Mons. Cesare Mazzolari había nacido en Brescia el 9 de febrero de 1937. Por vivir cerca de la casa de los combonianos expresó tempranamente su deseo de hacerse uno de ellos. En Crema y Brescia realizó los estudios medios.
En 1953 fue a Gozzano para iniciar su noviciado, y en 1954 fue enviado a Monroe en los Estados Unidos con vistas a aprender el inglés. Cesare tenía 18 años cuando hizo los primeros votos en Monroe el 9 de septiembre de 1955. Luego continuó con los estudios en Cincinnati y San Diego y fue ordenado sacerdote en San Diego el 17 de marzo de 1962.
Se quedó en EEUU hasta el año 1981 como director espiritual del seminario de Cincinnati, una parroquia de mejicanos, estuvo entre los Apalaches en la zona de Cincinnati y entre los negros. En aquellos años descubrió cuanta pobreza y sufrimiento había también en el país más rico del mundo. Fue un verdadero hermano para tantos pobres, emigrantes y desocupados.
En 1981 fue destinado a África, en Sudán del Sur, en al ciudad de Nzara, diócesis de Tombura-Yambio. Su primera experiencia africana la tuvo en tierra Zande, una zona fértil y evangelizada por más de dos generaciones de combonianos. Allí trabajo el P. César como ayudante en el centro de catequistas diocesano y padre espiritual en el seminario menor.
En 1984 fue elegido superior provincial y fue presidente de la Asociación de Superiores Mayores hasta el final de 1989, además de superior general de las hermanas del Sagrado Corazón.
El 31 de diciembre de 1989, casi al final de su mandato como superior provincial, fue propuesto como administrador de Rumbek. Pasó a otro el encargo de provincial y, con muchas reservas, aceptó el nombramiento de Administrador, sustituyendo a Mons. Pellerino que lo había hecho desde el 1984. Como administrador Apostólico el P. Cesar eligió como residencia Rumbek y luego Yirol. En 1993 fue nombrado prefecto Apostólico, con la residencia en Arua-Ediofe y luego en Nairobi, debido a la guerra en Sudán del Sur.
El 6 de enero de 1999 el P. Cesare fue consagrado en San Pedro por Juan Pablo II como obispo de la diócesis de Rumbek, una diócesis de una enorme extensión donde había dos sacerdotes diocesanos y cinco misioneros. Las complicaciones políticas le impidieron por mucho tiempo incluso el tomar posesión de su sede y pusieron en peligro la vida de sus colaboradores, sacerdotes y laicos. El nuevo obispo anunciaba el evangelio sin tregua en la catedral de la Sagrada Familia construida y destruida varias veces durante la guerra.
Durante sus muchos viajes a Italia, sobre todo para visitar a sus amigos en el pueblo y en la zona de Brescia, se esforzó siempre por otorgar voz a los sin voz, consiguiendo un gran eco en la opinión pública por el país más pobre de África, en donde 40 años de guerra civil y conflictos tribales, cuya única finalidad era la conquista del poder y la adquisición del petróleo, agua y oro, presentes en gran cantidad, prevaleció sobre el verdadero bien de la gente. Pidió a todos el esfuerzo de no “olvidar, porque la gente de Sudan tiene necesidad de una paz justa en el respeto de los derechos humanos”.
El pueblo sudanés estaba lacerado por las divisiones causadas por el tribalismo, además del hambre y la violencia causadas por una guerra que había comenzado en 1955, un año antes que Sudan se independizara de Inglaterra, y se reavivó en 1983. Las víctimas de la guerra eran ya un millón y medio y los prófugos cinco millones. “Uno de mis deberes – escribió- será el de motivar otra vez, humana y espiritualmente a un pueblo del que la fibra moral y humana ha sido totalmente destruida”. Y “Lo que más deprime es la desesperación de la gente; por kilómetros sin fin se ve siempre el mismo escenario: una multitud de mujeres, viejos y niños intentando escapar del flagelo de una guerra que parece no va a terminar nunca. En las aldeas donde ha habido incursiones recientes de los soldados del gobierno se ven todavía cadáveres abandonados y vehículos militares quemados”. En 1994 Mons. Cesare fue capturado y retenido durante 24 horas por un grupo de guerrilleros del Ejército Sudanés de Liberación Popular, el grupo armado independentista en lucha con el gobierno de Jartum. En esa ocasión sufrió severas amenazas, por el solo hecho que quería poner paz entre dos facciones de guerrilleros que se combatían entre sí.
