Roma, miércoles 3 de julio 2013
En el marco del tema que estamos considerando este año en todo el Instituto – “Fraternidad: caminos de reconciliación” – nos detenemos esta vez sobre el compromiso por Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC) como parte de nuestra misión comboniana, concebida como “misión de fraternidad”. P. Antonio Villarino. (Foto: Piquiá de Baixo, Brasil).

MISIÓN DE FRATERNIDAD

Justicia, Paz
e Integridad de la Creación
en la misión comboniana

El capítulo primero del evangelio de Marcos nos describe una jornada típica en la vida misionera de Jesús, después de la muerte del Bautista y su decisión de irse a Galilea, lejos de Jerusalén. De la lectura de este pasaje evangélico es fácil constatar como la misión de Jesús es integral, con dimensiones múltiples, actitudes, lugares y destinatarios.

Efectivamente, Jesús habla en las sinagogas pero también en las casas y a lo largo de los caminos; predica en las ciudades y en las aldeas; se dirige a los pescadores, pero también a fariseos y doctores; lee la Escritura, pero siempre seguida por el compartir y la reflexión sobre la vida diaria de las personas en sus situaciones concretas; invita a la conversión, pero cura sin preguntar sobre el comportamiento o la afiliación religiosa de los enfermos; se conmueve poniéndose a disposición de todos, pero se reserva tiempos prolongados y espacios de soledad para la oración; y no se deja “enredar” por su éxito en Cafarnaúm…

Él ha venido, según Juan para que las “ovejas” “tengan vida y la tengan en plenitud” (cfr. Jn 10,10) o, en palabras de Lucas, “para dar a los pobres la alegre noticia, proclamar a los prisioneros la liberación y a los ciegos la vista; devolver la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (cfr. Lc 4,18-21), respondiendo de este modo a una esperanza milenaria de los pobres, expresada en tiempo de Isaías, pero presente en todos los tiempos (cfr. AC ’09, sobre la misión).

En esta misión “integral” de Jesús es donde se implantan la vida y la misión de la Iglesia, misión que supera ampliamente los ámbitos litúrgicos y morales y tiene un aura “cósmica”, como dijo no hace mucho Benedicto XVI. “El cristianismo, dijo, no es algo puramente espiritual, un algo únicamente subjetivo, del sentimiento, de la voluntad, de ideas, sino que es una realidad cósmica. Dios es el Creador de toda la materia, la materia entra en el cristianismo, y sólo en este gran contexto de materia y espíritu juntos somos cristianos. Por consiguiente, es muy importante que la materia forme parte de nuestra fe, el cuerpo forme parte de nuestra fe. La fe no es puramente espiritual, pero así Dios nos inserta en toda la realidad cósmica y transforma el cosmos, lo atrae a sí” (de la lectio divina en la Basílica de San Juan de Letrán el 11 de junio de 2012).

El Plan de “regeneración”

Es precisamente en esta misión integral, mejor aún, “cósmica” de Jesús y de la Iglesia que se implantan el carisma y la misión de Comboni y de los combonianos (cfr. Regla de Vida, Preámbulo).

Daniel Comboni, después de años de total dedicación, de estudio y reflexión personal, en un momento de profunda oración y comunión con la Iglesia universal, tuvo la gran inspiración de un “Plan para la regeneración de África”. Ordinariamente nos detenemos sobre el primer y tercer elemento de esta su propuesta misionera: el plan y África.

Ahora vamos a detenernos sobre el segundo elemento de la frase, la “regeneración”, un término importante para comprender el sentido y contenido de la misión; un término, por otra parte, que evoca otro, muy similar, del Nuevo Testamento, “palingenesia”, traducido por algunas Biblias como “regeneración” o “nueva creación”. El concepto nos une a la realidad humana y de toda la Creación como ámbito y finalidad de la misión de Jesús y de nuestra misión, que no es únicamente “religiosa” en un sentido estricto, sino “humana” en el sentido más amplio posible.

