Aquí tenemos las palabras clave de la misión de quien ha sido elegido para ser superior: servicio de inspiración, de discernimiento, de unidad, de animación y de corrección fraterna

Hay una pregunta en Pablo que nos sorprende, la hace cuando anuncia su llegada a la comunidad de Corinto: “¿Qué preferís? ¿Qué vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?” (1 Co 4,21). Directa o indirectamente varios superiores se preguntan lo mismo: “¿Hasta donde la caridad es caridad? ¿Hasta donde llega el espíritu de mansedumbre? ¿Sirve la vara? O es mejor rendirse y dejar correr. Y ¡sálvese quien pueda!”.
Ciertamente los superiores se encuentran muchas veces en la situación de Jesús cuando sentencia: “¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado” (Mt 11,16-17).
En resumidas cuentas, oímos repetir a los superiores: “Lo he intentado todo y todo sigue como antes”. Y sin embargo cada superior, cada co-hermano debe seguir creyendo lo que nos dice la Regla de Vida: “La autoridad es un servicio con función de guía en la comunidad; servicio de inspiración, que ayuda a todos los misioneros de la comunidad a vivir su vocación; de discernimiento, que ayuda a cada uno a hacer las opciones apropiadas para la consecución del Reino de Dios; de unidad y coordinación, de animación y corrección fraterna, como ayuda para superar los momentos de debilidad, cansancio y desánimo, mediante una guía amistosa” (RV 102.2).
Aquí tenemos las palabras clave de la misión de quien ha sido elegido para ser superior: servicio de inspiración, de discernimiento, de unidad, de animación y de corrección fraterna.
Creo que la Regla de Vida responde a la pregunta concreta de San Pablo y nos anima cuando nos encontramos ante situaciones difíciles, creadas por “individualismo, privilegios injustificados, evasión de las obligaciones personales y comunitarias” (RV 38.6).

Signos que interpelan
Los delegados al Capítulo General del 2003, “iluminados por la Palabra del Señor y empujados por su amor misionero” notaron en el Instituto un cierto cansancio, debilitación del espíritu de pertenencia, dispersión, aislamiento e individualismo. En el proceso de la Ratio Missionis se subraya: “Muchos de nosotros sentimos la tentación de cerrarnos o aletargarnos, de esperar tiempos mejores, o inventarnos cada uno la propia receta y el propio método con tal de seguir adelante y sobrevivir... Tampoco los signos de individualismo son pocos: programas y proyectos personales desligados de la provincia o del espíritu comboniano... el uso indebido y poco comunitario de fondos y dinero de la gente que nos ayuda... Notamos que se abandona la oración personal y comunitaria con demasiada facilidad; que la misión debe ser amada y deseada mucho más”. La lista podría continuar y nos hace darnos cuenta de que el Instituto, sin negar la gracia y lo positivo que tiene, pasa por un valle oscuro. En semejante situación la guía, el sacrificio, la firmeza de los superiores y la cercanía vigilante y fraterna son necesarios y providenciales.

Paradojas
Existen fenómenos en la sociedad de hoy que han contagiado la vida religiosa y han creado también una crisis de liderazgo. Son fenómenos peligrosos, paradojas inquietantes que desestabilizan a quien se encuentra en el servicio de la autoridad y hacen daño a los co-hermanos que se empeñan con espíritu genuino.
La primera paradoja es el estrabismo religioso, es decir mirar en dos direcciones opuestas: querer ser comboniano sin actuar como comboniano. El pretender todos los derechos sin pensar en los deberes. Querer tener todo sin dar nada.
Todo esto cansa a una comunidad y a una provincia. A esto Pablo da una respuesta severa: “Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien. Si alguno no obedece (...), a ése señaladle y no tratéis con él, para que se avergüence. Pero no lo miréis como a enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2 Tes 3,13-15).
La segunda paradoja es hacer el bien haciendo el mal: es el aislarse en el propio lobby (grupo de presión), en los propios comités, en los pobres, en los propios programas humanitarios, en la propia oración, creando innumerables malestares a los co-hermanos de la comunidad y de la provincia. Y estos intocables, que hacen el bien mal y el mal bien, aumentan continuamente.
San Pablo no usa término medio cuando escribe a los Corintios aconsejándoles que no se mezclen con quien se dice hermano y no lo es. Y sin rodeos aconseja: “Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva” (1 Co 5,7), y “Arrojad de entre vosotros al malvado” (1 Co 5,13).
Una tercera paradoja es imponer los propios egoísmos e inmadurez en nombre del diálogo. Son los co-hermanos que viven siempre en la plaza protestando, nunca contentos, en continua polémica con todo y con todos. Con lo que decida el superior o la comunidad, hacen de todo para envenenar el ambiente. Es imposible hablar con ellos, definir y perseguir objetivos comunes, estarles cerca con espíritu constructivo, amigo, dialogante. Parece que imponerse es casi inútil y servirles una pérdida de tiempo.
También Pablo tiene problemas con estos tipos y escribe: “Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (2 Tes 3,11-12).

