Consignar la memoria para asegurar una verdadera transmisión, de generación en generación, de la experiencia de fe.

El primer día del año, el Superior General, P. Teresino Serra, nos dirigió una carta importante y densa de contenidos. Ya el título, Juntos, hacia la Asamblea Intercapitular 2006, es feliz porque nos compromete a todos, no sólo en la preparación, sino también en la celebración, si bien en Méjico estará físicamente presente sólo quien los representa.
El mensaje, introducido con sentimientos de reconocimiento al Señor y con el optimismo de Comboni, enumera con realismo dificultades y peligros, proponiendo después prioridades-urgencias-respuestas.
También el archivo histórico participa en este “camino hacia…” en el ámbito que le es propio, el de la memoria.

UNA INSISTENCIA REPETIDA EN LA IGLESIA Y EN LA SOCIEDAD

Para reflexionar sobre la importancia de la memoria para el cris-tiano, basta un texto del Vaticano II: “La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.” (Dei Verbum, 10).
Las naciones y las diversas sociedades no son menos solícitas en evocar la memoria compartida, para combatir el individualismo y reconstruir su específica identidad. Así los espíritus más atentos y agudos han recorrido los tiempos, como D. Bonhoeffer en sus diversos escritos recogidos en el volumen Memoria y fidelidad. Juan Pablo II, al final de su vida, nos entregó como amigo y no en su calidad de maestro en la Iglesia, el espléndido libro autobiográfico, Memoria e identidad. Por esto es muy significativo el dicho: somos lo que recordamos.

RATIO MISSIONIS: EN CAMINO TODOS JUNTOS

Después de la importante cita anterior sobre el despertar de la memoria en la cultura contemporánea, volvamos a la carta del P. Teresino. En el nº 16 se trata el tema de la Ratio. Por la presentación de este tema se intuye la importancia que el Superior General atribuye al buen resultado de esta experiencia. Se puede afirmar inmediatamente que el camino todos juntos se ha producido ya en gran parte y esto es un valor en sí mismo y una meta conseguida. Cada uno se debería preguntar cuál ha sido su nivel de participación, sobre todo, considerando como dirigidas a él las preguntas incluidas en el siguiente pasaje del texto:

“Se ha trabajado mucho de un Capítulo General a otro y la renovación no ha llegado… Cada Capítulo General hace análisis clínicos: desde hace tiempo observamos que de cada Capítulo General surgen los ‘mismos análisis clínicos’, las mismas enfermedades. Se ha tratado de concluir o que los Capítulos Generales no han hecho bien los análisis, no han identificado bien las enfermedades, o que las medicinas propuestas no han surtido efecto…” (n. 16).

Corresponde a la Asamblea Intercapitular dar respuestas exhaustivas. Del horizonte del archivo histórico puede venir una aportación parcial que presentamos a continuación, en cuatro puntos. Cada punto propone, sin extenderse en análisis, una causa que contribuye a banalizar – al menos en cierta medida – las prioridades de los Capítulos, de por sí válidas y pertinentes.

1. Detenerse en la letra del documento

Una posterior cita de la carta: “La Ratio Missionis tiene un objetivo: no llegar a un documento, sino reflexionar, evaluar y compartir. La meta de nuestro camino es reconfirmar la misión y reconfirmar el carisma comboniano” (n. 16).
Esta afirmación parece contradictoria, si solamente considero la voluminosa documentación que el P. Fernando Zolli ha entregado ya al archivo. Pero no hay contradicción: en efecto, se nos aconseja a no detenernos en un eventual documento que, ciertamente deberá existir, sino a crecer en el espíritu de comunión que este proyecto ha iniciado. Detenerse en una lectura superficial de los documentos, no nos permite sentirnos personalmente comprometidos en lo que proponen.

