La escena de “las tentaciones de Jesús” es un relato que no hemos de interpretar ligeramente. Las tentaciones que se nos describen no son propiamente de orden moral. El relato nos está advirtiendo de que podemos arruinar nuestra vida, si nos desviamos del camino que sigue Jesús.
Las tentaciones de Jesús y del discípulo-misionero
Génesis 2,7-9; 3,1-7; Salmo 50; Romanos 5,12-19; Mateo 4,1-11
Reflexiones
La celebración de la Cuaresma, signo sacramental de nuestra conversión, vuelve a proponer con fuerza los temas fundamentales de la salvación, y, por tanto, de la misión: la primacía de Dios, su plan de amor para el hombre, la redención que se nos ofrece en el sacrificio de Cristo, la lucha permanente entre pecado y vida de gracia, las relaciones de fraternidad y de respeto que el hombre debe tener con sus semejantes y con la creación... Son temas vitales que no atañen solamente a los cristianos, sino a todo ser humano.
Las tentaciones de Jesús (Evangelio) son otra forma de epifanía o manifestación de su identidad y personalidad espiritual. Junto con las Bienaventuranzas, también las tentaciones son elementos autobiográficos que ayudan a comprender al “personaje Jesús”: sus preferencias, criterios, opciones, renuncias, métodos. El jardín del Edén (I lectura) y el desierto (Evangelio) son dos escenarios llenos de presencia divina: es justamente en ese jardín donde “el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo”, convirtiéndolo “en ser vivo” (Gen 2,7); y es al desierto que Jesús fue llevado por el Espíritu, “para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1). Con su astucia, el tentador había conseguido alcanzar cierto resultado con la caída del primer Adán, pero, nos asegura S. Pablo (II lectura), la revancha de Dios ha sido más fuerte, con el derroche de gracia de Cristo, el nuevo Adán, que alcanzó a todos.
Algunos, en nombre de una falsa misericordia o pudor, pretenden devaluar la importancia de las tentaciones a las que Cristo se enfrentó realmente; las consideran indignas o imposibles para el Hijo de Dios. En cambio, para Jesús fueron verdaderas tentaciones, no un juego-ficción; verdaderas pruebas, así como lo son para el cristiano y para la Iglesia. El escritor ruso Dostoyevski consideraba el Evangelio de las tentaciones la página más grande de la historia humana, porque va al corazón de los problemas más difíciles para el ser humano: la libertad. Cada uno de nosotros está representado en las tentaciones de Jesús, ya que también nosotros estamos en permanente conflicto con “satanás”, con el mal (el egoísmo) que existe dentro y fuera de nosotros, con las injusticias, violencia, hambre. Debemos escoger continuamente entre las Bienaventuranzas y la lógica del dios-dinero. Por eso, al comienzo de la Cuaresma, se nos dice: «conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1,15).
Realmente Jesús se interrogó sobre las posibles opciones de método y de camino para realizar su misión de Mesías. Los caminos posibles eran por lo menos tres: el provecho (poseer), el prestigio, el poder. Los tres con un denominador común: la instrumentalización de Dios, de las cosas y del hombre. Cada una de las tres tentaciones representa un modelo de mesías: - 1. un “reformador social” (o sea, el provecho-posesión: convertir las piedras en pan para sí y para todos hubiera garantizado un éxito popular); - 2. un “mesías milagrero” (el prestigio: un gesto aparatoso, aun a costa de manipular a Dios, hubiera asegurado espectacularidad; - 3. un “mesías con poder” (el poder: basado sobre el dominio de las personas y de las cosas). Jesús nos invita a no ser tan solo mendigos de pan, sino sobre todo de buenas relaciones con Dios y con las personas humanas.
Son tres modelos de mesías - falsos, o por lo menos, ambiguos - que amenazan también la misión de los discípulos y de la Iglesia en cada tiempo y lugar. A veces se ha creído que poder, dinero, dominio, super-activismo, supuesta superioridad étnica o cultural… fueran caminos evangélicos y apostólicos. Para el misionero son tentaciones permanentes. Lleno de la fuerza del Espíritu, Jesús supera las tentaciones inspirándose en la Palabra de Dios, como único alimento capaz de saciar totalmente el corazón del hombre (v. 4); Él se fía del Padre y de su plan (v. 7); escoge respetar la primacía de Dios, el único que es digno de recibir la reverente adoración del hombre (v. 10). Hace pocas semanas, hemos celebrado el “Domingo de la Palabra de Dios”, en el que el Papa Francisco nos ha estimulado nuevamente a una lectura asidua de la Palabra de Dios, la cual nos ayuda a descubrir que Dios está presente en nuestra historia cotidiana y nos lleva a una gradual sintonía interior y exterior con su mensaje de vida. (*)
A la consecución de estos objetivos tiende también la práctica cuaresmal del ayuno, la oración, la limosna, la misericordia. Si estas prácticas se viven con un espíritu de compartir y de misión, nos ayudan grandemente a todos a vivir con esa moderación y sobriedad, que son caminos irrenunciables para la salvación de la humanidad entera. El mundo necesita operadores de misericordia y de solidaridad fraternal. Las tentaciones de Jesús eran como “tres atajos para no pasar por la cruz” (Fulton Sheen), pero Jesús acepta la cruz, con amor, y muere perdonando. Así ha vencido. Así nos ha salvado. ¡Y nos enseña cómo cooperar solidariamente a la salvación del mundo! ¡El Espíritu que condujo a Jesús en el desierto (cfr. Mt 4,1) nos acompañe a todos en el desierto de este mundo!
