Lunes, 9 de febrero 2015
El 21 de noviembre de 2013 el papa Francisco ha escrito una Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada, que, iniciado en el primer domingo de Adviento, terminará con la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, el 2 de febrero de 2016. En cuanto a los objetivos, inspirándose en lo que Juan Pablo II había escrito en la exhortación post-sinodal Vita consecrata (n. 110), el papa Francisco invitaba a los consagrados a “mirar al pasado con gratitud”, “vivir el presente con pasión” y “abrazar el futuro con esperanza”. Se me ha pedido compartir una reflexión sobre la primera parte de la carta del papa Francisco con una mirada de gratitud a nuestro pasado de consagrados combonianos. En la foto: P. Salvatore Pacifico.
Misioneros
de la provincia comboniana
de Centro América.
1. LA PALABRA DEL PAPA
“Cada uno de nuestros institutos procede de una rica historia carismática–recuerda el Papa–. En sus orígenes está presente la acción de Dios, que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, a traducir el Evangelio a una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder con creatividad a las necesidades de la Iglesia. Después, la experiencia inicial ha crecido y se ha desarrollado, implicando a otros miembros en nuevos contextos geográficos y culturales, dando vida a nuevos modos de realizar el carisma, a nuevas iniciativas y expresiones de caridad apostólica”. “Durante este Año –dice el Papa– será oportuno que cada familia carismática recuerde sus inicios y su desarrollo histórico, para dar gracias a Dios, que ha ofrecido a la Iglesia tan gran cantidad de dones que la embellecen y la disponen para toda obra buena (cf. Lumen gentium, n. 12)”.
“No se trata de hacer arqueología –continúa el Papa–o de cultivar inútiles nostalgias, sino, más bien, de volver a recorrer el camino de las generaciones pasadas para captar en él la chispa inspiradora, las idealidades, los proyectos, los valores que las impulsaron, empezando por los fundadores, por las fundadoras y por las primeras comunidades. Se trata también de una forma de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a lo largo de la historia, de qué creatividad ha irradiado, de a qué dificultades ha tenido que enfrentarse y de cómo se han superado. Podrán descubrirse incoherencias, fruto de las debilidades humanas, y a veces incluso el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma, pero todo es instructivo y se convierte al mismo tiempo en llamamiento a la conversión. Narrar la propia historia significa alabar a Dios y darle gracias por todos sus dones”.
“Que este Año de la Vida Consagrada –concluye el Papa– sea también ocasión para confesar con humildad, y al mismo tiempo con gran confianza en Dios Amor (cf. 1 Jn 4, 8), la propia fragilidad, y para vivirla como experiencia del amor misericordioso del Señor; una ocasión para gritar al mundo con fuerza y para testimoniar con alegría la santidad y la vitalidad presentes en la mayor parte de quienes han sido llamados a seguir a Cristo en la vida consagrada”.
2. EL FUNDADOR
2.1 La pasión por la misión
Si nos preguntamos cuál es la herencia más importante que nuestro fundador nos ha dejado, yo diría que es la pasión por la misión. En aquel tiempo, era la pasión por África. A Comboni le gustaba definirse como “Misionero Apostólico”, parafraseando a San Pablo: “Llamado a ser apóstol, escogido para el servicio del Evangelio… para llevar a todas las naciones a la obediencia de la fe” (Rm 1, 1-15). La pasión por la misión ha marcado la historia del Instituto. Sabemos que las primeras fricciones del Instituto, después de la muerte de Comboni y después de la transformación en congregación religiosa, tuvieron lugar precisamente en este campo. Cuando los nuevos miembros del Instituto, “Hijos del Sagrado Corazón de Jesús”, llegaron a África, los viejos misioneros de Comboni tuvieron la impresión que la dimensión conventual habría prevalecido sobre la dimensión misionera, y reaccionaron. La crisis duró poco, también porque, con el tiempo, sobre el campo permanecieron solo los “Hijos del Sagrado Corazón”. Comboni estaba dispuesto a cerrar los ojos a otros límites de sus misioneros, pero no sobre esto. La pasión por la misión era la columna sobre la que todo encontraba su motivación de fondo.
