El P. Ezequiel (Lele) supo compartir todo con los pobres de Brasil, incluso la sangre derramada a los treinta y dos años.
Padova (Italia)
Cacoal (Brasile)
Martir por Brasil
El nuevo “Gurgel”, regalo de la gente de Cacoal a la parroquia, avanzaba con velocidad moderada por la carretera número 7. Esta es una de las muchas que, separándose de la principal, indican los limites de los inmensos latifundios del Estado de Rondonia.
- La llaman carretera - dijo Adilio De Souza, el joven agricultor y presidente del sindicato de los campesinos que iba sentado junto al misionero -, pero por el momento no es más que un sendero repleto de baches y piedras que va a acabar en la densa selva tropical.
- Dentro de unos años podría convertirse en una autopista de cuatro direcciones -respondi6 el P. Ezequiel-, porque Brasi! es el continente del futuro.
Mientras tanto, las monas y los aracaris, sin asustarse lo más mínimo por el ruido del motar, miraban con curiosidad aquel “cajón” que brincaba continuamente. Las serpientes que se habían puesto en medio del camino para gozar un poquito de sol, se arrastraban perezosamente hacia los lados para no acabar debajo de las ruedas.
-Brasil es grande. Aquí hay sitio para todos, incluso para los animales -dijo Adilio.
- Excepto para los campesinos -comentó amargamente Ezequiel -. Pero las cosas cambiarán como los caminos... Hoy, por ejemplo, hemos hecho un trabajo estupendo.
- Si, Padre. Esta mañana, cuando salimos de Cacoal para acabar con la resistencia de los campesinos contra los usurpadores de la "fazenda" Catuva, no esperábamos el éxito obtenido. El Señor nos ha ayudado realmente. Pero el mérito es también tuyo.
-No vengas con historias, Adilio! Yo he llegado hace apenas un año y no conozco aún la situación.
-No conocerás la situación, pero las amenazas de muerte que te han hecho demuestran que estas molestando a los prepotentes de la zona.
La opción por los pobres
-Adilio, a ti te lo puedo decir: el Señor ha querido que mi destino fuese vivir con lo pobres. En cuanto fui ordenado sacerdote, el 28 de septiembre de 1980, fui enviado a Napoles. Unos meses después la zona fue destruida por un terrible terremoto que causo infinidad de víctimas. Por la fuerza de las circunstancias tuve que dedicarme a los supervivientes de un pueblecito, San Mango sul Calore, donde también el párroco había perecido entre los escombros.
Era invierno; la nieve y el frío eran intensos. Procuré trabajar lo mejor posible con los ancianos y con los niños. jCuánta desesperación! Estuve un mes sin quitarme los zapatos, descansando de cualquier modo en una "roulotte" de dos metros que hacía las veces de despacho parroquial y de centro de coordinación de las ayudas... Tanta pena y sufrimiento fueron una escuela maravillosa para el comienzo de mi vida sacerdotal. iCuántas cosas aprendí en tan poco tiempo!
-Cuando llegaste a nuestra parroquia de Cacoal recuerdo tu primer sermón leído en portugués: "He venido entre vosotros con sencillez y amistad -dijiste-. Pero incluso antes de pisar suelo brasileño y sobre lodo durante los seis meses que pasé en Brasilia aprendiendo la lengua, había hecho mi opción preferencial: los pobres y los indios, las dos categorías mas explotadas de esta tierra." Nosotros subrayamos tus palabras con un aplauso. Y tu concluiste: "Bien sé que esta opción puede costarme la vida, pero acepto desde ahora y gustosamente todas las consecuencias que se deriven de ella, incluso la cárcel, la tortura y el derramamiento de sangre." Desde ese día tú has sido nuestro padre.
El fantasma rojo
Desde el siglo pasado Brasil, que es 17 veces mayor que España, estaba en manos de pocos propietarios que se adueñaban de las tierras, sin tener la menor consideración para los campesinos que las cultivaban desde hacía muchas generaciones. Ellos, los latifundistas, venían con sus documentos otorgados por el gobierno, en tanto que los campesinos no tenían nada para demostrar que aquel pedazo de tierra era suyo.
