A  Dios lo que es de Dios. La trampa que tienden a Jesús está bien pensada: «¿Es lícito pagar tributos al César o no?». Si responde negativamente, lo podrán acusar de rebelión contra Roma. Si acepta la tributación, quedará desacreditado ante aquellas gentes que viven en la miseria exprimidas por los impuestos, y a las que él tanto quiere y defiende.

Misión es anunciar la prioridad de Dios y la salvación en Jesucristo

Isaías 45,1.4-6; Salmo 95; 1Tesalonicenses 1,1-5; Mateo 22,15-21

DOMUND

Reflexiones
Jesús en el Evangelio desarma la trampa que fariseos y herodianos le habían tendido sobre el tema espinoso de los impuestos a pagar al emperador de Roma, al cual estaba sometida Palestina en tiempos de Jesús. «¿Es lícito pagar tributo al César o no?» (v. 17). Por cualquier respuesta de Jesús a esa pregunta maliciosa, hubieran podido acusarle de estar a favor o en contra Roma. Jesús va más allá de los dos bandos polémicos; distingue, es más, vuelca la manera de entender la autoridad político-humana y la autoridad suprema de Dios. La “moneda del impuesto” en cuestión (v. 19), en oro u otro metal, era acuñada por el emperador, que era el propietario de la misma; el deudor era tan solo un propietario temporáneo, con la obligación de devolverla al emperador. Un deber que también Jesús reconoce (v. 21).

Pero aquella moneda llevaba una inscripción: “al divino César” o “al dios César”, que Jesús rechaza y vuelca proféticamente: “Devuelvan a Dios lo que es de Dios” (21). César puede tener cierto derecho sobre las cosas, pero no sobre las personas. «César no tiene derecho de vida y de muerte sobre las personas, no tiene derecho a violar sus conciencias, no puede adueñarse de su libertad. A César no le pertenece el corazón, la mente, el alma. Incumben solo a Dios. A cada poder humano hay que decirle: no te adueñes del hombre. El hombre pertenece a Otro. Es cosa de Dios… Sin embargo, para Jesús Dios no es el poder por encima de todo poder, es amor. No es el dueño de las vidas, es el servidor de los vivientes. No un César más grande que otros césares, sino un siervo sufriente por amor. Toda otra manera de ser Dios» (E. Ronchi).

La Palabra de Dios en este domingo proyecta una luz nueva sobre las relaciones entre los hombres, entre el hombre y Dios, entre el hombre y las demás criaturas; entre religión y Estado, entre Evangelio y política, misión y libertad religiosa, fe y libertad de conciencia, Iglesia y gobiernos, laicidad del Estado e imperativos éticos… Son relaciones delicadas y complejas, que afectan de cerca a la conciencia individual de las personas y, a la vez, el trabajo de los que anuncian ampliamente el Evangelio. En particular, la libertad religiosa, un valor promovido por el Concilio Vaticano II, lejos de eximir, postula la propuesta misionera del Evangelio de Cristo, con miras a una libre opción personal y con consecuencias en el ambiente familiar y social.

La respuesta de Jesús establece la autonomía de las dos esferas de acción, humana y divina (v. 21), reivindicando, aquí y en otros pasajes del Evangelio, la prioridad de Dios, de quien todos los seres reciben vida, destino, sentido. Una sana autonomía exige claridad de funciones, respeto mutuo, colaboración en la complementariedad y subsidiariedad, evitando las ingerencias de un sistema teocrático, así como las evasiones de un espiritualismo intimista. Todos, sin embargo, están llamados a sostener las iniciativas para la promoción integral de la persona y el desarrollo solidario de la humanidad. Bajo esta luz, también la acción política de Ciro, rey de los persas (I lectura), definido el “ungido” del Señor (v. 1), se interpreta como salvación para el pueblo hebreo, esclavo en Babilonia. Asimismo, la madurez espiritual de los cristianos (II lectura), con los valores de fe activa, caridad operativa y esperanza firme (v. 3), tiene necesariamente consecuencias positivas para la convivencia familiar, política y social.

Prioridad de Dios, salvación en Jesucristo, conocido y amado por todos para que todos encuentren en Él vida, dignidad, salvación plena… Estos son los objetivos de la obra evangelizadora de la Iglesia, la cual en este día celebra el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND). (*) Porque, como afirma el Papa Francisco: “Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo; … la humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo”. En efecto, anunciar el Evangelio es el mejor servicio que la Iglesia puede ofrecer al mundo, porque el Evangelio tiene siempre una eficacia positiva sobre la vida de la familia humana: educación, economía, trabajo, salud, relaciones familiares y sociales, política, paz, libertad, derechos humanos… El Evangelio es contrario a la evasión de las realidades terrenas; el cristiano está llamado a comprometerse concretamente en ellas, a iluminaras, transformarlas, enriquecerlas con la luz que viene de Dios, supremo bien para una vida humana digna, libre y feliz.

