Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús. (...)

Cristo: luz y salvación para todos los pueblos

Malaquías 3,1-4; Salmo 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40

Reflexiones
Con la fiesta de la Presentación del Señor Jesús en el templo concluye litúrgicamente el ciclo de las celebraciones navideñas. Hasta hace algunas décadas, las reflexiones y comentarios espirituales sobre este misterio gozoso del Rosario (el cuarto) giraban en torno a la Purificación legal de María después del parto, según “la Ley del Señor” en el Primer Testamento. Después de la reforma conciliar de la liturgia, se ha puesto el énfasis de la fiesta en la Presentación del Señor Jesús. Al ser fiesta del Señor, ha pasado al domingo, como ocurre este año. Es una de las fiestas cristianas más antiguas: en Jerusalén se celebraba ya en el siglo IV. La llamaban la Fiesta del encuentro entre Dios y la humanidad (I lectura); es la celebración popular de la Candelaria, con la bendición y la procesión de las velas.

El profeta Malaquías (I lectura) presenta el ingreso del Señor en su templo como un momento glorioso, con una tarea purificadora “como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos” (v. 2). Este momento solemne necesita que alguien prepare el camino: “Yo envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su templo el Señor que ustedes buscan” (v. 1). El salmo responsorial ensalza el ingreso del “rey de la gloria... fuerte y valiente”.

El autor de la carta a los Hebreos (II lectura), con tonos más humildes y cargados de sufrimiento, habla de un Salvador que se ha hecho “en todo semejante a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y digno de fe en las cosas que miran a Dios para expiar los pecados del pueblo” (v. 17). Además de hacerse semejante a sus hermanos, Cristo ha mostrado su plena solidaridad con ellos hasta cargar sobre sí los pecados de todos: “fue probado” y “padeció personalmente”; por tanto, “puede socorrer a los que son probados” (v. 18). La solidaridad de Cristo con toda la familia humana no tiene límites; en su contacto personal con la miseria y el sufrimiento humano, Jesús “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Eb 2,11). ¡Cualquiera que sea su condición!

El evangelista Lucas presenta los dos momentos de la fiesta de hoy (Evangelio). Ante todo, narra la purificación legal de María y la ofrenda por el rescate del primogénito según “la Ley del Señor” (v. 22-24). Luego Lucas dedica un amplio espacio a la presentación del “Ungido del Señor” (v. 26), como “salvación” preparada “delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas” (v. 30-32). Así lo proclama Simeón: “hombre justo y piadoso” (v. 25), “movido por el Espíritu” (v. 27) que “estaba sobre él” (v. 25). La palabra de Simeón, iluminado por el Espíritu, nos ofrece una síntesis del plan de Dios para la salvación de todos los pueblos: Cristo es la luz que Dios ha escogido para revelarse al mundo entero. Según el plan de Dios Padre, la salvación de la familia humana pasa a través de Cristo.

Simeón, que toma en sus brazos al Niño, y Ana, que comparte con otros su gozo por ese neonato especial, son el retrato de una ancianidad serena y símbolos de esperanza. Están juntos allí, un niño y dos ancianos serenos y contentos: pasado y futuro, experiencia y esperanza de vida, un encuentro feliz entre generaciones. Simeón y Ana logran “ver” en aquel Niño lo que los demás no ven. Simeón ve en la muerte no el final, sino el cumplimiento de su vida. Ana, con sus 84 años, nos brinda ejemplos hermosos, típicos de la vida de muchos ancianos: se siente útil, sirve, reza e irradia el gozo de vivir. (*)

¡El cántico de Simeón es de largo alcance, llega lejos, a todos los pueblos! Tiene, por eso, un gran contenido misionero: ¡Cristo es luz y salvación para todos los pueblos! Por tanto, siguiendo este plan salvífico de Dios y la lógica de la misión, el Papa Francisco convoca a toda la Iglesia, es decir, a “cada cristiano y cada comunidad” para realizar una “nueva salida misionera”, hacia “todas las periferias”, para llevar por doquier la luz del Evangelio.

Palabra del Papa

(*) “La liturgia de hoy nos muestra a Jesús que va al encuentro de su pueblo. Es la fiesta del encuentro: la novedad del Niño se encuentra con la tradición del templo; la promesa halla su cumplimiento; María y José, jóvenes, encuentran a Simeón y Ana, ancianos. Todo se encuentra, en definitiva, cuando llega Jesús… Cuando acogemos a Jesús como el Señor de la vida, el centro de todo, el corazón palpitante de todas las cosas, entonces Él vive y revive en nosotros. Y nos sucede lo mismo que pasó en el templo: alrededor de Él todo se encuentra, la vida se vuelve armoniosa. Con Jesús hallamos el ánimo para seguir adelante y la fuerza para estar firmes. El encuentro con el Señor es la fuente.
Papa Francisco
Homilía en la fiesta de la Presentación del Señor, 2 de febrero de 2019

P. Romeo Ballan, MCCJ

Fiesta de la Presentación del Señor
Lucas 2,22-40
2 de Febrero

BANDERA DISCUTIDA

«Será como una bandera discutida.»

Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús.
El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.
Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.
Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones». El pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical.
Siempre es así. También hoy. Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos.
Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.

FE SENCILLA

El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.

Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?

Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.

Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.

Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón (“El Señor ha escuchado”), la anciana se llama Ana. Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todas los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.

Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.

Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.

José Antonio Pagola
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