Una mujer pagana toma la iniciativa de acudir a Jesús aunque no pertenece al pueblo judío. Es una madre angustiada que vive sufriendo con una hija “atormentada por un demonio”. Sale al encuentro de Jesús dando gritos: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”. (...)
El Evangelio de la Vida enseña:
¡No excluyas a nadie!
Isaías 56,1.6-7; Salmo 66; Romanos 11,13-15.29-32; Mateo 15,21-28
Reflexiones
Nadie está lejos, ni mucho menos excluido, del corazón de Dios. El mensaje central de las cuatro lecturas bíblicas de este domingo es claro: Dios ofrece su salvación libremente, sin exclusiones, a cada persona, a todos los pueblos. Esta afirmación, para nosotros, hoy, es clara y sin discusiones. Sin embargo, fue una conquista atormentada para la comunidad de los judío-cristianos, para los cuales Mateo escribió su Evangelio. Es notorio que el judaísmo, tanto en la antigüedad como en tiempos de Jesús, vivía la salvación y la alianza como propiedades privadas, casi exclusivas del pueblo elegido, frente a los “paganos, que a los ojos de los judíos no eran más que perros” (epíteto despectivo), como anota la ‘Biblia de Jerusalén’ en Mt 15,26. El libro de los Hechos de los Apóstoles da cuenta del difícil camino y de la lenta apertura de la primera comunidad cristiana sobre esta cuestión. La complicada gestión del caso de Cornelio para Pedro y para la comunidad (Hechos 10-11), el debate en el Concilio de Jerusalén (Hechos 15), las controversias de Pablo con los judío-cristianos... son testimonios patentes de lo difícil que resultó para la Iglesia primitiva la admisión de nuevos miembros procedentes del mundo pagano, es decir, de origen no judío. Aún más inconcebible era aceptarlos sin que se sometieran a la Ley antigua.
El texto de Isaías (I lectura) ofrece un aliento de universalidad: los extranjeros entran con alegría en la casa de oración, sus sacrificios son agradables a Dios en su templo, que Él abrirá a todos los pueblos (v. 7). Este universalismo, cantado con gozo también por el salmista (salmo responsorial), queda todavía condicionado por la observancia del sábado y de la peregrinación al monte santo (cfr. Is 56,6-7), elementos que perderán validez después de la resurrección de Jesús. El difícil crecimiento hacia la universalidad es patente en el diálogo y el milagro de Jesús con la mujer cananea (Evangelio), natural de la región pagana de Tiro y Sidón (v. 21), en el norte de Palestina. También el evangelista Marcos insiste en presentarla como extranjera, pagana, “sirio-fenicia de nacimiento” (Mc 7,26).
La superación del exclusivismo aparece clara, al final, en la admiración de Jesús por la fe de aquella mujer extranjera y pagana. Ella es consciente de no ser hija, sino perrito, con derecho a alimentarse por lo menos de las migajas de los amos (cfr. v. 26-27); está segura, sin embargo, de tener un puesto en el corazón de Dios. Jesús exalta la fe grande de esa madre: «Mujer, grande es tu fe». Y Jesús la atiende curando al instante a su hija enferma (v. 28). Al final, Jesús llama a aquella extranjera: “Mujer” (gr. ‘gúnai’), titulo dado a las reinas; con la misma palabra Jesús se dirige a su madre en Caná y desde la cruz (cfr. Jn 2,4 y 19,26). Del mismo modo, Jesús había sanado al criado del centurión pagano de Cafarnaúm, alabando su fe como primicia de los nuevos comensales del Reino, que “vendrán de oriente y occidente” (cfr. Mt 8,10-13).