Al comienzo de los años sesenta el entonces presidente de Brasil, Joâo Goulart, propuso la reforma agraria: dar a cada campesino un trozo de tierra. El escándalo fue mayúsculo. Los militares, sostenidos por los latifundistas, dieron el golpe de estado que defenestró a Goulart y se apoderaron del gobierno de la nación.
El que hablaba de reforma agraria, de dar tierra a los campesinos, era considerado comunista y por tanto merecedor de la cárcel y de la muerte. Sin embargo, la Iglesia cat6lica, el episcopado brasileño, el clero y los cristianos no dormían. En mas de veinte años de sufrimientos y luchas pacíficas consiguieron modificar la opinión publica.
Después de ser elegido democráticamente presidente de la república brasileña, José Sarney, con el apoyo de los obispos y de la Iglesia (en Brasil todos están bautizados), está intentando de nuevo aplicar la reforma agraria. En los quince años próximos el gobierno se propone distribuir quinientos millones de hectáreas de tierra -la mayor parte en manos de los latifundistas- a siete millones de campesinos. Esto esta desencadenando la ira de los militares que hablan de "ideologías marxistas inaceptables", y de los latifundistas que ya ven aletear sobre sus tierras "el fantasma del dragón comunista".
Pero los tiempos han cambiado. Aunque en los dos últimos años han sido asesinados 236 jefes de asociaciones de campesinos sin tierra y muchos pobres han sido arrojados de sus campos a golpes de fusil, parece que el gobierno esta decidido a llevar adelante la reforma.
Como animales peligrosos
Todavía hoy el 1 por 100 de los terratenientes controla el 45 por 100 del terreno rural de todo el país. Un ejemplo: 340 propietarios de tierras poseen cincuenta millones de hectáreas, en tanto que dos millones y medio de campesinos solo poseen cinco. Muchas veces los latifundistas ni siquiera son propietarios legítimos de las tierras, sino que las han usurpado con la prepotencia o con... las propinas.
El P. Ezequiel Ramin se había dedicado a hacer una obra de pacificación con el intento de colaborar a la solución del problema de la tierra -como hemos visto-, problema dramático y bien recalcado en las palabras que el jefe Marcal de Sousa, simple obrero de Manaus, dirigió el 11 de julio de 1980 a! Papa durante la visita de éste a Brasil:
"Santo Padre, nuestras tierras son invadidas, nuestras tierras san robadas; somos un pueblo subyugado por los poderosos, una nación despojada que va extinguiéndose lentamente. Manifestamos a Vuestra Santidad nuestra miseria y la tristeza por el asesinato de nuestros jefes, cometidos por los que nos despojan de nuestra tierra, esta tierra que para nosotros es vida, que representa nuestra supervivencia en este gran país que se dice cristiano. Vivimos de promesas, pero no tenemos esperanzas."
Después de ese mensaje, Marcal fue asesinado. Probablemente su condena de muerte se firmo el mismo día 11 de julio.
Otro misionero de la zona escribió: “A 100 kilómetros de aquí están acampadas 350 familias pobres a la orilla de la carretera provincial. Piden un trozo de tierra para trabajar y vivir. No es gente perezosa; sólo es pobre y víctima de muchas cosas equivocadas. Con la cosecha quieren pagar la tierra y construirse una casita decente en que vivir. Nadie puede figurarse a cuales y a cuantos sacrificios se someten para conseguir esto. Alrededor hay unas extensiones inmensas, tierra de nadie, tierra improductiva porque está abandonada. La parroquia ha enviado alimentos y medicinas para esta gente proporcionándoles una ayuda inmediata. Son cuarenta millones los brasileños que se encuentran en esta situación, en tanto que un pequeño grupo posee riquezas fabulosas adquiridas mediante los abusos y la explotación. Y si los pobres hablan, hacen oír su voz, son eliminados inexorablemente corno animales peligrosos."
Exterminio de los pobres
Las posesiones de los latifundistas son tan extensas que para visitarlas tienen que servirse del avión o del helicóptero. Y, sin embargo, esta tierra era desde siempre de los habitantes del lugar, los indios. Pero éstos no tenían documentos, no sabían leer ni escribir, no habían ido a las oficinas de la capital para hacerse asignar lo que consideraban suyo desde siempre. Y si alguno había intentado hacer valer sus razones, había sido expulsado con cajas destempladas.