2. Conocimiento superficial de la historia y de la tradición MCCJ

Entre las voces autorizadas que han intuido este peligro de la superficialidad, recordemos lo que escribió el P. Manuel Augusto Lopes Ferreira, cuando era Superior General, en su carta de preparación al XVI Capítulo:

“Nuestro discernimiento deberá ahondar todavía más en nuestra historia, en nuestro pasado, para sacar a la superficie los elementos característicos y únicos de nuestro carisma, visibles en la vida de los hermanos que han vivido de modo excelente la vocación misionera, empezando por nuestro padre y fundador, el Beato Daniel Comboni, y en los acontecimientos más notables de nuestra historia después de su muerte. Nuestro discernimiento nos hará descubrir el “retrato” del comboniano de siempre, la identidad de nuestra misión de ayer, de hoy y de mañana. Se trata de un perfil, de una identidad definida que, partiendo de la experiencia, del interior, propone los valores y las actitudes de corazón y de mente que caracterizan nuestra vocación misionera comboniana, el servicio misionero que rendimos a la Iglesia” (MCCJ Bulletin 210, pp. 3-4).

Todo es muy verdadero: un conocimiento superficial y abstracto no es nunca un conocimiento fraterno y no puede producir frutos para conservar nuestra identidad.

3. Parcial realización de la “Legislación de los Bienes Culturales MCCJ”

Esta legislación que entró en vigor el 19 de marzo de 1999, quizás se consideró como una “opción de lujo”, mientras que la intuición de que los bienes culturales habían tenido siempre “un intrínseco valor evangelizador” en la historia de la Iglesia, había sido evidenciado varias veces por Juan Pablo II. Por esto, la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia envió a todas las diócesis e Institutos normas sobre la función pastoral de los bienes culturales.
El Capítulo del 1997 (AC ’97, 173) las acogió confiando la ejecución al Consejo General. Desde el principio de nuestra historia misionera, muchos hermanos habían comprendido el valor de este aspecto y enriquecido el Instituto y la Iglesia de notables obras.
Por esto, la legislación es sólo una guía para la elección exacta de documentos y objetos de real valor histórico. Si se hubiese realizado debidamente a los tres niveles, general, provincial y local, se manifestaría por todas partes una riqueza histórica propia en nuestro carisma. Las personas que están en contacto con nuestras comunidades manifiestan estima y aprecio cuando, entrando en nuestras casas, ven documentada nuestra historia de encuentro con pueblos y culturas en el anuncio del evangelio.

4. Historia de las provincias/delegaciones

La exigencia de que cada circunscripción tuviese su historia se había sentido hacia finales de los años 1980 y propuesta a todo el Instituto, en una carta de 1994 de Studium Combonianum, en nombre del Consejo General. Se pueden comprender las dificultades prácticas de realización de este proyecto por realidades históricas complejas. Varias provincias/delegaciones que han escrito ya su historia tendrán una mayor capacidad de presentar a los jóvenes candidatos la nueva patria en la que son llamados a vivir. Es de desear que el intercambio de las respectivas historias – superadas a veces las barreas lingüísticas – enriquezcan a las demás circunscripciones del Instituto. Sólo así nos podemos dar cuenta contemporáneamente de la unidad y de la variedad de expresiones de nuestro carisma.

LA CALIDAD Y LOS CONTENIDOS DE LA MEMORIA COMBONIANA

A - ¿Qué memoria?
Como cada persona, nosotros deberíamos sentir el deber de recordar. Contra la tentación de olvidar. Nuestra existencia está entretejida de memoria y de olvido. Siguiendo a un maestro como Paul Ricoeur podemos profundizar en el complejo tema de la memoria.
Vivir en el tiempo implica la dificultad de establecer una noción de identidad personal, dada una vez para siempre. Además es ilusorio creer que nuestros recuerdos queden inmutables en el tiempo y, si olvidados, sea posible volver a encontrar la primitiva impronta y corregir las deformaciones sufridas. ¿Cómo evitar, por tanto, falsificar el recuerdo? ¿Existe una auténtica fidelidad al pasado? Historia y memoria están condenadas a oscilar entre confianza y sospecha. Único antídoto es la dimensión ética: que cada uno prometa ser fiel a la verdad. Así la posibilidad de una memoria justa y de un olvido justo pueden surgir de una nueva relación entre pasado, presente y futuro. Además, para saldar las cuentas con el pasado, es necesario abrirse, si es posible, a la experiencia del perdón.