2.2 Sólida formación
El otro elemento importante era la sólida formación. Pasión por la misión y sólida espiritualidad iban a la par en el pensamiento de Comboni. La pasión por la misión no sería tal y no duraría mucho tiempo, si no fuese sostenida por una fuerte espiritualidad. “Es de máxima importancia que los aspirantes al apostolado de la Nigricia –escribía en las Reglas del 71– tengan sólidas aptitudes de genuino celo, puro amor y temor de Dios, y que estén fortalecidos por un dominio seguro de las propias pasiones. A tal fin, manteniendo siempre en el Instituto la sencillez, el buen humor y también un elevado grado de vitalidad, es preciso que domine claramente el fervor por las cosas espirituales, el estudio de la vida interior y un deseo vivísimo de perfección”(EE 2706). “Cuando el Misionero de la Nigricia tiene ardiente el corazón de puro amor de Dios –leemos en las Reglas de 1971– y con la mirada de la fe contempla lo sumamente beneficiosa, grande y sublime que es la Obra por la que él se fatiga, todas las privaciones, los esfuerzos continuos, los más duros trabajos se vuelven para su corazón un paraíso en la tierra, y la muerte misma y el más cruel martirio resultan el más deseado galardón para sus sacrificios” (EE 2705). Entre las virtudes del misionero, Comboni daba gran importancia al “espíritu de sacrificio”, a propósito del cual escribía: “Fomentarán en sí esta disposición esencialísima teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente y procurando entender cada vez mejor qué significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas” (EE 2721). Creo que en este sentido ha sido providencial la presencia de los jesuitas al inicio de la nueva congregación. Ellos dieron aquella formación sólida que Comboni había deseado siempre. Y fue ciertamente mérito de los primeros misioneros combonianos en tierras de misión realizar aquella productiva síntesis entre pasión por la misión y espiritualidad. El riesgo de una espiritualidad vivida de manera conventual fue fácilmente superado “en el terreno”.
Y ya que hablamos de formación, no podemos olvidar la evolución que se ha dado en este sector del Instituto, sobre todo, después del Vaticano II. Volveré más tarde sobre ello.
2.3 Es la misión la que indica qué hacer y cómo hacerlo
Encontramos este principio al inicio de las Reglas de 1871: “Para que las Reglas de un Instituto que debe formar Apóstoles para naciones infieles sean duraderas, deben basarse sobre principios generales… esos principios generales deben informar su mente y su corazón, de suerte que se sepa gobernar por sí mismo, aplicándolos con sagacidad y juicio en los tiempos, lugares y circunstancias variadísimas, en los que lo pone su vocación” (EE 2640, 2641). No sólo, sino que, aunque las reglas “sean fruto de serias reflexiones, de largos estudios, de diligentes consultas, y de un pleno conocimiento de causa, enfrentándose a una colosal misión, totalmente nueva y especial, será útil esperar a ver con el tiempo los resultados de las mismas en la experiencia práctica” (EE 2643). En otras palabras, Comboni decía a sus misioneros que es la misión misma, en su concreción y diversidad, la que indica al misionero las opciones a escoger (=qué hacer) y como llevarlas adelante (=cómo hacerlo). Dispuesto a corregir la ruta si ésta se revelase inconsistente o ya no válida a causa de los cambios producidos sobre el terreno. Esto implicaba una gran atención a la historia y a su desarrollo. Es lo que, a su tiempo, el Vaticano II llamaría “signos de los tiempos”. Sabemos que Comboni fue ejemplar en este aspecto. El Plan fue el fruto de su lectura seria de la realidad. Y los cambios que introdujo en las varias ediciones del Plan, le fueron sugeridos por el análisis de la cambiante realidad.
2.4 La comunidad
Este fue otro pilar de las orientaciones que Comboni dio a sus misioneros, pilar que permaneció en la praxis del Instituto, dando sus frutos. Cito lo que escribió al Card. Barnabò en 1873 como Provicario Apostólico del África Central: “ Si no supiese que V. E. experimentó en otras misiones las lamentables consecuencias del Vae soli (¡ay de los solos!), le sugeriría con la más ferviente solicitud que no permitiese nunca que una misión quede con sólo uno o dos misioneros” (EE 3189).Tres años después reaccionó con fuerza a la propuesta de Carcereri que sugería multiplicar las estaciones misioneras y hacía los nombres de “Scellal, Berber, Jartum, Gebel Nuba, Cordofan (El Obeid), Sennar, Fascioda: construir en ellas cuchitriles y dotarlas de un solo misionero con un laico en cada una. Yo no acepté este plan”, escribió Comboni al Card. Franchi de Propaganda Fide. Y detalla los motivos que van desde los aspectos materiales a otros de tipo pastoral, moral y espiritual (EE 4241). Pero ya en 1865, comentando que un franciscano había sido dejado solo en Jartum por un periodo de tres años, Comboni escribió al Card. Barnabò: “Yo no aprobaría nunca el sistema de dejar a un misionero solo, privado de los medios de protegerse con el escudo del Sacramento de la penitencia; y esto durante más de tres años, en un lugar tan remoto como peligroso” (EE 1317). En la historia del Instituto, hasta nuestros días, no ha faltado la propuesta de permitir a los misioneros permanecer solos, con la motivación que esto permitiría multiplicar las presencias y el servicio. Comboni y el Instituto se han siempre resistido a esto. Aún más, diría que la vida comunitaria, con su corolario de caridad fraterna, ha sido por mucho tiempo una bandera del Instituto, continuamente reclamada por los Superiores Generales.
