En el primero aniversario de la muerte de Dom Franco Masserdotti, obispo de Balsas (Brasil), la Familia Comboniana hace memoria de él, presentando algunas huellas de su mística y espiritualidad, brevemente elaboradas por P. Fernando Zolli, seguros de que la experiencia de vida de Dom Franco continua a sostener y alimentar el camino de renovación de la misión comboniana en el mundo

UNA NUEVA MISTICA MISIONERA
La herencia de Dom Franco Masserdotti, obispo de Balsas - Brasil


Fernando Zolli, mccj

En el ámbito del servicio misionero, Dom Franco, ha tenido una vida activa muy intensa. El ritmo de sus iniciativas ha sido sin tregua; su agenda ha sido siempre rica de acontecimientos y de actividades: encuentros, asambleas, cursos de ejercicios espirituales, iniciativas de desarrollo y de promoción humana, formación de los animadores de las comunidades eclesiales de base y de los agentes de pastoral, coordinador de pastorales sociales y de compromisos por la justicia y la paz, escuela de concientización socio-política, visita a grupos y amigos de la misión, compromiso misionero en África, apoyo de la pastoral indígena y afro-americana, varios servicios realizados al Instituto y a la familia comboniana.
Espontáneamente surge una pregunta: ¿de dónde sacaba este dinamismo y cual era la fuerza que sostenía a Dom Franco en su praxis misionera?
Recordando las experiencias vividas juntos, recorriendo las etapas de su vida y leyendo los numerosos escritos y las cartas dirigidas a los amigos desde 1972, año en el cual partió al Brasil por vez primera, hasta su muerte, ocurrida trágicamente en Balsas, en septiembre de 2006, se captan algunas ideas inspiradoras, asimiladas por Dom Franco hasta convertirse en profundas convicciones, de las cuales surgió su estilo de vida, original, particular e innovador para su vida misionera y para todos aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo y vivir cerca de él.
Estas líneas inspiradoras han sido como la brújula que han modelado la espiritualidad de Dom Franco, indicándole el camino a seguir y motivándolo a hacer opciones prioritarias. Presentaremos algunas, aquellas que nos han parecido más inmediatas, con el objetivo de acceder con respeto devocional a la riqueza de su alma y ayudar a comprender que su praxis misionera revela un sustrato místico que tiende a renovar la misión a partir de la conversión del corazón y de la renovación de las estructuras eclesiales, sociales, políticas y económicas.

I - LOS FUNDAMENTOS DE SU MÍSTICA

1. Un nuevo modelo de Iglesia


En primer lugar la realización del Concilio Vaticano II, durante los años de su juventud y la aplicación de estas orientaciones a la realidad de la Iglesia latinoamericana, a través de las Asambleas del CELAM (Conferencias Episcopales de América Latina), realizadas a Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992). También los varios Congresos Misioneros latinoamericanos (COMLA) y los múltiples encuentros a nivel brasileño e internacional encuentran a Dom Franco abierto a acoger los nuevos vientos que recorren toda la Iglesia y a vivir este kairos.
Dom Franco cree en una Iglesia dispuesta a sacudirse de encima tradiciones demasiado ligadas a épocas históricas, cánones obsoletos y prescripciones legalistas, para poder estar al día con los tiempos y acercarse a la humanidad sedienta de Dios, de paz, de justicia y de solidaridad.
Una Iglesia que sabe escuchar el grito de los oprimidos y, como “buen samaritano” socorre a los pobres y a los indefensos, los cuales no consiguen tener acceso a los beneficios del progreso y de la ciencia, desgraciadamente no siempre al servicio de todos, pero muy a menudo usados como instrumentos de poder de unos pocos, de explotación y de exclusión de infinitas masas de personas.
Con mucha claridad, en los primeros meses de permanencia en Brasil, Dom Franco escribía: “No quiero alimentar una Iglesia que en la práctica se manifiesta como que cree poco en la fuerza del Evangelio y siente la necesidad de sostenerse con alianzas ambiguas al poder, al dinero o con las obras y las organizaciones mastodónticas” (mayo 1972).
Y más adelante, cuando realizaba su servicio como coordinador de la Provincia comboniana del Nordeste del Brasil decía: “… creo que es precisamente aquí que la Iglesia está llamada a dar su contribución a esta sociedad en fermento: anunciar la esperanza que viene de Cristo Liberador de todas las opresiones, dar muestra de nuevas relaciones sociales a través del estilo participativo de las comunidades eclesiales de base, educar y concienciar, apoyar los movimientos populares (estos están emergiendo cada vez más claramente), sus organizaciones y sus reivindicaciones…” (diciembre 1988).
Y finalmente durante su ministerio episcopal revelaba que: “nuestra mayor preocupación es la de renovar y mejorar el estilo de presencia y de trabajo de nuestra Iglesia, para que esta llegue a ser más acogedora, misionera, solidaria con los pobres, y pueda contar cada vez más con la colaboración corresponsable de los laicos, sobre todo en las comunidades eclesiales de base” (Navidad 2003).