Esta brevísima introducción a la noción de memoria se muestra más pertinente y comprensible, si consideramos a nuestro Fundador como un verdadero modelo de memoria feliz y olvido feliz en el signo del perdón. En los últimos meses de su vida, Comboni, en sus cartas, repite con frecuencia expresiones de agradecimiento a Dios por la vocación, su misión, sus misioneros y misioneras (memoria feliz); en el mismo período aumentan las incomprensiones y las acusas que él sabe perdonar (olvido feliz y perdón). Entonces puede exclamar al morir: “Mi obra no morirá”.

B - Los contenidos de nuestra memoria
Los contenidos de nuestra memoria son sustancialmente descritos en los números directoriales del primer número de la Regla de Vida: sobre todo lo que se refiere a la vida del Fundador y de sus escritos, de los cuales tres son llamados “testos fundamentales”. En el punto 1.4 el patrimonio espiritual del Instituto que incluye: las sanas tradiciones, la historia de nuestro trabajo de evangelización y la memoria de los hermanos, “cuya vida ha ofrecido el mejor ejemplo del carisma originario”.
Serían demasiado numerosos los hermanos a los que deberíamos agradecer por habernos enriquecido, tanto por la conservación de las fuentes, como por la elaboración de los estudios históricos con que las han interpretado. Indudablemente podemos sólo reprocharnos – lo digo hablando de mí mismo – por no haber suficientemente leído, estudiado e incluso meditado estos textos. En efecto, la simple lectura de los Escritos o el conocimiento parcial de la historia que hemos vivido en nuestras comunidades no pue-den insertarnos plenamente en nuestra historia. Si la vida de tantos “modelos de vida” religioso-apostólica, el significado de las tradiciones, los períodos y la metodología de nuestra acción evangelizadora no nos pueden inspirar, porque no los conocemos, nos sentiremos solos.
Conocer nuestra historia no significa lamentar el pasado y las formas culturales en el que se expresó, sino descubrir las virtudes y las motivaciones, los heroísmos y también los errores (que perdonaremos): esto es lo que nos enseña. Ninguno nace sin bagaje: nosotros hemos entrado en una historia iniciada por un santo y continuada por hombres que heredaron el espíritu.

LA TRANSMISIÓN DE LA MEMORIA

Siempre con vistas al futuro próximo que nos espera y según la llamada final de la carta del P. Teresino, es necesario programar, no sólo el presente, sino sentir el deber de dejar un mensaje, es decir, entregar nuestra memoria. Esta expresión, “consignar la memoria” ha sido recientemente adoptada como la más significativa a nivel de Iglesia, para asegurar una verdadera transmisión, de generación en generación de la experiencia de fe.
Como ya se ha dicho para las fuentes históricas, es del mismo modo verdadero que, también para las particulares experiencias de vida, muchos hermanos han dejado ricos testimonios. Otros, en cambio, han desaparecido casi en la nada y de algunos permanecen inéditos los escritos. Las biografías, sobre todo por el heroico empeño del P. Lorenzo Gaiga, son elocuentes al respecto. Resumo, proponiendo el ejemplo de un solo hermano, cómo se debería trasmitir nuestra memoria histórica.

P. Giuseppe Zambonardi (Brescia 14.2.1884-Arco 5.06.1970)

Su vida llena gran parte de nuestra historia y ha enriquecido durante muchos años las comunidades en Uganda, Sudán, Egipto, Eritrea y Mozambique. Siempre estuvo atento a la historia que documentó aun cuando tenía pesados compromisos. Desde 1960 escribió sus memorias, recogidas en 14 volúmenes por un total de 3000 páginas, acompañadas, además de las crónicas, de fotos, recortes, cartas originales recibidas. Al final de la obra escribió: “Carraia di Lucca, 5 abril 1965. Cierro hoy esta maleta que contiene 14 volúmenes de Memorias, para conservar en el Archivo de la Curia de la Congregación para cualquier necesidad futura. A mis manuscritos, buena suerte. Por Dios los he escrito. Dios los conserve. P. Giuseppe Zambonardi”.
Se han conservado, pero hasta ahora sólo han servido para algunas tesis doctorales. Es de desear que en el futuro se conviertan para nosotros en un punto de referencia.
Retirado a Arco en los últimos años de vida escribió todavía algunos cuadernos de apuntes. Era una persona pacificada, llena de esperanza, abierta a los jóvenes y al futuro. Recordamos algunos pasajes de su escrito inédito, Africa: sentimientos y recuerdos.