Sabemos que con el tiempo el campo de misión se ha extendido a la América Latina, a muchos países africanos y, finalmente, a Asia. Se han abierto comunidades de formación y animación misionera en muchos países de todos los continentes. El concepto mismo de misión ha evolucionado considerablemente. Pero me parece que estas orientaciones combonianas de fondo han permanecido como pilares y han garantizado consistencia y continuidad a pesar de la diversidad de circunstancias.
Misioneros
de la provincia comboniana
de Uganda.
3. LOS MISIONEROS COMBONIANOS Y LA MISIÓN
Catecumenado, safari y formación de catequistas
Pongámonos en el lugar de los Misioneros Combonianos que, en los primeros años 1900, al final de la mahdiya, llegaron a tierras de misión, concretamente a Sudán y a Norte de Uganda. Tuvieron que partir de cero, moviéndose en un terreno totalmente desconocido. Comenzaron por darse los instrumentos para trabajar: ante todo, la lengua, para poder comunicarse; el conocimiento de las costumbres de la gente, para comunicarse sensatamente. Sabemos que nuestros misioneros hicieron milagros, con resultados excelentes, de los que se servirían centenares de misioneros llegados a continuación. Obviamente, no faltaron las dudas. Un primer motivo de debate fue el de aquellos que, ante la pobreza humana de la población a evangelizar, sugerían el principio de “primero hombres y después cristianos”, mientras otros querían comenzar en seguida con la formación cristiana. Prevaleció esta línea, en la convicción que es la misma religión la que ayuda en el proceso de crecimiento humano. Una vez hecha la opción, se encontró una metodología con dos elementos clave, catecumenado y safari, que jugaron un papel determinante allá donde los Combonianos iniciaron de cero.
3.1 El catecumenado
El catecumenado era mucho más que el catecismo de Pío X aprendido de memoria. El catecúmeno pasaba largos períodos en la misión, participaba en la oración de la comunidad, hacía una experiencia de grupo en un contexto “cristiano”, aunque fuera limitado. Veía con sus ojos las actividades y la vida de los misioneros. Comprendía que la misión era también suya: contribuía con su trabajo al propio mantenimiento y a cubrir los gastos generales de la misión. El catecumenado no terminaba con el bautismo. Después de bautismo, el catecúmeno pasaba otros dos meses en la misión para la fase mistagógica, cuya finalidad era la de comprender lo que le había pasado recibiendo el bautismo y asumirlo en su vida. Tres veces al año (Navidad, Pascua y Todos los Santos) volvía a la misión para participar en las celebraciones. La práctica de los primeros viernes del mes era común y los cristianos se veían obligados a volver a la misión para recibir los sacramentos. El rosario, las oraciones de la mañana y de la tarde, el servicio, eran la praxis común de los cristianos. Se comprende entonces que el catecumenado era mucho más que el catecismo de Pío X aprendido de memoria. Era una experiencia de vida. El catecúmeno entraba verdaderamente en contacto con el misterio cristiano. Ciertamente, en los límites de su edad. Alguno se ha lamentado que los misioneros se hayan dirigido a los niños que, en las sociedades africanas, son los últimos en la escala de la relevancia. La idea era que estos muchachos se harían adultos y en cuanto tales se comportarían según la formación recibida.
3.2 Safari
El safari fue el segundo elemento importante. El safari permitía al misionero entrar en contacto con la realidad de la gente. Era un modo concreto de vivir la inserción. Los safaris tuvieron un gran papel en la praxis pastoral de los misioneros. De los tres co-hermanos presentes en la misión, el Hermano se dedicaba a los trabajos materiales mientras uno de los dos padres estaba siempre en safari; cuando uno llegaba, el otro partía.
El safari y el catecumenado han representado la carta triunfante de la evangelización, en el contexto más profundo de la pasión por la misión y la sólida formación. Estábamos en los inicios, había que inventar todo de cero. Con frecuencia había que actuar con osadía. Había la ventaja que los números eran todavía pequeños y, en cierto modo, la formación era personalizada. El safari permitía al misionero conocer a su gente de primera mano. Si es verdad que es la misión la que indica al misionero qué hacer y cómo hacerlo, era sobre todo por medio del safari que el misionero conocía personas y situaciones y, con base en este conocimiento, formulaba proyectos pastorales realistas. Los safaris permitían también a la gente conocer a los misioneros y este conocimiento resultaba ya en sí mismo formativo, porque se hacía estima y aprecio por la persona del misionero y por los valores que encarnaba (Testimonio de P. Marengoni, Servants of the Gospel, p. 160).