2. La irrupción de los pobres en la historia

Un segundo aspecto presente en las convicciones profundas de Dom Franco es ser consciente de la irrupción de los pobres en la historia. Siguiendo la opción preferencial, hecha por las Iglesias de América Latina en la famosa conferencia de Medellín, Dom Franco considera a los pobres no solamente objeto de su compasión, sino lugar teológico, del cual partir para descubrir la voluntad de un Dios hecho hombre, el cual ofreciéndose en la cruz, llama a todos a la vida en abundancia. Su formación teológica y sociológica le permite articular bien los dos polos: el de la compasión y el de la transformación, el del amor misericordioso y el de la liberación integral.
“Rompe el corazón ver y acoger cada día, mamás, niños, ancianos… –confía a sus amigos– que vienen para pedir ayuda, recibir una palabra de esperanza, un gesto de fraternidad. Que el Señor nos ayude a no desanimarnos, a no cerrarnos en una religiosidad intimista, a creer que Él construye la historia a través de pequeños gestos de amor a los pobres” (Navidad 1999).
Dom Franco tuvo siempre un inmenso respeto por la cultura de los pobres, de su historia, de su religiosidad, esperando con paciencia el momento de “dar razón de su propia esperanza” (1Pe 3,15) y romper las cadenas del fatalismo, de la resignación y del desánimo.
Los pobres llenan el tiempo y ocupan el espacio; estos son los privilegiados y los maestros. Son los pobres, que escuchados religiosamente y amados tiernamente, determinan las opciones de Dom Franco, como misionero, padre y obispo.

3. Sumergirse en la vida de la gente

Un tercer aspecto es la necesidad de “estar con” y de insertarse en la vida de la gente con humildad y determinación, consciente siempre de ser un huésped y un “extranjero”. Escribe durante los primeros años de permanencia en Brasil: “… yo estoy convencido de que uno de nuestros deberes prioritarios como misioneros sea el de vivir encarnados en medio del pueblo, la provisoriedad de nuestra presencia, creando progresivamente las condiciones para una autonomía de la Iglesia local. Sin acomodarnos, sin instalarnos, aunque si con nuestra gente nos encontramos bien” (septiembre 1975).
En la visión de Dom Franco, el encarnarse ha sido siempre una condición irrenunciable, ya sea en el camino de la Iglesia de la América Latina, ya sea entre la gente del sertão del Nordeste del Brasil, como entre los favelados de São Paulo, de São Luis de Maranhão y de Teresina. Caminando con los pobres se revestía de su humanidad, de su “jeito” (modo de ser), de su tenacidad, del sentido confiado y optimista de la vida, alimentando la firme esperanza de un mundo “sem males” (sin males).
Durante el período de permanencia en São Paulo, en el escolasticado de los Misioneros Combonianos, cuenta: “El vivir en contacto con esta gente pobre, el buscar de compartir sus problemas, sus esperanzas, el buscar de comprender sus valores, es una ayuda muy grande para nosotros para ir a lo esencial e intentar convertir nuestra mentalidad y nuestras actitudes. El pobre da el tono a nuestra oración y a nuestro estilo de vida. Aunque no consigamos ser siempre coherentes” (junio 1986).
La encarnación para Dom Franco no era por lo tanto una opción estratégica o facultativa para la vida misionera, sino antes que nada una actitud interior indispensable, fruto de una clara conciencia de que el verdadero protagonista de la evangelización es el Espíritu de Jesucristo, así lo como comenta con sus amigos: “El camino de la evangelización es lento y cotidianamente también es una sorpresa porque lo más importante es descubrir la iniciativa de Cristo que trabaja en las angustias y en las esperanzas del pueblo. Por esto la encarnación de la palabra y de nosotros mismos es dura y difícil (abril 1976).

4. Situarse en actitud de éxodo

Un cuarto aspecto muy presente en las motivaciones profundas de Dom Franco, ha sido sin duda la perspectiva del éxodo; convicción que le ha permitido abrir caminos, colmar distancias, superar fronteras, infringir tabúes y superar obstáculos. Todas las veces que tuvo que dejar su trabajo, y esto sucedía con una cierta frecuencia, Dom Franco ha sufrido la separación, así lo confesaba cuando ha debido dejar el primer compromiso misionero en Brasil: “Me duele dejar mi humilde trabajo en la base de Pastos Bons y Nova Iorque: me parece que para garantizar una continuidad en el trabajo un Padre tendría que permanecer en un lugar no menos de 5 años” (enero 1975). Y también cuando tuvo que dejar el escolasticado de São Paulo: “Estos meses han sido para mi muy intensos y también un poco difíciles. Me ha costado dejar mi comunidad y mi gente pobre de São Paulo: cada vez me doy más cuenta que estas separaciones son el pan, por decir la verdad un poco amargo, de la vida misionera” (febrero 1987).
Pero no ha vivido de lamentaciones. La ductilidad en el adaptarse se articulaba con la capacidad de hacer síntesis y de lanzarse siempre más allá, porque la esperanza es el motor de la vida, así lo afirmaba en una de las numerosas partidas: “Creo que mi marcha a la misión nos ha ayudado a pensar que lo más importante no es ir a Brasil o quedarse en Italia (cada uno tiene su camino): lo más importante es salir cada día de sí mismos y de una visión estática, resignada y cómoda para abrirse a caminos siempre nuevos que mantengan vivo y creativo nuestro espíritu y alimenten en nosotros la esperanza, la autenticidad, la búsqueda, la apertura a los otros y el gozo de vivir” (febrero 1986).

