En una aldea perdida de Galilea, llamada Nazaret, los vecinos del pueblo se reúnen en la sinagoga una mañana de sábado para escuchar la Palabra de Dios. Después de algunos años vividos buscando a Dios en el desierto, Jesús vuelve al pueblo en el que había crecido. La escena es de gran importancia para conocer a Jesús y entender bien su misión.
Ojos fijos en Jesús y en su misión
Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10; Salmo 18; 1Corintios 12,12-31; Lucas 1,1-4; 4,14-21
Reflexiones
El evangelista Lucas afirma claramente que no tiene la intención de escribir una novela, sino un libro de historia, basado en hechos ciertos. Quiere dar a sus lectores una seguridad total acerca del protagonista del libro que está a punto de escribir. No quiere inventar hechos, escenas o mensajes; quiere relatar (Evangelio) tan solo “los hechos que se han verificado entre nosotros” (v. 1), transmitidos “por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra” (v. 2). Para el evangelista los hechos son los que inspiran las palabras; los ministros de la Palabra se basan en los hechos. Con documentos en la mano, “después de comprobarlo todo exactamente desde el principio”, Lucas está en condiciones de escribir un relato “por su orden” sobre la historia de Jesús. Con rigor y honestidad, basándose en testigos oculares y creíbles, garantiza a sus lectores la “solidez de las enseñanzas” que han recibido (v. 3-4).
Lucas tiene un claro proyecto catequético y misionero: fortalecer la fe en quienes ya creen y dar seguridad a los que están buscando, a los que se acercan y están en camino hacia Jesús, en cuanto personaje histórico y soporte de la fe. El Evangelio de Jesús se funda en hechos ciertos, en los cuales no tienen cabida inventos humanos o creaciones mitológicas. “La fe bíblica no es la adhesión a una serie abstracta de teoremas teológicos, sino la aceptación de la irrupción de Dios y de su palabra en la trama histórica de los acontecimientos humanos, en la ‘casa’ de carne de nuestras genealogías, en la ‘tienda’ de carne de la encarnación de Cristo... Cristo es centro y explicación del nudo enmarañado de nuestras generaciones, de nuestras esperanzas, de nuestras vicisitudes” (G. Ravasi). Juan Pablo II ha ilustrado varias veces esta centralidad de Cristo (*) y Benedicto XVI afirma: “Hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera... A nosotros nos toca abrir de par en par las puertas para acogerlo” (20-12-2009).
Con las explicaciones sobre el método de búsqueda, la intención del autor y la finalidad de la obra, Lucas ofrece una guía de lectura de su Evangelio y nos introduce en el programa de vida y en el mensaje de su protagonista, Jesús de Nazaret. En la sinagoga de su aldea de infancia y de juventud, Jesús, a los treinta años, estrena su misión pública, asumiendo en primera persona el programa profético de Isaías (61,1-2): también Jesús, “con la fuerza del Espíritu” (v. 14), se siente “enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”, a los cautivos la libertad y un año de gracia para todos (v. 18-19). Son estas las líneas programáticas de la misión de Jesús: más adelante, serán los milagros de curaciones, las parábolas de la misericordia, la acogida a los pecadores y a los excluidos... los que definan de manera concreta el rostro humano de un Dios que es misericordioso más allá de toda medida.
Jesús llena completamente la escena: como subraya Lucas, “toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él”. Jesús no se detiene en comentar el texto de Isaías, sino que proclama su plena actualización. Es el momento del hoy de Dios para el cumplimiento de las Escrituras (v. 20-21). Es legítimo pensar que, cuando Jesús pronunció la palabra ‘hoy’, hiciera también un gesto para indicar su cuerpo, su persona, como lugar del cumplimiento de todas las Escrituras: hoy, aquí, en mí, delante de ustedes que me están mirando... ¡Para Jesús se trató de un momento de plena identificación como enviado-misionero del Padre! El año de gracia ya está en marcha. A partir de ahora, los signos de la misericordia y de la cercanía de Dios al lado de cualquier persona que sufre, serán cada vez más patentes. Comenzando por Jesús y luego en la historia misionera de la Iglesia por doquier y en cualquier época.