3.3 La formación de los catequistas
El otro elemento que se afianzó bastante pronto fue la creación de centros pastorales cuya finalidad principal era la formación de los agentes de pastoral, en la práctica, los catequistas. Es difícil valorar plenamente el papel que han tenido los catequistas en la primera evangelización de nuestras misiones. En muchos casos, los misioneros habrían podio hacer verdaderamente poco sin la aportación de los catequistas, sea porque el misionero, con el aumento de los cristianos, no podía llegar a todas partes, sea porque el catequista, por su familiaridad con la cultura local, podía contribuir con matices que difícilmente el misionero podría dar. La elección de los candidatos catequistas era exigente: no bastaba con ser un buen cristiano, se necesitan dotes de inteligencia y liderazgo.
Misioneros
de la provincia comboniana
de Italia.
4. LA FORMACIÓN COMBONIANA
El Papa nos ha invitado a mirar a nuestro pasado con gratitud. Esto se aplica, no sólo al trabajo misionero, sino también a la vida del Instituto en cuanto tal. Quisiera decir una palabra sobre la formación. En este campo, como en otros, el Vaticano II ha representado un gran cambio.
4.1 Antes del Concilio
He dicho ya cuánto la solidez de la formación era importante para Comboni y para el Instituto. En la formación, el Instituto seguía la praxis del tiempo: seminario menor, noviciado (dos años, pero en el segundo se estudiaba filosofía), escolasticado (filosofía) y, finalmente, escolasticado teológico. Este sistema, que se usaba en Italia, fue introducido poco a poco a medida que se abrían casas de formación fuera de Italia: Inglaterra, Estados Unidos, España, Portugal, México y Brasil. El Instituto tenía estructuras propias para la formación, desde el seminario menor (escuelas apostólicas) hasta la teología. Por muchos años, el escolasticado teológico estuvo en Venegono, con un centenar de teólogos. Un grupito estudiaba en Roma para obtener los grados académicos que les permitirían enseñar en nuestras estructuras formativas o en los seminarios que poco a poco se abrían en las misiones. Alguno era enviado a las universidades estatales, para poder enseñar en nuestros seminarios y eventualmente en estructuras educativas que surgían en las misiones. Recordemos el Comboni College di Jartum y el Comboni College de Asmara.
En las casas de formación, todas “nuestras”, los números eran generalmente grandes. Por muchos años, en Italia, hemos tenido dos noviciados, a grandes rasgos, un tercio del segundo año, un tercio de Hermanos. Estados Unidos e Inglaterra tenían su propio noviciado. Los novicios venían de nuestros seminarios menores o de los seminarios diocesanos, en los que se realizaba una buena promoción vocacional. Para los Hermanos estaba Thiene. Algún candidato Hermano venía directamente de la familia.
4.2 Después del Concilio
Las cosas cambiaron enseguida después del Vaticano II, especialmente a partir de 1968, un año famoso en Europa por haber sido marcado por una especie de revolución juvenil que afectó a toda la sociedad. Fue un período difícil. Se tenía la clara percepción de que lo viejo no aguantaba más, pero lo nuevo no existía todavía. Había que inventarlo. Obviamente, había los nostálgicos, tentados de enrocarse en el sistema que había siempre “resistido”; y había quien quería echar todo por los aires, arriesgando de “echar el niño junto con el agua”, como se decía. Comboni nos había enseñado que “es la realidad la que dice al misionero qué hacer y cómo hacerlo”. Este principio, aplicado desde siempre en las misiones, había que aplicarlo también en la formación y, yo diría, en consecuencia, en la gestión del Instituto. El Concilio nos había invitado a prestar atención a los signos de los tiempos. El hecho nuevo era el de poner la persona al centro. Para nosotros, Combonianos, se trataba de conjugar la centralidad de la persona con la pasión (y el servicio) de la misión. Un aspecto importante fue el de “exponer” al formando antes que super-protegerlo. Dejamos, por tanto, de tener nuestras estructuras escolásticas para utilizar las existentes. Nacieron los períodos de “experiencias”. Muchos de nosotros hemos vivido esta fase con mucho sufrimiento. Pero, una vez más, el Instituto fue capaz de repensar todo y de re-organizarse gradualmente hasta encontrar un nuevo equilibrio. Hicieron falta años. A un cierto punto nosotros mismos nos vimos sorprendidos de haber hecho tantos cambios y de haber creado un sistema que parecía funcionar.
CONCLUSIÓN
El Vaticano II marcó un cambio e inició un proceso. Se trataba de poner la persona al centro y conjugar esta centralidad con la pasión por la misión, con gran atención a la realidad, que dice qué hacer y cómo hacerlo. Y la realidad está siempre en evolución. No habrá nunca una fórmula válida para todos los tiempos y todos los lugares. Los aportes que vendrán después –“vivir el presente con pasión”, “abrazar el futuro con esperanza”– podrán ilustrárnoslo, en todos los campos en los que los Misioneros Combonianos están presentes.
P. Salvatore Pacifico, mccj