Creer en la bondad
A pesar de todo, Pablo cree en la fuerza del amor y recomienda vencer al mal con el bien. Enseña, sobre todo: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Rom 13,8). Es la enseñanza evangélica de Cristo: reina de verdad quien sirve con amor. Por esa razón el Señor quiso ser llamado “siervo y esclavo de todos” (Mc 10,43-45). Se definió como “el buen pastor” (Jn 10,14) “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), y reaccionó violentamente ante el orgullo de los doce por querer ser cada uno a toda costa “el primero” en el Reino (Mc 10,44) y “el mayor” (Lc 22,24). Y a quien se le llama al servicio de la autoridad Jesús le recuerda: “Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,13-14).

Defender la verdad
A la vez Jesús no renunció para nada a ser “su Señor” y a poseer por tanto la autoridad de verdadero y único “líder” para defender la verdad.
Recordemos dos episodios. El primero se refiere a su persona: a Pedro que no quería aceptar el camino de la cruz y trataba de convencerlo para que no fuera a Jerusalén, el Señor respondió con indignación, casi insultándolo: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!” (Mt 16,23). Viene espontáneo preguntarse si un superior, ante un co-hermano que se opone a la verdad y a los programas comunitarios, pueda tener el coraje de imitar al Señor tomando una postura tan clara y decidida.

Exigir por la misión
El segundo episodio se refiere a la elección de la vida apostólica. Ante uno que le manifestó su deseo de querer seguirlo pero con motivaciones poco profundas y para nada convincentes, él truncó su veleidad con estas palabras: “La zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,58).
Jesús exige y pone condiciones para la misión. Quiere que sus discípulos sean libres, completamente libres para amar solo la misión. Mientras iban por el camino, un tal le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas”. Jesús le contestó: “Sígueme”. El replicó: “Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre”. Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tu ve a anunciar el Reino de Dios”. Y añade sin contemplaciones: “No saludéis a nadie en el camino” (Lc 10,4). La misión, por encima de todo. Esto es lo que enseña Cristo.
La misión es urgente y no hay tiempo que perder. Nadie puede permitirse el lujo de robar tiempo a la misión. El discípulo no puede permitirse el lujo de perder el tiempo con cosas, personas o programas que no tienen sentido para su misión.
También aquí el superior debe ser claro y enérgico en mostrar que en el Instituto no hay sitio para quien no ama la misión. Y, claramente, la misión comboniana, no cualquier misión. Es lo que pedía Comboni a sus candidatos, en las Reglas de 1871: “Es por tanto necesario que el aspirante al difícil y laborioso apostolado de la Nigrizia tenga una verdadera disposición fundada en el sentimiento de la fe y en la caridad, de dedicarse a la conversión de las almas más abandonadas del mundo” (Reglas 1871, Cáp. VII). Y además: “No será aceptado en el Instituto ningún Eclesiástico o Seglar, que no esté dispuesto a consagrarse por entero hasta la muerte a la obra de la regeneración de la Nigrizia, y no tenga el ánimo firme y resuelto de morir a su propia voluntad, y profesar una perfecta obediencia a los legítimos superiores” (Reglas 1871, Cáp. II).
Todo es muy claro para Comboni: la misión es la fuerza vital del Instituto y quien no ama la misión no puede permanecer en la familia comboniana. (Primera parte)

Epifanía 2007

P. Teresino Serra
Superior General
Hacia las elecciones provinciales de 2007 (Primera parte)