Martes 4 de noviembre 2014
Estamos celebrando en el Instituto 150 años del Plan de san Daniel Comboni. El texto ha tenido más que una edición. Nuestra reflexión se basará en la IV edición, publicada en Verona por la Imprenta Episcopal de A. Merlo, que lleva por título “Plan para la regeneración de África propuesto por don Daniel Comboni, misionero apostólico de África Central, superior de los institutos de negros de Egipto”.
ELEMENTOS
DE LA ESPIRITUALIDAD COMBONIANA
QUE EMERGEN DEL PLAN
PARA LA REGENERACION DE AFRICA
Introducción
La primera pregunta que nos ponemos es si es oportuno llamar el texto de Comboni plan o proyecto. Aun si el término hebreo que indica esta realidad se traduce constantemente como proyecto, plan, designio, la cuestión merece ponerse. La palabra griega traducida por proyecto da la idea de movimiento. La noción de “plan” entonces, indica algo estático, mientras que “proyecto” implica dinamicidad. El plan normalmente indica elaboración fría, sin un involucramiento subjetivo, sin corazón; el proyecto se vive desde dentro, con una carga subjetiva fuerte, y es este el caso del texto que san Daniel Comboni ha presentado a la Iglesia. Hay el involucramiento del corazón de Comboni en el texto del Plano, por esto es quizá oportuno hablar de “Proyecto para la regeneración de la Nigricia”. San Daniel vivió la obra de la regeneración de la Nigricia dentro de sí (es la imagen de Potier) antes que llegar a las implicaciones prácticas. En las líneas que siguen seguiremos llamando el texto de Comboni “Plan”, por respeto a la memoria de nuestro padre fundador, sin olvidar el aspecto dinámico, aquella dinamicidad que nace de la contemplación del Corazón de Cristo Buen Pastor, fuente su misión.
Le experiencia carismática en San Pedro, con ocasión de la canonización de santa Margarita María Alacoque, fue el momento fundante de este Plan pero no el único, como subraya bien el Padre General: “El Plan no es el texto, sino la vida escondida en las palabras, en el pensamiento, en las intuiciones, en los sueños y deseos que fueron el motor capaz de mover las manos de Comboni para dejar huella de aquello que el Espíritu quería expresar y que va mucho más allá de las ideas y de las estrategias que serán de algún modo respuesta al grito que emerge e inoportuna los oídos de Dios para suscitar su misericordia (El Plan de Comboni, Carta del Superior General, MCCJ MCCJ Bulletin 258, enero 2014).
Podemos decir que el Plan brota, de una parte, de una espiritualidad “con los pies por tierra”, hecha de estudios e investigación, y, de otra, de la experiencia del amor de Dios hecha por Comboni traducida en un texto a beneficio de sus hermanos y hermanas africanos.
Nuestra contribución se divide en cinco puntos: 1. Un Plan nacido de una mirada diversa. 2. Un Plan movido por la indignación. 3. Un Plan por realizarse en colaboración. 4. Un Plan con una pizca de… “género”. Un Plan que se paga con la propia vida.
1. Un Plan nacido de una mirada diversa
“Pero el católico, acostumbrado a juzgar las cosas con la luz que le viene de lo alto, miró a África no a través del miserable prisma de los intereses humanos, sino al puro rayo de su Fe; y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un Padre común arriba en el cielo, encorvados bajo el yugo de Satanás y al borde del más horrendo precipicio. Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota, y salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón; y una fuerza divina pareció empujarle hacia aquellas bárbaras tierras para estrechar entre sus brazos y dar un beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos, sobre los que todavía pesa, tremendo, el anatema de Canaán” (E 2742).