5. El Reino de Dios se manifiesta en el encuentro con el otro

Finalmente la firme convicción de que el Reino de Dios se revela a través de entablar relaciones humanas y evangélicas. El encuentro con el otro es siempre considerado una ocasión de crecimiento y de promoción de valores. Acoger al otro con sus potencialidades y también con sus límites, sin juzgarlo, pero abriéndole el corazón de hermano, por el amor confiado no se puede ni se debe medir.
“De todas maneras estoy convencido –escribía inmediatamente después de ser indicado como coordinador de la pastoral de la diócesis de Balsas– que mi rol de coordinador me pide sobre todo el esfuerzo de hacer crecer la amistad entre todos nosotros, el gusto de encontrarse juntos, de ayudarnos, de procurar cada uno caminar con el otro, de estimularnos sin sentirnos satisfechos, porque también esto es signo de liberación y de crecimiento al servicio del pueblo” (abril 1975).
Y esta convicción se expresaba cada vez más lúcida y con insistencia a través de las imágenes según la sensibilidad de Dom Franco, hacia el final de su vida: “Los misioneros son llamados a dar y a recibir y compartir. Son como abejas de Jesús que buscan flores por todas las partes, entre todos los pueblos. En el contacto reciben el polen para trabajarlo a favor de la vida. Es un trabajo de mucha paciencia, de presencia humilde y respetuosa que podrá producir una miel con mil sabores diferentes y hará experimentar la dulzura inacabable del encuentro con el Dios de la vida presente en el camino de todos los pueblos” (extracto de un artículo de Dom Franco: Caminos y desafíos de la Iglesia Latinoamericana).
La necesidad y la urgencia de crear redes de solidaridad y de intercambio para la realización de un mundo siempre más solidario, empujaba a Dom Franco durante su ministerio episcopal a soñar alto y lanzar una llamada a todas las Iglesias de todos los continentes: ¿No sería posible realizar congresos misioneros continentales en África, Asia, Europa como ya se realizan en América y pensar de hacerlos confluir en un gran “Forum Misionero Mundial”, que, en comunión con el Papa y con todas las Iglesias, abierto al ecumenismo y al diálogo interreligioso, pueda llegar a ser una caja de resonancia contra la actual globalización del mercado, del etnocentrismo, la violencia y la guerra? Sería un instrumento significativo a favor de un nuevo proyecto de vida basado en la sobriedad, el compartir, el respeto de las culturas y de las soberanías nacionales” (artículo: Caminos y desafíos de la Iglesia Latinoamericana).


II - SIGNOS DE LA ESPIRITUALIDAD DE DOM FRANCO

Las líneas inspiradoras que Dom Franco había asimilado en su interior, se encarnaron en el cotidiano de su existencia, adquiriendo cada vez más forma y consistencia, caracterizando así su espiritualidad.
Tomando prestada una similitud de Segundo Galilea, Dom Franco decía que la espiritualidad es como el agua para el prado, ella sirve para mantenerlo húmedo. El agua no se ve, pero mantiene el prado verde y creciendo. Después con mucha perspicacia añadía, si el agua permanece estancada, la hierba se seca y el prado se convierte en pantano.
De esta manera Dom Franco nos ha ayudado a comprender que la espiritualidad no puede permanecer estática, sino que se encarna en las varias opciones de vida, debe dejarse poner en discusión de los desafíos de los lugares y de los tiempos, debe alimentarse constantemente de la fuente del agua “viva” que surge de la Palabra de Dios, del compartir la vida y la realidad de los pobres; se hace robusta y vigorosa en la vida fraterna, y contemplando el costado abierto de Cristo, permanece fiel incluso durante el sufrimiento, las pruebas de la vida y las experiencias de cruz.
Sería una pretensión agotar todos los aspectos de la espiritualidad vivida por Dom Franco. Indicaremos solo algunos signos, con el objetivo de rendir testimonio de esta figura grande de misionero y obispo; y al mismo tiempo motivar a otros a seguir sus pasos.
Creemos que la mística que lo ha invadido pueda inspirar a hombres y mujeres de nuestro tiempo, tanto en América Latina como en Europa, tanto en África como en Asia, motivándoles a vivir una vida impregnada con la fuerza del Espíritu, con el objetivo de encarnar en la realidad del mundo de hoy, en los lugares donde cada uno vive y trabaja, aquellos valores del Reino amados y vividos por Dom Franco.

