Iniciamos el nuevo año litúrgico (I domingo de adviento), cuyas lecturas parecen enlazarse directamente con las lecturas de la última semana del año anterior. La primera parte del texto de Lucas que leemos hoy (versos 25 a 28) habla con lenguaje apocalíptico del “final de la historia” y de un tiempo en el que parece que “todo se derrumba”. “La angustia –dice Lucas- se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas”.

Erguidos, sobrios y vigilantes

Un comentario a Lc 21, 25-28.34-36

Iniciamos el nuevo año litúrgico (I domingo de adviento), cuyas lecturas parecen enlazarse directamente con las lecturas de la última semana del año anterior. La primera parte del texto de Lucas que leemos hoy (versos 25 a 28) habla con lenguaje apocalíptico del “final de la historia” y de un tiempo en el que parece que “todo se derrumba”. “La angustia –dice Lucas- se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas”.

No hay que olvidar que en la Biblia frecuentemente el mar es el lugar de una violencia incontrolada y una maldad que a veces parece amenazar a la humanidad, como en el caso del Diluvio o del Mar  Rojo que impedía la liberación el pueblo elegido. El mar es imagen de un tiempo de desazón, desorden y confusión que produce temor e inquietud.

En los museos capitolinos de Roma hay una sala dedicada a la “era de la angustia”, en referencia a los siglos de transición de la cultura romana antigua a la era de la cristiandad. Era un tiempo en el que un mundo viejo desaparecía y el nuevo no acababa de afirmarse. Algo así vivieron las primeras comunidades cristianas en el siglo Primero, con la destrucción del Templo, de Jerusalén y del Sistema judío al que pertenecían.

Hoy no usamos ese lenguaje, pero sí hablamos de una época de crisis, en la que parece que ya no vivimos los valores de la Tradición, en la que abunda la confusión y una cierta violencia que nos hace perder la confianza en nosotros mismos y en Dios.

Ante tal situación, la conclusión del evangelista es: cuando suceda todo esto, no se asusten, levántense, alcen la cabeza, manténganse vigilantes y orantes. Quien está con Dios no tiene por qué temer ante las convulsiones dela historia. Como dice San Pablo, ¿quién nos separará del amor de Dios?

Vivir el adviento es renovar esta actitud de esperanza y de orante vigilancia. No se trata de ponernos nerviosos ante los males de nuestro tiempo, sino de mantenernos erguidos, sobrios y vigilantes para ver las nuevas oportunidades que se nos ofrecen.

¡Buen Adviento! ¡Buena preparación de la Navidad!
Antonio Villarino, MCCJ
Bogotá

Adviento
tiempo de esperanza y de Misión

Jeremías  33,14-16; Salmo  24; 1Tesalonicenses  3,12-4,2; Lucas  21,25-28.34-36

Reflexiones
Comenzamos hoy el tiempo de Adviento, que significa llegada, espera, encuentro. La buena noticia de Jesús viene a iluminar tres situaciones de la existencia humana y cristiana: la realidad en la cual vivimos, la respuesta de la fe, el camino del cristiano. El Adviento litúrgico nos ayuda a iluminar y vivir el adviento existencial de las esperas personales, entre  los gozos y ansiedades diarias, en las relaciones interpersonales.

1. El evangelista Lucas  -que será nuestro compañero de viaje en el nuevo ciclo litúrgico-  presenta con tono fuerte (Evangelio) la situación real de la humanidad “oprimida por muchos males” (oración colecta): habla de angustia, estruendo, muerte, terror, ansiedad, sacudidas... (v. 25-26). Estos males no se refieren directamente al fin del mundo, sino a la situación actual de la humanidad, con todas sus cargas negativas (múltiples atentados, homicidios, corrupciones, violencias de todo tipo... que siembran muertes, miedos, angustias). La raíz de estos males es el pecado, que contamina todas las relaciones humanas: las relaciones con Dios, consigo mismo, con los demás, con el cosmos. Sumergidos en varias formas de negatividad, algunos dicen que no creen en nada y, sin embargo, luego tienen miedo de todo. El Adviento nos invita a la esperanza: en el derrumbe de los astros podemos leer la caída de  los sistemas humanos de poder, de opresión económica, ideologías, sistemas cerrados que impiden libertad, encuentro, alteridad.

