En el primer aniversario de la canonización de nuestro Padre Fundador, deseo invitar a todos a celebrar el acontecimiento, pidiendo a San Daniel Comboni la gracia de una comunión cada vez más evangélica, más comboniana y más visible entre nosotros. Un padre, como Comboni, ama ver a sus hijos cada vez más unidos, con un solo corazón y con los mismos intereses, en nuestro caso los intereses de Cristo y de Comboni.
En el primer aniversario de la canonización de nuestro Padre Fundador, deseo invitar a todos a celebrar el acontecimiento, pidiendo a San Daniel Comboni la gracia de una comunión cada vez más evangélica, más comboniana y más visible entre nosotros. Un padre, como Comboni, ama ver a sus hijos cada vez más unidos, con un solo corazón y con los mismos intereses, en nuestro caso los intereses de Cristo y de Comboni.
La gracia que todos estamos llamados a pedir es creer y, por lo tanto, buscar y vivir la comunión-fuerza que nos transforma cada vez más en comunidad-cenáculo misionero.
Para volver a motivarnos y a reasumir la lógica de Cristo y de Comboni, con el coraje de la simplicidad, podemos pedir la gracia de cinco fuerzas de comunión.
La comunión con Cristo
Comboni escribe: quien ama la misión debe “tener los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente, y procurando entender qué quiere decir un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas”.
Contemplar a Cristo con fe viva, como Comboni, debe llevar a la alegría de ofrecerse a sí mismos y perder todo y morir por Él, y con él estar también dispuestos a todo.
Contemplar a Cristo, por lo tanto. ¿Qué Cristo? El Cristo maestro de misión, el misionero del Padre que forma a los discípulos para la misión, antes de mandarlos a la misión. El Cristo que indica a los discípulos-aspirantes misioneros cual es el “equipaje misionero” que necesitan (Lc 9,1-6), antes que nada tener la misión en el corazón. El Cristo profeta que no sigue las lógicas y las tácticas humanas, sino que entra en criterios “de obediencia al Padre que lo manda”, y enseña que no se es fiel a la misión por generosidad personal o por entusiasmo, sino por “obediencia al Padre”. El Cristo en el momento en que se ofrece a sí mismo totalmente, el Cristo que concluye su misión con el sacrificio supremo en el todo se ha cumplido. El Cristo, por tanto, que se ha unido a los últimos muriendo con ellos, viviendo entre los hombres y al lado de cada uno de ellos. Contemplar a Cristo llevará consecuentemente a consagrarse a la misión de Cristo, a darse sin reservas a los más pobres, tal como él ha hecho. Mientras contempla, el discípulo de Cristo está contento de participar en este proyecto de amor, está contento de preferir con las preferencias de Cristo, de abrazar las opciones de Cristo y de permanecer fiel hasta la muerte.
Comunión con la misión
La misión es consecuencia de un descubrimiento y sorpresa de Dios. Es esta misión la que nos ha transformado en familia, en cenáculo. No se puede ser fieles solamente con fidelidad personal, son necesarias la fraternidad y la solidaridad de los otros. Nuestra misión es especial. Es una misión que Dios comparte con nosotros. “El Dios encontrado por Comboni es un compañero que arrastra al misionero en un esfuerzo compartido de manera profundamente íntima. A causa del encuentro con este Dios, Comboni asume la mirada de Dios y ve África y a los africanos en un modo absolutamente nuevo, como hermanos y hermanas, miembros de la misma familia. La misión es comprendida no como algo que hacer, con varias estrategias y tácticas, sino como un vivir con Dios, un conocer a Dios en el servicio a los más pobres. Más aún: la misión, para Daniel Comboni, no era una cosa, sino un quien, o mejor un Quien: era Dios. Un Dios que llama a la santidad para ser y hacer misión. Un Dios que enseña que la misión exige santidad, y la santidad exige la misión” (cf. David Glenday en Testimoni n. 6, 2004).
