Sábado, 8 de marzo 2025
Queridos hermanos ancianos y enfermos: Un saludo de paz desde Roma. Hace un par de días iniciamos la Consulta. Y, como cada vez, iniciamos el trabajo recordando en la oración a todos los hermanos, pero de modo particular a ustedes, encomendándolos a Dios, junto con todos los hermanos que viven situaciones de fragilidad en nuestro Instituto.
Confieso que me hubiera gustado escribirle antes, incluso inmediatamente después de las elecciones. Lamentablemente he tenido numerosos compromisos que me han hecho imposible enviarte estas palabras de inmediato.
Cada vez que pienso en ustedes, considero el increíble testimonio de fe y servicio que nos han dado en los últimos años. E incluso ahora, en esta etapa de sus vidas, siguen siendo una fuente de inspiración para todos nosotros.
Sé que su espíritu misionero no conoce límites ni fronteras. Su amor constante por el pueblo al que han entregado su vida, por los hermanos con los que han realizado su servicio misionero y por todos los miembros del Instituto hoy, sigue iluminando a toda nuestra familia comboniana. Su presencia en la casa donde viven actualmente es un don precioso para toda su provincia, región o circunscripción. Son un faro de esperanza y consuelo para quienes los rodean y para aquellos que, aunque estén lejos, les recuerdan constantemente.
Sé – todos lo sabemos – que su corazón está siempre dirigido a Dios y que su oración sigue sosteniendo la misión del Instituto y de la Iglesia. ¡Nunca dejen de hacerlo! Nos faltaría algo indispensable.
Ustedes, nuestros hermanos ancianos y enfermos, son los guardianes cualificados del corazón del carisma comboniano y de la historia del Instituto. ¿Quizás se sienten débiles? Ustedes y yo sabemos que la plenitud de la vida humana pasa necesariamente por los pliegues de su debilidad. Dios no se distancia de nosotros porque seamos débiles e imperfectos. De hecho, ese es el momento en que, si se lo permitimos, Él está más cerca de nosotros con su amor infinito. Al fin y al cabo, ¿no fue el método elegido por Dios Padre para salvarnos pedir a su amado Hijo Jesús que abrazara plenamente la extrema debilidad de nuestra naturaleza?
Dejémonos, pues, alegrar por la sorprendente paradoja del apóstol san Pablo: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
Yo y los miembros del Consejo General le agradecemos su dedicación, su sabiduría y su ejemplo de vida.
Que la fe les de fuerza y serenidad en todo momento.
Sepan que están siempre presentes en nuestras oraciones.
Les mando un fuerte abrazo.
Padre Luigi Fernando Codianni, Superior General
Roma, 3 de marzo 2025