“Después de 48 años de misión puedo afirmar que la vida del misionero es hermosa y llena de satisfacciones que compensan bastante bien las incomodidades y las dificultades que tal vida lleva consigo… Por el lado espiritual, el misionero se siente en su ambiente. Ha deseado durante largos años consagrarse al Señor para la salvación de las almas y, cuando se encuentra en el campo de trabajo, no desea otra cosa que dar a conocer a la gente el motivo por el que se encuentra en medio de ellos.
En estos últimos años la Congregación no ha hecho más que crecer, ampliarse, fructificar. Por el querer de la Santa Sede extendió su trabajo a Méjico, a California, Ecuador y Brasil… añadiré que Portugal y España dan a la Congregación y a la misión elementos preciosos por su bondad y celo. Decir si los misioneros en el futuro se encontrarán en las tierras que evangelicen mejor o peor que ahora, no somos nosotros los que podemos pronosticar o juzgar… Si la Congregación se mantiene en su fervor, en las directivas de su Fundador y de la Iglesia, entonces no decaerá en el espíritu de santificación de sus miembros y en el celo de extender entre los pueblos la luz del Evangelio. Si el Señor ha bendecido el Instituto y sus obras, se puede deducir que El lo quiere conservar y aumentar también para el porvenir”.

CONCLUSIÓN

El 19 de enero de 1882 se celebraron en la catedral de Verona las exequias solemnes por “el alma bendita de Mons. Daniel Comboni”. Don Giuseppe Sembianti hizo imprimir el elogio fúnebre y los anuncios en honor del difunto, puestos alrededor del féretro. Detengámonos en uno de estos en las dos versiones, latina e italiana:

QUAE DEI HONOR / QUELLE COSE CHE RICHIEDESSERO
(LO QUE EXIGIERA EL HONOR)
ANIMARUMQUE USUS DEPOSCERET / L’ONORE DI DIO E IL BENE DELLE ANIME
(DE DIOS Y EL BIEN DE LAS ALMAS,)
OMNIA SEDULO ADPETIVIT / TUTTE CERCÒ STUDIOSAMENTE
(LO BUSCÓ CON AHÍNCO, NO CUIDÓ)
CAETERA SE IPSUM QUOQUE POSTHABUIT / L’ALTRE E SE STESSO NON CURÒ
(NI A LAS DEMÁS COSAS NI A SÍ MISMO)

QUAM VERE SANCTUS! / OH, FU VERACEMENTE SANTO!
(OH, FUE, EN VERDAD, SANTO!)

Aquí la fama de santidad de Daniel Comboni es leída en la elección exclusiva que había hecho para la gloria de Dios y el bien de las almas. Corazón y mente estaban totalmente inmersos en estas realidades: en el máximo grado y de modo exclusivo. El adverbio italiano studiosamente (traducción reductiva de la palabra latina sedulo) indica: con celo, con atención, seriamente, con perseverancia. Así manifestaba santidad y profecía. No identificándose con el explorador, el político, el escritor o el antropólogo.
Esto es una invitación para nosotros que vivimos en la cultura de la imagen, sumergidos en un continuo fluir de informaciones, a descubrir una nueva ascesis: para ser fieles a la vocación, según el ejemplo de San Daniel, debemos – en cierta medida – salir de nuestra cultura, para ser suficientemente libres de afianzarnos “en el amor de Dios y en el bien de las almas”.

Roma, 15 de junio de 2006

P. Pietro Ravasio, mccj
Archivista general
P. Pietro Ravasio, mccj