El XVI Capítulo General, nos ha invitado a renovar nuestra visión de misión y nuestra metodología misionera, sobre todo, en un contexto marcado por el fenómeno ambivalente de la globalización (AC ‘03,24).
Una renovación necesaria, que debe afectar a nuestra mente, nuestro corazón, la voluntad y la vida diaria de cada uno de nosotros.
Pero, ¿cómo renovarse?
Muchas eran las expectativas por las conclusiones de este Capítulo; en la esperanza, quizás, de encontrar geniales y audaces soluciones a muchos problemas que afligen hoy al Instituto y a toda la Iglesia, en el campo misionero.
Releyendo las Actas Capitulares, comprendemos que el Capítulo probablemente ha desilusionado a los que se esperaban solamente respuestas en relación a problemas locales y, sobre todo, al control y la distribución del personal misionero, cada vez numéricamente más insuficiente para responder a todas las necesidades del servicio misionero, pero, sin duda, el Capítulo ha abierto caminos para afrontar, con el corazón lleno de esperanza, el futuro de la misión, insistiendo en la cualidad del testimonio de vida de los misioneros que deben “dar más énfasis al ser misioneros que al hacer misión” (AC ‘03, 52.1); y de esto, estamos agradecidos a San Daniel Comboni y a todos los capitulares.
Sin embargo, debemos ser conscientes de que no hay Capítulo, ni Superior General, ni Actas Capitulares que puedan hacer el milagro de renovar a las personas y al Instituto.
La renovación es, antes que nada, una decisión personal; ninguno puede tomar esta decisión por nosotros.
Las Actas Capitulares que tenemos entre manos, son sólo pistas, estímulos que trazan el recorrido del camino que cada uno, personal y comunitariamente, debe recorrer.
• Es necesario renovarse, principalmente, educando la mente a través de la lectura, la reflexión, el discernimiento de los signos de los tiempos y el análisis de la realidad.
• Es necesario educar además el propio corazón, por medio de la escucha y la contemplación de la Palabra y del Misterio de Dios hecho hombre y crucificado por amor; siguiendo el ejemplo de María que “conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 51).
• Es necesario, por último, impregnar la propia vida de la presencia del Dios-Crucificado, que abrió su Corazón desbordante de amor y de misericordia a los crucificados y los excluidos de la historia, a través de un estilo de vida de personas consagradas (AC ‘03, 27.1-4), no de administradores, ni de activistas o de filántropos.
Profundizar la espiritualidad
Por lo tanto, para renovar la Misión, el Capítulo dice que es necesario profundizar en nuestra espiritualidad cristiana y comboniana: acercándonos al misterio de Dios, revelado en Jesucristo, con el espíritu, la mirada y el corazón de Comboni (AC ‘03, 31-42; 53-55; 98).
Con San Daniel Comboni queremos contemplar el Corazón abierto y desbordante de amor y misericordia del Traspasado y, como Él, dejarnos “traspasar” por tantas situaciones de pobreza y abandono (AC ‘03, 38), comprometiendo nuestra vida en favor de la reconciliación entre los pueblos, a través del compromiso por la Justicia y la Paz (AC ‘03, 46-48); como San Daniel Comboni, aceptamos que el camino de la cruz es el paso obligado para una fecunda regeneración personal y de todo el género humano.
¡Dime qué espiritualidad vives y te diré quién eres!
Entre nosotros, Combonianos, podemos destacar tres tipos principales de camino espiritual:
• El comboniano totalmente devocional, con prácticas de piedad separadas de la vida (RV 46.2) y sin corazón, como diría Comboni, sin el fuego de la caridad (S 7063).
• El Comboniano dinámico y frenéticamente activista, para quien la acción es también oración…
• El Comboniano que comunica gozo, serenidad y fuerza, estimula a las personas a la colaboración y al compromiso, motivando y confirmando a los hermanos y al pueblo de Dios en la fidelidad a la misión.
Tú, ¿en qué categoría te colocas?
Y si tuvieras que dar un porcentaje a las tres categorías citadas, ¿cuántos Combonianos pondrías en cada una de ellas?
¡Pregunta a los hermanos de tu comunidad, en qué categoría te colocan!
Sería oportuno hacer una valiente revisión de vida personal y comunitaria en este sentido, mirarse a los ojos y decirse, con el corazón abierto cómo están las cosas en nuestro Instituto, en nuestra provincia / delegación y en nuestra comunidad.