También el pueblo de Israel hizo la experiencia de la actualidad permanente de la Palabra de Dios, cuando volvió a descubrirla después del exilio y la escuchó mientras era proclamada con solemnidad ante la asamblea (I lectura) en la plaza pública, provocando conversión y gozo. Hoy, la eficacia y la visibilidad de la Palabra se requieren de manera urgente en el campo ecuménico (II lectura), a fin de que todos los creyentes en Jesús, convocados por la Palabra y saciados por “un solo Espíritu” (v. 13), formen el único cuerpo de Cristo, enriquecido por múltiples dones, unidos armónicamente para un proyecto vital, animados por ardor misionero, “para que el mundo crea” (Jn 17,21).
Palabra del Papa
(*) “El cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es solo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo... El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad... En Cristo la religión ya no es un ‘buscar a Dios a tientas’ (cf Hch 17,27), sino una respuesta de fe a Dios que se revela... Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y, por ello mismo, es su única y definitiva culminación”.
Juan Pablo II
Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (1994), n. 6
P. Romeo Ballan
Oportunidad de renovación
Un comentario a Lc 4, 14-21
A veces pensamos que la vida de Jesús era todo “amor, bondad, paz”, entendiendo estas palabras como si su vida fuera un lago de aguas siempre serenas y plácidas. Pero no, la vida de Jesús estuvo llena de conflictos hasta que terminó en el conflicto final de la cruz. Según Lucas, el incidente que nos cuenta en su capítulo cuarto es el primero de los seis que sucedieron en un sábado, día sagrado para los judíos; el séptimo sábado será el de la resurrección. De este modo la vida de Jesús misma, no sólo sus palabras, representa una propuesta de “año jubilar”, es decir un tiempo de perdón y renovación, tiempo de un nuevo comienzo.
El año jubilar era una institución judía; se celebraba cada 50 años y, en esa ocasión, los campos se dejaban en barbecho, las deudas eran perdonadas y los esclavos liberados. Jesús dice en Nazaret que él ha venido a anunciar este año de perdón y restauración en favor de los pobres, de los que se han equivocado en la vida y han caído en deudas y esclavitudes. Eso, que es una buena noticia para muchos, parece que no todos lo reciben con alegría, quizá porque están anclados en los privilegios o porque les falta fe.
Para nosotros que leemos este texto hoy, es una invitación a acoger el perdón, a dejar atrás nuestros errores del pasado y renovar nuestra vida, guiados por el mismo Espíritu que descendió sobre Jesús. Acoger el perdón es un gran camino de renovación. De la misma manera, nosotros, discípulos misioneros de Jesús, estamos llamados a ser anunciadores e instrumentos de perdón y renovación para otros.
Esperemos que en ningún caso seamos personas de corazón duro que, por desconfianza o enrocamiento, nos neguemos a la novedad de Dios, una novedad que se hace perdón, renovación, restauración, nuevo comienzo.
P. Antonio Villarino, MCCJ
Bogotá
Lucas 1,1-4; 4,14-21
PROFETA
José A. Pagola
En una aldea perdida de Galilea, llamada Nazaret, los vecinos del pueblo se reúnen en la sinagoga una mañana de sábado para escuchar la Palabra de Dios. Después de algunos años vividos buscando a Dios en el desierto, Jesús vuelve al pueblo en el que había crecido.
La escena es de gran importancia para conocer a Jesús y entender bien su misión. Según el relato de Lucas, en esta aldea casi desconocida por todos, va a hacer Jesús su presentación como Profeta de Dios y va a exponer su programa aplicándose a sí mismo un texto del profeta Isaías.
Después de leer el texto, Jesús lo comenta con una sola frase: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Según Lucas, la gente “tenía los ojos clavados en él”. La atención de todos pasa del texto leído a la persona de Jesús. ¿Qué es lo que nosotros podemos descubrir hoy si fijamos nuestros ojos en él?
Jesús actúa movido por el Espíritu de Dios. La vida entera de Jesús está impulsada, conducida y orientada por el aliento, la fuerza y el amor de Dios. Creer en la divinidad de Jesús no es confesar teóricamente una fórmula dogmática elaborada por los concilios. Es ir descubriendo de manera concreta en sus palabras y sus gestos, en su ternura y en su fuego, el Misterio último de la vida que los creyentes llamamos “Dios”.