1. Servicio a la vida

Dom Franco ha elegido como lema en su escudo episcopal esta palabra de orden: “Ut vitam habeant” (que todos tengan vida) (Jn 10,10).
El servicio a la vida de hecho es una constante, la más significativa de su espiritualidad. Al servicio de la vida Dom Franco ha dedicado todas sus energías y este servicio ha constituido el hilo conductor de cada actividad, iniciativa y preocupación.
Dom Franco tenía un corazón tan grande que no hacía distinción de personas; no obstante su ojo de misionero se dejaba seducir, sobre todo, por aquellos que eran excluidos y en un cierto sentido vivían marginados de la sociedad. Allí donde la vida fuese maltratada y mortificada era necesario y urgente intervenir. Dom Franco no se quedaba nunca insensible; tenía que dar soluciones e inventar iniciativas. La esperanza no podía ser sólo humo en los ojos de los pobres, era necesario hacerla visible, aunque fuese parcialmente.
Los sin tierra, los desocupados, los pescadores, los leprosos, los drogados, los jóvenes, los indios, los afro-americanos, las mujeres, los ancianos… para todos Dom Franco tenía una solicitud especial y a todos quería socorrer, sabiendo que el servicio a la vida le daba a cambio un crecimiento interior, porque es sólo dando que se recibe.
“Ahora estoy aquí en Pastos Bons –escribía al inicio de su actividad pastoral–. Las circunstancias concretas me han arrojado inmediatamente a entrar en riñas. Me doy cuenta que debo frenar un poco las reacciones emotivas frente a tantas miserias para dejar trabajar a la cabeza y para encontrar la actitud más correcta y más útil para hacer el verdadero bien a estas personas y dejarme ayudar de los inmensos valores que poseen, aunque si a veces sepultados a causa de la secular opresión de la cual han sido y son victimas” (julio 1972).
“Hoy por la tarde –cuenta durante su ministerio episcopal– he visitado un barrio pobrísimo donde viven 22 leprosos. Estamos viendo cómo ayudarles espiritual y materialmente. El dolor de estos hermanos me conmueve profundamente” (Pascua 1998).
Ante las calamidades naturales, sin demora, abre las puertas de las iglesias y de los centros comunitarios para acoger los “flagelados” (refugiados): “Los sin techo han sido acogidos y hospedados en nuestras iglesias y salones parroquiales, donde las comunidades se empeñan en proveer de víveres, colchones y cosas de primera necesidad” (Pascua 2002).
En sintonía con todo el movimiento de la Reforma Agraria en el Brasil, Dom Franco dedica mucho tiempo a la solución del problema de la tierra; primeramente a partir de la situación que ha encontrado en la parroquia donde ha iniciado su ministerio: “Llegados aquí a Pastos Bons, nos hemos encontrado sobre las espaldas una heredad pesada: una enorme extensión de tierras ocupadas por la gente de manera irracional, la gente la llama “patrimonio de San Benito”: ahora intentamos consignarla gratuitamente al pueblo de manera definitiva a través de una división justa y racional, procurando crear al mismo tiempo el incentivo de una gestión comunitaria, pero nos parece muy difícil, teniendo en cuenta los pesados condicionamientos” (septiembre 1972).
El empeño de promover los valores de la vida en un contexto siempre más violento y opresivo podría haberlo desanimado, pero Dom Franco encuentra en el misterio pascual la fuerza de mirar hacia delante y de mantener viva la esperanza: “Advierto solo la violencia de esta hora, en la cual el pueblo no es protagonista, sino objeto pasivo y tal vez dentro de poco verá crecer la necesidad de marcharse, porque las grandes extensiones servirán para la cría de animales, que requiere una reducidísima mano de obra. Estos son los desafíos a la creatividad de nuestro trabajo pastoral. Con estos problemas debe hacer cuentas en la Pascua de este año, y su propuesta de liberación. No consigo hacer demasiadas distinciones entre horizontalismo y verticalismo: es todo interdependiente. La oración debe partir de estos problemas, la Palabra de Dios pone en crisis nuestros esquemas prefabricados; la esperanza humana del pueblo es el sacramento necesario de la plenitud de la esperanza total que Cristo resucitado nos propone y nos regala” (abril 1976).
Ante tanta miseria y abuso, Dom Franco, movido por su sensibilidad, como verdadero frater familias, se entrega con generosidad a la búsqueda de medios materiales con el objetivo de hacer progresar las numerosas iniciativas que puntualmente han sembrado toda su vida misionera. Los primeros en ayudarle son los mismos pobres, pero no se cansa nunca de llamar a la sensibilidad de sus amigos en Italia y las organizaciones para buscar los medios necesarios.
Es necesario precisar que esta caridad no es nunca paternalismo, la caridad es la ocasión para crear redes de solidaridad, local y globalmente entre los agentes de pastoral: con los religiosos, los hermanos y las hermanas combonianas, hombres y mujeres de la sociedad civil, sus amigos y bienhechores de la misión.
La caridad en la lógica de Dom Franco ha sido siempre el primer paso de amor y de confianza hacia los pobres, para que estos lleguen a ser protagonistas de su propia liberación.
El amor a los pobres, sin embargo, es también llamada a los pobres, para que no se cierren en sí mismos, sobre sus propios males, sino que abran el corazón a las necesidades de otros pobres, cercanos y lejanos.
No demora para esto en empeñar su Iglesia de Balsas y a las otras Iglesias de Maranhão en una cadena de solidaridad con los pobres de Mozambique: “Hay otra hermosa noticia que quiero comunicar: la buena marcha del proyecto de solidaridad de las diócesis de nuestra región con la diócesis de Lichinga en Mozambique. Es una experiencia de intercambio eclesial con el que estamos trabajando desde hace bastante tiempo. Existen ya los primeros frutos. Hemos conseguido preparar y enviar los primeros cuatro misioneros. En agosto, partirán otros tres. Según una lógica humana es absurdo que, con tanta necesidad que tenemos aquí se piense en ayudar a las otras Iglesias. Pero en la lógica del Evangelio estoy convencido que debemos siempre compartir lo poco que tenemos con quien tiene menos que nosotros. Estoy seguro de que este gesto eclesial de compartir ayuda a nuestras diócesis a crecer y madurar” (Pascua 1998).
El empeño por la defensa de la vida debe, finalmente, ir a las causas que determinan y en un cierto sentido perpetúan la miseria y la explotación de los pobres, por este motivo Dom Franco no tarda en involucrarse en el camino de la liberación.
La liberación, explica Dom Franco: “… supera los confines de la historia porque es Cristo que nos la regala, pero no se salta la historia; las varias liberaciones históricas son signo y sacramento de la liberación total.
El Reino de Dios es el hombre que crece; evangelizar y anunciar eficazmente la palabra y con los hechos la promoción del hombre en todas sus dimensiones; espiritual y material, personal y estructural, mundana y ultra-mundana, terrena y eterna” (septiembre 1977).
A menudo, en sus escritos y en los cursos de formación repetía que no era suficiente enseñar a pescar, era necesario empeñarse también en limpiar el río, para que hubiese pesca abundante para todos y no sólo para unos pocos egoístas.