Palabra del Papa
(*) “Necesitamos la Palabra de Dios: en medio de tantas palabras diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino que nos habla de vida. Queridos hermanos y hermanas: hagamos espacio dentro de nosotros a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo o en el bolso, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad y que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida”.
Papa Francisco
Homilía en el Domingo de la Palabra de Dios, 26-1-2020
P. Romeo Ballan – MCCJ
Mateo 4,1-11
NUESTRA GRAN TENTACIÓN
La escena de “las tentaciones de Jesús” es un relato que no hemos de interpretar ligeramente. Las tentaciones que se nos describen no son propiamente de orden moral. El relato nos está advirtiendo de que podemos arruinar nuestra vida, si nos desviamos del camino que sigue Jesús.
La primera tentación es de importancia decisiva, pues puede pervertir y corromper nuestra vida de raíz. Aparentemente, a Jesús se le ofrece algo bien inocente y bueno: poner a Dios al servicio de su hambre. “Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”.
Sin embargo, Jesús reacciona de manera rápida y sorprendente: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de boca de Dios”. No hará de su propio pan un absoluto. No pondrá a Dios al servicio de su propio interés, olvidando el proyecto del Padre. Siempre buscará primero el reino de Dios y su justicia. En todo momento escuchará su Palabra.
Nuestra necesidades no quedan satisfechas solo con tener asegurado nuestro pan. El ser humano necesita y anhela mucho más. Incluso, para rescatar del hambre y la miseria a quienes no tienen pan, hemos de escuchar a Dios, nuestro Padre, y despertar en nuestra conciencia el hambre de justicia, la compasión y la solidaridad.
Nuestra gran tentación es hoy convertirlo todo en pan. Reducir cada vez más el horizonte de nuestra vida a la mera satisfacción de nuestros deseos; hacer de la obsesión por un bienestar siempre mayor o del consumismo indiscriminado y sin límites el ideal casi único de nuestras vidas.
Nos engañamos si pensamos que ese es el camino a seguir hacia el progreso y la liberación. ¿No estamos viendo que una sociedad que arrastra a las personas hacia el consumismo sin límites y hacia la autosatisfacción, no hace sino generar vacío y sinsentido en las personas, y egoísmo, insolidaridad e irresponsabilidad en la convivencia?
¿Por qué nos estremecemos de que vaya aumentando de manera trágica el número de personas que se suicidan cada día? ¿Por qué seguimos encerrados en nuestro falso bienestar, levantando barreras cada vez más inhumanas para que los hambrientos no entren en nuestros países, no lleguen hasta nuestras residencias ni llamen a nuestra puerta?
La llamada de Jesús nos puede ayudar a tomar más conciencia de que no sólo de bienestar vive el hombre. El ser humano necesita también cultivar el espíritu, conocer el amor y la amistad, desarrollar la solidaridad con los que sufren, escuchar su conciencia con responsabilidad, abrirse al Misterio último de la vida con esperanza.
José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com
Comentario a Mt 4, 1-11
Estamos en el primer domingo de cuaresma, tiempo fuerte de reflexión, tiempo oportuno para enderezar nuestros caminos, si en alguna parte se han torcido; tiempo conveniente para prepararnos a una vida nueva, vida de comunión con el Padre. Es un tiempo oportuno, para superar las tentaciones que se nos presentan en la vida, siguiendo el ejemplo de Jesús y de tantos santos, entre los que hoy destacamos la figura de San Daniel Comboni.
El evangelista Mateo coloca las tentaciones de Jesús al inicio de su vida pública, pero a mí me parece que estas tentaciones estuvieron siempre al acecho en cada paso que Jesús daba, exactamente como nos pasa a nosotros, porque vivir es elegir constantemente entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, entre el amor y la indiferencia, entre el egoísmo y la generosidad. Veamos:
1. ¿Qué voy a hacer de mi vida?
