También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
Mt 16, 13-20
Un comentario a Mt 16, 13-20
Mateo nos sitúa hoy en Cesarea de Felipe, una ciudad romana, en la frontera norte de Israel. Allí, lejos de Jerusalén, Jesús plantea la pregunta sobre su identidad. Podemos imaginar a Jesús, meditando, en sus largas noches de oración, sobre su propia identidad y sobre la misión que debe desempeñar en este mundo. Por otra parte, él, como todos nosotros, necesita confrontarse con los demás y, especialmente, con sus discípulos. Se pregunta: ¿Qué piensan las personas de mí ¿Entienden lo que soy y lo que anuncio? ¿Será que mis discípulos sintonizan realmente conmigo o buscan sus propios intereses?
Como Jesús, también nosotros necesitamos pararnos de vez en cuando para reflexionar sobre el camino que estamos haciendo en la vida, escuchar qué piensan los demás de nosotros y asumir nuestra identidad con claridad y coherencia, aunque no siempre nos comprendan.
A esa pregunta sobre la identidad de Jesús se dan en el texto tres respuestas:
1. La visión de las masas. Es evidente que Jesús aparece ante la gente como un gran profeta: enseña de manera nueva, curas enfermos, arroja malos espíritus, propone un cambio profundo en la sociedad y en la vida religiosa…
Esta visión se parece bastante a la de muchas personas de nuestro tiempo, para quienes Jesús es un personaje histórico interesante, casi fascinante, pero uno más de los grandes hombres que de vez en cuando surgen en la humanidad.
Estas personas se quedan en la superficie, no logran captar la verdadera personalidad de Jesús, como nos pasa a veces a nosotros mismos: ¿No les pasa que a veces los demás no logran captar lo que nosotros somos realmente?
2. La visión de los discípulos: Mateo pone la respuesta de los discípulos en boca de Pedro: “Tú eres el Cristo”, es decir, el Mesías esperado, el Ungido por Dios para liderar a su pueblo.
Esta visión es la de tantos que, al leer los evangelios y al orar, se sienten en sintonía con la persona y el mensaje de Jesús, como “ungido por Dios”. En sintonía con Jesús también nosotros nos sabemos “ungidos”.
3. La visión de Jesús mismo: Todo lo dicho por la gente y por los discípulos es verdad (él es un profeta, es el Mesías de Dios), pero, ¡ojo!, no se hagan una falsa idea. Este Mesías luminoso y fascinante está llamado a pasar por Jerusalén, es decir, a ser sometido a dura prueba, a pasar por la muerte antes de convertirse en semilla de una esperanza que no muere nunca.
Aceptar este paso por la cruz es la “piedra de toque” de una fe verdadera, que va más allá de un entusiasmo pasajero. A Pedro le costó mucho dar este paso, como a todos nosotros. La presencia del Espíritu le ayudó a comprender a este Jesús, que es el Cristo de Dios, pero, no como rey y jefe dominador, sino como “siervo de Yahvé”, como quien está dispuesto a ser rechazado, despreciado y torturado, pero sin perder su condición-identidad de hijo.
La experiencia de Jesús vale también para nosotros. Digan lo que digan los demás, como Jesús, nosotros sabemos que somos, sobre todo, hijos. En eso consiste nuestra más profunda identidad, aunque a veces debamos afrontar contradicciones y sufrimientos.
No nos dejemos engañar por las opiniones ni por nuestras propias dudas: Si nos dejamos iluminar por el Espíritu, también nosotros sabremos, en el fondo del corazón, que nuestra identidad principal es ser hijos amados y elegidos, a pesar de las cruces que nos toque cargar.
P. Antonio Villarino
Bogotá
Pedro - piedra
que da solidez a la Unidad y a la Misión
Isaías 22,19-23; Salmo 137; Romanos 11,33-36; Mateo 16,13-20
Reflexiones
Jesús hace un sondeo de opinión sobre su Persona, pero va más allá de los resultados del sondeo (Evangelio). ¿Quién es Jesús? ¿Cuál es su verdadera identidad? ¿Qué opina la gente de Él? Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Son preguntas que nos rebotan del pasado y que son siempre actuales. La afirmación central de este domingo es la respuesta de Simón Pedro, en nombre también de los demás, sobre la identidad de Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (v. 16). La opinión de la gente (v. 14) coloca a Jesús entre los grandes profetas de Israel (Elías, Jeremías, Juan el Bautista...), lo cual ya es una buena aproximación, aunque todavía en un nivel espectacular. La gente reconoce la grandeza de Jesús (milagros, doctrina...), pero no llega a conocer plenamente su identidad.
