta de corazón. En segundo lugar, el egocentrismo y desinterés por los demás.
En estos tiempos tan críticos nada hay más importante que cuidar humildemente lo esencial: el amor sincero a Dios alimentado en celebraciones sentidas y vividas desde dentro; el amor al prójimo fortaleciendo el trato amistoso entre los creyentes e impulsando el compromiso con los necesitados. Contamos con el aliento de Jesús.
José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com
APRENDA A SALVARSE
EN TREINTA SEGUNDOS
¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». Los que piensan así probablemente no irán a misa este domingo. A los que piensen de otro modo y vayan, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.
El problema de sus contemporáneos
En los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentado a Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que se dividían en fáciles y difíciles: fáciles, los que exigían poco esfuerzo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero (como honrar padre y madre) o ponían en peligro la vida (la circuncisión). Generalmente se pensaba que los importantes eran los difíciles, y entre ellos estaban los relativos a la idolatría, la lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el estudio de la Torá.
¿Se puede reducir todo a uno?
Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammai y Hillel, que vivieron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammai y le dijo: «Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja». Shammai lo despidió amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpretación” (Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran principio general en la Torá».
La novedad de Jesús
Mateo había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Pero en el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de la Escritura:
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
̶ Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
̶ Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.
La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el mandamiento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que
a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos… Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40).
El prójimo son los más pobres (1ª lectura)
En esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a
abandonar su patria en busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo antes de ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.
Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»
José Luis Sicre
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