Jesús fue tentado al inicio de su misión. En ese momento crucial de su vida, Jesús se preguntaría: ¿Qué voy a hacer de mi vida? Podía dedicarse a enriquecerse y rodearse de comodidades, a ser alguien importante y poderoso, a imponerse como un líder político… Esa sería una tentación que se repetiría frecuentemente, especialmente cuando enfrentaba algún momento difícil de su vida. Es una pregunta-tentación también para nosotros. San Daniel Comboni, por ejemplo, se preguntaría alguna vez si no hubiera sido mejor cultivar una carrera eclesiástica cómoda y brillante, en vez de dedicarse a la ardua misión africana; podría haberse dedicado a vestir elegantemente, a comer bien, a recibir honores. ¿Queremos a veces recuperar lo que hemos dejado atrás cuando decidimos seguir las huellas de Jesús?
2. ¿Me canso de luchar y me acomodo a la mediocridad?
A un cierto punto de su vida, Jesús se dio cuenta que la misión iba a ser un “combate a muerte”; al acercarse a Jerusalén y ver que su proyecto encontraba mucha resistencia, probablemente Jesús sentía la necesidad de amoldar su proyecto, de rebajar la radicalidad, para que la gente lo aceptase… o abandonar y dedicarse a una vida sencilla y tranquila, “sin meterse en problemas”, como le pedía su familia. Comboni, en su vocación africana, afrontó impensables dificultades, algunas previstas, otras imprevistas y hasta sorprendentes. Pero no se dejó tentar por la tentación del abandono, ni por la del acomodo. Permaneció firme y fiel. ¿Me canso de luchar y me acomodo a la mediocridad?
3. El miedo al fracaso total
La última tentación de Jesús sería en la cruz, cuando todo parecía indicar que se había equivocado, que era un fracasado y que Dios estaba lejos. Igualmente, al final de su vida, Comboni veía que sus misioneros se le morían, que la obra no progresaba, que lo acusaban de idealista, de mal organizador, hasta de tener afectos equivocados… Su vida parecía un callejón sin salida. La tentación, como la de Jesús, sería la de la desesperación, la amargura y la renuncia… Por el contrario, como Jesús, respondió con una confianza total en Dios y en la misión que había emprendido: “Mi obra no morirá”. ¿En los momentos difíciles, me dejo llevar por la amargura, por la sensación de fracaso, por la desesperanza? ¿Sé ver la presencia de Dios más allá de las apariencias?
4. El triple contenido de la tentación
Según San Mateo, la tentación de Jesús tenía tres dimensiones, que nos son muy familiares también a nosotros:
-La tentación del consumismo y la comodidad… El ser humano es, en primer lugar, un ser débil, necesitado de alimento, techo, vestido y seguridad. Pero a veces esa necesidad se vuelve tan imperiosa y obsesiva que acumula cosas exagerada e innecesariamente hasta el punto de perder de vista otras dimensiones. A veces, esas necesidades se convierten en la razón principal de nuestra vida, quitándonos la libertad y la capacidad de amar.
-La tentación del poder. El ser humano está llamado a dominar, a proteger, a crear… Pero hay un dominio, que no viene de Dios sino de la serpiente. Es el poder que quiere anular, destruir, manipular. Jesús no se dejó tentar, porque tenía muy clara la soberanía de Dios. ¿Hago girar todo en torno a mi persona, a mis ideas y a mi control? ¿Impongo siempre mis ideas, mis horarios, mis necesidades? ¿Reconozco la soberanía de Dios sobre mi vida o me creo el centro del mundo?
-La tentación del prestigio, de la auto-estima. La palabra auto-estima es hoy una palabra “sagrada”. Es recomendada por psicólogos y maestros espirituales. Por supuesto que es importante tener una buena auto-estima. Pero se puede convertir en una gran tentación. Alguna vez he visto gente muy amargada porque no se le había reconocido su labor o su aporte. Esa persona trabajaba para que la alabasen… Cuando eso no sucedía, se venía abajo y ya no trabajaba ni colaboraba, como si su “ego” se desmoronase.
Frente a estas tentaciones, Jesús supo tomar las decisiones correctas, porque su personalidad estaba fuertemente arraigada en el amor del Padre, lo cual le permitía ser libre, generoso y confiado, incluso en los momentos más duros y difíciles. Como él y como Comboni no dejemos que la tentación nos paralice. Hay mucho que amar, hay mucho que hacer, hay mucha misión que nos espera.
P. Antonio Villarino
Bogotá