Para alcanzarla, se necesitan criterios interpretativos nuevos. Es necesario un suplemento de fe. La respuesta de Pedro, en efecto, es fruto de una luz superior, que viene del Padre (v. 17); por eso va más allá de la capacidad humana (de la carne y la sangre). Pero, a pesar de esta luz nueva, Pedro comprende solo parcialmente la identidad y la misión de Jesús: lo comprueba el texto del Evangelio de Mateo que sigue sobre la cruz (cfr. Evangelio del próximo domingo). Esto demuestra la dificultad de creer; es difícil para todos. Cristianos no se nace, pero se llega a ello. Creer en Jesús quiere decir “seguirle”, es decir, ponerse en camino y buscar cada día asumir sus ‘sentimientos’ de total abandono en el Padre, “imitar” su mismo ‘estilo de vida’ a través de gestos de bondad, misericordia, acogida, compartir...
En un intercambio de mutuas confidencias, Pedro reconoce la identidad de Jesús (Tú eres el Cristo...); Jesús revela la identidad de Pedro (Tú eres Pedro…) y lo compromete en su proyecto por una nueva comunidad: su Iglesia, que durará por los siglos (v. 18). A pesar de las dificultades y las resistencias históricas ante este texto de Mateo, el plan de Jesús para su Iglesia sigue vigente. Según la tradicional interpretación católica, las tres metáforas de la piedra (v. 18), las llaves (v. 19) y el binomio atar-desatar (v. 19) se complementan con la entrega post-pascual a Pedro del servicio de apacentar, con amor, al pueblo de la nueva alianza (cfr. Jn 21,15s). La fe de Pedro - y la de sus sucesores - es prioritaria y fundamental: solo así nace, se funda, crece la Iglesia. En el testimonio humilde del apóstol Pedro el Señor ha puesto el fundamento de nuestra fe, para que nosotros también seamos piedras vivas para la edificación de la Iglesia (Oración colecta).
No cualquier forma de ejercer la autoridad es agradable a Dios y buena para el pueblo, como lo confirma la destitución de Sebná, intrigante mayordomo de palacio (I lectura, v. 19), porque el Señor quiere un “padre para los habitantes de Jerusalén” (v. 21). Para Jesús, que es “el Señor y el Maestro” (Jn 13,14), que “no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida” (Mt 20,28), la autoridad (las llaves) se entrega a Pedro y a la Iglesia para un servicio al pueblo de Dios en una diaconía sin fin. Cuanto más amplia es la autoridad, más intenso ha de ser el amor y generoso el servicio. ¡Para que en la tierra todos tengan vida y la familia humana viva unida! Es este el objetivo de la misión, que el Papa Francisco vuelve a proponer cada vez que habla de la Iglesia. (*)
El Concilio nos da la dimensión teológica y misionera del proyecto de Jesús: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza” (AG 2). Porque “la Iglesia existe para evangelizar” (Pablo VI, en EN 14). No es un hecho marginal que Jesús hable de su proyecto de Iglesia, estando en un territorio pagano (v. 13: región de Cesarea de Filipo), en un contexto geográfico y étnico semejante al de la mujer cananea (ver el Evangelio del domingo pasado). Estos dos hechos (la cananea y Pedro), que Mateo narra, revelan dos valores importantes para comprender la identidad de Jesús: la fe y la misión. ¡Dos valores necesarios! Ante todo, Jesús elogia la fe de ambos, aunque la expresan de manera diferente. Además, los dos hechos revelan el carácter universal de la misión de Cristo y de la Iglesia. ¡Una misión de salvación abierta a todos los pueblos, cercanos y lejanos!
Un sondeo de opinión acerca de la identidad de Jesús, realizado en nuestros días, nos daría igualmente resultados aproximativos y reductivos. Es un hecho que una proporción elevada de fieles bautizados se han alejado de la Iglesia, del Evangelio y de Cristo, si bien nunca se puede medir el nivel de fe de una persona. Para ellos se requiere una nueva evangelización, con los contenidos y métodos de la misión ad gentes, es decir, la primera evangelización (cfr. RMi 33). Para muchos es necesario comenzar nuevamente por los fundamentos de la fe cristiana, utilizando adecuados métodos pedagógicos.
El Evangelio de hoy y algunas fiestas de la época veraniega vuelven a proponer tres elementos típicos del identikit del católico. Estos valores son: Eucaristía, Virgen María y Papa, los tres a la vez. Son elementos que sostienen y fortalecen la fe del cristiano, iluminan su sentido de pertenencia a la Iglesia, esclarecen su identidad, lo ayudan a ser sal y luz dentro del confuso panorama religioso de nuestro tiempo, ante los no cristianos. En especial, ante no cristianos, o protestantes, ortodoxos, evangélicos y otros grupos. No se trata de polemizar o establecer confrontaciones odiosas. Para el católico, son tres amores irrenunciables, que estamos llamados a compartir y a proponer a los demás con humildad y respeto; son valores que llenan de gozo la vida y la misión del cristiano en cualquier lugar del mundo.