El parágrafo más denso, que está en la base de todo y constituye el fundamento en absoluto de todo el resto de texto es el número 2742: “El cristiano acostumbrado a juzgar las cosa con la luz que viene del alto…”. Comboni es este católico que, a fuerza de juzgar siempre a partir de las inspiraciones divinas, asumió una costumbre que lo lleva a mirar África no a partir de los intereses humanos y a descubrir hermanos que tienen su mismo Padre y a los cuales hay que llevar la Buena Noticia de la Salvación. Evidentemente para juzgar desde lo alto, hay que renacer desde arriba (Jn 3), renacer de lo alto es una gracia de Dios pero exige también una ascesis (esfuerzo). La fuente de esta mirada diversa sobre el africano, considerado un hermano perteneciente a la propia familia, que Comboni quiera estrechar entre sus brazos dándole un beso de paz y de amor, es la caridad encendida por la divina llama en el Gólgota, que brota del costado herido del Crucificado. La experiencia del amor del Crucificado es el motor del impulso misionero que lo empuja hacia esta periferia, África, vista por los otros bajo el prisma de los intereses humanos. La experiencia de la fe, que cambia su mirada sobre el africano, la experiencia de la caridad divina que los impulsa hacia estas “tierras bárbaras” son pues fuente de su confianza en el hombre africano que él asocia como protagonista en la obra de regeneración de África, “convertir África con África”. Hoy, en nuestras comunidades, en nuestras misiones, esta mirada de fe sobre los acontecimientos, sobre las personas y sobre la experiencia del amor del Crucificado, que no se separa nunca del amor al prójimo, es un elemento importante para la construcción de una fraternidad y cohermandad que va más allá del color de la piel, de la etnia, de la proveniencia provincial, etc. El Plan nace de la fe que obra a través de la caridad en vistas de una liberación del hombre africano. “Nuestra Obra se basa en la fe. Es un lenguaje que lo entienden pocos incluso entre los buenos de la tierra. Pero lo han comprendido los Santos, los únicos que debemos imitar”.
El Plan tiene un centro espiritual, el Corazón de Jesús, y centros materiales, los institutos donde serán preparados los evangelizadores y las evangelizadoras, en los que pueden vivir y actuar tanto africanos como europeos (cfr. E 2764) que irán hacia el centro de África.
"Podemos decir que el Plan brota,
de una parte, de una espiritualidad
“con los pies por tierra”,
hecha de estudios e investigación,
y, de otra,
de la experiencia del amor de Dios
hecha por Comboni
traducida en un texto a beneficio
de sus hermanos y hermanas africanos."
2. Un Plan movido por la indignación
“Pero la desoladora idea de ver suspendida quizá por muchos siglos la obra de la Iglesia en favor de tantos millones de almas gimientes todavía en las tinieblas y sombras de muerte, debe herir profundamente y romper el corazón de todo devoto y fiel católico inflamado del espíritu de la caridad de Jesucristo. Por eso, para seguir el impulso de esta sobrehumana fuerza, y para alejar para siempre del filántropo católico la desoladora idea de dejar envueltas en la infidelidad y en la barbarie esas inmensas y pobladas regiones, sin duda las más menesterosas y abandonadas del mundo, es preciso abandonar el camino seguido hasta ahora, cambiar el antiguo sistema y crear un nuevo plan que conduzca más eficazmente al deseado fin” (E 2752).
El Plan nace de la indignación provocada en Comboni por el estado de abandono en que se encontraba África desde el punto de vista de la fe y del desarrollo en el plano humano. Comboni es aquel católico lleno de pietas, inflamado por la caridad de Jesucristo, que se entristece y se siente desolado ante la situación de África; que se indigna “Pero se nos perdonará si el ímpetu del corazón, donde manifestamos sentir fuerte el grito de angustia que hacia todos nosotros envían aquellos infelices hijos de Adán y hermanos nuestros, empujase a la mente fuera de la línea de la verdad y de la certeza” (E 2754). Una indignación que lo impulsa a buscar un camino para la evangelización de África, sin miedo de equivocarse, sin una certeza absoluta: si se equivoca se le perdonará. El miedo de equivocarse paraliza la acción evangelizadora y nos cierra en nosotros mismos, limitando nuestra audacia de ir en busca de nuevos caminos. Prefiero, dice el papa Francisco “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades” (EG 49).
Dios mismo se indigna ante toda forma de no-dignidad de la persona humana: “He visto la miseria de mi pueblo en Egipto y he escuchado sus quejas contra los opresores; me he fijado en sus sufrimientos” (Ex 3,7). Es la indignación de Jesús ante las multitudes sometidas como ovejas sin pastor. Como toda auténtica indignación, que nace de la contemplación, la indignación de Comboni no quedó estéril, sino que lo condujo a la compasión y a la acción. Una acción que se caracteriza por la íntima comunión de vida con África: “África y los pobres negros se han adueñado de mi corazón, que vive sólo para ellos, sobre todo desde que el Representante de Jesucristo, el Santo Padre, me ha animado a trabajar por África” (E 941).
Muchas de nuestras indignaciones ante los horrores del mundo quedan estériles porque, mientras condenamos las situaciones de guerra que hay en el mundo, al mismo tiempo reproducimos en nuestras comunidades y en nuestras misiones los mismos mecanismos de guerra entre nosotros, aunque sólo sea en menor escala. “Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica” (EG 98).