Para asegurar el dominio de los nuevos amos en los territorios habitados por los indios, aviadores sin escrúpulos y bien remunerados lanzaban sobre las aldeas indias terrones de azúcar envenenados. Los recién llegados no tenían mas molestias que quemar los cadáveres para esconder "el cuerpo del delito".
Hace veinte anos la Conferencia Episcopal Brasileña ordenó a los sacerdotes que negaran los sacramentos a los "colonizadores" que iban a la caza de indios, como hacen los cazadores con las liebres.
Obispos y sacerdotes fueron muchas veces a Brasilia, llevando consigo trozos de bombas y de metralla corno prueba de los estragos causados por los helicópteros que pasaban una y otra vez por encima de las casas de los campesinos. De esos campesinos llegados a la zona en los primeros anos del siglo, pero... sin documentos validos.
La tortura, la cárcel y la expulsión, cuando no se llegaba a la eliminación física, fueron norma común para el que reclamaba el derecho a la vida. Y estas desventuras no se las ahorraron ni siquiera a los sacerdotes. Hasta el obispo salesiano de Ji-Paraná, monseñor Antonio Possamai, fue amenazado. Se ha disparado también contra las casas parroquiales, pero ningún misionero ha dejado su puesto por eso. El P. Lele habló de esta triste experiencia en una carta a su hermano con fecha 3 de agosto de 1983, prohibiéndole revelar el contenido a sus padres para no aterrarlos. Reproducimos el texto integro:
"La situación se esta haciendo irresistible. El 25 de julio la Iglesia católica ha organizado el “día del trabajador”. Entre cantos, desfiles y procesiones se esperaba haber hecho alga.
En Cacoal, ante nuestros ojos, la policía ha arrestado al presidente del sindicato rural (un campesino con la segunda elemental). Hemos tenido que ir a protestar con peligro de que nos metan también en la cárcel. En Aripuana -cerca de aquí- la policía ha disparado durante la procesión. El obispo iba a la cabeza. Hubo tres heridos, uno de ellos muy grave. El coche de la parroquia era un colador. Se esta pidiendo la reforma agraria. ¡Es natural la reacción del que tiene 10.000 hectáreas de tierra! Pero el Señor nos protege y esto es más que suficiente. No hables en casa. Estoy bien. Salud excelente."
"Estamos en la frontera", ha dicho otro misionero. Y en la frontera se resiste.
Y se va a la frontera
A pesar de que la situación brasileña presentaba unos tintes sombríos, el P. Ezequiel Ramin escogió precisamente esa tierra. Lo hizo movido fundamentalmente por el amor a los pobres, los últimos, los marginados, a ejemplo del fundador de su Instituto, Daniel Comboni, apóstol de África.
Pero al amar a los pobres Ezequiel supo asociar -cosa no siempre fácil- el amor a la paz. Escogió el camino de la no violencia con una convicción profunda: "Paz y justicia, no violencia", era su tema preferido y comentado desde sus años de adolescencia en los grupos juveniles de Padua. Al conocer su asesinato, el entonces secretario de la Conferencia Episcopal Brasileñta (actualmente presidente), monseñor Luciano Mendes Almeida, dijo: "El dolor de la Iglesia es grande, porque ha sido asesinado un sacerdote joven que predicaba la paz, el amor, la justicia." Y añadía: "Podemos estar seguros de que esta muerte, unida a la de otros sacerdotes e incluso a la de sor Adelaida Molinari, contribuirá a acelerar la solución de los graves problemas de injusticia que laceran el Brasil."
La opción del P. Ezequiel fue también una opción de Iglesia. En su actitud no hizo más que asumir y vivir hasta las últimas consecuencias la opción fundamental de su Iglesia, manifestada con estas palabras de monseñor Oscar Romero, el arzobispo mártir de El Salvador: "Mi Iglesia ha salido de la sacristía y ha comprendido que el Evangelio es la voz de los sin voz. Y ha comprendido que la Buena Noticia es la fuerza de quien no tiene fuerza. Y ha comprendido que tenia que elegir, optar, preferir. Y mi Iglesia ha optado. Y mi Iglesia ha hecho su elección. Y ha ido a buscar al otro en los campos, en las plantaciones, en las fábricas. Y por todo esto ha conocido el infierno. Han acusado a mi Iglesia de ser revolucionaria, comunista, subversiva. Y entonces ha comenzado el martirologio moderno de mi Iglesia. Y el precio es caro. Y se ha derramado mucha sangre. Y hay cuerpos despedazados. Pero mi Iglesia continua su camino. Hasta que el hombre sea libre."
