El evangelista Lucas manifiesta a menudo un juicio crítico hacia el dinero, la riqueza, la acumulación de bienes… Varios pasajes del Evangelio de estos domingos dan razón de ello: las parábolas del rico insensato, el administrador infiel, el rico malo y otras. Para Lucas, siempre muy sensible ante la situación de los pobres y necesitados, el dinero tiene a menudo una nota de ambigüedad, sospecha, deshonestidad, injusticia, peligrosidad, poca transparencia...
Un comentario a Lc 16, 1-13
Después de las parábolas de la misericordia (capítulo 15), que hemos leído el domingo pasado, Lucas nos cuenta a continuación (capítulo 16) otra parábola que nos habla de nuestra responsabilidad en la vida. En mi Biblia la titulan “Parábola del administrador sagaz”. Pues muy bien, de eso se trata precisamente: de ser sagaces, inteligentes, astutos, de saber aprovechar los dones que recibimos para “ganar amigos”, es decir, para hacer el bien, practicar la justicia y crecer en el amor.
Conviene anotar en seguida que Jesús no está haciendo el elogio de las “males artes” del administrador de la parábola, sino que nos quiere hacer reflexionar sobre cómo gestionamos los dones que tenemos; dones que hemos recibido para administrarlos adecuadamente, sin ser sus verdaderos dueños.
Para entender bien esta parábola, acudo a algunas citas bíblicas, que nos pueden ayudar a colocarla en el contexto general de la Biblia:
1. Los dones recibidos son eso: “dones”; no son conquista nuestra como a veces tendemos a creer con un falso orgullo
“¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?”. Así dice San Pablo a los Corintios” (1Cor 4, 7). Expliquémoslo a nuestro modo: Pongamos que tú eres muy inteligente: ¿Acaso te has hecho inteligente a ti mismo o es algo que has heredado gratuitamente? Entonces, ¿Por qué te ufanas de ser más inteligente que otros, como si esa inteligencia fuese mérito tuyo? Jesús te diría: Ya que has recibido el don de ser inteligente, aprovecha esa inteligencia – o esa hermosura, o cualquier otro don- para alabar a Dios, como fuente de todo bien, y para poner ese don al servicio de los demás. Como dice el poeta indio, “la vida se nos da gratis y la merecemos dándola”.
2. La vida no depende de las riquezas
“Tengan mucho cuidado con toda clase de avaricia; que, aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas”. Así habla Jesús antes de contar la parábola del rico insensato. Los bienes pueden ser un instrumento útil, pero nunca un fin definitivo. Por eso, si has logrado alguna riqueza, procura administrarla bien, es decir, que esa riqueza sirva para el bien de ti mismo, de tu familia y de otras personas. No pongas toda tu esperanza en las riquezas, sino en el bien que con ellas puedes hacer.
3. Hay que saber contentarse con lo necesario
“La religión es ciertamente de gran provecho, cuando uno se contenta con lo necesario, pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él”. Así avisa San Pablo a Timoteo (1Tim 6,6). Un día nos iremos de este mundo y sólo llevaremos con nosotros el amor que hemos sembrado, incluso con los bienes materiales. No nos angustiemos por tener mucho, sino hagamos de nuestra vida un lugar de amor. Eso quedará para siempre.
4. Portarse como hijos de la luz
“Pórtense como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad”, dice la carta a los efesios (Ef 5,8).
El administrador sagaz, inteligente, astuto, es aquel que aprendió todo esto y sabe gestionar su vida, utilizando los dones recibidos para dar frutos de bondad, rectitud y verdad. Podemos aplicar aquí una frase de San Francisco de Sales sobre el dinero, pero que es aplicable a cualquier otro don:
“El dinero es como una escalera: si la llevas sobre los hombros te aplasta; si la pones a tus pies, te eleva”
P. Antonio Villarino
Bogotá
El compartir le quita a la riqueza ‘veneno’ de deshonestidad
Amós 8,4-7; Salmo 112; 1Timoteo 2,1-8; Lucas 16,1-13
Reflexiones
El evangelista Lucas manifiesta a menudo un juicio crítico hacia el dinero, la riqueza, la acumulación de bienes… Varios pasajes del Evangelio de estos domingos dan razón de ello: las parábolas del rico insensato, el administrador infiel, el rico malo y otras. Para Lucas, siempre muy sensible ante la situación de los pobres y necesitados, el dinero tiene a menudo una nota de ambigüedad, sospecha, deshonestidad, injusticia, peligrosidad, poca transparencia... La admonición vale también para hoy de cara a las muchas formas de enriquecimiento ilícito: especulación, usura, chanchullos financieros, corrupción, blanqueo de dinero negro (Lucas lo llamaría deshonesto, v. 9.11) por droga, mafia, secuestros…
Ya desde los primeros siglos, la tradición cristiana hizo suyo este mensaje sobre el valor, el uso y el peligro de la riqueza. La palabra de algunos Padres de la Iglesia es elocuente y dura. S. Basilio escribe: “¿No eres tú un ladrón cuando consideras como tuyas las riquezas de este mundo, riquezas que se te entregaron solo para que las administrases?”. Y S. Ambrosio: “No debemos considerar riqueza lo que no podemos llevar con nosotros. Porque lo que debemos dejar en este mundo no nos pertenece, es de los demás”. Por su parte, S. Juan Crisóstomo tiene una vasta y provocadora enseñanza en esta materia, que se puede resumir así: “El rico o es un ladrón o es hijo de ladrones”. Se puede no compartir algunas expresiones, pero toda persona sabia se ha de confrontar honestamente con ellas.