Jesús es Profeta de Dios. No ha sido ungido con aceite de oliva como se ungía a los reyes para transmitirles el poder de gobierno o a los sumos sacerdotes para investirlos de poder sacro. Ha sido “ungido” por el Espíritu de Dios. No viene a gobernar ni a regir. Es profeta de Dios dedicado a liberar la vida. Solo le podremos seguir si aprendemos a vivir con su espíritu profético.
Jesús es Buena Noticia para los pobres. Su actuación es Buena Noticia para la clase social más marginada y desvalida: los más necesitados de oír algo bueno; los humillados y olvidados por todos. Nos empezamos parecer a Jesús cuando nuestra vida, nuestra actuación y amor solidario puede ser captado por los pobres como algo bueno.
Jesús vive dedicado a liberar. Entregado a liberar al ser humano de toda clase de esclavitudes. La gente lo siente como liberador de sufrimientos, opresiones y abusos; los ciegos lo ven como luz que libera del sinsentido y la desesperanza; los pecadores lo reciben como gracia y perdón. Seguimos a Jesús cuando nos va liberando de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o deshumaniza. Entonces creemos en él como Salvador que nos encamina hacia la Vida definitiva.
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Un comentario Lc 1, 1-4; 4, 14-21
Después de leer la breve introducción metodológica de Lucas (1, 1-4) y, saltando los primeros capítulos (sobre la infancia de Jesús, sus relaciones con el Bautista y su paso por el desierto), la liturgia nos presenta hoy el gran proyecto apostólico que Jesús, “lleno de la fuerza del Espíritu”, anuncia en la sinagoga de Nazaret. Es un texto que conviene leer pausadamente, situándolo en el contexto de la promesa salvadora del Antiguo Testamento, específicamente del profeta Isaías. Por mi parte destaco los siguientes puntos:
1. “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu”
Después de haber compartido con el Bautista el deseo profundo de cambio y conversión, expresado en las orillas del Jordán, río que el pueblo de Israel atravesó para entrar en la tierra prometida y que ahora tiene que cruzar de nuevo (bautismo) para renovarse profundamente. Después de haber superado en el desierto las tentaciones de un mesianismo “patriótico”, orgulloso y prepotente, Jesús regresa a Galilea para tomar, “con la fuerza del Espíritu”, la misión para la que ha sido ungido y consagrado: anunciar un año de gracia, un jubileo.
2. En la sinagoga y en sábado
La actividad de Jesús, según Lucas, empieza un sábado (en Nazaret) y termina otro sábado (en Jerusalén). Toda ella se extiende a lo largo de siete semanas, como si quisiera decir que con Jesús la Creación comienza de nuevo. Y la predicación de Jesús se da en la SINAGOGA, que representa a Israel; en la CASA, que representa a la comunidad cristiana; en LOS CAMINOS, que representan la misión abierta a la humanidad entera.
Pienso que también hoy Jesús predicaría en los templos, en las casas y por los caminos, es decir, en todas partes. Lo importante no son los lugares, si no el Espíritu que acompañaba a Jesús y que hoy acompaña a sus discípulos.
3. Proclamar un año de gracia, un jubileo
Recordemos que en la tradición judía el jubileo –o año de gracia- era precisamente eso: un tiempo de gracia y perdón, para perdonar las deudas del pasado y tener la oportunidad de empezar de nuevo, de enmendar los errores de una vida pasada.
Y eso es precisamente lo que Jesús anuncia de mil maneras a lo largo de su ministerio:
Todo el evangelio de Jesús es un anuncio concreto, hecho de palabras y de acciones, de la misericordia de Dios para con los pobres, los enfermos y pecadores. El objetivo es que “los oprimidos” por otros o por sus propios errores olviden un pasado equivocado y aprovechen la oportunidad de empezar de nuevo. En eso consiste el Jubileo. Para eso ha sido consagrado y enviado Jesús. Y en eso consiste la misión de la Iglesia hoy: en anunciar con palabras y hechos la misericordia de Dios para todos aquellos que se sienten atrapados en sus dependencias, opresiones y pecados.
P. Antonio Villarino, Bogotá