La opción del P. Ezequiel por Brasil le comprometió también bajo el punto de vista intelectual. En una carta a sus familiares, escrita desde Brasilia el 27 de marzo de 1984, dice: "Estoy aquí estudiando. Por ahora es todavía el portugués, pero estoy más adelantado que los demás por los tres meses que estudié en Portugal. Estoy estudiando con españoles, alemanes, noruegos, filipinos, japoneses, americanos, austriacos, belgas, irlandeses, neozelandeses e italianos. ¡Es muy divertido cuando hay que decir algo! Nadie entiende gran cosa. ¡Dios mío, qué penitencia! He visitado ya alga de Brasil desplazándome con el autobús (ya lo he hecho más de una semana) y viajando día y noche. ¡Cuanta miseria!
Es difícil creer lo que se ve alrededor. Problemas graves de campesinos que tienen que dejar la tierra a las empresas americanas. Son espacios como nuestras provincias del Véneto, Lombardia y Piemonte. Figuraos a los pobres campesinos que tienen que marcharse y comenzar de nuevo a vivir... Felices Pascuas.
P. D. No necesito nada; estoy bien con lo que tengo."
Unos meses mas tarde, con fecha 3 de agosto de 1984, añadía: "Mi trabajo es muy sencillo: cinco días a la semana me voy por la calle a visitar a la gente. La mayoría san campesinos que viven de su trabajo. Son los que llaman al sacerdote para celebrar la Misa en la pequeña iglesia que ellos mismos construyen. La dificultad esta en que estas iglesias de madera están dispersas entre la densa vegetación amazónica. Algunas distan basta 70 kilómetros de Cacoal. Esta diócesis abarca 214.000 kilómetros cuadrados. Es algo que no se acaba nunca. Aquí se pierde un poco el sentido de las distancias.
La gente es muy buena y nos trata muy bien. No puedo decir nada negativo. Al contrario. Con el dinero no se podría comprar nada en la selva: aquí es importante la amistad. En la selva todos son amigos, porque la vida es dura. Que el Señor nos ayude a reconocerlo en el sufrimiento y en el dolor. Decir alga más es inútil."
Vuelven los pistoleros
No pudiendo contar con el apoyo del gobierno y del ejército, los grandes latifundistas recurren a los pistoleros Toman a sueldo a bandas enteras. Gente muy pobre, bribones, ex policías fracasados o miembros de los famosos escuadrones de la muerte, es decir, de los que se dedican a las torturas y a los asesinatos. Por 45 dólares estaban, y siguen estando, dispuestos a matar a cualquiera.
Brasil es inmenso. Esto impide a las fuerzas del gobierno estar presentes en todas partes, por lo cual los pistoleros prosperan y causan verdaderos estragos, en tanto que los que pagan viven como rajas en las grandes ciudades corno Río o São Paulo, disfrutando de las ganancias que les producen sus cuantiosos ganados, la venta de la madera o unos cultivos que jornaleros mal pagados sacan adelante.
La oración constante de su madre
El P. Lele llevaba ya un ano viviendo en esta situación de peligro continuo. En una carta a su hermano Antonio para felicitarle las Pascuas le decía:
"Cacoal, Miércoles Santo, 1985.
Antonio: estamos en Semana Santa. Mañana es ya Jueves Santo. Ha pasado mas de un ano desde que nos despedimos en la estación. Pasarán también los otros años, si Dios quiere. Entonces nos veremos y te llevaré un arco y unas flechas de estos indios para que los cuelgues en la pared... Algunas veces me doy cuenta de que nuestras fuerzas ya no tienen fuerza. La cruz es muy amiga nuestra. ¿Por qué?