Cuando profesamos nuestra fe, decimos: Creo la Iglesia una, santa, católica y apostólica; podríamos añadir también una quinta nota: perseguida, lo cual es una realidad permanente en la historia, hasta nuestros días en muchos lugares del mundo. “Ser hombres-mujeres de Iglesia quiere decir ser hombres-mujeres de comunión”, nos recuerda el Papa Francisco. Pertenecer a la Iglesia es un valor grande, un don precioso del Señor. Un regalo que postula nuestro agradecimiento constante y nuestro compromiso para custodiarlo y compartirlo con humildad y respeto. Pidamos al Señor que nos conceda, como a santa Teresa de Ávila, el gozo de vivir y de “morir como hijos-hijas de la Iglesia”.
Palabra del Papa
(*) “Debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral”.
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), 32
P. Romeo Ballan, MCCJ
QUÉ DECIMOS NOSOTROS
Mateo 16,13-20
También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quienes se acercan a nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?
¿No sentimos discípulos y discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?
José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com
PEDRO, ENTRE DIOS Y SATANÁS
El evangelio de este domingo y el del siguiente forman un díptico indisoluble. En el de hoy, Pedro recibe una revelación de Dios y una misión. En el siguiente, se convierte en portavoz de Satanás. De este modo, Mateo deja claro que lo importante es la misión recibida, no la santidad del receptor.
El evangelio de este domingo se divide en tres partes: 1) lo que piensa la gente a propósito de Jesús; 2) lo que afirma Pedro; 3) las promesas de Jesús a Pedro.
1. Lo que piensa la gente
Camino de Cesarea de Filipo, muy al norte de Israel, Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» La expresión aramea bar enosh, podríamos traducirla con minúscula y con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6), etc.
Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).
La gente que escuchaba a Jesús podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista). Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era intencionadamente ambiguo.
2. Lo que afirma Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Estamos tan acostumbrados a escuchar la respuesta de Pedro que nos parece normal. Sin embargo, de normal no tiene nada. Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social (justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina.
3. Las promesas de Jesús a Pedro
Esta tercera parte es exclusiva de Mateo. En los evangelios de Marcos y Lucas, el pasaje de la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe termina con las palabras: “Prohibió terminantemente a los discípulos decirle a nadie que él era el Mesías”. Sin embargo, Mateo introduce aquí unas palabras de Jesús a Pedro.
Comienzan con una bendición, que subraya la importancia del título de Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. No es un hereje ni un loco, sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la memoria lo dicho en 11,25-30: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Padre se lo quiere revelar”.
Basándose en esta revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica unas promesas: 1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia; 2) le dará las llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida en la tierra será refrendado en el cielo.
Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT, la “roca” es Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que difícilmente podrían haber inventado los cristianos posteriores. (La escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las palabras “y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” se refiere a él mismo, no a Pedro, es poco seria).
La segunda afirmación (“te daré las llaves del Reino de Dios”) se entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín, tema de la primera lectura de hoy: “Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá”. Se concede al personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y cerrar sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es la misma.
El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a Pedro está en función de esta idea.
¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Le guía una intención eclesiológica, para indicar cómo concibe Jesús a su comunidad? ¿O tienen una finalidad mucho más práctica? Ambas ideas no se excluyen, y la teología católica ha insistido básicamente en la primera: Jesús, consciente de que su comunidad necesita un responsable último, encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.
Es posible que haya también de fondo una idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era “el Papa”, ni gozaba de la “infalibilidad pontificia”, las palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos. “Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Es Pedro el que ha recibido la máxima autoridad y el que tiene la decisión última.
Apéndice 1. El papel de Pedro en la iglesia primitiva
Un detalle común a las más diversas tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a Pedro. El dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él» (Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional de Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a los judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).
Esta primacía de Pedro queda reflejada en diversos episodios de los distintos evangelios. Basta recordar el triple encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo.
Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo».
Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?
Lo anterior ayuda a responder una pregunta elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de Jesús a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del evangelista? Así piensan muchos autores.
Pero el término «invento» se presta a confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores antiguos tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro, como he intentado demostrar en mi libro Satán contra los evangelistas. Para nosotros, la verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de historia se presentan como verdaderos, aunque mienten en lo que cuentan y en la forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía envolver en un ropaje de ficción.
La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas, Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús. Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que leeremos el próximo domingo.
José Luis Sicre
https://www.feadulta.com