2. Discernir los signos de los tiempos y de los lugares

Una de las orientaciones más significativas del Concilio Vaticano II ha sido aquella de recordar a los cristianos y a todas las Iglesias la importancia de la lectura y el discernimiento de los signos de los tiempos en la acción pastoral (GS 4). La llamada del Concilio retoma la advertencia del Evangelio que pone en guardia a todos aquellos que se aferran a la ley, a la estricta observancia de los preceptos y de las reglas, al esplendor de la ortodoxia, olvidándose del ritmo de la vida y de los acontecimientos de la historia, de esta manera se eluden de levantar estructuras duraderas, sólidas y seguras, que el tiempo barrerá inexorablemente, como castillos de arena sobre la playa del mar.
El cristiano, en cambio, es llamado a ser sal y fermento; estar siempre dispuesto a dar respuestas nuevas, actuales, encarnadas y eficaces, pero sin el discernimiento de los acontecimientos de la historia, de los acontecimientos de la vida, del camino de los pueblos y de los cambios de época, estará condenado a ser estático, a defenderse a toda costa con muros, a cerrarse en guetos, condenándose así a ser echado y pisoteado por los caminantes. (Mt 5,13).
En América Latina esta llamada es acogida con solicitud por las Conferencias Episcopales, por los religiosos, por los misioneros y por las comunidades eclesiales de base. El discernimiento no sólo profundiza los signos de los tiempos, sino que por la preocupación de contextualizar las opciones pastorales, añade también el discernimiento de los signos de los lugares, aquellos que tocan más de cerca la vida y las problemáticas de los pueblos de América.
El discernimiento de los tiempos y de los lugares, para ser eficaz no puede ser el trabajo de algunos expertos o iluminados, sino fruto de la búsqueda constante y tenaz de toda la comunidad, sostenida por la experiencia y la capacidad de cada uno y en los ámbitos conformes a cada uno; corroborada por la búsqueda científica, sobre todo en los ámbitos de la sociología, de la antropología y de la historia; pero siempre iluminada por la Palabra de Dios y de la fe, de la conciencia de que el Espíritu de Dios está presente en la historia y continúa a actuar y “soplar” donde, como y cuando quiere.
“Me ha impresionado siempre –escribe Dom Franco– en la lectura evangélica de Pascua la figura de la Magdalena que llora porque no reconoce al Maestro vivo cerca de ella. Me parece la imagen de todos nosotros cada vez que juzgamos la historia sin considerar que Cristo está vivo y presente” (marzo 1992).
Partiendo de esta visión de fe, Dom Franco quiere captar la HORA de Dios en la historia humana. El siente un poco que se le quema la tierra debajo de sus pies, quiere saber, quiere conocer, quiere participar y hacer participar. Quiere también dar, quiere hacer conocer a todos el sufrimiento de su gente del Nordeste brasileño. Articulando la praxis y la contemplación; de las jornadas llenas de actividad a los períodos de silencio; al estudio, a la oración y a la contemplación, Dom Franco es consciente de que un guía ciego no puede ser de ayuda ni de estímulo a los otros, para que a su vez abran los ojos a la realidad y se comprometan a continuar la creación de aquel mundo maravilloso querido por Dios.
Dom Franco se implica en este fuerte deseo de búsqueda y de discernimiento; no quiere perder ocasiones ni oportunidades. Siempre alerta a captar lo “nuevo”, dispuesto a la conversión de su corazón y al cambio de las estructuras, porque está convencido de que “Dios no está muerto aunque sí a menudo ponemos una gruesa piedra sobre su tumba para que no venga a echar por tierra nuestros planes con todos los ídolos de nuestras ilusiones. Dios no está en naftalina, aunque sí nos sería cómodo. Dios está sin etiquetas porque tiene el rostro de cada hombre, es una continúa sorpresa porque continuamente nos interpela en las pequeñas preguntas y también grandes de nuestro acontecimiento humano…” (febrero 1972, en viaje hacia el Brasil).