Después de cinco anos de sacerdocio, para comprender algo me queda solamente la oración constante de mi madre. Su oración, no la mía. No me mandes dinero, no me sirve. Sin embargo, respeta el deseo de nuestros padres para este hijo lejano y mándame de vez en cuando alga para tranquilizar su corazón.
Por Pascua procurad estar todos juntos un rata. ¡Es tan hermoso! Y figuraos que yo estoy allí. ¡Felices Pascuas a todos!"
Víspera de sangre
El miércoles 24 de julio de 1985, víspera de la "jornada del campesino brasileño", el P. Ezequiel y su amigo Adilio salieron de la parroquia de Cacoal para recorrer los 100 kilómetros que les separaban de la hacienda Catuva.
La misión que iban a cumplir era una de las mas difíciles. El Instituto de Colonización y de Reforma Agraria (INCRA) había llevado, fuera de un área reservada a los indios, a algunas familias de campesinos con la promesa de asignarles tierra. Esa pobre gente, junto con otros procedentes del nordeste (el triángulo del hambre), de Bahía y de otros lugares, a bordo de grandes camiones puestos a su disposición por el INCRA, iba a Rondonia, que se ha convertido en tierra de conquista. La única carretera que une el Mato Grosso con Porto Velho, capital de Rondonia, tiene 1.700 kilómetros. A los lados de esa carretera y en un espacio de diez kilómetros las familias de los campesinos talan el bosque consiguiendo unos buenos terrenos llanos. Las familias están muy diseminadas y cuando las cosas van bien tienen una escuelita y una capilla cada cinco o diez kilómetros.
Los campesinos por los que se había puesto en camino el P. Ezequiel y el sindicalista Adilio se habían establecido en la supuesta propiedad de tres hermanos: Oscar, Omar y Arnaldo Pires. El gobierno los iba a expropiar y en seguida pagaría la tierra a los propietarios. Pero la operación legaI aun no se había efectuado, de modo que la postura de los campesinos era de momento ilegal. Esto consentiría a los pistoleros asalariados por los tres hermanos llevar a cabo un asesinato.
El P. Ezequiel y Adilio llegaron al puesto antes de que las armas empezaran a sonar.
"Tened paciencia -dijo el P. Ezequiel a los campesinos-, tened paciencia unos días más. El derecho se conquista con la paz, no con las armas. Si sabéis esperar unas semanas, os llegara la asignación del gobierno en papel sellado. Pero si, por el contrario, empuñais las armas llevaréis las de perder. Y eso es lo que desean los pistoleros, porque así pueden exterminaros con apariencia de legitima defensa." Adilio hablo en el mismo sentido, por lo cual los campesinos dejaron pacíficamente la tierra, aunque de mala gana, ya que la "fazenda" de los tres hermanos muy probablemente no tenia aun el titulo legitimo de propiedad, es decir, era todavía del gobierno.
La sentencia de muerte
La jugada desagradó a los propietarios, que ya no tenían ningún pretexto para disparar a los campesinos.
"Ese cura demasiado emprendedor debe ser eliminado. (No habéis visto corno ha sabido convencer a los campesinos y corno éstos le obedecen?" Y a estaba firmada la sentencia de muerte para el P. Ezequiel.
Al terminar el encuentro, el P. Ezequiel y Adilio subieron de nuevo al coche para regresar a Cacoal. Estaban contentos porque la paz había vencido. El reloj señalaba las doce.
Recorrieron un corto trecho de carretera basta llegar a un puentecillo formado por troncos de árboles. Sobre él estaba la camioneta de los asesinos. El coche del misionero disminuyo la marcha casi basta pararse. De entre los árboles y matorrales salieron seis u ocho hombres armados con fusiles. Como un solo hombre empezaron a disparar. Adilio, herido por los cristales hechos añicos, apenas tuvo tiempo de salir del coche y esconderse entre las hierbas del bosque. El P. Ezequiel, que había salido el primero, consiguió dar unos pasos antes de caer. Probablemente quiso acercarse a sus asesinos, aclarar la cosa, preguntarles por qué habían abierto el fuego, o sencillamente decirles: "Amigos...", corno Cristo cuando vio a Judas, el traidor y asesino, en el huerto de los olivos. Pero no pudo decir nada... Su cuerpo cayo acribillado por los disparos. Cuando salió de Cacoal por la mañana temprano corno mensajero de paz no pensaba que acabaría así, aunque él sabia que le estaba reservada probablemente una muerte de esta clase.
