Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). En la inminencia de aquella Pascua tan especial para Jesús, la llegada de algunos peregrinos griegos a Jerusalén (Evangelio) produce el efecto de una explosión luminosa sobre el misterio que se acerca. Se trata de personas de lengua y cultura griega, convertidos o simpatizantes con el judaísmo. Eran las primicias de los pueblos paganos, llamados también ellos a ponerse en camino, para seguir los senderos del Señor.

El desafío de ser guías
para los que quieren “ver a Jesús”

Jeremías 31,31-34; Sl 50; Heb 5,7-9; Juan 12,20-33

Reflexiones
Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). En la inminencia de aquella Pascua tan especial para Jesús, la llegada de algunos peregrinos griegos a Jerusalén (Evangelio) produce el efecto de una explosión luminosa sobre el misterio que se acerca. Se trata de personas de lengua y cultura griega, convertidos o simpatizantes con el judaísmo. Eran las primicias de los pueblos paganos, llamados también ellos a ponerse en camino, para seguir los senderos del Señor, como había predicho el profeta (Is 2,3).

Esos peregrinos manifiestan un deseo que encierra un gran significado misionero: “Queremos ver a Jesús” (v. 21). La pregunta va mucho más allá de la curiosidad por conocer al famoso de moda. Llegan de lejos, pertenecen a otro pueblo, el viaje ha sido seguramente cansado, se han puesto en camino por motivos espirituales. Quieren ver a Jesús, no para darle un saludo fugaz, sino para conocer su identidad profunda, captar su mensaje de vida. En la escena hay también otros detalles vocacionales y misioneros: para llegar a Jesús, a menudo se necesitan guías, acompañadores. Esos peregrinos buscan a intermediarios de su cultura, Felipe y Andrés, apóstoles con nombres griegos.

Jesús capta la densidad y la importancia de ese momento: es su hora, la hora en que ha de ser glorificado (v. 23), la hora de la entrega de su vida, la hora de ser elevado sobre la tierra para atraer a todos hacia sí (v. 32), para que todos los pueblos lleguen a la vida en plenitud. ¿Qué es esa vida? La vida verdadera, que consiste en conocer - es decir, amar, acoger, contemplar - al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cfr. Jn 17,3). No es suficiente, sin embargo, cualquier vaga idea o teoría sobre Jesús; se necesita la comprensión amorosa del misterio del grano de trigo, que muere para dar mucho fruto (v. 24). Este es un dato biográfico: el grano de trigo que muere para dar vida es Jesús mismo. Él está hablando de sí mismo y muestra el único camino que lleva a la vida: un camino que pasa a través de la muerte. El verbo “elevar” indica la trágica exposición del Hombre-Dios sobre la cruz, en la máxima profundidad y altitud de su amor. Amor que vence la muerte, proclama la vida, atrae a todos.  Eleva hacia la estatura de Dios-amor, nos hace capaces de amar.

La carta a los Hebreos (II lectura) presenta con pasión el momento culminante del grano de trigo que muere: por haber aceptado la muerte por amor, Jesús se ha convertido “para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna” (v. 9). Así, en el sacrificio pascual de Cristo y en la efusión del Espíritu Santo, queda superada la antigua alianza basada sobre las piedras de la Ley; se realiza la alianza nueva (I lectura) arraigada en el corazón y en la vida de las personas (v. 33) que se dejan conducir por el Espíritu.

Esos peregrinos griegos que piden ver a Jesús adquieren para nosotros un valor emblemático: representan a las personas y pueblos que aspiran a un cambio de calidad de vida, que buscan a Dios con corazón sincero… A veces ese deseo es explícito, otras veces se trata de un deseo mudo, intuitivo, indescriptible, a menudo confuso y contradictorio, aunque es siempre un deseo o un gemido que nace de lo más profundo de la vida. Se trata de auténticos SOS del espíritu humano. Más que las palabras, a menudo hablan los gestos, las situaciones, los sufrimientos, las heridas, las tragedias, los silencios, la cercanía, el compartir...

¿Quién dará una respuesta a tantas esperas? Se necesitan personas disponibles. La respuesta es tarea para hombres y mujeres de todos los tiempos, es decir, nosotros los cristianos. No es suficiente una respuesta teórica o la repetición de fórmulas; la respuesta misionera debe brotar del conocimiento amoroso, de la conversión y adhesión al Señor Jesús. Como los Apóstoles, que, después del encuentro con el Resucitado, afirman: “¡Hemos visto al Señor!” (Jn 20,25). Los cristianos, los misioneros, deben haber visto al Señor, tener un conocimiento íntimo de Él; deben poder afirmar lo mismo que los apóstoles después de la resurrección: “¡Hemos visto al Señor!” (Jn 20,25). En estas dos frases de Juan: “Queremos ver a Jesús” y “Hemos visto al Señor” se encierra todo el arco de la Misión. “El apóstol es un enviado, pero antes es un experto de Jesús” (Benedicto XVI). También el apóstol debe ser un grano de trigo que muere para dar vida; solo así puede anunciar el Evangelio con credibilidad y eficacia, “convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo” (Evangelii Gaudium, n. 266). (*)

La comunicación misionera de la experiencia cristiana asume formas diferentes, según los tiempos, las personas, la creatividad, las tecnologías... Si miramos el calendario de los santos y evangelizadores de cada semana (ver más abajo), encontramos modelos y estilos diferentes de anunciar el Evangelio. Hoy se emplean también técnicas nuevas. En muchos ámbitos y naciones, especialmente entre los jóvenes, la Misión corre también vía sms, facebook, twitter y otros mensajes electrónicos. Llegan a muchas personas, inclusive no cristianas, frases del Evangelio, pensamientos espirituales, eventos, noticias sobre la Iglesia... Cuando el fuego de la misión arde en el corazón, se buscan caminos nuevos para dar una respuesta a los que quieren ver a Jesús.