3. Revelar el corazón de Dios

Uno de los deberes del misionero es el de anunciar el Evangelio, a través de la predicación, la catequesis y el testimonio de vida. Dom Franco dedicaba mucho tiempo a la predicación y tenía un modo suyo particular de anunciar la Palabra de Dios. En sus catequesis y en sus homilías, en la dirección de jornadas de espiritualidad o de cursos de ejercicios espirituales sabía encantar al auditorio con ejemplos y parábolas que se inventaba sobre la marcha o tomaba prestado de otros. Era capaz de hacer simple y comprensible aquello que era complicado y complejo. Con su gente del Nordeste llegaba hasta cantar, conociendo bien la sensibilidad de la gente del sertâo. Pero aquello que fascinaba y transportaba al mismo tiempo era el lenguaje de sus gestos, aquello que no tiene necesidad de muchas explicaciones. Dom Franco estaba convencido que a través de su testimonio y el de la comunidad era necesario revelar el corazón misericordioso de Dios.
El encuentro con el pobre, con cada hombre y mujer, tenía que llegar a ser la ocasión para el encuentro con Dios y la experiencia de la ternura de Su amor. La palabra en efecto calienta el corazón, pero el gesto abre los ojos, mueve a la compasión y empuja a la acción.

* A través el testimonio personal

De las características de su modo de ser subrayaremos solamente algunas, sobre todo aquellas que revelan su gran sentido de humanidad, su grandeza de ánimo y la sensibilidad de su corazón.