Comunión con la oración
Al Cristo misionero del Padre, lo descubrimos “orante”: la fidelidad presupone noches de oración y de clamor al Padre.
Comboni, compartiendo su experiencia de oración, destaca la oración del corazón, la oración transformante, la oración que crea la persona nueva: “¡Total confianza en Dios! Confianza en Dios... Frecuentemente la poca confianza en Dios es común incluso en personas buenas y de mucha oración, que tienen mucha confianza en Dios en los labios y de palabra, pero poca o ninguna cuando Dios las pone a prueba”.
Comboni insiste en una oración que transforma desde dentro, esa oración que nos hace encontrar con los sentimientos de Cristo y nos une a Él y a los cohermanos.
La oración, de manera particular, es el medio para mantener la comunión del cenáculo. Sobretodo la oración personal. Toda oración tiene una misión: ser transformados para transformar, ser santificados para santificar. Me santifico para que ellos sean santificados, ha enseñado Jesús.
Comunión con la Palabra de Dios
Orar y meditar la Palabra nos cristifica. Hay una razón por la que Comboni dice varias veces: pecado es no hacer nunca meditación. ¿Por qué pecado? Porque sin meditación de la Palabra no nos aproximamos al pensamiento de Cristo, nuestro modelo, no entramos en su mentalidad y no cambiamos la nuestra; no pasamos de una mentalidad humana, quizás incluso mundana, a la mentalidad cristificada, a la mentalidad misionera.
Es cierto que quien medita la Palabra de Dios y aplica la Palabra a su vida en la meditación, se deja juzgar por ella y se convierte a la manera de pensar y de actuar de Dios. Meditar la Palabra de Dios significa permitir que nuestro corazón sea evangelizado. Y cuando el corazón es evangelizado, nos convertimos en personas nuevas y personas evangelizadoras.
Comunión con los pobres
Cristo, que era rico, se hizo pobre: no permaneció rico para beneficiar a los pobres, sino que se hizo pobre para ser “encuentro entre Dios y la humanidad”. Las pobrezas del mundo de hoy nos están sensibilizando y movilizando hacia varias iniciativas y obras de caridad. El Evangelio nos recuerda que antes que nada viene el darse a sí mismos: “Nadie tiene amor más grande que este: dar la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Comboni tuvo una dirección clara: los pueblos del África Central, que en aquel momento histórico le parecían “los más necesitados y abandonados del universo”. Así los había visto de joven, cuando decidió convertirse en misionero del África Central, así los había encontrado años más tarde, en febrero de 1858 al llegar a Santa Cruz, en el corazón del Sudán meridional.
“El África que todos han abandonado y olvidado” se convierte en la pasión de Comboni.
El de Mons. Comboni era un carisma de frontera, un carisma que se dirige a aquellas partes de la humanidad donde el proceso de liberación, de iluminación y de reunificación en Cristo no ha sido ni explícitamente propuesto ni conscientemente acogido.
Dos años antes de morir escribió: “Nosotros, humildes trabajadores de África... debemos imitar a nuestros hermanos de China, de Mongolia y de la India, en el alzar nuestra voz para implorar socorro a favor de nuestros infelices y siempre queridos africanos, que gimen aún bajo el peso de tantas desgracias... La carestía, la peste, el hambre, la sed, la esclavitud, terribles males, penosos flagelos”.
El mensaje de Daniel Comboni es claro: mi misión está entre los pobres. Lejos de los pobres significaría lejos de Dios. Los hombres y las mujeres de África eran los marginados de su tiempo. El Espíritu de Jesús lo empujaba y le decía que era necesario anunciar el Reino de Dios a los marginados, así como el Señor había hecho con los excluidos de su tiempo.
Saludos a todos y Buena Fiesta en comunión con Cristo Misionero del Padre y con Daniel Comboni, Misionero de Cristo.
P. Teresino Serra, mccj
Superior General
San Daniel Comboni, primer aniversario de la Canonizacion