En busca de Lele
A la una de la noche Adilio llamo golpeando a la puerta de los misioneros de Cacoal que estaban preocupados al ver que no regresaba el P. Ezequiel. Entre ellos era cosa convenida que todos debían regresar al anochecer. Si eso no ocurría era señal de que había que empezar inmediatamente la búsqueda.
"Al abrir la puerta -escribe el P. Simionato- vi el rostro ensangrentado de Adilio y su camisa manchada de sangre. Nos informó en seguida de la emboscada. El había conseguido huir a la selva en medio del tiroteo, pero temía por el P. Ezequiel, que en ese momento había salido del “Gurgel” atrayendo sobre su persona los disparos de los pistoleros.
Con Adilio llegaron a Cacoal 12 campesinos que habían participado en la reunión dentro de la “fazenda”. Habían oído de lejos los disparos de la emboscada y habían sido atacados por otro grupo de asesinos, pero habían conseguido escapar escondiéndose en el bosque. Por una casualidad casi milagrosa se encontraron con Adilio al salir de la selva en el comienzo de la carretera numero 7, a 70 kilómetros de Cacoal. Un camión que pasaba los recogió y los llevo a la pequeña ciudad.
Inmediatamente el P. Juan Clark y yo salimos de casa con nuestro jeep esperando poder ayudar al P. Ezequiel. Fuimos directamente al puesto de policía local, pero no pudieron darnos ningún auxilio por la hora que era y también porque el delito se había perpetrado fuera del territorio de su competencia.
Entonces nos dirigimos a Ji-Parana junto con Severino Cezane uno de los campesinos que había tomado parte en la reunión con el P. Ezequiel.
Aún de noche, el obispo, monseñor Antonio Possamai, consiguió la colaboración de la policia de Ji-Paraná. Querían llegar al lugar de la emboscada lo antes posible. Pero como no conocíamos el camino de entrada a la hacienda, tuvimos que esperar a que fuese de día y la policía organizase una escolta de protección contra las posibles emboscadas de los pistoleros.
Con la colaboración del obispo salimos de Ji-Paraná a las ocho de la mañana del día 25, acompañados por un destacamento de policía. Hacia el mediodía atravesamos la verja de la hacienda y unos kilómetros más allá vimos el “Gurgel” alcanzado por muchos proyectiles y el P. Ezequiel en el suelo 50 metros más adelante.
Su cuerpo, acribillado de balazos y de perdigones de caza, no presentaba señales de otro tipo de violencia. La camisa y los pantalones estaban manchados de sangre. El cuello estaba herido por el tiroteo a quemarropa; los brazos, extendidos como un Cristo en cruz.
Los asesinos no lo habían tocado ni antes ni después de morir. Tenía aún el reloj en la muñeca y en el cuello el collarcillo de coco, regalo de los indios surui. En los pies llevaba las sandalias y en el coche estaban las llaves, los documentos, las cámaras fotográficas y la hamaca que siempre llevaba para tumbarse cuando estaba cansado.
Por lo tanto, se vio en seguida con toda claridad que la única finalidad de los asesinos había sido la de matar al Padre.
¿Por qué?
“ ¿Por qué han matado al P. Ezequiel?”, se preguntaba el P. Simionato. Y responde: “Algunos antecedentes pueden sugerir una respuesta. El P. Ezequiel era un hombre muy coherente con la opción que había hecho. Valientemente, sin rodeos, se expresaba en un lenguaje franco y directo. Su amor a los indios y a los campesinos sin tierra le habían granjeado la confianza de éstos, que frecuentemente iban a nuestra casa de Cacoal para exponerle sus problemas, que eran graves y delicados. Los indios, en efecto, acusaban a la Asociación Nacional de Asistencia a los Indios (FUNAI) de omisión y corrupción. Las acusaciones de los jefes indios fueron publicadas en el periódico local. La respuesta de la FUNAI en el mismo periódico insinuó la sospecha de que la iniciativa de escribir no había sido de los indios, sino del misionero, aunque el P. Ezequiel no tenía ninguna responsabilidad en esa cuestión. Era consejero y amigo, pero respetaba profundamente las decisiones de los indios sin tomar iniciativas propias. En esta actitud de amor y de entrega no estaba solo, pues siempre se mantenían unidos los misioneros y misioneras de la parroquia. Siempre ha habido incluso una plena colaboración de la Iglesia luterana de Brasil en varios momentos, como en la celebración de la “semana del indio” y en la entrevista colectiva de los jefes indios con el pueblo de Cacoal.
