Jueves, 15 de septiembre 2016
Padre David Kinnear Glenday, que viene de Escocia, encontró por primera vez a los misioneros combonianos cuando tenía nueve años. Fue ordenado sacerdote hace casi cuarenta años y, desde entonces, ha sido misionero en Uganda y en Filipinas. De 1991 a 1997 ha sido superior general y ahora se encuentra de nuevo en Roma, siendo secretario general de la Unión de los Superiores Generales. Aquí comparte algo de lo que significa para él celebrar el 150o aniversario de la fundación del Instituto al que pertenece.
P. David Kinnear Glenday,
Misionero comboniano.
Celebrar el 150o aniversario del Instituto misionero fundado por Daniel Comboni es para mí algo profundamente personal, es decir la celebración de una gracia multifacética que me ha acompañado desde mis primeros años de vida, y cuyo aprecio y comprensión han ido creciendo en mí a través de varios eventos y etapas de mi camino misionero. Para mí, esta celebración es sobre todo gratitud, mi gratitud por San Daniel Comboni, porque el Instituto que él fundó ha plasmado y enriquecido mi vida de muchas maneras.
Así que voy a compartir tres razones - pero hay muchas más - para ser agradecido.
Una experiencia de Dios. En su Plan para regenerar África, Daniel Comboni afirma con claridad que vive su misión, y todas las iniciativas que dicha misión le llevan a tomar, como participación en la misión de Dios. Al reflexionar y al rezar sobre su primera experiencia de misión en África Central, una experiencia hondamente dolorosa, descubre que allí, en medio de la pérdida y del aparente fracaso, ha llegado de hecho a descubrir al Dios Vivo, un Dios-en-comunidad y un Dios en misión, un Dios que va hasta los confines de la tierra y nos lleva con él, si nosotros le dejamos.
Es por esto que, cuando Comboni llega a fundar su Instituto, se lo imagina en términos de un “pequeño Cenáculo”, un Pentecostés que dura en el tiempo, un lugar donde los seres humanos son atraídos hacia el misterio misionero de la Trinidad. Por esto la verdadera vida de este Instituto es una vida en el Espíritu y una manera correcta para celebrar estos 150 años es decir: lo mejor está todavía por venir. Así que es muy posible que las fragilidades y los límites que hoy el Instituto tiene, más que ser obstáculos para la misión, sean la senda para descubrir dónde y cómo el Espíritu nos está conduciendo hacia el futuro. Dicho con otras palabras, esta celebración tiene que ver tanto con el futuro como con el pasado.
Esta Obra es católica. Nací en la India, de madre irlandesa y de padre escocés, así que no es de extrañar - me imagino - que agradezca en particular a San Daniel Comboni el que desde el comienzo quisiera que su Instituto fuese totalmente internacional, o “católico” como le gustaba decir. El Dios que él descubrió y experimentó, fue un Dios para el mundo entero, incluyendo toda la Iglesia en una misión dirigida a cada continente, nación, lengua y cultura. Solamente siendo abierto a los miembros de todas las naciones este Instituto podía ser de veras un testimonio creíble de la misión de Dios en el mundo. Y así Comboni lo sintió y entendió claramente.
Este camino no ha sido, y nunca lo será, fácil para nosotros, misioneros combonianos, y hemos tenido luchas y fracasos a lo largo del camino, pero hay algo muy bello y es que, en definitiva, hemos vuelto siempre - y a veces a pesar nuestro - a este deseo e intuición de nuestro Fundador. En lo más profundo de nuestro corazón, sabemos que somos llamados a ser una pequeña semilla en el mundo de la Familia que el Padre añora y desea.
Huelga decir que - gracias a muchos misioneros combonianos - estoy profundamente agradecido por haber tenido la gracia y la oportunidad de pertenecer a este Instituto, una gracia y una oportunidad que indudablemente debo a la intuición y a la visión del Fundador.
Una misión para cada discípulo. Al celebrar 150 años desde que Daniel Comboni tuvo la audacia de fundar su Instituto, no podemos más que asombrarnos ante la anchura de miras, la vitalidad y el frescor de su visión. Una vez más desde el comienzo tenía claro, en su mente y en su actuar, que Dios había compartido su misión con toda la Iglesia, con toda persona bautizada y, a pesar de las muchas dificultades que encontró, siguió firme en esta visión.
Insistió diciendo que cada obispo era llamado a, y ordenado para aceptar la responsabilidad de la evangelización del mundo entero, y no solamente de su diócesis – y por ello se fue al Concilio Vaticano I, tratando de convencer de esto a los obispos. Su Instituto no debía estar compuesto solamente por sacerdotes, sino también por laicos totalmente dedicados a la misión – los “Hermanos” que han contribuido en gran medida en estos 150 años, y sin los cuales este Instituto no podría ser el Instituto de Comboni. Dentro de la misma dinámica, Daniel Comboni implicó desde el comienzo a mujeres en la misión y fundó el Instituto de sus Hermanas - los dos Institutos son los pulmones del mismo cuerpo, y el Instituto puede respirar y vivir bien solo cuando esta verdad se vive en la práctica diaria de la misión de Comboni. El Fundador se acercó a los laicos, de nuevo, hombres y mujeres, y a otros Institutos y grupos misioneros, a comunidades de Hermanas Contemplativas: antes de ser una teoría, esto para él era la realidad de la misión, una realidad que sigue desafiando y provocando.
En la misma dirección, un aspecto particularmente evocativo y bello de la fundación de nuestro Instituto son las relaciones, la amistad, que él vivió con tantos misioneros famosos de su tiempo: con San Juan Bosco, con San Arnold Jansen, fundador de los Misioneros del Verbo Divino, con el P. Jules Chevalier, fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón, y otros. Ante esto, también, la celebración de estos 150 años nos reta y apunta hacia el futuro.
Gracias y sí. Como dice Papa Francisco al comienzo casi de su Evangelii Gaudium, la alegría del evangelizador siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida. Es esta alegría, y este tipo de memoria, que hoy me llena y me entusiasma aún más que cuando por primera vez, hace muchos años, “encontré” a Daniel Comboni. Dicho de manera sencilla, estoy contento de que ese santo misionero hizo lo que hizo.