Las Actas Capitulares nos invitan a convertirnos cada vez más al sentido de benevolencia que construye y fortifica nuestra vida comunitaria. Presentamos algunos puntos para evaluar nuestro vivir juntos.
(Actas Capitulares 2003, n. 69-89)
La verdadera comunidad nace de la benevolencia hacia ella. Se trata de amar la comunidad, de tener sentido de pertenencia a ella, de reconocer la comunidad como la propia familia, de amar, no sólo a la comunidad en general, sino a los hermanos que la forman. Sin excluir a ninguno. No se edifica aquel o aquello que no se ama.
No siempre se podrá pretender el afecto humano, inmediato y natural, hacia todos, pero siempre deberá existir el amor sobrenatural, que es verdadero afecto… capaz de expresarse y de tocar el corazón del otro.
Las Actas Capitulares nos invitan a convertirnos cada vez más a este sentido de benevolencia que construye y fortifica nuestra vida comunitaria. Presentamos algunos puntos para evaluar nuestro vivir juntos.
1. El sentido de los otros (AC ’03, 70.1): La comunidad -la nueva familia que Dios nos ofrece- es el lugar donde vivimos nuestra propia donación y acogemos el don de los demás. En ella entramos en relación los unos con los otros como miembros de una auténtica familia, conscientes de que -compartiendo nuestras vidas- nos pertenecemos mutuamente.
El sentido de los otros es un elemento fundamental de la relación. Es más, el acto fundamental que una persona puede hacer en la vida, es el de decir: “Quiero vivir para los otros”.
Es el sentido de los otros el que nos lleva a poner en primer plano los deberes, en vez de los derechos, a comprometernos, en primer lugar, a nosotros mismos en camino de conversión, sin esperar a que sean nuestros hermanos los que empiecen.
El amor de Dios y el amor al prójimo constituyen un único mandamiento, que nos lleva a reverter sobre los hermanos el amor con que Dios nos ama. Somos objeto de un amor infinito, debemos dejarnos amar y hacer pasar este amor a los hermanos. Derramemos nuestro amor sobre los demás con la misma intensidad con la que experimentamos el amor de Dios. Amar como Dios ama. Podremos decir: Amados, amemos.
2. En comunión de oración (AC ’03, 79): La celebración comunitaria de la Eucaristía y de la Reconciliación nos permiten compartir la experiencia profunda de Dios, reforzando nuestros lazos de fraternidad y nos permiten volver a encontrar la alegría de anunciar el Evangelio.
Es prioritario revisar nuestro estilo de vida, para dar a la oración el papel fundamental y el tiempo necesario. La oración es el oxígeno del que “tenemos necesidad para respirar, para vivir”. Sin la oración, la vida comunitaria y consagrada se convierte sólo en una institución que hay que mantener, una organización que administrar. “La experiencia muestra que, cuando se multiplican las cosas que hay que hacer, los encuentros, las programaciones, las actividades, los textos que hay que escribir, es necesario consagrar más tiempo a la oración”.
3. Misericordia y reconciliación (AC ’03, 78): Necesitamos, especialmente en los momentos más duros, de comunidades experimentadas como lugares de misericordia y perdón, capaces de ofrecer un espacio acogedor y sanador a los hermanos más golpeados por la vida.
Perdonar y olvidar. Si no se olvida, el perdón no llega a lo profundo. En los padres del desierto existe esta expresión: “Cubre los defectos de tus hermanos con el manto del perdón y de la caridad”. Perdonar no es algo facultativo, es fundamental para nuestra vida cristiana. “Reconciliémonos antes de la puesta del sol”, dice S. Pablo (Ef 4,26).
4. Corrección Fraterna (AC ’03, 80): La experiencia de la corrección fraterna no sólo nos vuelve conscientes de nuestra fragilidad, sino que nos asegura el apoyo fraterno en nuestro camino personal y comunitario.
