“La Iglesia es por su naturaleza misionera en cuanto es de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo que ella, según el plan de Dios Padre, deriva su propio origen” (Ad Gentes 2).

Evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia y su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar. “La Iglesia es por su naturaleza misionera en cuanto es de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo que ella, según el plan de Dios Padre, deriva su propio origen” (Ad Gentes 2).
La evangelización es una acción global y dinámica, que empeña a la Igle-sia en su participación en la misión profética, sacerdotal y real del Señor Jesús. Es un acto profundamente eclesial, que atañe a todos los bautiza-dos, cada uno según los propios carismas y el propio ministerio.
Muy a menudo, hablando de los laicos y a pesar del Concilio Vaticano II, permanecemos prisioneros de una visión de Iglesia de tipo piramidal, para la que la posición de los laicos en la misma resulta aún aquella descrita por Yves Congar: de rodillas delante del altar, sentados delante del púlpito, con la mano en la cartera para mantener las obras católicas.

1. Unidad de Vocación y de Misión
El Concilio Vaticano II invita a volver a los orígenes y a redescubrir a la Iglesia como Pueblo de Dios, con una única vocación a la santidad (Ef 1,4) y una única misión, que es la difusión del Reino haciendo a los hombres partícipes de la salvación y orientando el mundo a Cristo. Unidad de voca-ción y de misión que se expresa en la diversidad de funciones, carismas y ministerios.

La unidad de misión requiere que cada cristiano sienta la urgencia del anuncio, por el que “ay de mí si no predicara el evangelio” (1 Cor 9,16) de S. Pablo constituye una invitación y una advertencia para todos y en toda circunstancia, oportuna e inoportuna, ad intra y ad extra, en la propia casa y entre la propia gente y hasta los confines de la tierra.
La Iglesia toda es siempre ministerial y misionera. Por lo tanto, los laicos y las Iglesias locales deben superar una mentalidad subordinada y cómo-da, a la que corresponde una pastoral de mantenimiento de lo existente, y los mismos misioneros ad gentes deben vivir en estado de misión perma-nente y no caer en la tentación de sentirse en una especie de limbo cuando vuelven a los países de origen. En la óptica del Evangelio, no es el punto geográfico el que hace al misionero, sino el amor por la misión, la concien-cia de ser y sentirse todos llamados y mandados a todas las partes y a todos come Jesús, misionero del Padre, “para servir y no para ser servido” (Mt 20,28). Desde hace unos años se habla de reabrir el libro de las misio-nes: es una operación de reapertura y lectura a hacer juntos, en escucha y enriquecimiento recíprocos si no queremos caer en la retórica de las frases bonitas. Se trata de recoger el desafío de una pastoral sinfónica, en la que todos se ponen en estado de misión haciendo hoy por opción lo que debe-rá hacerse mañana a la fuerza. Urge que cada cristiano redescubra que su vida es testimonio en los modos de la vida cotidiana, en la familia, en el trabajo, en la comunidad vecinal, en los lugares de diversión y del volunta-riado hasta los espacios extremos de la vida social y cultural: “Ve a tu casa, a los tuyos, anúnciales lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha tenido contigo” (Mc 5, 19).

2. Las Palabras de Comboni
Para Comboni, la misión es católica en el sentido pleno del término -katà olon- es decir, afecta a todos: es el ir de todos, a todos los lugares y a to-das las personas. Está profundamente convencido de que el sujeto de la misión es toda la Iglesia en todos sus componentes: “La Obra debe ser católica, no sólo española o francesa o alemana o italiana. Todos los cató-licos deben ayudar a los pobres Negros... con nuestro plano aspiramos a abrir el camino a la entrada de la fe católica en todas las tribus en todo el territorio habitado por los Negros. Y para conseguir esto, creo, deberían unirse todas las iniciativas” (S 944).
Al mismo tiempo, alimenta una fe profunda en la capacidad de “todos los católicos del mundo” para interesarse y empeñarse por y en la misión y de encontrar en su corazón “un punto de favor y de ayuda, identificados e incluidos en el espíritu de esa sobrehumana caridad que abarca la inmensa vastedad del universo, y que el divino Salvador vino a traer a la tierra” (S 843)
Él creyó e invirtió en los laicos, que en misión “contribuyen a nuestro apostolado más de lo que los sacerdotes participan en la conversión, por-que los alumnos negros y los neófitos están con ellos durante un período de tiempo bastante largo. Éstos, con el ejemplo y la palabra son verdade-ros apóstoles para los alumnos, quienes les observan y los escuchan más de lo que pueden observar y escuchar a los sacerdotes” (S 5831 passim). La formación de los laicos constituye uno de los puntos característicos del empeño de Comboni que quiere salvar África con África: “Todos mis es-fuerzos están dirigidos a fortalecer estas dos misiones donde preparamos buenos individuos indígenas de las tribus centrales, para que ellos se con-viertan en apóstoles de fe y de civilización en su patria “ (S 3293); “he con-seguido formar competentes maestros y catequistas negros, además de zapateros, albañiles, carpinteros, etc. y proveer las estaciones de Jartum y Cordofán. Indígenas así formados son indispensables para la existencia de una misión” (S 3409).
Parece resonar aquí un anticipo del Concilio Vaticano II: “Los laicos están llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias, en las que no puede convertirse en sal de la tierra si no es a través de ellos” (Lumen Gentium 33). “Muchos hombres no pueden escu-char el Evangelio y conocer a Cristo, si no es a través de los laicos que están junto a ellos” (Apostolicam Actuositatem 13) y todavía aún más esencial es su presencia allí donde “se impide la libertad de la Iglesia o donde los católicos son pocos y dispersos”- (AA 17).