Además, nuestra indignación queda estéril cuando nos indignamos ante la pobreza extrema en la que se encuentran millones de contemporáneos nuestros, pero somos incapaces de realizar pequeños sacrificios que la misión nos exige. Pensamos en este momento a ciertos misioneros que aceptan la destinación a condición de que, en el lugar al que irán, haya los medios tecnológicos, como por ejemplo internet. Cuando hay la pasión por la misión y la compasión por las personas, el resto es superfluo.
Misioneros Combonianos
(P. Tarcisio Marin, P. Sergio Agustoni,
e P. José Alfonso Pérez Aritzmendi)
con laicas misioneras combonianas
en la comunidad de Trujillo
(Perú).
3. Un Plan por realizarse en colaboración
“La Obra debe ser católica, no ya española, francesa, alemana o italiana. Todos los católicos deben ayudar a los pobres negros, porque una nación sola no puede socorrer a toda la estirpe negra” (E 944).
En el Plan aparece claramente esta dimensión de la colaboración. Al llamado a la colaboración para la obra de la regeneración de África deriva de la conciencia que san Daniel Comboni tiene del hecho que es obra de Dios y no un asunto persona, es tarea de la Iglesia: “Como la obra que tengo entre las manos es toda de Dios, es con Dios especialmente con quien hay que tratar todo asunto grande o pequeño de la Misión” (E 3615).
Esta colaboración se manifiesta en el momento de la formación de los evangelizadores y evangelizadoras. Aun valorizando las riquezas carismáticas de cada instituto religioso en la formación de los africanos y africanas, san Daniel Comboni indica lo que no puede faltar en el camino formativo. Ante todo, el espíritu de Jesucristo (E 2770): se trata de enraizar en su corazón (de los formandos, hombres y mujeres) el espíritu de Jesucristo.
¿Qué se entiende Comboni por espíritu de Jesucristo? En la vida de Jesucristo dos los elementos fundamentales: la experiencia de dios como Padre (Abbá) y la experiencia del Reino. Enraizar el espíritu de Jesucristo en el corazón de las evangelizadoras y evangelizadores quiere decir conducirlos a una experiencia del cristianismo no como un conjunto de leyes o de una gran idea, sino como un encuentro con la persona de Jesús (Deus caritas est, 1); es el único modo para desarrollar en ellos la libertad de los hijos de Dios contra cualquier miedo de espíritus que paralicen el crecimiento humano, espiritual y social.
El segundo elemento es desarrollar en los africanos la pasión por el anuncio del Reino de Dios, que es el Reino de amor, de paz, de justicia y de misericordia; el único modo para disipar las densas tinieblas que cubrían las vastas regiones de África Central (E 2741).
Un tercer elemento que caracteriza el espíritu de Jesús es la humildad: “de rico que era, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se enriquecieran con su pobreza” (cfr. 2 Cor 8,9).
4. Un Plan con una pizca de… “género”
“El plan que nos proponemos es: la creación de otros tantos Institutos de ambos sexos, que deberían rodear toda África, juiciosamente situados en lugares oportunos, a la menor distancia posible de las regiones interiores de la Nigricia, dentro de zonas seguras y algo civilizadas, en las que pudiese vivir y trabajar tanto el europeo como el indígena africano” (E 2764).
La valoración de la mujer en la obra de la evangelización por parte de san Daniel Comboni no es sólo una opción estratégica en el sentido que las mujeres habrían resistido mejor al clima duro de África (hablando de las europeas) o habrían entrado más fácilmente en ciertos ambientes hostiles al cristianismo. La valoración de la figura femenina en su Plan para la regeneración de la Nigricia es una opción de vida. Es una de las consecuencias de aquella mirada contemplativa sobre la realidad: para quienes están en Jesucristo, no hay más griego o judío, circunciso o incircunciso… mujer u hombre, hay un solo Cristo que es todo en todos (cfr. Col 3,9-11).
Se explica también así la devoción de san Daniel a la Virgen. Junto con el título de “Virgen de la Nigricia”, encontramos en sus escritos, diversos títulos con los que Comboni se refiere a la Madre de Dios. Uno de nuestros hermanos combonianos ha preparado una letanía basada en los títulos que Comboni usaba para dirigirse a María.