Palabra del Papa

 (*) “La celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del penúltimo domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos”.
Papa Francisco
Mensaje para el Día Mundial de las Misiones – DOMUND 2020

P. Romeo Ballan, MCCJ

Política y religión

Un comentario a Mt 22, 15-22

César

Todos conocemos la famosa frase de Jesús “dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.  Es una frase que se ha hecho muy popular para hablar de la separación entre religión y política y que muchos repiten con razón o sin ella.

Hoy la leemos en su contexto original: el de una disputa entre los fariseos y Jesús a propósito de una situación conflictiva que había en la Palestina del siglo I. Los romanos, que eran invasores y ejercían un poder dictatorial sobre los judíos, se financiaban con los impuestos que los mismos judíos pagaban al Imperio. Era una situación de injusticia institucionalizada, como muchas de las que tenemos hoy en casi todos los países, aunque en medidas distintas

Ante esa situación injusta que se les imponía por la fuerza, algunos reaccionaban “con realismo”, pagando los impuestos a regañadientes porque no tenían más remedio. Otros, no sólo pagaban a regañadientes, sino que sacaban su propio provecho, aunque “de labios para fuera” la criticaran: el sistema imperial les facilitaba una vida cómoda y, aunque fuese tapándose la nariz para no oler la corrupción, se aprovechaban de ella. Otros decían que no había que pagar impuestos como una forma de rebelión contra aquel poder opresor e impío, contrario a las leyes de Dios, aunque pocos eran realmente coherentes, ya que al final dependían del sistema imperial para el comercio y para toda la vida económica.

La cuestión, que era muy debatida, se la presentan a Jesús, no para conocer su opinión, sino como una trampa, como tantas veces ocurre en la política. Muchas veces los políticos hacen declaraciones sobre cuestiones del momento, pero su intención no es solucionar los problemas sino atacar al adversario, aprovechando una situación compleja que ellos piensan que pueden aprovechar en su favor.

En este caso que comentamos, la respuesta de Jesús se ha vuelto, como decía, emblemática y mucha gente cita la frase para decir algo así como “no mezclemos religión y política”, aunque esa citación es muchas veces interesada. 

A mí se me ocurren a este propósito tres ideas que les comparto por si les sirven:

  • Por una parte, es imposible separar religión y política, ya que todo lo humano tiene que ver con la “polis”, es decir, con la organización política de una sociedad; al mismo tiempo, todo lo humano tiene que ver con la religión, ya que cualquier acto humano (personal, político, económico, artístico), precisamente en cuanto humano, tiene una dimensión religiosa y ética que no se puede soslayar. El ser humano es único y no puede dividirse: el político no deja de ser religioso y el religioso no deja de tener una dimensión política.
  • Pero, por otra parte, es verdad que lo religioso y lo político son dimensiones diferenciadas, cada una con su propia responsabilidad, de tal manera que personas con la misma fe pueden adoptar decisiones políticas diferentes, según sus conocimientos o percepciones de la realidad y de lo que es necesario hacer. Las decisiones políticas pueden y deben tener una fundamentación religiosa (por ejemplo, las motivaciones de fondo o los objetivos de justicia a alcanzar), pero, en la toma de decisiones, hay además otras dimensiones (económicas, sociales, culturales, etc.) que yo debo discernir desde mi propia libertad y responsabilidad, sin escudarme en alguna instancia religiosa.
  • Por eso la respuesta de Jesús se plantea a un nivel más hondo: el de la coherencia humana y la verdad, frente a la hipocresía y la mentira. El verdadero debate, viene a decir Jesús, no se plantea entre pagar impuestos a un Imperio o no, sino entre sinceridad e hipocresía, autenticidad y manipulación, verdad y mentira, lenguaje “políticamente correcto” y lenguaje verdadero y realista. Lo que Jesús nos pide es esta actitud de verdad, autenticidad y libertad.

Estos principios valen a la hora de tomar decisiones sencillas o complicadas, como a quién votar, qué negocios emprender, cómo usar el dinero público, etc.

P. Antonio Villarino
Bogotá

P.D.
Hoy se celebra en todo el mundo el DOMUND (Domingo Mundial de la Misión). Es una buena ocasión para sentirnos miembros de una Iglesia misionera, sin fronteras, abierta al mundo como testimonio del Reino anunciado por Jesús: Un Reino de amor y de paz, de verdad y justicia.