La misión cristiana y, por consiguiente, la misión comboniana se insertan de lleno en la “missio Dei”, en el proyecto creador de Dios y en su promesa de recreación (cfr. Gn 1-4). La salvación, como ha dicho Pablo VI, es para todos los seres humanos y para todo el hombre; más aún, la salvación es para todo el cosmos que, como dice san Pablo, gime esperando su “regeneración”.

En este sentido, la misión está hecha de palabras pero también de compromiso social; es una llamada a formar una comunidad de discípulos, pero también liberación concreta de la enfermedad y de todo cuanto oprime al ser humano; esperanza en el reino que vendrá que es, al mismo tiempo, acogida del reino ya presente “en vosotros y entre vosotros”; descubrimiento de los signos de los tiempos y colaboración con todos aquellos que trabajan por el bien integral de los hijos de Dios; sacramento y vida, religión y cultura; contemplación y acción…

La praxis misionera de Comboni – que predica, bautiza y organiza la Iglesia pero también lucha contra la esclavitud, prepara maestros y profesionales diversos, se interesa en la evolución política, social y cultural de su tiempo – encaja perfectamente en este contexto de misión integral. Otro tanto se puede decir de la práctica misionera de los combonianos que, en su acción misionera desde hace más de ciento cincuenta años, fundaron escuelas, centros de salud, cooperativas… incluso movimientos políticos.

Del Vaticano II a nuestra Regla de Vida

Esta tradición de misión integral se desarrollará con mucha más claridad conceptual a partir del Vaticano II, especialmente con la famosa declaración de la Gaudium et spes:

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (n. 1).

Más tarde Pablo VI, después de los sínodos sobre la Justicia en el mundo (1971) y sobre la Evangelización, recoge en la Evangelii nuntiandi (1975) la clara relación existente entre evangelización y promoción humana, evangelización y trabajo por la justicia y la paz en el mundo:

Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? Nos mismos lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad” (n. 31).

Siguiendo la estela de estos grandes documentos de la Iglesia, nosotros los combonianos “codificamos” por decirlo así, en nuestra Regla de Vida, aprobada en 1979, nuestra misión integral. Sería útil para todos nosotros volver a aquellos textos de la Regla de Vida y releerlos con apertura de mente y de corazón, partiendo de los signos de nuestro tiempo. En el número 61, por ejemplo, se dice:

En su actividad de evangelización, el misionero se compromete en la ‘liberación del hombre del pecado, de la violencia, de la injusticia, del egoísmo’, de la necesidad y de las estructuras opresivas. Tal liberación culmina y se consolida en la plena comunión con Dios Padre y entre los hombres”…

Después de la aprobación de nuestra Regla de Vida, Juan Pablo II y Benedicto XVI no sólo confirmaron, sino que profundizaron ampliamente en la Doctrina Social de la Iglesia como parte del mensaje evangélico que se hace vivo y actual en las cambiantes condiciones sociales de nuestro tiempo.

“La paz de los hombres conseguida sin la justicia afirmó por ejemplo Benedicto XVI en el Africae munus, n. 18 – es ilusoria y efímera. La justicia de los hombres que no brote de la reconciliación por la ‘verdad del amor’ (cfr. Ef 4,15) queda inacabada”.

En la vida diaria de los combonianos

El compromiso por la justicia, la paz, la reconciliación y la salvaguardia de la Creación no es para nosotros parte de un proyecto político, ni el fruto de una ideología o de un afán de protagonismo, sino una dimensión esencial de la misión que nosotros combonianos hemos recibido como carisma de san Daniel Comboni en el seno de la Iglesia de Jesucristo, que, con la presencia del Espíritu Santo, quiere “hacer nuevas todas las cosas” o, en otras palabras, “regenerar” el mundo.

Esta misión comboniana, como decía Pablo VI, es compleja y con dimensiones múltiples, que no se excluyen ni se combaten, sino que se complementan y se apoyan mutuamente: testimonio y anuncio, trabajo por la JPIC y catequesis, animación misionera y evangelización, pastoral parroquial y formación de nuevos misioneros… Todas estas dimensiones forman parte de un único proyecto misionero, cuyo único objetivo es que las personas – individual y comunitariamente – “tengan vida y vida en abundancia”.