San Daniel Comboni está en sintonía con el patrimonio de la gran tradición católica: lejos de todo devocionismo, María es el corazón de la Iglesia. En la Iglesia, decía von Balthasar, María tiene un puesto más alto que Pedro y en la Evangelii Gaudium, el papa Francisco dice que María es más importante que los obispos. Hay que revalorizar esta dimensión femenina en la Iglesia en equilibrio con la masculina para no caer, por una parte, en el masculinismo y clericalismo, y, por otra, en el feminismo exasperado o simplemente en teorías de género que tanto mal hacen a la humanidad. En la vida de san Daniel Comboni hubo este equilibrio porque Junto a la Virgen está San José, su esposo, y en el carácter de Comboni – podríamos decir – los dos elementos se entrelazan: Comboni es capaz de defenderse con virilidad cuando es calumniado y autentificar los hechos con palabras a veces duras pero, al mismo tiempo, es capaz de perdonar a fondo a quien lo acusa falsamente. A la fuerza une el elemento de la misericordia, de la compasión y de la ternura, que son típicamente femeninas. No es casual que la Comisión encargada de ejecutar el Plan se llame “Sociedad de los SS. Corazones de Jesús y María para la regeneración de la Nigricia, bajo el patrocinio de la Virgen Inmaculada, san José, su esposo, y de los Príncipes de los Apóstoles”.
5. Un Plan que se paga con la propia vida
“Sobre un asunto tan relevante nos hemos dicho a nosotros mismos: «¿Y no se podría asegurar mejor la conquista de las tribus de la infeliz Nigricia, situando nuestra base de operaciones allí donde el africano vive y no cambia, y el europeo trabaja y no sucumbe? ¿No se podría promover la conversión de África por medio de África?»
Esta gran idea ha quedado como una fijación en nuestro pensamiento, y la regeneración de África con África misma nos parece el único Programa que se debe seguir para realizar tan brillante conquista. Por eso, en nuestra pequeñez, hemos creído lícito sugerir humildemente un camino que al seguirlo permita alcanzar con mayor probabilidad la alta meta a la que por otra parte se orientan siempre todos los pensamientos de nuestra vida, y por la que estaremos contentos de derramar nuestra sangre hasta la última gota” (E 2753).
Existe una relación estrecha entre el Plan elaborado por san Daniel Comboni y su vida concreta. Todos sus pensamientos se dirigen al Plan por el cual estará dispuesto a dar su sangre hasta la última gota. Es la imagen del Buen Pastor que vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).
Esta afirmación por parte de Comboni no es retórica. San Daniel, el 10 de octubre de 1881, morirá en Jartum, en el vértice de una vida dedicada totalmente a África y a los africanos. Atrás del Plan de Comboni hay nombres, apellidos, rostros de africanos y africanas por los cuales Comboni da la propia vida. Podemos decir lo que el papa Francisco afirma a propósito de los pastores de la Iglesia y cierto del todo en el caso de san Daniel Comboni: podemos sentir el olor de los africanos bajo la sotana del incansable misionero de África. Para que un plan pastoral, entonces, para que un proyecto comunitario pueda salir del papel y ser elaborado – nos enseña san Daniel Comboni – hay que ponerle corazón y amor, conscientes de que detrás del Plan hay millones de vidas que esperan su regeneración espiritual y humana al mismo tiempo, hay que estar dispuestos a dar la propia aportación, a dar la propia sangre para que se realice. ¿Por qué a veces nuestros planes pastorales se quedan en el papel? Falta quizá el involucramiento afectivo y efectivo con la gente para la cual el Plan se vuelve un pedazo de papel más, o porque no estamos dispuestos a dar algunas gotas de sangre para su realización, ni energía, ni tiempo.
Conclusión
Al concluir esta breve reflexión, podemos decir que para comprender el Plan hay que entrar en profundo diálogo con su autor, san Daniel Comboni, con su vida y con toda su obra. Hay que descubrir el espíritu que anima el Plan, más allá de las pobres palabras que lo traducen, para no perderse en estériles debates como por ejemplo: “los hijos de Cam” o de otro tipo.
El Plan traduce la pasión de san Daniel por África, su preocupación por conquistar la perla negra a la Iglesia de Jesucristo. El Plan nació de una visión de fe que mueve a la indignación-compasión-acción ante la situación de abandono en la que se encontraba África. San Daniel Comboni entendió que la evangelización de África no era tarea personal, sino de la Iglesia. Ha buscado la confrontación y el diálogo con el pontífice, con el prefecto de Propaganda Fide y con personalidades ligadas a la experiencia africana. En resumidas cuentas, ha buscado la colaboración involucrando estrechamente la figura femenina. Para la elaboración y ejecución del Plan, san Daniel Comboni dio su vida porque entendió que atrás del Plan hay una multitud de vidas, una multitud de hermanos y hermanas que esperan el Mensaje de la regeneración.
Noviembre 2014
P. Fidèle Katsan, mccj