Martes, 28 de abril 2015
Las presentes reflexiones quieren ser simples comentarios sobre el segundo objetivo propuesto por el Papa Francisco en su carta apostólica a todos los Religiosos con ocasión del Año de la Vida Consagrada del pasado noviembre de 2014, con el fin de ayudarnos a vivir como misioneros combonianos este tiempo en el que nos encontramos. "El apasionamiento por un ideal, en nuestro caso, el misionero, tiene que ver con el entusiasmo. La pasión no se consigue de una vez para siempre. Es como una planta que tenemos que cuidar y alimentar cada día. Por ello es necesario aprovechar de estas iniciativas, como las que nos propone el Papa en el “Año de la Vida Consagrada”, para revisar cómo estamos viviendo nuestra entrega y cuál es nuestro vínculo con el Evangelio, con el Instituto y con la misión", escribe P. Rogelio Bustos Juárez, mccj. [En la foto: P. Fernando Domingues, mccj].
P. Manuel Pinheiro
de Carvalho, mccj,
en el Perú.
VIVIR EL PRESENTE
CON PASIÓN
“El pasado es memoria y el futuro es imaginación a las que recurrimos desde el presente”
(San Agustín)
1. El seguimiento de Cristo, como referente primero
Cuando se habla del surgimiento de los carismas, la historia de la vida religiosa nos enseña que la primera cosa de la que partieron los(as) fundadores(as) ha sido el Evangelio. De la lectura atenta de la Buena Noticia conocieron a Jesucristo, se empararon de la Palabra y descubrieron por dónde podían seguirlo. A algunos les llamó la atención el Jesús taumaturgo que curaba a los enfermos, a otros el Jesús Maestro que, con autoridad, enseñaba cosas nuevas; a nosotros nos cautivó el Jesús itinerante que debe anunciar el Evangelio a todos los pueblos, pues para eso ha sido enviado.
De allí surgieron las normas o constituciones que servirían como marco teórico para hacer vida la intuición carismática. En las Reglas de 1871 nuestro Fundador decía: Es cierto que un espíritu humilde que ame sinceramente su vocación y quiera ser generoso con su Dios, las observará de corazón considerándolas como el camino trazado por la Providencia; pero, es importante dejar en claro que las Constituciones, la Regla de Vida y las tradiciones de cualquier instituto mantendrán su vigencia siempre y cuando sigan inspirándose en los valores evangélicos. Por ello el Papa escribe: La pregunta que hemos de plantearnos en este Año es si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si éste es realmente el vademécum para la vida cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio sigan siendo de máxima importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras.
No estoy seguro si, después de concluida nuestra formación de base, todos hemos tomado en serio nuestra formación permanente. Hoy se habla de sociedad líquida y amor líquido (cfr. Z. Bauman) para aludir a esa rapidez con la que va cambiando el mundo, la sociedad, la Iglesia y la vida religiosa.
Y el Evangelio puede ser esa fuente que, con su dinamismo y actualidad, puede indicarnos sendas por dónde encaminar nuestros pasos. Al respecto, un buen instrumento de revisión puede ser el capítulo tercero de la Evangelii Gaudium (n° 111-173) en el que el Papa Francisco nos invita a hacer una revisión de la manera como nos acercamos a la Palabra, y cómo la anunciamos.
Pero no basta ser expertos en teología bíblica o buenos pastoralistas sino somos capaces de poner en práctica aquello que anunciamos. Se nos invita a revisar el lugar que ocupa la Palabra en nuestra vida; si en verdad es esa guía segura a la que recurrimos cotidianamente y que nos va asemejando poco a poco al Maestro.
Misioneros
Combonianos
de la Provincia
de Ecuador.
2. Conformar nuestra vida
al modelo del Hijo
Si aceptamos que seguimos a Jesucristo, nos ayudará la reflexión sobre la segunda parte de nuestro nombre: ‘del Corazón de Jesús’, porque nos permitirá profundizar en nuestra identidad. Cuando en 1885 a través de Mons. Sogaro, la Santa Sede nos concede transformarnos en Congregación religiosa se nos llamó: Hijos del Sagrado Corazón de Jesús.
En 1979 se llegó a la reunificación, renacimos con el nombre de Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Es interesante que se mantiene la referencia al Corazón de Jesús.
El Papa Francisco en su carta sostiene que si el Señor es nuestro primero y único amor, podremos aprender de él lo que es el amor y sabremos cómo amar porque tendremos su mismo corazón, es decir, nos identificaremos con Él. Es aquello que reflexionaron y nos compartieron algunos Padres de la Iglesia:
San Ireneo de Lyon, por ejemplo, habla de «Jesucristo que, a causa de su amor superabundante, se convirtió en lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que Él es» (Prefacio del libro V Contra las Herejías).