La aldea de los indios surui confina con la hacienda Catuva y centenares de pequeños agricultores habían delimitado unas modestas áreas de terrenos que trabajaban en una especie de cooperativa con la esperanza de obtener luego el título jurídico de propiedad. Es trágico constatar que 40.000 familias de la zona no tienen tierra para cultivar y 20 grupos de indios están amenazados en su cultura y supervivencia”.
El último sermón
El 17 de febrero de 1985 el P. Ezequiel había producido un sermón que sacudió profundamente a la gente de Cacoal. Uno tuvo la buena idea de grabarlo. Vamos a citar algunos pasajes más significativos:
“Os quiero mucho a todos vosotros y amo la justicia y para la justicia basta la voluntad de cada uno de nosotros, basta la voluntad como Iglesia, como comunidad antes de que la rebelión de los pobres pueda dar pábulo a brutalidades increíbles en nuestro ambiente social. Nosotros no aprobamos la violencia, aunque todos los días seamos objeto de violencias”.
“El Padre que os está hablando he recibido amenazas de muerte… Queridos hermanos, si mi vida os pertenece, también os pertenece mi muerte.
En comunión con la Conferencia Episcopal Brasileña no aprobamos ningún tipo de violencia.
Frente a tantas lentitudes de los organismos del Estado aprobamos, como siempre hemos hecho, que el pueblo se organice para obtener sus justos derechos negados no una ni dos veces, sino siempre. Nadie quiere aquí reivindicaciones absurdas. ¿Pero es absurdo pedir alimentos para la familia? ¿Es que sólo los poderosos tienen derecho a dar de comer a sus hijos? La Iglesia no ha comenzado esta obra suya sin haber reflexionado antes, sin tener un plan, sin haber hecho sus cálculos con los sacerdotes, con toda la comunidad, con las diócesis. La Iglesia sabe que se deben respetar etapas jurídicas, pero ella está, ha estado y quiere seguir estando de parte de los pobres.
La Iglesia no reconoce el “movimiento de los sin tierra” como movimiento eclesial porque no lo es, pero lo apoya como movimiento de los que reclaman mayor justicia.
Los espacios libres de nuestro Estado de Rondonia, es decir, la tierra de nadie, pertenecen a nuestros hermanos sin tierra y no a los conocidos “fazendeiros”. No, porque ésa no es la justicia. Y esos terrenos libres son el 30 por 100 del suelo.
La gente ha esperado mucho tiempo sin recibir nada. Años de paciente espera. Y la gente seguiría esperando, pero el hambre, las enfermedades y la muerte no esperan. Exigen una solución inmediata.
Millones de dólares – no de cruzeiros, sino de dólares- han sido dados por el programa gubernativo “pro tierra”, pero sólo el 2 por 100 ha ido a parar a los campesinos sin tierra. El resto ha beneficiado a los grandes latifundios. Ahí están los datos para todos y todos pueden verlos. En Brasil doce millones de familias no tienen un trozo de tierra para mantener a sus hijos. Y cada familia tiene por término medio cinco hijos. El resultado es que sesenta millones de brasileños no tienen lo necesario para sobrevivir. No porque no quieren, sino porque no pueden.
Y ahora quisiera indicar a nuestros jefes, a nuestras autoridades estatales y locales que no dejen de mirar a nuestro sufrido pueblo. El Padre misionero está controlado continuamente por la policía. Y es justo. Pero hay personas que vienen a presentar demandas sin exhibir su identidad. No se presentan y quieren respuestas. Esto no es justo. Ni yo ni la comunidad estamos actuando a escondidas. Todo se hace a la luz del día, nada se hace a escondidas.
