Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a su Iglesia para cumplir fielmente su misión. El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección no los ha de llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea.
Ascender es ampliar el horizonte
Mt 28, 16-20
Este domingo celebramos la solemnidad de la Ascensión, previa a la de Pentecostés, que celebraremos el domingo próximo. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, que terminan con el mandato misionero y ponen en boca de Jesús esta frase: “Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final del mundo”. Les presento algunas reflexiones:
Según Mateo, Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.
Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, pero llegó un momento en el que por fin “subió” a la montaña definitiva, es decir, en palabras del evangelista Marcos, “fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”. Como ven, los evangelistas usan términos geográficos y nosotros hablamos de la “ascensión” de Jesús, pero sabemos bien que Dios no está arriba ni abajo sino en todas partes (y más allá de toda geografía). Por tanto no es que Jesús haya subido “detrás de las nubes”, sino que alcanzó el grado máximo de su auto-conciencia y de su comunión con el Padre y, por eso mismo, alcanzó el grado máximo de universalidad geográfica y temporal, compartiendo su amor y su presencia con todos los seres humanos de todos los tiempos y de todas las fronteras. Por eso nos dice: “Yo estoy con ustedes, ahora y siempre, aquí y en todas partes; en cualquier parte que vayan, ahí me encontrarán”.
Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.
Desde esta experiencia de la “montaña”, de la experiencia de Dios en lo hondo de la conciencia, Jesús nos dice: “Pónganse en camino y comuniquen a todos lo que han visto y oído, lo que han experimentado entre luces y sombras, dudas y aciertos. Anuncien a todos este camino hacia el Padre que les he enseñado”.
Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Ese es el objetivo fundamental de toda vida: encaminarse hacia la comunión con el Padre. Y ese es el objetivo de toda misión: que toda la creación encuentre su plenitud en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Ascender no es ir más allá de las nubes,
ascender es cambiar de perspectiva,
como quien mira desde lo más alto.
Ascender es abrir el angular,
ampliar el horizonte a toda la realidad,
reducir las fronteras a su justa perspectiva.
Ascender es crecer en claridad,
dejar que el sol de la verdad ilumine mi camino
que el amor penetre cada rincón de mi vida.
Ascender es saber que más allá de mi pequeñez,
hay más vida, más verdad, más belleza, más religión,
más humanidad, más Dios.
P. Antonio Villarino, MCCJ
Bogotá
“Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos”
Hechos 1,1-11; Salmo 46; Efesios 1,17-23; Mateo 28,16-20
Reflexiones
La Ascensión es una nueva epifanía. Las lecturas bíblicas y otros textos litúrgicos la presentan como una manifestación gloriosa de Jesús. En la I lectura se narra la nube de las apariciones divinas y hombres (ángeles) vestidos de blanco, se hacen hasta cuatro referencias al cielo en tan solo dos versículos, hay un anuncio del retorno futuro… (v. 9-11). S. Pablo (II lectura) presenta el epílogo de una empresa difícil y paradójica, pero muy exitosa: Jesús sentado a la derecha del Padre en el cielo, por encima de todo principado y potestad, constituido como cabeza de la Iglesia y sobre todas las cosas (v. 20-22). Los acontecimientos conclusivos de la vida terrena de Jesús dan sentido e iluminan el doloroso recorrido anterior. “Por eso Juan habla de exaltación, por tanto, de ascensión de Jesús, en el día mismo de la muerte en la cruz: muerte-resurrección-ascensión constituyen el único misterio pascual cristiano, en el cual se realiza la recuperación en Dios de la historia humana y del ser cósmico. También los cuarenta días, mencionados en Hechos 1,2-3, evocan un tiempo perfecto y definitivo y no se han de considerar como una información cronológica” (G. Ravasi).
