EL ENCUENTRO PERSONAL CONSTANTE CON EL SEÑOR FUENTE DE VIDA Y DE LA MISIÓN DEL COMBONIANO

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Nuestra misión viene de Jesús mismo y para poder vivirla plenamente debemos permanecer en contacto con Él. No se trata de una relación cualquiera y ocasional, sino de una experiencia de abandono confiado en Aquel que nos ama sin límites, una experiencia constante y transformadora

“El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5)


1. Una experiencia fundamental
Los informes de casi todas las provincias y delegaciones han puesto de relieve, en la primera fase de la Ratio Missionis, una espiritualidad muy escasa entre nosotros, y una marcada tendencia a seguir debilitándose en el futuro. Esta deficiencia en un aspecto tan imprescindible de nuestra vida es preocupante. No es de extrañar que el P. Teresino Serra nos haya puesto en guardia ante una forma de trabajar sin Dios, o -lo que es parecido- con una vida espiritual muy superficial .
Es necesario saber lo que nos pasa, darnos cuenta de aquello que falta, para cambiar y vivir una auténtica vida espiritual. La fase del discernimiento nos invita a acercarnos a la persona de Jesús de Nazaret, a dejarnos penetrar por su misterio para redescubrir, a partir de él, que es posible renovar nuestra vida y la misión.
La experiencia profunda y cercana de Dios como su Abba fue la fuente de la vida de Jesús, de su sabiduría y de su misión. Sin esto es imposible comprender por qué actuó de una forma determinada y cómo hizo las cosas que hizo . Cuando la gente entraba en contacto con Jesús quedaba sorprendida y se preguntaba de dónde le venían sus palabras, sus gestos, su arrojo, su libertad. La fuente brotaba de esa experiencia amorosa de unión e intimidad con su Abba. A través de esta relación Jesús nos muestra quién es su Padre y se identifica con Él.
¿Y nosotros? ¿De dónde brota todo lo que vivimos y realizamos? Nuestra misión viene de Jesús mismo y para poder vivirla plenamente debemos permanecer en contacto con Él. No se trata de una relación cualquiera y ocasional, sino de una experiencia de abandono confiado en Aquel que nos ama sin límites, una experiencia constante y transformadora. Una relación personal capaz de asimilar el estilo de Jesús. Crece así una actitud -importante en el discernimiento- de atención constante a Dios y a su proyecto, por la que reconocemos que nosotros no somos nuestro propio centro, sino el Señor . Es evidente pues que este encuentro personal con Cristo no es “uno” de los objetivos de la evangelización, sino el objetivo principal, sin el cual todos los demás no se sostienen . Por eso, sin un encuentro profundo y continuado con Jesucristo nuestra vida y misión se falsean.
Comboni fue una persona abierta a este encuentro transformante. El amor total de Comboni hacia los africanos surge y se alimenta del mismo amor de Jesús que ofreció su vida por todos en la cruz . La experiencia de ese amor compasivo de Jesús es la que mueve a Comboni para salir al encuentro de sus hermanos africanos .
Comboni se deja transformar por este amor y a partir de esta fuerte experiencia con Jesucristo Comboni organizará su propia vida, su tiempo, sus capacidades y trazará un plan para la regeneración de África. La pasión de Comboni por África es una forma de participar al amor radical que Jesús tiene por todos y en particular por los pobres. La misión que brota de esta experiencia asume necesariamente un estilo de empatía sin límites hacia el otro: “no he de ahorrar fatigas, ni viajes, ni la vida, por triunfar en la empresa: yo moriré con África en los labios” . Comboni nos reta a redescubrir y ahondar esta experiencia fundamental. Por esta relación con Cristo, asumimos sus actitudes interiores y recibimos el estimulo a nuestra actividad . Un camino en el cual todo comboniano es llamado a ser contemplativo en la acción.
Un misionero que vive esta experiencia fundamental de forma insuficiente hará un anuncio de Jesucristo poco creíble . Comboni lo dice con otras palabras más contundentes: “El misionero que no tuviese un fuerte sentimiento de Dios y un interés vivo en su gloria y en el bien de las almas, carecería de aptitud para sus ministerios, y acabaría encontrándose en un especie de vacío y de intolerable desolación” .
La gente reclama evangelizadores que le hablen de un Dios que ellos mismos conocen y frecuentan . Estamos llamados pues a ser testigos de esta experiencia de Dios en nosotros y a saber transmitirla. Somos como viajeros experimentados que podemos indicar a otros la dirección correcta porque antes ya hemos pasado por ahí. Hoy no basta “hablar” de Cristo solamente, sino reflejarlo en nuestra vida para que nuestras palabras no suenen huecas. Si los misioneros debemos ser “expertos” de algo es precisamente de esta experiencia de contacto continuado con Dios, para poder decir como los apóstoles: “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestro ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es lo que les anunciamos” (1Jn 1,1) .

2. Una experiencia necesaria
Los misioneros hoy como siempre estamos llamados a insertarnos en medio de situaciones complejas y en ocasiones incluso extremas. Optar por vivir “en las fronteras”, en medio de guerras, injusticias o hambrunas es siempre duro y comporta un desgaste personal muy por encima de lo normal. Por eso necesitamos una vida interior sólida y bien fundada sobre la roca para responder con garantías suficientes a nuestra tarea evangelizadora. Sólo la casa construida sobre Cristo resiste los temporales y las dificultades (cf. Mt 7,24-27).
A partir de una relación personal y constante con Jesucristo y su palabra construimos una vida interior consistente y nuestra actividad misionera saldrá enriquecida. Pero este trato asiduo lo hace posible el Espíritu que habita en nosotros. Es Él quien nos ayuda a decir: ¡Abba!, Padre y nos hace hijos (cf. Rom 8,15). En el fondo se trata de dejarnos crear, como la vasija de arcilla en las manos del alfarero, por el mismo Señor.
Contemplando a Jesús interiorizamos sus actitudes (cf. Fil 2,5s.), aprendemos cada vez mejor a acordar nuestra vida y misión a la suya. Contemplando a Jesús nos vamos transformando, permitimos que nuestro comportamiento se vaya asemejando al suyo. Descubrimos así en Jesús ese rostro de Dios compasivo que se acerca a los últimos para ofrecerles un amor gratuito y liberador. Amor que crea gestos de acogida, perdón y que cura todas las heridas que deshumanizan a las personas.
A través de esta experiencia necesaria los misioneros ponemos en práctica lo que anunciamos. Adquirimos una forma de mirar la realidad confiada: Dios está ya en medio de los procesos –incluso los aparentemente negativos- y descubrimos que este tiempo que vivimos es Kairos porque está atravesado por el Espíritu. Aprendemos también a tener por las personas y por el mundo el mismo afecto que Dios les tiene, pues Él ama al mundo hasta dar a su Hijo para que todos tengan vida (cf. Jn 3,16). A base de frecuentar a Jesús, los misioneros nos acostumbramos a volvernos hermanos de todos sin excluir a ninguno, a no juzgar, no condenar, acoger y perdonar (cf. Lc 6,37) .

3. Para ayudar a compartir
*¿A partir de tu propia experiencia cuáles son las actitudes de Jesús que te han sostenido en tu vida misionera?
*¿Cómo la oración y la escucha asidua de la Palabra de Dios influyen en tu vida personal, comunitaria y en tu compromiso misionero?
*Comparte con los hermanos tu manera de orar.
Ratio Missionis, etapa del discernimiento ESPIRITUALIDAD - 1