a) Lo primero su humildad: “Sé que soy un héroe fallido, pero no me avergüenzo en absoluto de aparecer así como soy, ni tampoco camuflar mi fragilidad emotiva. Me tiene sin cuidado una fe desencarnada y fría como una merluza secada al aire. Quisiera que mi fe fuese siempre filtrada de una humanidad sincera, sin retórica y sin artificios; y quisiera que mi humanidad fuese constantemente cargada por la luz del Evangelio, limada según sus exigencias siempre difíciles, afinada según sus orientaciones” (febrero 1972, en viaje hacía Brasil).
b) En la carta enviada a sus familiares y amigos con ocasión de la Navidad, revela su sencillez: “Que el nacimiento del Niño… sea más bien la ocasión para redescubrir en nosotros aquel Niño, en el esfuerzo de destruir en nosotros las seguridades vacías y los pensamientos demasiados preocupados de nosotros mismos y de nuestro bienestar, para dejar espacio a la sencillez, a la fantasía, a la gratuidad, a la limpieza de los ojos y el corazón” (diciembre 1987).
c) En un contexto de grandes cambios de época y de grandes desafíos, ante las injusticias así claras y siempre crecientes de la realidad brasileña, sobre todo en el profundo Nordeste, la gran tentación podría ser aquella de actuar solos y de tomar el lugar y la responsabilidad de los otros, para que las cosas cambien rápidamente. Pero Dom Franco se educa a la escucha y el respeto del otro, en la espera paciente de que en el cambio se hará camino: “Aunque si no faltan las desilusiones, las dificultades de entrar en este mundo cultural, tan diferente del nuestro y que por lo tanto cada vez estoy más convencido de que las dotes más necesarias para nuestro trabajo son la capacidad de escucha y la paciencia pastoral” (diciembre 1973).
d) Ante la prueba y el sufrimiento de un enfermo, la pena de un presidiario, la agonía de un moribundo, la amargura de una persona que ha sufrido la injusticia, aquello que mayormente consuela es la presencia silenciosa y solidaria del amigo sincero; más que las palabras es la presencia, la mirada, el toque de la mano, el silencio afectuoso y la sonrisa confiada. De tantos episodios de presencia solidaria vividos por Dom Franco, recordamos uno, aquel junto a su amigo Tonino: “… os escribo esta carta junto a la cama de Tonino, un gran amigo misionero, gravemente enfermo. Su serenidad y sus ganas de vivir, la fuerza de ánimo de su esposa que está siempre a su lado, son un estímulo y un ejemplo para mí y me ayudan a concretizar la oración y la felicitación pascual para todos nosotros: que la resurrección de Cristo nos ayude a alimentar la llama de la esperanza y encontrar siempre las razones para vivir con amor y luchar a favor de la vida en este mundo dominado por la muerte” (Pascua 2001).
e) ¿Quién puede decir que en su vida no ha experimentado la amargura de la prueba y de la cruz? A menudo éstas nos visitan en momentos y circunstancias inesperadas. Pero la cruz sorprende no preparado solamente a quién no ha hecho la experiencia profunda de Dios. La aceptación de la cruz en la espiritualidad de Dom Franco es la ocasión de la experiencia pascual: “como algunos de vosotros habéis sabido, este tiempo de inicio del Sínodo ha coincidido con un grave incidente… El coche ha volcado, dos personas han salido disparadas del interior… Desgraciadamente Sor Vanda (44 años) ha muerto… El Señor ha permitido che comenzáramos el Sínodo con una experiencia de dolor y de muerte. Percibo que a través de este compartir doloroso, nuestra Iglesia se siente más unida. Siento que el Señor nos está cercano y transforma nuestras ‘llagas’ en ocasión de vida. Para mí, aunque con mucho dolor en el corazón, es una experiencia pascual” (Pascua 2003).
f) La amistad se mide con el metro de la confianza y la fidelidad a la otra persona. El rechazo de una persona genera siempre un trauma a quien lo sufre. El niño rechazado, crecerá con una gran revuelta en el corazón y será dominado por la furia de la venganza destructora. El hombre marginado es siempre visto con sospecha y es culpabilizado. Dom Franco nunca hacia distinción de personas. Acogía a todos y a todos daba confianza. Alguno de sus hermanos se maravillaba mucho de este espíritu tan abierto y lo consideraba ingenuo y poco prudente. En la lógica del corazón de Dios, hay lugar para todos, sobre todo para aquellos que viven oprimidos y no son ayudados a desarrollar las propias cualidades y los propios talentos. El otro, sea quien sea, hombre o mujer, joven o viejo, indio o negro, pobre o rico… cuando es acogido con amor y respeto se convierte en instrumento de salvación en las manos de Dios: “Un camino que significa confiar en Él y comprometer el núcleo más profundo de la propia persona junto con los otros; porque Él se empeña y nos salva a través de los otros; Él viste los vestidos de todos los pobres del mundo. Este discurso no debe ser evasivo, abstracto, retórico, sino que debe calar en la concreción de las opciones cotidianas” (1972, primeros días en Brasil).
g) En la dinámica espiritual de Dom Franco, la acción y la contemplación tenían que sostenerse y alimentarse recíprocamente, es por esto que en su diócesis de Balsas abre un lugar particularmente amado: “La Casa de Oración. Será un lugar de silencio orante y de contemplación del rostro de Cristo en el sufrimiento, lucha y esperanza de los pobres. Estamos adaptando con este objetivo una casa que será habitada por una comunidad contemplativa inserta en un barrio pobre, abierta a la acogida de los sacerdotes, religiosos y religiosas, equipo pastoral, jóvenes, parejas de matrimonios que deseen hacer una experiencia de oración” (Pascua 2002)
h) Finalmente su optimismo y sentido del humor. No había encuentro o reencuentro de amigos que Dom Franco no alegrase con sus anécdotas y sus ocurrencias. Siempre tenía algunas preparadas. Con su presencia de espíritu sabía captar los momentos de tensión, de incomprensión y de bloqueo que a veces se creaba en las discusiones e intentaba desatar la hilaridad para hacer más ligero el clima y proceder con más confianza y comprensión recíproca. También consigo mismo y para las numerosas iniciativas y actividades que tenía, hacía gala de su buen humor; era consciente de que “Cristo está, para mí, para vosotros y para el pueblo. Y esto es mucho, muchísimo. Así podemos alimentar el gusto de vivir y de trabajar y condimentarlo con aquel humorismo que nos ayuda a sonreír, a esperar y a relativizar las realizaciones y los fracasos” (septiembre 1975).