Nuestros jefes deben saber que los problemas de la salud y de la educación deben ser siempre prioritarios en la planificación de la cosa pública. En cambio, el secretario de la Salud del Estado ha tenido que confesar que en 1984 la malaria ha aumentado un 300 por 100. sin embargo, el proyecto de desarrollo prevé las asignaciones para la salud, para la escuela, para la demarcación de los terrenos que se han de asignar a los indios. ¿Dónde ha ido a parar el dinero? ¿Dónde está ese dinero?
En esta región viven más de 100.000 indios. En Brasil son más de 200.000. Aquí se juega la vida y el futuro de nuestros hermanos. Aquí en nuestro territorio. Desde que Cristo murió victima de la injusticia, toda injusticia desafía al cristiano.
“Yo, Yahvé, dice el profeta, abriré vuestras tumbas. Hay 300 mártires; 300 jefes de nuestras comunidades han sido mártires. Un muerto cada cinco días, asesinados casi siempre en emboscadas. Pero “Yo abriré vuestras tumbas. Yo haré salir a mi pueblo de debajo de la tierra y les daré nuevamente la tierra de Israel y todos sabrán entonces que Yo seré vuestro Dios”. ¿Es que nosotros tenemos que seguir mirando?”
Bien podemos decir que el sermón del 17 de febrero de 1985 constituye el testamento espiritual del P. Ezequiel y la prueba de que era Dios quien dirigía a su misionero en un camino tan difícil y peligroso.
El sermón al pueblo de Cacoal continuaba:
“El leproso gritaba ¡impuro, impuro!, con el autoconvencimiento de que no podía hacer nada. ¿Es que el que tiene hambre debe contentarse con gritar ¡hambre, hambre!, autoconvenciéndose de que no puede hacer nada? ¿Y las personas que se están muriendo por epidemias deben decir: “Me muero de malaria y ¿no puedo hacer nada?” ¿Autocompadecerse diciendo: “Soy un mendigo, vivo como un mendigo y muero como un mendigo?” ¡No! En el Evangelio leemos: “Señor, si quieres, puedes curarme”.
Dios sana, Dios quita el mal, Dios no da nada a las personas que se han autoconvencido de que para ellas no hay nada que hacer.
Hermano, en la dificultad, cree que después del invierno llega la primavera. ¡Hermano! Hermano en la buena y en la mala suerte, pero hermano. Debemos aprender a ser así, no de otro modo”.
Todo el mundo puede comprender que estas ardientes palabras agradaron a los pobres, pero no fueron en absoluto gratas a los prepotentes, a los que tendrían que practicar la justicia y, sin embargo… Alguien decretó que ese joven llegado del otro lado del océano pretendía cambiar las cosas con excesiva rapidez y por tanto debía ser eliminado. Lo antes posible, en la próxima ocasión, acaso en una emboscada como los otros 300.
Si no existiese la fe…
Aquel mismo jueves 25 de julio, a las veintidós horas, sonó el teléfono en casa del doctor Pablo Ramón, hermano de Ezequiel. Desde Roma el provincial de los combonianos brasileños, Pedro Settin, comunicaba a los familiares de Papua la trágica noticia.
El golpe fue duro para aquella familia tan unida y que ya dos años antes había sufrido lo indecible con la trágica muerte de Gaudencio, el penúltimo de los hermanos, que a los veintisiete años pereció en un accidente de carretera cerca de Mestre (Venecia).
“Nosotros perdonamos – nos dice Pablo – y no queremos iniciar un proceso. Primero, porque somos cristianos, segundo, porque es seguro que Ezequiel hubiera perdonado a sus asesinos y nosotros hemos actuado en su nombre; tercero, porque en Brasil hay otros misioneros que deben trabajar en paz en lo posible.
La palabra del Papa
El domingo28 de julio el Papa al hablar a los fieles en Castelgandolfo, quiso recordar al P. Ezequiel con estas palabras:
“Y ahora una oración especial por el P. Ezequiel, misionero Comboniano italiano asesinado el pasado martes en Brasil. Deseo unir mi voz a la de los obispos italianos y brasileños que han expresado su dolor y su repulsa por ese