San Gregorio Nacianceno desarrolla otro aspecto: “En mi condición terrenal, estoy ligado a la vida de aquí abajo, pero por ser también una parcela divina, llevo en mi seno ese deseo de la vida futura”. El hombre no está sólo ordenado moralmente, regulado por un decreto sobre lo divino, sino que es del génos de la raza divina; como dijo san Pablo: “Somos linaje de Dios” (Hech 17, 29). San Atanasio, en el tratado Sobre la encarnación del Verbo, sostiene que el Logos divino se hizo carne, llegando a ser como nosotros, por nuestra salvación. Y, con una frase que se ha hecho justamente célebre, escribe que el Verbo de Dios “se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que nosotros heredáramos la incorruptibilidad” (54, 3).
Nuestro Fundador, San Daniel Comboni, haciendo suya la espiritualidad de su tiempo, supo responder a los desafíos de la misión inspirándose en la espiritualidad del Sagrado Corazón, ampliando su significado, dándole un cariz más social y misionero.
A manera de síntesis, si quienes aprobaron el nombre que llevamos vieron oportuno y necesario incluir en nuestro nombre la alusión al Corazón de Jesús, entonces se vuelve apremiante que cada vez más nos identifiquemos con sus sentimientos y los traduzcamos en actitudes. Seguimos a Jesucristo no de cualquier manera, sino esforzándonos en ser cordiales en nuestro trato, en ser reflejo y expresión de los sentimientos del Hijo de Dios y todo esto tiene consecuencias, como veremos, en la vida personal y comunitaria. Al punto de convertirnos en parábola existencial, signo de la presencia del mismo Dios en el mundo (cfr. Vita Consecrata N° 22).
Hno. Baldo Guerrino,
en la Curia,
en Roma.
3. Siendo fieles a la misión confiada
El tercer punto nos invita a revisar nuestra fidelidad al legado que hemos recibido de nuestros fundadores. Una intuición carismática es, al mismo tiempo, don y responsabilidad. Don porque no hicimos nada para recibirlo, a través de la persona y el trabajo de nuestros fundadores; pero, al ser reconocido por la Iglesia, tenemos la responsabilidad de no tergiversarlo ni alterarlo sino la de ser continuadores de ese regalo que ha sido puesto en nuestras manos.
Aquí podrían hacerse dos lecturas: la primera es la de aferrarnos al pensamiento y a la obra de nuestro Padre y fundador pretendiendo que, por fidelidad carismática, tengamos que reproducir tal cual, sine glosa, aquello que éste hizo. La segunda, en cambio, es actuar de tal modo que aquello que hacemos no se parezca absolutamente en nada a lo sugerido o propuesto por nuestros fundadores y movernos en entera libertad; interpretando los nuevos desafíos a nuestro antojo desdibujando la herencia que recibimos hace más de 150 años.
Me parece sano evitar ambos extremos. Es necesario coger la estafeta de manos de quienes nos precedieron pero manteniendo la lucidez para descubrir cómo tenemos que responder a los desafíos del presente sin desvirtuar la originalidad carismática. Éste, me parece, que ha sido el objetivo de la Ratio missionis y el trabajo de recalificación de nuestros compromisos en los que el Instituto ha venido insistiendo en los últimos años.
El Papa Francisco nos exhorta para que en este Año de la Vida Consagrada nos preguntemos si nuestros ministerios, nuestras obras y presencias, ¿responden a los que el Espíritu Santo ha pedido a nuestros fundadores? En una palabra, se nos invita a vivir en actitud de discernimiento continuo para no engañarnos y ser así, reflejo y expresión de ese carisma eclesial que recibimos.
Misioneros Combonianos
de la North American Province,
(NAP).
4. Hacerse expertos en comunión
Estando así las cosas y, considerando el valor que tiene para nosotros la vida fraterna, sería oportuno que nos preguntáramos sobre la calidad de nuestra vida en común, característica y condición ineludible para quienes abrazamos la vida cenobítica. Al respecto, nuestro fundador fue muy claro al describir las características de su Instituto:
Este Instituto se vuelve por ello como un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África, un punto luminoso que envía hasta el centro de la Nigricia tantos rayos como solícitos y virtuosos Misioneros salen de su seno. Y estos rayos, que juntos resplandecen y calientan, necesariamente revelan la naturaleza del Centro del que proceden (Escritos 2648).
