Roma, miércoles 22 de agosto 2012
“Mi profunda conversión a Jesús de Nazaret llegó cuando elegí bajar a los sótanos de la historia, en las barriadas de Korogocho. Los doce años vividos en Korogocho cambiaron profundamente mi lectura de la Escritura. En Korogocho entendía una cosa fundamental: el contexto en el que se lee un texto es tan importante cuanto el texto. ¡Un párrafo del evangelio de Marcos leído en una mansión de Roma o en una barraca de Korogocho asume significados muy distintos!” P. Alex Zanotelli.
LA PALABRA DE DIOS EN MI VIDA
LA PALABRA DE DIOS EXIGE TAMBIÉN UNA RESPUESTA A NIVEL SOCIAL
La carta del Consejo General “La Palabra de Dios en nuestro ser y quehacer misionero”, nos recuerda a todos los misioneros combonianos la Centralidad de la Palabra para la misión hoy “Como misioneros somos hombres de la Palabra – afirma la carta – es decir, personas que la han encontrado y han aceptado el desafío de convertirse en testigos, mensajeros y anunciadores en todo el mundo”. No se puede ser misioneros sin esta pasión por la Palabra, una Palabra viva y vivida. “Una Palabra – afirma la misma carta – que se ha hecho carne y se llama Jesús” Es fundamental esta referencia a Jesús de Nazaret, en cuyo rostro “reconocemos “el misterio de Dios, que no pudiendo ser conocido, se hizo familiar y cercano a nosotros, en la experiencia histórica de Jesús de Nazaret.
“El viraje que necesita el cristianismo actual – escribe el biblista español José Antonio Pagola, autor del conocido volumen Jesús. Una aproximación histórica” – consiste simplemente en volver a Jesucristo, o sea a concentrarse con más autenticidad y fidelidad en la persona de Jesús y su proyecto del Reino de Dios. Creo que esta conversión sea la cosa más urgente e importante que pueda tener lugar en la Iglesia en los próximos años”. Sólo así la Iglesia volverá a encontrar el gusto de la misión y nosotros los misioneros la alegría del anuncio de aquel pobre Jesús de Nazaret, crucificado por el imperio, pero vivo por el poder de Dios. Éste ha sido el gran viraje de mi vida misionera, la conversión a Jesús de Nazaret. Una larga y difícil búsqueda que ha durado cuarenta años pasando de una crisis profunda al alegre descubrimiento de aquel pobre galileo que compartió la suerte de su pueblo bajo el pie del imperialismo romano hasta pagar las consecuencias, muriendo como un instigador contra el sistema. Si la Palabra tomó carne en el carpintero de Nazaret, si creemos en la encarnación, entonces es importante conocer cómo Jesús se haya movido en su tierra, en aquel determinado momento histórico, como afirma el obispo anglicano T. Wright.
Es lo que hoy viene llamado “búsqueda del Jesús histórico”. Esto había significado para mí un compromiso serio de lectura, búsqueda y reflexión. Pero eso no era suficiente. Mi profunda conversión a Jesús de Nazaret llegó cuando elegí bajar a los sótanos de la historia, en las barriadas de Korogocho. Los doce años vividos en Korogocho cambiaron profundamente mi lectura de la Escritura. (Cada semana como comunidad comboniana dedicábamos una jornada a la lectura de un evangelio utilizando lo mejor de la investigación bíblica). En Korogocho entendía una cosa fundamental: el contexto en el que se lee un texto es tan importante cuanto el texto. ¡Un párrafo del evangelio de Marcos leído en una mansión de Roma o en una barraca de Korogocho asume significados muy distintos!
Quiero hacer notar que es el magisterio de la Iglesia en el documento “La interpretación de la Biblia en la Iglesia” (1993) el que afirma: “Toda la tradición bíblica y, más aún, la enseñanza de Jesús en los Evangelios – afirma el documento – señalan como escuchas privilegiados de la Palabra de Dios aquéllos que el mundo considera de condición humilde. Jesús ha reconocido que ciertas cosas que se mantienen escondidas a los sabios e inteligente han sido reveladas a los pobres (Mt 11,25-27). Los que en su impotencia y en sus privaciones de recursos humanos se sienten impulsados a poner su esperanza únicamente en Dios y en su justicia, tienen una capacidad de escuchar y de interpretar la Palabra de Dios que tiene que ser tomada en seria consideración por toda la Iglesia y exige asimismo una respuesta a nivel social”.
He constatado cuanto sea verdad esto viviendo precisamente en Korogocho, participando en las pequeñas comunidades cristianas y escuchando la Palabra leída desde las víctimas del Sistema “Los crucificados, los empobrecidos, los marginados son el rostro de Cristo –escribe el teólogo francés Bruno Chenu. La identificación no es general, sino personalizada: todo rostro de pobre es icono de Cristo. Por eso se vuelve revelador del orden malvado del mundo, denunciando la injusticia reinante…” Han sido los pobres, los enfermos de sida y los marginados quienes me anunciaron el Evangelio. Han sido ellos los sujetos de la evangelización.
Es éste el corazón de la intuición de Cristo: los pobres no son los objetos a quienes hay que hacer la caridad, sino los sujetos de la buena noticia. Efectivamente, ha sido en Korogocho donde comencé a entender cuán burguesa, racionalista, iluminista y esquizofrénica era mi lectura de la Biblia. Leyéndola con los pobres entendí que Dios es un Dios parcial. Dios no es neutral, sino que toma partido a fondo. Dios es el Dios de los esclavos, de los oprimidos, de los marginados. Dios no quiere esclavos ni oprimidos sino hombres libres. Esto me ha obligado a releer las Escrituras, tanto el Primero como el Segundo Testamento. Un camino así queda bien manifiesto en el reciente volumen “Come out, my people” (Sal, pueblo mío) del biblista norteamericano Wes Howard-Brook. Mi pasión de hoy por la Palabra nace de este largo, tormentoso y gozoso camino de conversión primero a Jesús de Nazaret (“Conozco a Cristo y éste crucificado”) y luego a los crucificados de la historia que me han permitido leer las Escrituras con otros ojos y partiendo de ellas entender en qué tipo de sistema económico-financiero vivimos.
A estas dos conversiones fundamentales tengo que sumar una tercera que he madurado volviendo a Italia para trabajar en el norte del mundo. Acá me he comprometido fuertemente en el campo ecológico y ambiental tanto a nivel local de Nápoles como a nivel global. Esto me ha llevado a reflexionar mucho sobre el ambiente, el Planeta Tierra y el Cosmos. Y más he reflexionado, más me he convencido de lo que decía San Agustín, es decir, que la primera Biblia que Dios nos ha dado es el Cosmos, el Planeta Tierra (¡Dios ha empleado más de cuatro mil millones de años para preparárnoslo!).
Es fundamental para todos nosotros hoy recuperar esta primera y fundamental Palabra de Dios que debe llevarnos a un sentido de más profundo respeto y veneración hacia todo lo que nos rodea. Sólo así podremos salir de este sistema de muerte que mata de hambre y por la guerra, al tiempo que mata también al Planeta. ¡Nosotros los misioneros, apasionados anunciadores de Jesús de Nazaret, tenemos que responder hoy al “grito de los pobres y al “grito de la Tierra”!
Nápoles, 30 de julio 2012
P. Alex Zanotelli