Las costumbres del dinero injusto y deshonesto son tan antiguas como el mundo. El profeta Amós (I lectura), en el siglo VIII antes de Cristo, en una época de esplendor del reino de Israel, denunciaba con tintas de fuego a los que se enriquecían sobre la piel de los pobres y de los humildes (v. 4), hasta el punto de “comprar por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias” (v. 6); eran ansiosos de ganar dinero con las conocidas astucias de los comerciantes: jugar sobre los tiempos, falsear medidas y balanzas... (v. 5). Mil años después, lo repetía S. Basilio contra los usureros de su tiempo: “Tú explotas la miseria, sacas dinero de las lágrimas, estrangulas al desnudo, aplastas al hambriento”. (*)
El administrador del que Jesús habla en la parábola (Evangelio) es infiel y astuto. Es infiel, porque ha abusado de la confianza de su amo, ha derrochado sus bienes, mereciéndose que le despidan (v. 1-2). Ha prevaricado, ha sido deshonesto y corrupto. En cuanto a la mala gestión de los bienes de su amo el juicio es negativo. Hay que subrayarlo, antes de proceder a la segunda parte de la parábola, en la cual, sorprendentemente, se felicita al administrador. La alabanza que le reserva su amo (v. 8) se limita tan solo a la manera astuta de salir del apuro, buscando amigos para su futuro incierto. Él sabe transformar el dinero en una ocasión de compartir; su astucia consiste en usar el dinero para crearse amigos. “Podríamos decir que el malhechor se hace bienhechor” (E. Ronchi). La parábola enseña a crearse amigos, a rodearse de afectos, a procurarse relaciones verdaderas y profundas, útiles para el futuro
La praxis de entonces era diferente a la de hoy. Según la costumbre tolerada en aquellos tiempos en Palestina, los administradores - ya que no se les pagaba con un estipendio - tenían derecho a sacar su paga del porcentaje añadido a los préstamos concedidos a los deudores de sus amos. La ganancia personal de los administradores consistía en la diferencia entre el préstamo real y los intereses registrados en el recibo. El astuto administrador de la parábola no quita a su amo la cantidad que le corresponde; sencillamente reduce el recibo del deudor a la cantidad real, renuncia a la parte de intereses que le correspondería, favoreciendo así a los eventuales futuros amigos, los cuales, de esta manera, pagarán a su amo solo la deuda neta, sin intereses ni usura. La astucia del administrador consiste en renunciar a un interés económico inmediato, con vistas a conseguirse nuevos amigos para el futuro. Hay aquí una invitación a no invertir en cosas perecederas, sino en valores que permanecen. Para Jesús estos valores son ante todo dos: el compartir los bienes con los pobres con vistas a las moradas eternas (v. 9) y la libertad frente a las cosas que esclavizan el corazón (v. 13).
Se trata de una fuerte invitación a abrir el corazón, a ser sensibles a los demás. Esta apertura, afirma San Pablo (II lectura), se inspira en el Corazón de “Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (v. 3-4). De veras, todos: un adjetivo que Pablo repite cuatro veces (v. 1.2.4.6), para subrayar el plan generoso de Dios (v. 4), la obra de Cristo (v. 6), la dimensión universal de la oración del cristiano (v. 1-2.8), llamado a ser en todas partes mensajero de Cristo (v. 7).
Palabra del Papa
(*) La Madre Teresa de Calcuta “se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes - ¡ante los crímenes! - de la pobreza creada por ellos mismos”.
Papa Francisco
Homilía en la canonización de la Beata Teresa de Calcuta, 4-9-2016
P. Romeo Ballan, MCCJ
Lucas 16,1-13
NO SOLO CRISIS ECONÓMICA
José A. Pagola
“No podéis servir a Dios y al Dinero”. Estas palabras de Jesús no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios.
Desgraciadamente, la Riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular.
Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los demás… Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en peligro al ser humano y al mismo Planeta.
Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir el drama humano en el que vivimos inmersos.
Cada vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte.
Ya ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad?
La crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común?
La disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y fractura social. Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas pueden ser en estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos puede hacer más humanos y más cristianos.
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