Construimos comunidad cuando, impulsados por el bien que queremos para un hermano, en clima de sincera caridad, en el momento justo y con términos justos, le ayudamos a comprender que ha equivocado cierta actitud y que puede corregir cierto defecto. La corrección es fraterna solamente cuando está guiada por la verdad en la caridad.
La caridad comunitaria nos lleva a aceptar que, en la vida, no todo cuadra perfectamente. Esto lo acepta incluso Dios.
5. Comunicación e intercambio (AC ’03, 73.1/2): Existen comunidades en las que el tiempo dado a la escucha, a la comunicación y al intercambio personal es considerado secundario, como si fuera un tiempo precioso sustraído al trabajo. El revisar y programar como comunidad a menudo se reduce sólo a un reparto de tareas.
Es fácil reunirse sin nunca encontrarse. Y es fácil encontrarse sin jamás conocerse. En los consejos de comunidad, con frecuencia, nos reunimos, pero no nos encontramos. Nos encontramos, pero no nos conocemos. Reuniones para programar y volver a programar, decidir y planificar. Nos reunimos para hablar de lo que hemos hecho y de lo que debemos hacer. Raramente hablamos de lo que somos. “En algunas comunidades hay lamentaciones sobre la escasa calidad de la fundamental comunicación de los bienes espirituales: se comunica sobre temas y problemas marginales, pero raramente se comparte lo que es vital y central en el camino de consagración. Las consecuencias pueden ser dolorosas, porque la experiencia espiritual adquiere insensiblemente connotaciones individualistas. Se favorece además la mentalidad de autogestión unida a la insensibilidad por el otro, mientras lentamente se van buscando relaciones significativas fuera de la comunidad” (La vida fraterna en comunidad, n. 32). Comunicarse es un darse. Es revelación de sí. Es querer caminar juntos.
6. Juntos para la misión (AC ’03, 85): Comboni ha sido el primero que ha querido que la misión fuese llevada a cabo como cenáculo de apóstoles (E 2648), en el que personas diversas estuvieran asociadas por un proyecto común.
Comboni quiere que sus discípulos formen y vivan el cenáculo de Jesús. Los misioneros, enseña Comboni, deben “convertirse en un pequeño cenáculo de Apóstoles para la misión”.
“Resplandecer juntos, calentar juntos, revelar juntos”, insiste Comboni. En su pensamiento, ser misioneros juntos es el ideal a conseguir.
Juntos no quiere decir grupo de personas, sino “hermanos con un corazón solo”. Quiere decir, vivir con el mismo corazón, amar el mismo amor: la Misión. El cenáculo, por tanto, no es un grupo que está siempre o necesariamente junto físicamente, sino una familia apostólica que ama la misión con el mismo corazón y con la misma pasión.
Juntos, para Comboni, quiere decir también y sobre todo, permanecer en el Corazón de Cristo: “Amar – todos – tiernamente el Corazón de Cristo”. Es del Corazón de Cristo de donde cada misionero recibe la fuerza de la perseverancia y de la fidelidad.
PARA EL ENCUENTRO COMUNITARIO
LA PALABRA DE DIOS
Jn 15:9-17 Permanecer en el verdadero amor
Lc 6:12-83 Amar siempre
Lc 18:9-14 No soy como los otros
Rom 12:1-21 Rivalizad en estimaros
ENSEÑANZA DE COMBONI
E 2647 – 2649 En el cenáculo para la misión
E 2507 – 2510 Comunión de diferencias.
Atención a las personas
E 2722 Unidos por Cristo
E 6111 + 6851 + 5566 Mansedumbre, amor, perdón.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
¿Qué riquezas y dones aprecias en tu comunidad?
¿Qué aspectos de vida comunitaria deben ser mejorados?
Sugerencias para un programa de formación permanente comunitario?
¿Cómo ayudar a la comunidad a ser cada vez más misionera y centro de animación misionera?
Comisión para la Formación Permanente
La comunidad comboniana: don y camino