Era demasiado bueno
Soñaba con un Africa cristiana con sus sacerdotes y obispos. Cantaba continuamente porque tenía el corazón lleno de alegría. Al morir, pensó en salvar a los otros.
Monterosso al Mare (SP - Italia)
Nboro (Sudan)
El 1 de noviembre de 1946 había gran fiesta en Mboro, Sudan meridional. Además de la acostumbrada solemnidad de Todos los Santos, la misión celebraba un acontecimiento muy importante, único hasta entonces: la primera Misa del P. Arcángel Ali, primer sacerdote de la tribu Ndogo (Sudan). Este suceso significaba años de trabajo y de apostolado de los misioneros combonianos.
La llegada
Los combonianos habían llegado a aquella región el 25 de diciembre de 1912, llevando en unos asnos los escasos enseres necesarios para fundar la misión.
Habían sufrido por el hambre, el clima húmedo de los pantanos, la voracidad de los mosquitos que al anochecer caían como una nube sobre sus cabañas… pero sobre todo habían evangelizado, enseñado el catecismo, curado a los enfermos, y enseñado a los niños el arte maravilloso de leer y escribir. Algunos, muy jóvenes aún , yacían en los pequeños cementerios de las misiones.
Padre Angel había nacido a Monterosso al Mare (La Spezia – Italia) el 2 de julio de 1886, cuando fue ordenado sacerdote el 7 de agosto de 1910, hizo una breve escapada para ver a su familia y luego fue enviado a Brescia como asistente y profesor de los seminaristas del Instituto Comboni. La alegría franca y auténtica que le caracterizó en sus años juveniles le sirvió para transmitir su amor a Africa a los jóvenes que se preparaban para ser misioneros.
“Africa nos espera, Africa pide sacrificios”, repetía con frecuencia a los jóvenes y él daba ejemplo.
El 25 de agosto de 1912 se embarcó en Trieste con destino a Sudan meridional. El 17 de octubre, casi dos meses después, llegó a Wau.
“Nuestro barco quedó bloqueados dos veces por las hierbas flotantes y cuando dejamos la corriente de agua, nuestra situación no mejoró mucho. Desde Wau a Kajango viajaban con nosotros 24 asnos esqueléticos que estaban de pie de milagro. Iban a la misión… de vacaciones, para rehacerse de las fatigas y prepararse a otros viajes con los misioneros.
Estos humildes animales transportaban los enseres de los misioneros y lo necesario para fundar una misión. Al llegar a un puente sobre un torrente los anos se negaron a avanzar. Para acabar antes, el P. Bertola e yo tuvimos que trasladarlos al otro lado. Y lo peor es que después de colocar al último en la orilla, el primero trató de pasar otra vez el puente corriendo y llevándose detrás a todos los demás. El P. Bertola lo cogió por las orejas, lo levantó en vilo poniéndolo en el camino justo y luego se subió encima. Yo hice lo mismo con el que querría seguirle.
Entrada la noche, llegamos a un lugar de paso donde el jefe de la aldea nos asignó una cabaña para pasar la noche. Aquí nos hicieron compañía infinidad de grillos. Contribuyó también a mantenerme despierto el catre demasiado corto - o yo demasiado largo- y un tremendo golpe que me di con el techo de la cabaña que era muy bajo y me ocasionó un gran chichón con el dolor correspondiente. Pero ésa era la vida que había soñando desde hacía muchos años”.
Así escribió en su primera carta desde la misión. Gracias a las manos habilidosas del Hermano Fioravante, el misionero que puede considerarse como fundador de Mboro junto a P. Arpe, las dos primeras cabañas fueron reemplazadas por una pequeña casa de ladrillos con dos habitaciones, llamada por los misioneros el “castillo”. Este servía de escuela, de dormitorio, de salita para recibir a los huéspedes, despacho, almacén, comedor y… establo para las pocas cabras que los misioneros se habían procurado con el fin de tener un poco de leche.
Una complicada historia de amor
Rafael Madangere era un hombre de unos cuarenta años, cristiano y casado con Asunción, de la cual había tenido ocho hijos.
Asunción, antes de casarse con Rafael, había sido novia de León Mbanja. Este, también cristiano, antes de marcharse de la aldea por motivos de trabajo, confió su novia a su amigo y primo Rafael para que se la vigilase y sobre todo no la dejase casarse con otro. Pero, cuando León regresó a la aldea con un montón de dinero y dispuesto a casarse, Rafael y Asunción eran ya marido y mujer: el golpe fue duro.
León no se desanimó, buscó otra joven y se casó con ella. Pero desgraciadamente no podía tener hijos y además era poco fiel así que la vida del pobre hombre se estaba convirtiendo en un abismo de amarguras. Y naturalmente pensaba en Asunción, que vivía feliz rodeada del cariño de sus hijos.