Ante hechos como estos, está claro que la pertenencia al nuevo pueblo de Dios ya no se dará por mera descendencia de sangre (raza), sino por la fe, que es siempre y solo un don gratuito de Dios, Padre misericordioso de todos. Padre de los judíos, primero, y luego de los paganos, como lo explica san Pablo a los Romanos (II lectura): la prioridad histórica de los judíos permanece verdadera: «Que los dones y la vocación de Dios (a Israel) son irrevocables» (v. 29); pero esto no significa exclusión de los demás pueblos. Según Pablo, todos los pueblos han sido igualmente desobedientes, rebeldes e infieles a Dios: en primer lugar, los paganos, y ahora también los judíos; pero Dios quiere tener misericordia de todos (v. 32). Este es el don y el misterio del amor misericordioso de Dios. ¡Con todos! Este es el Evangelio, la buena noticia misionera que siempre el mundo necesita. ¡Para su vida y su gozo! El Papa Francisco exhorta a hacer una pastoral misionera, “que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones”. (*)
Hoy no se niega, teóricamente, la admisión de todos a la salvación en Cristo, pero, en la práctica, existe el peligro de considerar el Evangelio como propiedad privada, de uso personal. No se llega a negar que todos estén igualmente llamados a conocer a Cristo, pero, de hecho, se hace poco o nada para anunciarlo a los que todavía no lo conocen. Se piensa: ‘¡Sí, tienen derecho, pero pueden seguir esperando, algún día alguien lo hará’... Es preciso descubrir la misión como un don y un compromiso urgente. A ello nos empuja el Evangelio de Mateo: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes” (28,19).
Jesús no solía hacer elogios, pero los evangelistas nos dan cuenta de tres, y justamente con personas consideradas oficialmente “irregulares”: la pecadora, el oficial romano, la cananea. “La cananea es una mujer que no va al templo, hoy diríamos que no va a la iglesia. Es una pagana, que invoca a otros dioses, o ídolos. Posee la fe de una madre desesperada, que no pide nada para sí, desea tan solo la sanación de su criatura. Es una mujer obstinada, testaruda, que no se resigna ante las primeras dificultades; no se rinde ante los silencios de Dios” (R. Vinco). El episodio de la cananea, acogida por Jesús, así como otros episodios, vuelven a proponer en nuestros días el tema de la acogida de los extranjeros en la sociedad. Merecen, por tanto, apoyo todas las iniciativas que promueven la solidaridad y la integración entre pueblos y grupos diferentes. Porque es justo y necesario afirmar: “¡En mi ciudad nadie es extranjero!”
Palabra del Papa
(*) “Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante”.
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), n. 35
P. Romeo Ballan, MCCJ
Lo que importa es la fe
(la mujer cananea)
Un comentario a Mt 15, 21-28
Antes de narrar este episodio que habla de la mujer cananea, Mateo nos habla del enfrentamiento que Jesús, y las primeras comunidades cristianas del Siglo I, tuvieron con aquella parte de la sociedad judía que se aferraba a las tradiciones (ritos, costumbres, convenciones sociales), dándoles un valor exagerado.
Todas las culturas tienen normas de conducta, maneras de orar y celebrar el culto, ritos de convivencia, etc. Sin eso es imposible vivir en sociedad. Pero el peligro está en “divinizar” y sacralizar excesivamente esas tradiciones que suelen ser fruto de la historia humana y que a veces se vuelven cáscaras vacías, letra muerta, que hace más mal que bien. Por eso Jesús critica severamente a sus contemporáneos, usando una frase de Isaías:
Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí;
en vano me dan culto,
pues las doctrinas que enseñan
son preceptos humanos.
Frente a esta actitud “religiosa tradicionalista” (es decir, aferrada a normas y tradiciones ya superadas), Mateo nos pone el ejemplo de una mujer cananea (no judía) que, sin conocer las tradiciones ni las estrictas normas judías, tiene una actitud de fe que conmueve a Jesús por su sinceridad y autenticidad. Esta mujer tiene las características de un buen discípulo, que encuentra en Jesús la respuesta a sus anhelos profundos:
1. Humildad, es decir, reconocimiento de la propia realidad y necesidades. Difícilmente un orgulloso o arrogante puede ser discípulo de Jesús. La cananea es humilde, tiene conciencia de su realidad. Se dice que no hay mejor cocinero que el hambre, es decir, sin deseo no hay manjar que nos satisfaga. De la misma manera, el verdadero creyente es una persona con “hambre” de verdad, de justicia, de amor, de Dios.
