Jueves, 15 de enero 2015
“Nos dirigimos a ustedes con esta carta para presentarles el tema que queremos que acompañe nuestra reflexión durante el año 2015. Como hemos hecho en los años precedentes, nuestro deseo es el de indicarles algunas pistas que cada uno, en su contexto, pueda desarrollar y traducir en acciones que transformen la vida.” Consejo General.

 

P. González Galarza Fernando,
comboniano mexicano,
en Sudán del Sur.

 

CONSAGRADOS PARA LA MISIÓN

Queridos hermanos,
Un saludo cordial y nuestros mejores deseos en el Señor Jesús.

Nos dirigimos a ustedes con esta carta para presentarles el tema que queremos que acompañe nuestra reflexión durante el año 2015. Como hemos hecho en los años precedentes, nuestro deseo es el de indicarles algunas pistas que cada uno, en su contexto, pueda desarrollar y traducir en acciones que transformen la vida.

Nos hemos visto en una cierta dificultad para la elección del tema, sobre todo a causa de los varios acontecimientos que nos esperan en los próximos meses y las invitaciones que nos llegan de diversas partes.

Pensamos especialmente en el camino que hemos iniciado de preparación al próximo Capítulo General, a la dramática realidad vivida en tantas de nuestras provincias, a las situaciones de violencia y guerra presentes en nuestros países, a las crisis que en diversos niveles existen en todas partes. Pero vemos y acogemos también con alegría los signos de esperanza, de valentía, de fuerte testimonio dado por tantas personas y, entre ellas, muchos de nuestros hermanos, en las periferias de la misión que nos han sido confiadas.

Entre las tantas provocaciones que se nos presentan, hemos decidido acoger la palabra del Papa Francisco a través de su carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del año de la vida consagrada y queremos proponerles dicho documento como tema para nuestro caminar en este año que iniciamos.

La razón de esta decisión es que nos parece un texto que puede ayudarnos a profundizar nuestra reflexión y preparación del próximo Capítulo enfocando nuestra atención en una de las dimensiones fundamentales de nuestra vida, nuestra consagración como religiosos combonianos para la misión.

Ante esta carta apostólica a todos los consagrados, nos reconocemos consagrados misioneros y aceptamos el desafío de entrar en la lectura de nuestro ser y quehacer para ver cuán fieles y gozosos somos en nuestra consagración.

Entre los objetivos que el Papa Francisco para la vida consagrada hay tres que podemos aplicar a nuestra realidad y a nuestra experiencia como personas, como comunidad, como provincias y como instituto.

El primero de estos objetivos es  el de leer el pasado con gratitud. Sería muy bello que, en nuestros encuentros de comunidad, pudiésemos hacer memoria del bien que el Señor nos ha hecho y del bien que hayamos podido hacer a otros, y compartir con los co-hermanos la experiencia, simplemente para reconocer quién ha sido el autor y el protagonista de nuestra misión.

Leer el pasado con gratitud, también reconociendo, con humildad, nuestras fragilidades y debilidades, como una oportunidad para entrar en el camino de conversión que nos permite reconocer que somos vasos de barro que contienen un bellísimo tesoro.

Leer el pasado para reconocer la presencia fiel del Señor, que nunca falla, que no nos ha abandonado nunca y que sigue sirviéndose de nosotros en tantas partes del mundo, para hacer progresar su proyecto de amor hacia los más pobres y abandonados.

Leer el pasado para reconocer dónde el Señor se espera de nosotros un cambio, un cambio en nuestra misión, en nuestros hábitos, en todo aquello que ha permanecido fijo e intocable; para comprender dónde el Señor nos espera con su novedad y sus sorpresas.

Leer el pasado de nuestra misión y de nuestra consagración para reconocer que el Señor ha hecho cosas bellas en nosotros y por medio de nosotros. Por ello estamos agradecidos.

El segundo objetivo es el de vivir el presente con pasión. No podemos olvidar cuántas veces el Papa Francisco nos ha invitado a vivir en la alegría y a estar atentos para no dejarnos robar la esperanza, el entusiasmo y la felicidad que nacen del saberse consagrados al Señor, obra y propiedad suya.

Vivir el presente seguramente puede ser para nosotros una ocasión de evaluar todo lo que estamos llevando adelante como actividad misionera en los diversos campos en los que estamos presentes, en la pastoral, en la animación misionera, en la formación y en la promoción de las vocaciones misioneras, en el servicio a los pobres, en el testimonio y en el diálogo con otras religiones, en el compromiso con la justicia y la paz. Vivir todo con pasión hoy, como haría San Daniel Comboni, cuyo sueño era poder disponer de mil vidas para consagrarlas a la misión.

Vivir el presente con pasión desechando la tentación del pesimismo, la sombra del fatalismo o del desánimo, al ver que el número de los misioneros disminuye o que las vocaciones no son tan numerosas como en otros tiempos. No es el momento de dejarse atrapar por la tristeza, sino que es el momento de hacer ver que ante las dificultades el Señor nos hace fuertes, ante las cruces humildes, ante los errores y los pecados hombres de fe.