* A través de la vida fraterna

El testimonio personal es muy importante para descubrir el corazón de Dios, pero no es suficiente. San Daniel Comboni, fundador de los Institutos Combonianos, hacia el cual Dom Franco nutría un afecto filial y del cual sacaba inspiración carismática, solía repetir a sus misioneros que al paraíso se va solamente si se va acompañado (Escritos 6655).
En efecto el camino más eficaz para penetrar en el misterio del corazón de Dios es sin duda la vida fraterna, la comunidad, la familia unida, el movimiento de cohesión, el pueblo que vive en armonía, el mundo reconciliado.
Con profunda intuición teológica, en el sexto encuentro ínter eclesial de las comunidades eclesiales de base, realizado a Trindade (Goias, Brasil) en 1986, había subrayado para los 1600 participantes que “La Trinidad es la mejor comunidad”.
Para conocer a Dios, por tanto, es necesario pasar por la experiencia de la vida fraterna. Se acerca más a Dios quien se empeña a sí mismo en la búsqueda y en la construcción de la vida comunitaria; aquel que se hace instrumento de reconciliación, que derriba el muro del odio (Ef 2,14), de la separación, de la sospecha, del rechazo, de la exclusión y se da a sí mismo para que todos tengan la vida en abundancia y conduce a todos a la participación, al compartir y a la solidaridad.
En este sentido podemos decir que Dom Franco ha sido un servidor convencido de la comunión y de la reconciliación entre las personas, entre las Iglesias y entre los pueblos. Toda la experiencia como padre, misionero y obispo ha sido caracterizada por esta espiritualidad trinitaria: ser instrumento dócil en las manos de Dios para allanar los caminos, para que en el encuentro fraterno resplandezca el rostro de Dios.
De todas las experiencias recordadas por Dom Franco en sus escritos, escogemos dos: una exprime el inicio de su ministerio apostólico; la otra en la marcha realizada con los indios, con ocasión del año jubilar y de los 500 años de evangelización del Brasil.
Iniciando su ministerio, con mucha claridad y lucidez afirmaba: “Nuestra preocupación prioritaria es hacer de nuestro trabajo una experiencia de crecimiento comunitario, con la convicción de que aquello que vale más que nada, incluso en la eficacia pastoral, es nuestro estar juntos alrededor de Cristo y hacer de nuestra vida la expresión y el testimonio de una búsqueda de diálogo y de comunión” (final 1972).
Recordando el desembarco de Pedro Álvares Cabral, el 22 de abril de 1500 en Porto Seguro, en las costas del estado de Bahía, los indios del Brasil, unidos a tantos otros movimientos, el primero entre todos aquel de los afro-americanos, han querido recordar su visión de la historia, donde no se habla de descubrimiento, sino más bien de conquista. Dom Franco recuerda: “Nosotros los misioneros acompañábamos a los indios en su marcha pacífica. En el momento de la carga policial contra los indios, el primer grupo de los misioneros fue rodeado por soldados y arrestado junto a otras personas. Cuando me avisaron del hecho, yo que estaba llegando un poco más retrasado con otros misioneros, me puse enseguida en contacto con el coronel, comandante de la operación, para que me diese explicaciones. Como respuesta el coronel me arrestó como presidente del Consejo Indigenista Misionero. (…) Ha sido una humillación, pero no ha sido un gran sufrimiento. Os confieso que yo he vivido aquellas horas como una gracia del Señor que nos ha permitido estar más unidos y solidarios con tantos hermanos y hermanas que desde hace 5 siglos sufren exclusión y represión” (junio 2000).


III - UNA ESPIRITUALIDAD QUE SE HACE MEMORIA

En la introducción del libro publicado por Dom Franco: “Espiritualidad Misionera. Meditaciones” (EMI, Città di Castello, 1986) se subraya el hecho que vivimos en una realidad donde el pragmatismo, el consumismo y la búsqueda espasmódica de la afirmación de sí, niega y mortifica el “fondo místico” que es propio de cada persona humana. He aquí la razón del porqué triunfa el relativismo, el subjetivismo y la fragmentariedad. En el interior de la misma Iglesia, de las congregaciones religiosas y misioneras y de nuestras propias familias vivimos esta dificultad. El Concilio Vaticano II ha estimulado la renovación de la pastoral y de la teología, pero cuesta mucho producir, de manera satisfactoria, una nueva síntesis a nivel de espiritualidad. No faltan indicaciones y algunas experiencias preciosas.


¡ES NECESARIO SER SIEMPRE MÁS OSADO!

Es necesario descubrir una espiritualidad que sepa actualizar los grandes temas de la vida cristiana en la realidad de la misión, en los varios contextos culturales, sociales, políticos y eclesiales. Un empeño que debe involucrar a todos, religiosos y laicos: hombres y mujeres de vida activa y contemplativa.
La experiencia de Dom Franco se inscribe sin duda en esta tentativa de renovación y su recorrido es una invitación dirigida a cada uno de nosotros.
Es tiempo de hacer crecer en nosotros aquellas motivaciones profundas en nuestro espíritu, porque cada uno, en los lugares donde vive y trabaja, en las circunstancias que debe afrontar, pueda traducirlas en espiritualidad de vida.
El recuerdo de Dom Franco se hace memoria en la medida en que sus intuiciones, sus convicciones y sus realizaciones continúan a encarnarse en el empeño de cada uno de nosotros.
No se trata de imitar a Dom Franco; su experiencia es irrepetible, pero intentar compartir su mística y con él exclamar: “… quisiera ser uno de estos pastores que en la noche de la primera Navidad, después de la aparición de los ángeles, dijo a los compañeros: ‘vamos hasta Belén y veamos este acontecimiento que el Señor nos ha hecho conocer’. Vamos a Belén para reencontrar en profundidad los valores fundamentales que dan sentido a nuestra vida: el gusto por lo esencial y el sabor por las cosas sencillas, el gozo del diálogo y de la solidaridad, las ganas de ser libres, frente a las nuevas esclavitudes del consumismo, la ternura de arrodillarse delante de un Dios que se ha hecho pequeño para estar con nosotros en el fatigoso camino de la vida. Vamos a Belén para descubrir en la fragilidad de un Niño nacido en la pobreza de una gruta, el rostro asustado de los oprimidos, la soledad de los infelices y de los excluidos, la amargura de los últimos, y el sufrimiento de los extra comunitarios. Pongámonos en camino sin miedo, para hacer, cada uno en nuestro lugar, las opciones justas a favor de la vida” (Navidad 2000).

(1941 - 2006)