Es interesante la imagen que utiliza San Daniel: “cenáculo de apóstoles”. El cenáculo es la habitación del piso superior donde el Maestro confió a sus discípulos aquello que llevaba en su corazón en vísperas del gesto máximo de donación. El estar juntos, es esa realidad que nos trasciende y nos acerca a Dios cuando vivimos en comunión con los hermanos. Es también espacio de intimidad donde podemos abrir nuestro corazón a los compañeros de camino y nos revelamos como somos. Allí donde compartimos lo que somos descubriendo los dones y límites propios y aquellos de quienes viven con nosotros. Teológicamente la Trinidad es nuestro modelo: tres personas distintas pero sólo un Dios. El vivir juntos nos ayuda a compartir nuestros dones y acoger la riqueza de quienes viven a nuestro lado. Somos diferentes, pero cultivamos y promovemos la unidad, a través del respeto y la tolerancia. En un instituto internacional como el nuestro, el desafío es mayor, pero no imposible.
Postulantes Combonianos
en Matola, Mozambique.
Pero, en el icono usado también se hace referencia a la apostolicidad. De ese ‘cenáculo de apóstoles’ saldrán como ‘rayos’ solícitos y virtuosos misioneros para iluminar situaciones de oscuridad: el Papa hablará del enfrentamiento, del choque de las diferentes culturas, de la prepotencia con los débiles, de las desigualdades […] y podríamos continuar con una lista de situaciones que conocemos o con las que nos hemos encontrado en nuestro servicio en las diferentes partes del mundo donde trabajamos. A todas ellas estamos llamados a llevar una palabra de esperanza y aliento, iluminando oscuridades y compartiendo una experiencia de fraternidad, fruto de la comunión que hemos experimentado. Ya no basaremos la fuerza y eficacia de nuestra vocación misionera en los recursos materiales que podamos llevar a la misión, sino en la disponibilidad para compartir la experiencia auténtica de Dios que tengamos y en la dosis de humanidad que podamos transmitir. La calidad de la vida misionera dependerá del tiempo que estemos dispuestos a dedicar a aquellas personas que están marginadas por la sociedad. Nuestro lugar como misioneros, y esto la mayoría de las iglesias locales nos lo reconoce, es allí donde hay tensiones y diferencias, donde hay situaciones que contradicen la condición humana. Allí tenemos que llevar la presencia del Espíritu tratando de dar testimonio de unidad (Jn 17, 21), nos recuerda el Papa.
Todo esto se traduce en un estilo propio que tiene que ver con la escucha, el diálogo y la colaboración con las personas con las que interactuamos. Podemos ser personas muy dinámicas y capaces, pero si no sabemos trabajar en equipo, difícilmente daremos testimonio del amor trinitario en el cual se funda la vida comunitaria. Las diferencias no tienen que impedir que busquemos dar testimonio de unidad ante la Iglesia o el mundo.
5. Apasionados por el Reino
Una última consideración: el seguimiento de Jesucristo, el querer asemejarnos a su corazón, el mantenernos enamorados de la misión y el ser constructores y no meros consumidores de comunidad, será posible en la medida que mantengamos siempre viva la pasión por el Reino. Si nos fijamos bien, a muchos de nosotros nos acompaña una buena dosis de irresponsabilidad en la manera como administramos el tiempo y los bienes que llegan a nuestras manos. Si perdemos contacto con la población, nos será difícil imaginar las penurias que vive la mayoría de nuestra gente. La Carta del Papa Francisco citando a Juan Pablo II dice: “La misma generosidad y abnegación que impulsó a los fundadores debe moverlos a ustedes, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino”.
¿Por qué algunos de nuestros candidatos pierden el entusiasmo con el que llegan cuando ya son parte del Instituto? ¿Por qué para muchos de nosotros nos resulta tan sencillo dejar de ser combonianos cuando aparecen las dificultades o hay desacuerdos? ¿Por qué cada vez nos resulta más difícil obedecer y responder a los desafíos que se nos presentan? ¿Por qué ha disminuido nuestra pasión por el Evangelio y todo aquello que tiene que ver con la misión? ¿Por qué hay muchos que viven como jubilados antes de tiempo? ¿No será que hemos descuidado algunos referentes fundamentales relacionados con nuestra identidad que hace que nos despistemos y perdamos el rumbo?
El apasionamiento por un ideal, en nuestro caso, el misionero, tiene que ver con el entusiasmo. La pasión no se consigue de una vez para siempre. Es como una planta que tenemos que cuidar y alimentar cada día. Por ello es necesario aprovechar de estas iniciativas, como las que nos propone el Papa en el “Año de la Vida Consagrada”, para revisar cómo estamos viviendo nuestra entrega y cuál es nuestro vínculo con el Evangelio, con el Instituto y con la misión.
P. Rogelio Bustos Juárez, mccj