En una entrevista concedida al P. Lorenzo Gaiga, Mons. Cesare explicó como el gobierno musulmán y fundamentalista de Jartum hubiese acometido una feroz y subrepticia persecución religiosa contra los cristianos. El que no aceptaba el Corán no encontraba trabajo, casa o medicinas y no era inscrito en la escuela. Apenas los cristianos construían una techumbre para juntarse a rezar, llegaban los soldados del gobierno y quemaban todo. En esta situación Mons. Cesare siempre permaneció en contacto con la gente y con los sacerdotes que llevaban una vida de clandestinidad. Los riesgos de moverse de una parte a otra de la diócesis eran gravísimos. Si se hacía uso de avionetas había la posibilidad de ser derribados, si se circulaba en coche, se podía dar con una mina o con un puesto de bloque militar. Además, la gente en huida no podía cultivar la tierra, sembrar, recoger. Las aldeas eran incendiadas y los hombres tenían que enrolarse en el ejército. Mujeres, viejos y niños deambulaban como espectros en un escenario de terror.
La muerte de Mons. Cesare sobrevino de improviso el 16 de julio de 2011, mientras celebraba la misa, al principio de la consagración sufrió un ataque, fue conducido al hospital y los médicos solo pudieron confirmar el deceso. Fue sepultado en Rumbek el día 18 de julio, de modo un poco precipitado a causa del clima tórrido. Mons. Cesare siempre había dicho que deseaba ser sepultado en tierra africana, una tierra por la que tanto se había prodigado, sufrido y amado.
La celebración oficial tuvo lugar el jueves 21 de julio. El Presidente de la República de Sudán del Sur, Salva Kiir Mayardit, quiso recordar a Mons. Cesare enviando un mensaje del que entresacamos alguna frase: “un hombre de fe profunda, humilde y sincero, que dedicó su vida al servicio de la Iglesia Católica en Sudán del Sur y que será recordado por su empeño heroico en la lucha por la libertad, la justicia y la dignidad humana, un hombre que siempre se ha esforzado por la reconciliación entre partes adversas”.
Una semana antes de su muerte, Mons. había participado en la fiesta de la independencia de Sudán del Sur. El P. Giulio Albanese escribió: “creo que celebró la fiesta en fe, convencido que, de un modo o de otro, el bien acaba siempre imponiéndose al mal”.
Mucho habría que decir con respecto a la dedicación de Mons. Cesare en el campo de la enseñanza. Podemos aludir al conmovedor recuerdo de Maker Mayek Riak, licenciado en ciencias sociales y jurídicas (vive en Canberra, Australia), que en su mensaje de pésame habla de los comienzos de la escuela de Mapuordit, hecha con cañas de bambú y cubierta con paja de la que fue uno de los primeros alumnos. Hoy, dice el laureado, “Lakes State puede estar orgullosa de tener el mayor número de jóvenes instruidos de todo el país: economistas, abogados, médicos, ingenieros, etc. La muerte de Mons. Cesare se podría resumir en la frase: “misión cumplida”. Su patrimonio espiritual permanecerá siempre vivo en mí y en aquellos a quienes ayudó a ser lo que somos”.
El P. Fernando Colombo escribe sobre la fuerza secreta de Mons. Cesare: “Todos reconocen la gran capacidad de trabajo, su cordial acogida y su precaria salud que le obligaba a tomar gran cantidad de pastillas y convivir con un corazón enfermo, con diabetes, trastornos de presión, reuma y asma. Y, sin embargo era el primero en llegar a la iglesia por la mañana, y quien ha vivido cerca de él ha notado que, a menudo, a las cuatro de la mañana ya estaba trabajando. A esto hay que añadir su incansable solicitud por el bien de la diócesis y por la paz y el desarrollo d Sudán. ¿Cómo podía salir de un cuerpo tan maltrecho tanta fe, esperanza y acción caritativa incesante? El secreto hay que buscarlo en una profunda comunión de vida con el Señor Jesús, alimentada con muchas iniciativas personales. Revelaba una Presencia que mantenía continuamente viva y encendida como una llama”.
La Caritas italiana, en su mensaje de pésame, subrayó que la colaboración con Mons. Cesare fue siempre una relación de respeto, confianza y amistad reciprocas. Juntos ha sido posible realizar muchas de sus atrevidas iniciativas a favor de los sudaneses. Mediante el compromiso infatigable y la profunda pasión de Mons. Cesare por su gente, fundada en Cristo y a ejemplo de san Daniel Comboni, Caritas italiana pudo compartir los sufrimientos y los gozos de un pueblo, hasta la tan suspirada independencia de Sudán del Sur. Firmes en la fe de la resurrección, nos unimos a vosotros en la acción de gracias a Dios por el don de la vida en esta tierra de Mons. Cesare en seguir cultivando tantas semillas de paz y de justicia sembradas por él, para que – usando sus mismas palabras – la autodeterminación del pueblo de Sudán del Sur sea total y madura en el signo de la esperanza y de una recuperación de la identidad”.