Palabra del Papa

(*)No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo,
no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas,
no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra,
no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo.
No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos”.
Papa Francisco
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (2013) n. 266

P. Romeo Ballan, MCCJ

“La vida, nos la han regalado y la merecemos dándola”

Comentario a Jn 12, 20-33

Estamos ya acercándonos a la Semana Santa, la gran Semana del año litúrgico y de la vida cristiana. Leemos el capítulo 12 del evangelio de San Juan, antes de iniciar el gran drama de la pasión, que comienza con el famoso gesto del lavatorio de los pies. El evangelio que leemos hoy sitúa a Jesús en Jerusalén durante una fiesta judía, en la que normalmente participaban personas venidas de distintas partes del mundo de entonces. En ese contexto, se nos dice que algunos “griegos” querían conocer al Maestro, el cual pronuncia unas breves pero significativas palabras.

1) “Quisiéramos ver a Jesús”
En primer lugar, fijemos nuestra atención sobre estos “griegos” que querían conocer a Jesús. De hecho, cuando el evangelista escribe su evangelio, ya había comunidades de discípulos y discípulas, cristianos y cristianas, que provenían de la cultura “griega”, que era algo así como la cultura globalizada de nuestro tiempo. Esta presencia de “griegos” en las comunidades de discípulos de Jesús supuso ya un primer gran salto cultural y religioso. La gran propuesta de renovación humana y espiritual de Jesús, dirigida en principio al pueblo judío, se abrió muy pronto a gentes de otras culturas y prácticas religiosas… Desde entonces, el cristianismo (el seguimiento de Jesús) se fue extendiendo siempre a nuevos pueblos y fue superando sin cesar nuevas fronteras. En cada nueva época histórica, siempre ha habido nuevos grupos humanos que han dicho: “queremos conocer a Jesús”. A los misioneros Andrés y Felipe, que hicieron posible el encuentro de Jesús con estos griegos, siguieron después otros: Pablo, Irineo, Agustín, Javier, Comboni y otros muchos.

Estamos convencidos que también hoy a muchas personas y grupos humanos, más allá de cualquier frontera geográfica o existencial, les gustaría conocer a Jesús, al Jesús real, a ese que hay que encontrar desde la verdad más profunda de la propia existencia (no desde los libros o los estereotipos culturales). Y también hoy se necesitan nuevos Andrés y Felipe, nuevos misioneros que, conociendo a Jesús personalmente, puedan prestar el servicio de facilitar el encuentro de estas personas con Jesús, personas que sienten que el encuentro con Jesús ha sido un tesoro para ellas y quieren compartirlo con otros.

2) Si el grano de trigo no muere…
Cuando le presentan a los “griegos”, Jesús pronuncia un breve discurso que puede parecer enigmático para algunos, pero que a mí me parece bastante claro, si nos fijamos con atención. Vayamos por partes:

a) “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Aquí y en otras partes del evangelio Jesús habla de su “hora” y de su “gloria”, que podríamos traducir también por “triunfo”, “victoria”, “estima”. Jesús, como todos nosotros, busca su triunfo, su gloria, su “honra”. Pero la gran diferencia con nosotros es que la gloria que Jesús busca no es la “vanagloria” o la auto-satisfacción, sino la “honra”, la estima del Padre. Esa honra Jesús la comparte con los griegos, con sus amigos, con los sencillos, con las personas humildes que confían en Dios.

b) “El grano de trigo seguirá siendo un grano solo, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante”. Esta es una frase bastante conocida y su significado bastante claro: la gloria, la victoria, el triunfo no son fruto de una actitud egoísta o timorata ante la vida. Como el grano de trigo sólo da fruto cuando se deja enterrar y destruir, así la gloria de Cristo sólo se producirá después de su enterramiento, de su muerte.

c) “Quien vive preocupado por la vida, la perderá…”. Esta frase nos hace recordar la parábola de los talentos, en la que viene condenado aquel que esconde su talento en vez de negociarlo para ganar más. Amar la vida es entregarla, donarla, gastarla, ponerla al servicio. Como dice el conocido poeta indio, “la vida, nos la han regalado y la merecemos dándola”.

Estas palabras de Jesús no son unas “bellas palabras” de laboratorio. Son la expresión de su propia vida, entregada totalmente al Padre para el bien de sus hijos. Jesús no dudó en morir como un grano de trigo, confiando en que el Padre haría surgir de su muerte frutos abundantes de vida.

Contemplando a Jesús en la Palabra y en la Eucaristía, en el trabajo, en el servicio a los pobres, ya cerca de la semana de Pasión, también nosotros nos sentimos animados a vivir generosamente, entregando nuestro tiempo, nuestras energías, nuestra capacidad de amar, nuestra vida misma, sabiendo que esa entrega generosa es la mejor manera de “ganar” la vida para siempre.
P. Antonio Villarino, MCCJ