Rafael adivinó o le pareció adivinar los sentimientos de León respecto a su mujer y unos celos sutiles y peligrosos mezclados con el odio a León iban creciendo en su alma. Tanto más que León era estimado por los misioneros por ser un catequista excelente, lleno de celo y fervor, en tanto que él, Rafael – que era el cazador de la misión, es decir, el que procuraba la carne -, llevaba algún tiempo sin acudir a la iglesia y trabajando en días de fiesta.
El martirio
Eran las siete de la tarde. La cena de los misioneros estaba acabando. El nuevo sacerdote acababa de partir el pastel y estaba distribuyéndolo entre los presentes, cuando alguien llamó a la puerta del P. Toniolo y gritó que León había sido herido y pedía los sacramentos.
- Voy yo - dijo levantándose el P. Arpe.
Un momento después se oyeron otros golpes muy fuertes en la puerta del comedor. La porta se abrió de par en par y apareció Rafael, que arrojó una lanza contra el P. Arpe atravesándolo de lado a lado. Con otra lanza hirió al P. Bono en la axila. El arma voló entre el brazo y las costillas a la altura del corazón ocasionando dos heridas. Con una tercera lanza el asesino hirió de refilón en la cabeza al Hermano Guadagnini que había entablado con Rafael un tremendo forcejeo cuerpo a cuerpo. Rafael, ya desarmado, huyó hacia el patio ocultándose en la oscuridad.
-¡ Me muero, me muero! ¡Socorro!- dijo el P. Arpe encontrando aún fuerzas para cerrar la puerta y sostenerla para impedir un eventual regreso del asesino. En seguida añadió:
-¡Huid vosotros, huid todos, porque nos matarán!
A estas palabras el empleado de casa, el P. Bortolotti y el P. Arcángel salieron por la puerta que da a un patio exterior gritando:
-¡Han matado al P. Arpe! ¡Socorro!
El P. Bono, que perdía mucha sangre de las heridas, se había caído debajo de la mesa. El Hermano Guadagnini cogió al P. Arpe que iba retirándose apoyado en la pared y lo llevó a la habitación contigua al comedor, donde había un sofá.
El Hermano Guadagnini trató de arrancar la lanza que entraba por el pecho y salía por la espalda del P. Arpe; al ver que no lo conseguía, rompió el trozo que salía por la espalda y sacó por delante lo demás.
Mientras tanto, el asesino corrió velozmente en busca de otras lanzas que había depositado antes en un sitio. Y al volver a la casa de los misioneros para completar la matanza, encontró a Plácido Wako, jefe de los maestros y padre del actual cardenal de Jartum, que se dirigía también allí atraído por los gritos de los padres.
Plácido llevaba una lanza. Al oír que Rafael decía: “ ¡Me he portado bien, al fin lo he matado!”, le preguntó por qué lo había hecho.
-¿A ti qué te importa?- fue la respuesta.
Plácido, juzgando por estas palabras que Rafael era culpable, le arrojó la lanza que le entró porr la espalda y salió por el vientre.
Rafael se dobló sobre si mismo y cayó. Entonces Plácido corrió a la casa de los misioneros. Rafael, aunque gravemente herido y con la lanza en el cuerpo, tuvo fuerzas para levantarse y llegar empuñando otra lanza a la habitación en que estaba al P. Arpe. Vio al Hermano inclinado sobre el padre que agonizaba. Entonces, con un movimiento rápido y preciso, Rafael arrojó la lanza que rozó al Hermano y se clavó en el corazón de P. Angel.
Plácido y Rafael no se cruzaron, porque aquél salió por la puerta delantera y éste entró por la del patio.
Continúa Plácido: “Yo no tenía nada a mano, ni una lanza ni un cuchillo. Pasando por delante del Hermano con un salto lo cogí y lo arroje al suelo. Logré sujetarle un momento, aunque luchaba para levantarse. Di una rápida ojeada a mi alrededor y vi en el suelo un pedazo de lanza (seguramente la que el Hermano rompió y sacó del cuerpo del padre) y con ella golpeé a Rafael en la frente y en la cara hasta que no dio señales de vida.
Entonces me volví al P. arpe diciendo: “Abuna, tu asesino está aquí, muerto”. Pero el P. Angel, volviendo la cabeza, miró con ojos llenos de gran bondad con un gesto de perdón, pero no pudo decir ni una palabra”. Luego el padre expiró.
Todo ocurrió en menos de diez minutos. Desde la aldea empezó a llegar gente. Lloraban con grandes gritos la muerte de su padre y querían encarnizarse con el cuerpo del asesino.
El cadáver del P. Arpe fue llevado a Wau para la inspección médico-judicial, y luego trasladado de nuevo a Mboro para le funeral.
El P. Angel Arpe puede ser considerado mártir del ministerio sacerdotal, ya que murió cumpliendo su deber de pastor.