In Pace Christi

Fioravanti Mario

Fioravanti Mario
Fecha de nacimiento : 27/11/1939
Lugar de nacimiento : San Benedetto del Tronto/AP/Italia
Votos temporales : 09/09/1961
Votos perpetuos : 09/09/1964
Fecha de ordenación : 26/06/1965
Fecha de fallecimiento : 07/11/2011
Lugar de fallecimiento : San Benedetto del Tronto/AP/Italia

El P. Mario Fioravanti falleció en el hospital de San Benedetto del Tronto, Ascoli Piceno, el 7 de noviembre pasado. Había sido admitido de urgencia el día anterior. Parecía la enésima crisis, que habría superado con unos días de ingreso, como había sucedido tantas otras veces durante los últimos años, pero esta vez el corazón no aguantó. Tres semanas más tarde habría cumplido los 72 años.
Se encontraba en su familia desde hacía un año. Las difíciles condiciones físicas, acentuadas por constantes problemas y la necesidad psicológica de contar con una asistencia constante de personas de confianza, habían sugerido que permaneciese con su familia más bien que en una comunidad comboniana.

Había nacido el 27 de noviembre de 1939 en San Benedetto del Tronto (AP). Fue ordenado el 26 de junio de 1965 y después de dos años transcurridos en Roma en la animación misionera, fue destinado Brasil. Partió en 1967 y fue destinado a Mantenópolis, en el estado de Espirito Santo, en una parroquia encomendada a los combonianos diez años antes. Por aquellos años la diócesis buscaba realizar la difícil renovación propuesta por el Concilio Vaticano II y en esta empresa, el P. Mario buscó de comprender y de dar su aportación.

Fue llamado a Italia después de pocos años, en el 1972, para prestar un servicio en Sulmona, donde recibió el encargo de la promoción vocacional. Desarrolló este cometido con diligencia, durante cuatro años. En 1976 regresó a Brasil. El grupo comboniano era un grupo de jóvenes, dinámico, que en aquellos años marcaba pasos importantes. Siguiendo la oleada migratoria que espoleada por las políticas oficiales de ocupación de la Amazonía, desplazaba decenas de miles de personas del sur y del sudeste del país hacia la inmensa selva, un grupo de combonianos había abierto núcleos de presencia entre la gente. El desarrollo tenía lugar a lo largo de la grande carretera que atravesaba por el medio, por más de 1000 kilómetros, el apenas trazado Estado de Rondonia. El que llegaba, debería recibir propiedades bien delimitadas y estaba previsto que surgirían pueblos y ciudades con estructuras de apoyo y servicios. El estado se había comprometido a dar el apoyo necesario, pero en realidad la ocupación se hacía de modo salvaje y confuso. El problema de la tierra en cuestión se disputaba palmo a palmo, se estaba convirtiendo en un problema explosivo; la ocupación se hacía sin ningún control, faltaban escuelas, hospitales, servicios públicos… Y estaba además el problema de los indios, completamente indefensos e incapaces de oponerse a los nuevos conquistadores. La comunidad Comboniana de Porto Velho, a la que el P. Mario pertenecía, se convirtió en poco tiempo en punto de apoyo para muchos que iban a la capital para buscar el modo de resolver sus problemas. Eran obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, personas relacionadas con los sindicatos y con las asociaciones. El P. Mario, con los demás de la comunidad, trataba de hacer de puente: ayudaba, acogía, orientaba. En muchas ocasiones se expuso en primera persona denunciando hechos graves que de otro modo habrían pasado inobservados. No se echó atrás ni siquiera cuando se trató de mantener denuncias, sobre todo contra los latifundistas, en defensa de los campesinos y de los indios.

En 1982 fue transferido a São Paulo. Pidió de hacer un curso universitario de antropología para profundizar los conflictos y el problema que más le preocupaban que fuera el de los indios desenraizados de su mundo ancestral. Le hubiera gustado integrarse en una comunidad que se dedicase a este servicio. Al finalizar los estudios, fue enviado a una comunidad, recién abierta, en la periferia de Río de Janeiro, donde conoció la terrible realidad de los niños de la calle. Subrayaba: “son cerca de 30 millones los niños brasileños que sufre a causa de la desnutrición y de otras formas de subdesarrollo”. Los huérfanos o los niños escapados de casa por situaciones difíciles, a veces eran asesinados, eliminados con el pretexto de prevenir el crimen. Escribía: “negar a los niños el derecho de nacer y crecer en una verdadera familia, en un clima de paz, de seguridad y de afecto significa quitarle la vida. Lo mismo se puede decir cuando no se hace lo posible para garantizar a los pequeños una digna calidad de vida, para permitirles frecuentar la escuela y recibir una educación”.

En esta parroquia el P. Mario continuó interesándose por el mundo afrobrasileño, un proyecto que requería una particular atención. Trató de aportar su contribución cómo mejor podía, involucrándose en el trabajo normal de acompañamiento de las comunidades cristianas, confiadas a los combonianos. Lo hizo durante 6 años, hasta que le pidieron de hacer el procurador en Río de Janeiro. Fue a vivir en un colegio de monjas, ocupando la casita reservada al asistente espiritual. Además de asumir este último encargo, colaboraba con la cercana parroquia y acogía a los que venían de las comunidades más lejanas, sobre todo del Nordeste, y tenían necesidad de un apoyo logístico o de una ayuda en las cuestiones burocráticas, jurídicas y administrativas.

Cuando se cerró la casa, al inicio de los años 2000, fue transferido a una comunidad vecina, en la diócesis de Duque de Caxias, donde había trabajado ya anteriormente, al finalizar sus estudios. Allí empezaron a asomar los primeros síntomas de una enfermedad que, partiendo del corazón, poco a poco lo debilitó en todo el cuerpo, con recaídas importantes también a nivel psicológico. Comenzó para él un tiempo de gran fragilidad hasta que aceptó regresar con su familia donde la muerte le llegó pronto.

El P. Mario amaba la misión y trabajaba por un mundo diferente. Estaba siempre presente en los momentos difíciles, tanto para los hermanos como para los indios. Era un punto de referencia en situaciones de violencia y de miseria. Tenía una humanidad rica y profunda. Estaba convencido de no poder callar, y proclamaba a Cristo y su Evangelio siempre y en todas partes.
(P. Giovanni Munari)