Vivir el presente con pasión para decir con nuestra vida cuán bella es nuestra vocación misionera, cómo llena de alegría nuestro corazón el reconocimiento de que pertenecemos a Dios y a su misión. Esto no puede sino traducirse en creatividad misionera y en capacidad de involucrar a tantas personas que nos miran como depositarios de una extraordinaria vocación a la que merece la pena consagrar todas las energías.

Una vocación que no conoce edades y que se hace pasión para los jóvenes que sueñan un futuro, pero también para los ancianos que han saboreado la dulzura y la amargura de esta llamada hecha de gozos y de cruces, de encuentros y renuncias, de abrazos y de abandonos.

El tercer objetivo, dice el Papa Francisco, es el de abrazar el futuro con esperanza.  Estamos convencidos que necesitamos abrazar el futuro con esperanza y por eso mismo no queremos renunciar a los desafíos que el mundo y la misión nos lanzan allí donde estamos presentes. Queremos ser signos y testimonios de esperanza entre los pueblos y en las periferias a las que somos enviados.

Queremos decir con la radicalidad de nuestra consagración que no compartimos la visión de un mundo cerrado y preocupado de sus problemas, que no creemos en una sociedad que elige la violencia para hacer el poder y el dinero dueños de nuestro tiempo.

Con nuestra consagración queremos decir que vamos contra corriente, porque creemos en el proyecto de Dios para la humanidad.

La pregunta que seguramente nos haremos es qué debemos hacer para traducir en acciones, en obras, en transformación de nuestra vida y de la vida del instituto este buen deseo de vivir en la esperanza.

¿Cuáles son los signos de esta esperanza que descubrimos ya en medio de nosotros? ¿Qué podemos hacer para ser fermento de alegría, serenidad, fraternidad y justicia en una realidad que nos quiere hacer entrar en las dinámicas del desánimo?

A los objetivos de su carta, el Papa Francisco ha añadido sus esperanzas, las cuales pueden ser una guía para nuestra reflexión y evaluación.

¿Qué puede significar para nosotros, para nuestras comunidades, para nuestro instituto, para nuestras presencias misioneras, cada una de estas expectativas?

1.- “Donde están los religiosos hay alegría”. ¿Somos nosotros religiosos combonianos que transmiten la alegría que nace del encuentro con el Señor, el Evangelio, los pobres?

2.- “Espero que despierten el mundo”. ¿Somos testimonios creíbles y capaces de decir una palabra que abra a la verdad del Evangelio? ¿Estamos bastante despiertos nosotros mismos o dormimos el sueño de la comodidad y del rechazo del sacrifico?

3.- “Expertos en comunión”. ¿Transmiten nuestras comunidades auténtica fraternidad, espíritu de comunión? ¿Hemos eliminado de entre nosotros el ambiente “frailuno y chismoso”, insoportable a Comboni cuando pensaba en sus misioneros?

4.- “Vayan en todo el mundo”. ¿Somos misioneros siempre dispuestos a aceptar la obediencia, siempre disponibles para ir donde no quieren ir otros, a aceptar la misión como un don, a dejar todo lo que nos puede ligar a un lugar, a las personas, a los intereses personales…?

5.- “Espero que toda forma de vida consagrada se interrogue sobre lo que Dios y la humanidad piden hoy”. ¿Estamos atentos a los signos de los tiempos, dentro y fuera de nuestra pequeña realidad? ¿Nos dejamos interpelar por todo lo que sucede más allá de nuestras casas? ¿Sentimos en nosotros las consecuencias de las pobrezas modernas? ¿Somos sensibles  a la búsqueda de Dios de tantos de nuestros contemporáneos o nos contentamos con mantener el ritmo diario de nuestras oraciones? ¿Somos sensibles a la exigencia de honestidad, transparencia, responsabilidad, coherencia y radicalidad que nuestros hermanos y hermanas esperan de nosotros como consagrados a la misión? ¿Nuestro estilo de vida, da razón de lo que hemos prometido a Dios y a nuestros hermanos el día de nuestra consagración?

Pensamos que estos tres objetivos y estas cinco expectativas pueden ser una guía válida para nuestro camino de formación personal, espiritual, misionera y comboniana.

Invitamos a todos a dejarse interpelar por esta carta que el Papa Francisco nos ha escrito con gran afecto, pero al mismo tiempo con gran claridad, recordándonos la urgencia de dar un salto de calidad en el modo de vivir nuestra consagración.

A nosotros, en particular, como combonianos, nos interesa acoger las palabras del Papa Francisco como una oportunidad para vivir mejor nuestro camino de preparación al XVIII Capítulo General, de modo que podamos traducir en obras nuestro deseo de ser auténticos “Discípulos misioneros combonianos, llamados a vivir la alegría del Evangelio en el mundo de hoy”.

Deseamos a todos un año lleno de bendiciones en el Señor y esperamos que sea también un año de crecimiento profundo en el deseo de ser verdaderos consagrados a Dios para la misión como San Daniel Comboni espera de cada uno de nosotros

Con nuestros mejores deseos.
P. Enrique Sánchez G., mccj
P. Alberto Pelucchi, mccj
P. Antonio Villarino R., mccj
P. Tesfaye Tadesse, mccj
Fr. Daniele G. Giusti, mccj