3. Los Laicos en las Actas Capitulares 2003
Las Actas Capitulares invitan a reflexionar sobre el dato de hecho que “No pocos cristianos, pastores, consagrados y laicos están tomando con-ciencia de su vocación profética y misionera” (AC ´03, 12) y de que “La acción misionera del Pueblo de Dios quiere revelar el sentido de la vida en un mundo globalizado y promover el compromiso y la solidaridad, volviendo a poner a Cristo en el centro de la humanidad de hoy” (AC ´03, 25) y frente a estos desafíos deben brotar actitudes que sean profecía en acción. Esta toma de conciencia puede ser una respuesta al “envejecimiento y a la re-ducción del personal y al consiguiente desequilibrio entre empeños asumi-dos y personal disponible” (AC ´03, 21) teniendo el valor profético de “inver-tir” en los laicos y juntos “superar los problemas de identidad, espiritualidad superficial y aburguesamiento, esquemas ya antiguos” (AC ´03, 22). Los laicos no son ciertamente la panacea de todos los problemas, pero juntos, en la corresponsabilidad realizada y no sólo enunciada, “un estilo de cola-boración que envuelva a todas las fuerzas disponibles” (AC ´03, 26.5) es posible “examinar el contenido del anuncio y descubrir métodos nuevos y más adecuados como respuesta a la creciente descristianización e indife-rencia de la sociedad” (AC ´03, 26.4).
El examen de la visión de misión, la identificación de las prioridades, la recualificación de la FP, la renovación de la metodología misionera (AC ´03, 30ss) no pueden ser enfrentadas urgentemente sólo en el ámbito del Instituto, con el peligro de convertirse en conventículo restringido frente a la enormidad de la problemática propuesta, más bien se hace necesario pa-sar a través de una escucha, una confrontación y un camino junto al laica-do y a las Iglesias locales. Todo esto, para un “acertado y regular análisis de la realidad”, un inculturación eficaz, una formación de líderes y comuni-dades que sean protagonistas de la historia (AC ´03, 42ss).
Sólo una acción verdaderamente eclesial, y por tanto sinérgica, con y no sólo por los laicos, puede hacer que “la gente esta plenamente comprome-tida y comparta la responsabilidad de toda la acción misionera” (AC ´03, 100.2), a través una acción dirigida a “promover más decididamente las estructuras locales que preparan laicos y agentes pastorales para una nue-va y más cualificada participación en la evangelización y promoción huma-na” (AC ´03, 100.3) operando “sobre bases de corresponsabilidad con las comunidades eclesiales locales, los movimientos y otros organismos para hacer converger y tornar más eficaces todos los ministerios para el Reino” (AC ´03, 100.4).
Particularmente, para todo el pueblo de Dios, es de extrema utilidad si verdaderamente, en el espíritu de Comboni, que aunque lejos de África no dejaba de ser misionero, “ayudamos a la Iglesia local a abrirse a la dimen-sión misionera ad gentes y enriquecemos a nuestras Iglesias de origen con las riquezas y los desafíos culturales, religiosos y teológicos que hemos recibido de las comunidades cristianas que servimos” (AC ´03, 105 y 105.1). “Hacemos que efectivamente la AM sea un servicio de evangeliza-ción y sea para nosotros “la preocupación de envolver lo más posible a los laicos, individualmente y como grupos” e incluso “en la atención a los bien-hechores y amigos de nuestro Instituto (AC ´03, 105.6.7.8). Pero sobreto-do, tanto en la missio ad intra como en la ad extra se adopten “proyectos que puedan ser continuados por la gente” para hacer de manera que prosi-ga el camino de las personas más allá de la rotación del personal y eso se hace posible sólo mediante un laicado formado y corresponsable.
Desde el momento que el desafío laical constituye un punto crucial para la Iglesia y para la misión, deben acompañarnos en el camino de conver-sión pastoral, al que todos somos llamados, las palabras y el ejemplo de S. Daniel Comboni: “Hará falta sufrir grandes cosas por amor a Cristo, comba-tir contra los potentados, con los turcos, con los ateos, con los francmaso-nes, con los bárbaros, con los elementos, con los sacerdotes, con los her-manos, con el mundo y con el infierno. Pero quien confía en sí mismo, confía en el mayor asno de este mundo. Toda nuestra confianza está pues-ta en Aquel que murió por los negros, y que escoge los medios más débiles para hacer sus obras” (S 2459).

4. PARA EL ENCUENTRO COMUNITARIO

LA PALABRA DE DIOS

“Como el Padre me ha enviado así os envío yo” (Jn 20,21).
Jesús les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15).
“Ve a tu casa, a los tuyos, anúnciales lo que el Señor te ha hecho y la mi-sericordia que ha tenido contigo” (Mc 5,19).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
1) ¿En qué medida animamos y contribuimos a la toma de conciencia de la vocación profética y misionera de los laicos?
2) ¿Hemos considerado seriamente que en muchas situaciones la Iglesia no puede hacerse presente y operante si no es a través de los laicos?
3) ¿Consideramos realmente a los laicos cooperadores y corresponsa-bles a título pleno de la única misión de Cristo o solamente auxiliares (en el mejor de los casos) y colectores de ofrendas (en el peor)?
4) ¿Qué podemos hacer para hacer surgir y formar un laicado combo-niano en el lugar en el que estamos?

Francesco Accardo
Laico Comboniano
Los Laicos-Comboni-la mision