La espiritualidad debe alimentarse
En las Reglas escritas por Comboni en 1871, leemos cómo quería a sus misioneros y misioneras:
“El misionero de la Nigrizia, despojado totalmente de sí mismo, y desprovisto de todo consuelo humano, trabaja únicamente por su Dios, por las almas más abandonadas de la tierra, por la eternidad. Movido por la pura visión de su Dios, tiene en todas estas circunstancias de qué sostenerse y nutrir abundantemente su corazón…” (S 2702).
Más adelante, después de haber enumerado las diversas prácticas de piedad, como “… los ejercicios espirituales, un día de retiro cada mes, la confesión sacramental, al menos una vez a la semana, la oración mental de una hora por la mañana, los exámenes de conciencia, la lectura espiritual, la visita al Stmo. Sacramento y a la Virgen María…” (S 2707).
San Daniel Comboni concluye: “... lo que importa es que todas estas prácticas de piedad y de mortificación no se conviertan con la costumbre, en una mera formalidad, y por esto se vuelve con frecuencia, en los propios ejercicios privados de cada uno y también de todos juntos, máxime en las conferencias espirituales, sobre la necesidad de hacer oración jugosa y convencida, de obrar en espíritu y verdad. Para discernir si es veraz o superficial, la piedad se mide con el provecho de la mortificación interna y, especialmente, con las dos virtudes fundamentales de la vida interior, la humildad y la obediencia” (S 2709).
Nuestro Fundador tenía claro que la contemplación del misterio de Dios, crucificado por amor, debía conducir a sus misioneros a un estilo de vida, vivido en “espíritu y verdad”, alimentado por una “oración jugosa y convencida” y avaladas por la práctica de las virtudes “de la humildad y de la obediencia” como signos auténticos de una espiritualidad exquisitamente comboniana. En este sentido comprendemos aquellas expresiones usadas por Comboni que quería a sus misioneros y misioneras como “piedras escondidas” (S 2701), en la construcción del Templo vivo de la Iglesia y “carne de cañón” (S 5683), para afrontar toda situación de peligro y riesgo, prontos hasta el martirio por la causa de la proclamación del Evangelio: “no santurrones, egoístas… sino almas intrépidas y generosas che sepan padecer y morir por Cristo” (cfr. S 6486; 6656).
En resumen, Comboni nos ha enseñado que para ser misionero, es necesario ser santo.
La primera grande llamada que nos dirige el XVI Capítulo General es precisamente ésta: no puede haber renovación en la visión de la misión, ni en la metodología misionera, si no nos sentimos profundamente identificados con nuestro carisma y nuestra espiritualidad (AC ‘03, 53-55).
Debemos reconocer que todavía se ha hecho poco en el Instituto en este sentido y tenemos la intención de promover en este sexenio, a nivel provincial, a nivel continental, así como a nivel general, en comunión con los otros miembros de la Familia Comboniana, la profundización del sentido y el espíritu del carisma comboniano, del que somos herederos y que queremos trasmitir, sobre todo, a los jóvenes y a las iglesias donde ejercemos nuestro ministerio misionero.
Para reflexionar y compartir
En nuestros encuentros de comunidad, podemos enriquecer nuestro compartir, a la luz de estos textos de la Palabra de Dios:
“Seguidme, os haré pescadores de hombres” (Mc 1, 16-28)
“No sólo de pan vive el hombre… sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4)
“Señor, es hermoso estar aquí; si quieres, haré tres tiendas…” (Mt 17, 1-8)
“Dichoso el hombre que construye su casa sobre roca…” (Mt 7, 21-27)
“¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación” (Lc 22, 39-46)
¿Cuántos Combonianos, hoy, continúan haciendo el tipo de oración “jugosa y convencida” de la que habla Comboni?
Está fuera de discusión que muchas crisis, abandonos, desilusiones y huidas de la vida misionera encuentran su explicación en haber olvidado estas orientaciones tan sabias y espirituales.
No nos podemos ilusionar con que la actividad colme las esperanzas y resuelva todos los problemas de la misión. Es necesario saber hacer y actuar, sin olvidar lo que dice Comboni: o sea, actuar en “espíritu y verdad”; buscar esa cualidad de vida y de testimonio, que irradia el misterio de Dios Crucificado y consigue acercar a Cristo, fuente de la vida, a todos los que tienen hambre y sed de justicia, en primer lugar a los pobres y excluidos.
¿Qué propones hacer en tu comunidad y en tu provincia o delegación para profundizar en la espiritualidad comboniana?
P. Teresino Serra, mccj - P. Fernando Zolli, mccj
Espiritualidad comboniana y misión