El feliz cumplimiento del hecho-misterio pascual de Jesús es la raíz de la gozosa esperanza de la Iglesia y de la serena confianza de los fieles de poder gozar un día de la misma gloria de Cristo (Prefacio). Aquí tienen inspiración y energía tanto el compromiso apostólico como el optimismo que anima a los misioneros del Evangelio, con la certeza de ser portadores de un mensaje y de una experiencia de vida exitosa, gracias a la resurrección. No se trata de una experiencia fracasada, sino exitosa y segura: ya plenamente triunfante en Cristo, y, si bien de manera parcial, exitosa también en la vida del cristiano y del evangelizador, aunque a la espera de nuevos desarrollos.
Motivados interiormente por esta experiencia de vida nueva en Cristo, los Apóstoles – y los misioneros de todos los tiempos – se convierten en sus “testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (Hch 1,8), en un movimiento que se abre progresivamente del centro (Jerusalén) hacia una periferia tan vasta como el mundo entero. (*) El campo de trabajo misionero de la Iglesia son todos los pueblos (Evangelio), a los que Jesús envía a sus discípulos antes de subir al cielo (v. 19). Los envía con la plenitud de su poder (v. 18), que le corresponde en cuanto Hijo de Dios, y en cuanto Kyrios (Señor) glorificado: “Vayan, pues, y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándoles... enseñándoles... (v. 19-20). Una misión que es posible realizar con la fuerza del Espíritu, al que invocamos, junto con María y los Apóstoles, en la espera de un Pentecostés siempre nuevo.
Ese pues (oun-ergo: en gr. y lat., respectivamente) tiene el valor de una consecuencia irrenunciable: indica la raíz y la continuidad de la misión universal, que nace de la Santísima Trinidad y se prolonga en el tiempo y en el espacio por medio de la Iglesia, enviada a todos los pueblos, confortada por la perenne presencia de su Señor: “Yo estoy con ustedes todos los días” (v. 20). Para Mateo, Jesús no se aleja de los suyos, cambia solamente el modo de presencia. Se queda con ellos: Él es siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros, anunciado desde el inicio del Evangelio (cfr. Mt 1,23).
Los verbos que Jesús utiliza para enviar a sus discípulos en misión mantienen su perenne actualidad. ‘Vayan’ indica el dinamismo de una salida permanente y el valor para entrar en las situaciones siempre nuevas del mundo; vayan, o sea salgan, partan, vayan al encuentro del otro; ‘hagan discípulos’ quiere decir que todos los pueblos están invitados a hacerse seguidores no ya de una doctrina, sino de una Persona; propongan así como Dios se propone sin imponerse; ‘bauticen’ hace referencia al sacramento que introduce a las personas en la Iglesia y las inserta en la vida de la Trinidad; ‘enseñen a guardar’ se refiere a la respuesta de los discípulos a la voz del Maestro y Pastor. Él ha cumplido ya la obra de la salvación en favor de todos los pueblos; ahora llama y envía a otros discípulos para continuar su misma misión. Por los caminos del mundo, el cristiano vive a menudo en tensión entre mirar al cielo y transformar la tierra. Si uno mira solamente hacia arriba, vienen los ángeles (Hch 1,11) a indicarle sus tareas en la tierra. Si se mira solo a la tierra, S. Pablo nos recuerda la esperanza a la cual estamos llamados (Ef 1,18). La síntesis es la misión en nombre de Dios y en medio a los pueblos. Este es el don y el misterio de cada vocación al servicio del Evangelio en el mundo.
Palabra del Papa
(*) «También en nuestra época la missio ad gentes es la fuerza pujante del dinamismo fundamental de la Iglesia. El anhelo de evangelizar hasta los “confines”, testimoniado por misioneros santos y generosos, ayuda a todas las comunidades a realizar una pastoral extrovertida y eficaz, una renovación de las estructuras y de las obras... Evangelizar… requiere una Iglesia misionera toda ella en salida... Hay tanta necesidad de sacerdotes, de personas consagradas y fieles laicos que, aferrados por el amor de Cristo, estén marcados con el fuego de la pasión por el Reino de Dios y disponibles a encaminarse por la senda de la evangelización».