2. La humanidad, sumergida en el mal y en el pecado, es incapaz de salvarse por sí sola. Necesita un Salvador que venga de afuera: Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre, es el Salvador que viene. Tiene el poder de Dios para debelar cualquier mal del mundo (v. 27). En efecto, no existe ningún mal, caos o situación negativa que sean más fuertes que Él. Esta es la buena noticia: la liberación del mal es posible, está cerca. Basta con mirar hacia Cristo con confianza: “Cobren ánimo y levanten la cabeza” (v. 28). El Señor que viene tiene la lozanía del brote que despunta (I lectura), de la vida que se renueva, de un mundo nuevo. La venida del Señor es siempre buena noticia; Él tiene solamente “palabras buenas” (v. 14) para nuestra existencia: compromisos diarios, afectos, relaciones interpersonales.

3. Este sueño de Dios es posible con una condición: hay que hacer un camino en la vigilancia y en la oración, para que el corazón no se haga pesado por el libertinaje y por las preocupaciones de la vida (v. 34.36); para vivir agradando a Dios (II lectura); para “progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros y en el amor para con todos” (v. 12). Los textos litúrgicos de hoy contienen una persistente invitación a la vigilancia, a la oración y a la esperanza, que son actitudes características del tiempo de Adviento. La espera del Señor que salva no acabará en una desilusión, quedará satisfecha. “La vida de cada uno es una espera. El presente no basta para nadie. En un primer momento parece que nos falte algo. Más tarde nos damos cuenta de que nos falta Alguien: y lo esperamos” (don Primo Mazzolari). Su venida  -la de cada día y, en especial, la de Navidad-  es siempre una sorpresa grata, cierta, gozosa.

La liturgia nos invita a vivir la espera del Señor Jesús, haciéndonos revivir eficazmente su primera venida en la Navidad. Esta es, en realidad, la fuerza especial de los sacramentos de la Iglesia, que hacen presentes hoy los misterios cristianos que tuvieron lugar en el pasado. De este modo, la historia se recupera plenamente y se convierte en historia de salvación en el hoy de cada cristiano. Para ello es necesario que la espera se convierta en atención al Señor que viene, es decir, preparación paciente de un corazón disponible y purificado, sensible a las necesidades de los demás, pronto a compartir con otros la propia experiencia de Jesús Salvador.

Nosotros los cristianos, que ya creemos en Cristo, sabemos quién es el Salvador que viene, mientras que los no cristianos  –que son todavía la mayor parte de la humanidad (dos terceras partes)–  esperan aún el primer anuncio de Cristo Salvador. Por esta razón, el Adviento es un tiempo litúrgico muy propicio para fortalecer en los cristianos la gratitud a Dios por el don de  la fe y acrecentar en ellos la conciencia de la responsabilidad misionera. Ya el Papa Pío XII  (*)  exhortaba a la oración y al compromiso misionero, de manera especial durante el Adviento, que es el tiempo de la espera de la humanidad.

Palabra del Papa

(*)  “Deseamos que por esta intención misionera se rece más y con un fervor más iluminado... En especial pensamos en el tiempo del Adviento, que es el tiempo de la espera de la humanidad y de los caminos providenciales de preparación a la salvación… Oren, por tanto, oren más. Acuérdense de las inmensas necesidades espirituales de muchos pueblos que todavía están lejos de la fe verdadera, o carecen de recursos para perseverar en ella”.
Pío XII
Encíclica Fidei Donum, 21-4-1957

[P. Romeo Balla, mccj]

 

INDIGNACIÓN Y ESPERANZA

Lucas 21, 25-28.34-36

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.

Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará «signos» de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.

Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los «acontecimientos cósmicos» que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.

El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos «Dios».

No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El «último día» no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: «Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación». Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.

Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.

Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. «Tened cuidado: que no se os embote la mente». No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. «Estad siempre despiertos». No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.

¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.
José Antonio Pagola