2. Saber “gritar”, es decir, saber pedir ayuda, no encerrarse en sí mismo, sino abrirse a la ayuda de otros. El discípulo no se cree falsamente auto-suficientes, sino que sabe abrirse al Otro, sabe pedir ayuda cuando la necesita.
3. Persistencia y constancia. Ante una primera negativa, la mujer no desespera, sino que insiste, persevera, sigue exponiendo su necesidad. No siempre nuestra oración es escuchada a la primera; no siempre logramos el objetivo buscado inmediatamente; no siempre logramos superar enseguida nuestras dificultades y problemas. El creyente, precisamente porque es necesitado y humilde, insiste y persevera, no se rinde nunca, espera sin fin.
4. Fe y confianza, que rompe las normas establecidas y las tradiciones. La fe, no solo mueve montañas, sino que abre fronteras impensables. El mismo Jesús pensaba que había venido solo para los judíos, pero la fe de esta mujer le ayudó a comprender que la misericordia del Padre no está sujeta a fronteras geográficas, políticas, ideológicas o religiosas. Siempre es posible superar cualquier frontera. Siempre es posible confiar en el Dios de la Vida y de la Misericordia, digan lo que digan las normas y las convenciones sociales.
Ojalá nosotros podamos escuchar de Jesús su encendido elogio:
¡Mujer, qué grande es tu fe!
Que te suceda lo que pides.
P. Antonio Villarino
Bogotá
Mateo 15, 21-28
JESÚS ES DE TODOS
Una mujer pagana toma la iniciativa de acudir a Jesús aunque no pertenece al pueblo judío. Es una madre angustiada que vive sufriendo con una hija “atormentada por un demonio”. Sale al encuentro de Jesús dando gritos: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”.
La primera reacción de Jesús es inesperada. Ni siquiera se detiene para escucharla. Todavía no ha llegado la hora de llevar la Buena Noticia de Dios a los paganos. Como la mujer insiste, Jesús justifica su actuación: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.
La mujer no se echa atrás. Superará todas las dificultades y resistencias. En un gesto audaz se postra ante Jesús, detiene su marcha y de rodillas, con un corazón humilde pero firme, le dirige un solo grito: “Señor, socórreme”.
La respuesta de Jesús es insólita. Aunque en esa época los judíos llamaban con toda naturalidad “perros” a los paganos, sus palabras resultan ofensivas a nuestros oídos: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Retomando su imagen de manera inteligente, la mujer se atreve desde el suelo a corregir a Jesús: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los señores”.
Su fe es admirable. Seguro que en la mesa del Padre se pueden alimentar todos: los hijos de Israel y también los perros paganos. Jesús parece pensar solo en las “ovejas perdidas” de Israel, pero también ella es una “oveja perdida”. El Enviado de Dios no puede ser solo de los judíos. Ha de ser de todos y para todos.
Jesús se rinde ante la fe de la mujer. Su respuesta nos revela su humildad y su grandeza: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! que se cumpla como deseas”. Esta mujer le está descubriendo que la misericordia de Dios no excluye a nadie. El Padre Bueno está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los humanos.
Jesús reconoce a la mujer como creyente aunque vive en una religión pagana. Incluso encuentra en ella una “fe grande”, no la fe pequeña de sus discípulos a los que recrimina más de una vez como “hombres de poca fe”. Cualquier ser humano puede acudir a Jesús con confianza. Él sabe reconocer su fe aunque viva fuera de la Iglesia. Siempre encontrarán en él un Amigo y un Maestro de vida.
Los cristianos nos hemos de alegrar de que Jesús siga atrayendo hoy a tantas personas que viven fuera de la Iglesia. Jesús es más grande que todas nuestras instituciones. Él sigue haciendo mucho bien, incluso a aquellos que se han alejado de nuestras comunidades
José Antonio Pagola
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