Papa Francisco
Discurso a la asamblea de las Obras Misionales Pontificias, Roma, 9-5-2014
P. Romeo Ballan, MCCJ
Mateo 28,16-20
HACER DISCÍPULOS DE JESÚS
Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a su Iglesia para cumplir fielmente su misión. El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección no los ha de llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le han escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más olvidados. Es esto precisamente lo que han de seguir transmitiendo.
Entre los discípulos que rodean a Jesús resucitado hay «creyentes» y hay quienes «vacilan». El narrador es realista. Los discípulos «se postran». Sin duda quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús, pronto se apagaría.
Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El Resucitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en él no vacilarán.
Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente «enseñar doctrina», no es solo «anunciar al Resucitado». Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del Resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»… pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.
Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo, compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él son vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque sean solo dos o tres.
Así es la comunidad cristiana. La fuerza del Resucitado la sostiene con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir como Jesús y desde Jesús. Él sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo… salvando.
José Antonio Pagola
https://www.gruposdejesus.com
CONTIGO AL FIN DEL MUNDO
Tras la Resurrección se fue. Y lo hizo abiertamente. Los discípulos se quedaron mirando atolondrados mientras se iba y pudieron ratificar que realmente se marchó. El Señor tenía que dejar claro que comenzaba una etapa nueva en su forma de estar con nosotros. ¿Qué relación no pasa en su historia por distintas fases para crecer? De hecho, Él insistió en que estaría acompañándonos todos los días hasta el fin del mundo. Por tanto, nada de ruptura. Su decisión apuntaba a un cambio cualitativo para impulsar la unión. Pero ¿cómo se puede permanecer cuando uno se va?
La presencia es algo tan misterioso que es casi imposible de definir. Porque no queda encerrada en los límites de lo físico. Trasciende lo que se puede ver y tocar. Por eso los sentidos más “adelantados” que mejor la perciben son el olfato y el oído. Se pueden escuchar sonidos reales que nos emocionan aunque estén lejos; se puede oler un aroma único que se nos escapa de las manos pero que nos rodea y envuelve, y nos hace soñar y recordar. La realidad es más amplia que aquello que abarcan nuestros ojos. Se puede reconocer al Señor en signos apenas perceptibles que muestran que de verdad no nos ha abandonado: personas que tienen sus mismos gestos, que pronuncian con autenticidad sus palabras, que son como una prolongación de su ser. Quizás por ello animó a los discípulos a guardar y reproducir todo lo que les había enseñado. Para que otros reconocieran su presencia en ellos y creyeran que el amor y la vida no tienen fecha de caducidad.
“No es lo mismo marcharse que huir”, escribió la poeta Gloria Fuertes. Tenía razón. Jesucristo no “se fue a por tabaco y no volvió” para evadirse de los problemas de este mundo, sino que, destruyendo a la muerte, fortaleció el vínculo que nos une, irrompible ya, para continuar actuando a nuestro favor de un modo distinto. Por eso quiso dejar claro que la resurrección no suponía irse Más Allá, a vivir cómodamente y disfrutar de un merecido descanso después de tanto sufrido. Con esa presencia nueva mostró que resucitar significa vivir más, amar más, compartir más plenitud. Una inyección de ánimo para vacilantes y temerosos. A Jesucristo resucitado, y a los que han resucitado con Él, nadie nos los puede arrebatar.
Así, ser misionero es posible. Contamos de verdad con unos aliados fieles e indestructibles ante las adversidades y la intemperie: El Señor y los que nos han precedido. Jesucristo nos hizo una promesa que ya ha cumplido: estar con nosotros hasta el fin del mundo. Y tú… ¿estarías dispuesto a irte con Él?
María Dolores López Guzmán
https://www.feadulta.com