Mateo 22,15-21

LO QUE ES DE DIOS

A  Dios lo que es de Dios. La trampa que tienden a Jesús está bien pensada: «¿Es lícito pagar tributos al César o no?». Si responde negativamente, lo podrán acusar de rebelión contra Roma. Si acepta la tributación, quedará desacreditado ante aquellas gentes que viven en la miseria exprimidas por los impuestos, y a las que él tanto quiere y defiende.

Jesús les pide que le enseñen «la moneda del impuesto». El no la tiene, pues vive como un vagabundo itinerante, sin tierras ni trabajo fijo; hace tiempo que no tiene problemas con los recaudadores. Después les pregunta por la imagen que aparece en aquel denario de plata. Representa a Tiberio y la leyenda decía: «Tiberius Caesar, Divi Augusti Filius Augustus». En el reverso se podía leer: «Pontifex Maximus».

El gesto de Jesús es ya clarificador. Sus adversarios viven esclavos del sistema pues, al utilizar aquella moneda acuñada con símbolos políticos y religiosos, están reconociendo la soberanía del emperador. No es el caso de Jesús que vive de manera pobre pero libre, dedicado a los más pobres y excluidos del imperio.

Jesús añade entonces algo que nadie le ha planteado. Le preguntan por los derechos del César y él les responde recordando los derechos de Dios: «Pagadle al César lo que es del César, pero dad a Dios lo que es de Dios». La moneda lleva la imagen del emperador, pero el ser humano, como lo recuerda el viejo libro del Génesis, es «imagen de Dios». Por eso, nunca ha de ser sometido a ningún emperador. Jesús lo había recordado muchas veces. Los pobres son de Dios. Los pequeños son sus hijos predilectos. El reino de Dios les pertenece. Nadie ha de abusar de ellos.

Jesús no dice que una mitad de la vida, la material y económica, pertenece a la esfera del César, y la otra mitad, la espiritual y religiosa, a la esfera de Dios. Su mensaje es otro: si entramos en el reino, no hemos de consentir que ningún César sacrifique lo que sólo le pertenece a Dios: los hambrientos del mundo, los subsaharianos abandonados en el desierto, los sinpapeles de nuestras ciudades. Que ningún César cuente con nosotros.
José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

NI COLABORACIONISTA,
NI GUERRILLERO

Una situación peliaguda. No era nada fácil salir airoso de aquella pregunta formulada con el propósito de ponerle en un aprieto: “¿es lícito pagar impuesto al César?” Pero Jesús logró dar una respuesta que se ha convertido en un clásico: “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Sí. Hay cosas que pertenecen al orden de lo divino, y otras al orden temporal, y cada ámbito se rige por leyes diferentes aunque compatibles. Por eso no debemos acogernos solo a una de las dos dimensiones para evitar cumplir nuestras obligaciones con la otra. Un buen creyente no debe reducir su compromiso con los demás al hecho de dar limosna y ser caritativo, sino que tiene que pagar sus impuestos y contribuir de todos los modos posibles al bien común. Un buen ciudadano, además de ajustarse a la ley establecida, debe ir más allá de ella, pues a la legislación se le escapan muchas dimensiones del ser humano que también hay que cuidar.

Sin embargo, los fariseos estaban planteando a Jesús una cuestión que poseía una carga política por el contexto en que la formularon: en una tierra, Palestina, dominada por Roma. Lo que en el fondo estaban buscando era que el Señor se “mojara” y tomara partido por uno de los dos grupos que en esos momentos estaban en litigio: los judíos beligerantes y los paganos romanos. El de Nazaret, ¿a quién apoyaba? Querían que se definiera. Por eso, los fariseos “llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta y le enviaron algunos discípulos suyos, con unos partidarios de Herodes”. Habían diseñado un plan malicioso para ponerle entre la espada y la pared delante tanto de los judíos más afines a posturas radicales –entre los que posiblemente habría defensores de la lucha armada–; como

de los simpatizantes de los romanos –algunos de ellos “vendidos” al poder–. De este modo los fariseos pretendían matar dos pájaros de un tiro: obligar a Jesús a posicionarse (y por tanto hacerle perder seguidores del grupo que no eligiera); y que se convirtiera en el causante de un nuevo enfrentamiento entre las dos corrientes de opinión. Los partidarios de Jesús quedarían posicionados junto a unos… y frente a otros.

Pero no les salió bien. No era colaboracionista, ni guerrillero. Era el Señor. Su querer e interés estaba en otro lugar, y sus palabras eran para todos. Con su réplica nos dio una buena pista para vivir la política mejor: poner cuidado para no absolutizar ningún poder humano, y ser siempre, como Él, incluso en circunstancias complicadas, hombres de paz que no alimentan la división.
María Dolores López Guzmán
https://www.feadulta.com