No todos estamos llamados a realizar todas las dimensiones de la misión, pero todos nos sentimos parte de un único cuerpo del que forman parte miembros diversos y diversas funciones, reconociendo recíprocamente los carismas y los servicios a los que estamos llamados, siempre en el contexto eclesial y comboniano. Lo importante es que en cada comunidad, en cada provincia y en el Instituto como un solo cuerpo sepamos ejercitar el discernimiento para adoptar en cada caso, y en cada contexto las decisiones más justas, dentro de una visión integral de misión.

Algunos criterios

Para concretar, parece importante subrayar algunos indicadores o criterios claramente indicados en los documentos de la Iglesia, en nuestra Regla de Vida y en los últimos Capítulos:

  • La JPIC es una decisión irrenunciable de la misión de la Iglesia, en fidelidad a la misión de Jesús que quiso la salvación integral del ser humano;
  • tenemos que estar atentos a los signos de los tiempos y descubrir los nuevos ámbitos de la misión en una sociedad que está en cambio continuo;
  • igual que nuestro Fundador, tenemos que estar presentes allí donde se reflexiona sobre la situación de nuestro mundo y se buscan modos nuevos para organizar la sociedad en la justicia y el respeto a la Creación.
  • nuestro lugar de pertenencia, por elección de fe, vocacional y carismática, está entre los más pobres y abandonados;
  • nos sentimos llamados también a usar medios pobres y a una vida austera, evitando gastos exagerados;
  • todos los ámbitos de la vida deben testimoniar nuestra consagración al Evangelio y a Dios.
  • Como hijos de Dios, Creador y Padre de todos y todas, queremos colaborar con cuantos trabajan por el respeto de la “casa común” (la Creación) y por la justicia y la paz en el mundo;
  • Desde un punto de vista práctico, debemos discernir continuamente, en los consejos de comunidad, en las asambleas provinciales e interprovinciales, en las asambleas de sector y en los grupos de reflexión, qué compromisos concretos hemos de asumir, en qué foros hemos de participar y cómo ser en estos nuevos ámbitos, verdaderos misioneros de Jesucristo, fieles al carisma comboniano.

Para continuar la reflexión

Como decíamos arriba, aunque si no todos hacemos todo, cada uno debe participar de la misión conjunta. Por otra parte, hoy, es evidente que en el trabajo diario de animación misionera, de evangelización y de formación no puede faltar el componente de Justicia, Paz e Integridad de la Creación, así como en el trabajo por la JPIC no puede faltar la pasión por el anuncio del Evangelio y la animación misionera de las Iglesias particulares.

Corresponde a cada uno de nosotros y a cada una de nuestras comunidades introducir esta dimensión de la misión en los planes de vida personal, en las cartas de comunidad y en los planes pastorales.

Para ayudar a la reflexión, recordamos algunas pistas-preguntas ya indicadas en diversos encuentros por los encargados de este sector:

  • ¿Cómo nutrir en nuestras comunidades una nueva sensibilidad ambiental en lo tocante a los modos y hábitos de consumo, los tipos de alimentación y las relaciones con los bienes naturales?
  • ¿Cómo hacer que los criterios relacionados con la JPIC conduzcan las relaciones con las personas que dependen de nosotros como trabajadores asalariados o que colaboran con nosotros en las diversas actividades?
  • ¿Cómo implantar los temas de la JPIC en nuestra acción pastoral ordinaria, en la liturgia y en la catequesis?
  • ¿Cómo profundizar personal y comunitariamente, el fundamento bíblico, teológico, moral y espiritual de estos temas?
  • ¿Cómo insertar regularmente los temas de la promoción de la Paz, Reconciliación y Justicia Social y Ambiental en la formación de base y de los mismos formadores?
  • ¿Cómo testimoniar el Evangelio de Jesucristo entre nuestros contemporáneos que se interesan y luchan por un mundo más justo, solidario y respetuoso del ambiente?

Roma, 7 de junio, fiesta del Sagrado Corazón
P. Antonio Villarino