El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio. [...]
“En mar abierto”: amplitud y profundidad de la Misión
Isaías 6,1-8; Salmo 137; 1Corintios 15,1-11; Lucas 5,1-11
Reflexiones
“Rema mar adentro y echen las redes... Y, dejándolo todo, lo siguieron” (Evangelio, v. 4.11). Así, Pedro y sus compañeros. Lo mismo que Isaías, Pablo... y todos los que, a lo largo de los siglos, han acogido la invitación-mandato del mismo Señor de salir para una misión. Múltiples son las vocaciones y misiones, distintas en sus formas, recorridos y circunstancias, pero idénticas en su origen y finalidad. Las tres lecturas de este domingo presentan tres vocaciones típicas: Isaías, Pablo, Pedro, las cuales, aun siendo vocaciones personales y específicas, tienen muchos elementos comunes, como estos:
- 1. La iniciativa de Dios es el punto de partida de cualquier vocación-misión. Él es el que llama y envía. Isaías, en medio de una extraordinaria manifestación divina (I lectura), escucha la llamada de Dios que busca a alguien para enviarlo (v. 8). A Pablo se le aparece el mismo Cristo resucitado (II lectura) y le revela lo que debe anunciar (v. 3.8). Jesús predica desde la barca de Pedro (Evangelio), luego lo invita a remar mar adentro, a echar las redes, y hace de él un pescador de hombres (v. 4.10).
- 2. La experiencia de Dios, percibido como grande y santo, en contraste con la pobreza e indignidad del apóstol, es fundamental en la aventura de la vocación-misión. No se trata de tener visiones, sino experiencias interiores, que son diferentes para cada uno, pero necesarias para todos. Ante Aquel que es Tres-veces-Santo, Isaías se siente perdido, hombre de labios impuros, luego purificado (v. 3.5.7). Por su parte, Pablo se declara el último, indigno y perseguidor (v. 8.9). Y Pedro, ya tocado por la palabra de Jesús y asombrado por la pesca milagrosa, se reconoce pecador, se arroja a los pies de Jesús y le ruega que se aparte de él (v. 8.9). Por tanto, queda claro que Dios ha optado por servirse de instrumentos frágiles para realizar su salvación: los purifica y habilita para ser mensajeros y operadores de la misma (v. 10).
- 3.El Señor llama para una misión. Puede ocurrir que al comienzo la tarea no sea clara; se hará concreta más adelante. Lo que importa es la disponibilidad incondicional por parte de la persona llamada, una firma en blanco, como en el caso de Isaías (v. 8). Para Pablo la tarea consiste en anunciar el Evangelio: Cristo muerto y resucitado (v. 3-4.11). Pedro y los otros están llamados a remar mar adentro, a ser pescadores de hombres en un mundo vasto y complejo (v. 4.10).
- 4. La respuesta es el seguimiento: una respuesta que cambia la vida del apóstol. “Aquí estoy, mándame”, contesta Isaías (v. 8). Pablo está contento con ser lo que es, de haber trabajado y predicado (v. 10.11). Pedro y sus compañeros dejan las barcas y siguen al nuevo Rabí (v. 11). El encuentro con un acontecimiento, con una Persona, es indispensable para toda vocación-misión. (*)
- 5. La fuerza de la misión viene de Dios, no del apóstol. El fuego purificador ha quemado todas las resistencias e Isaías se anima a ir, enviado por el Señor (v. 8). Pablo reconoce que está actuando “por la gracia de Dios” (v. 10). A Pedro ya no le importa exponerse al riesgo de otra pesca infructuosa, e incluso a lo ridículo de pescar en pleno día, en contra de toda lógica humana. Se fía de Cristo: “por tu palabra...” (v. 5).
El "duc in altum" (rema mar adentro, v. 4) es la orden audaz de Jesús a Pedro: sumérgete en el vasto mar del mundo, enfréntate al poder del mal y a sus fuerzas mortíferas. Una orden que exige valentía, porque en el lenguaje bíblico el mar es también el lugar del ‘mal’, de la nada, del caos, de los poderes adversos; por eso, resulta aún más patente el señorío divino de Jesús que se impone a la tempestad, la calma, increpa al mar (cfr. Lc 8,22-25). La invitación a convertirse en ‘pescadores de personas’ significa encontrar a las personas allí donde estén, llevarles un mensaje de salvación, sacarlas del mal, devolverlas a la vida, así como ya lo explicaba S. Ambrosio: “Los instrumentos de la pesca apostólica son como las redes; en efecto, las redes no causan la muerte del que queda atrapado, sino que lo guardan con vida, lo sacan de los abismos a la luz”.
Mientras las redes de la pesca hacen morir al pez fuera del agua, la red del Evangelio salva y hace vivir. Pero ‘pescar personas’ excluye todo tipo de violencia, incluso psicológica; no significa atrapar a la gente, ni siquiera para hacer unos prosélitos. La invitación de Jesús es a sacar fuera del mar (=mal) personas vivientes. El proyecto de Dios es siempre para la vida y la libertad. Cristo no retira a sus pescadores del mar, del mundo, los quiere presentes en ellos, pero los guarda del Maligno (cfr. Jn 17,15) y los envía a salvar, hacer que las personas vivan. Esta era para Él la prioridad: salvar a las personas de la marginación, exclusión, muerte…, dar a todos vida y esperanza. Así Él lo hizo con leprosos, poseídos, adúlteros, samaritanos, pecadores, enfermos de todo tipo.
La acción del “duc in altum” (gr. ‘eis to bathos’) indica la vastedad, la dispersión por los caminos del mundo, pero sobre todo la profundidad a la que está llamada la misión. Jesús no confía a Pedro y a sus amigos una tarea sencilla, de superficie, sino de alta mar. Se señala aquí la obra de la evangelización en su complejidad, que abarca metas vitales, como: anuncio de Cristo, inicio de la comunidad, inculturación, promoción humana, etc. Una misión exigente, abierta a cada pueblo y cultura. El “duc in altum” es un estímulo para empresas valientes. Partiendo del 'duc in altum' San Juan Pablo II presentó el programa misionero de la Iglesia para el Tercer Milenio, como se lee en la Carta apostólica Novo Millennio ineunte (6-1-2001). Un programa a realizarse “aguzando la vista” y con un “gran corazón” (n. 58). Si se quiere llegar lejos, es preciso mirar muy alto. Sin mediocridad, ni miedo. El Espíritu empuja a la Iglesia misionera a ir siempre más allá. A todos.
Palabra del Papa
(*) “No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»... Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros ”.
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), n. 7-8
P. Romeo Ballan, mccj
Un comentario a Lc 5, 1-11
Después del Sermón programático de Jesús en Nazaret, Lucas nos cuenta, en su quinto capítulo, una historia llena de sentido que me atrevo a resumir en algunas breves consideraciones:
1) El escenario, el lago de Genesaret: Jesús, en este caso, no está en la sinagoga ni en ningún espacio religioso. Sabemos que Jesús también predicó en la sinagoga y aprovechó las lecturas bíblicas durante el culto oficial. Pero la mayor parte de la acción y la enseñanza transmitida en los evangelios trascurre en la calle, en los caminos, en los mercados, en los lugares de trabajo y de convivencia pública.
La religión, como cualquier realidad humana, necesita espacios y tiempos “sagrados”, reservados. Pero no queda reducida a ellos. Porque la verdadera religión tiene que ver con el sentido profundo de la vida misma: el trabajo y la amistad, la enfermedad y las inquietudes, los gozos y las angustias de la existencia humana. ¿Vivimos nuestra fe en diálogo con la cultura y los problemas de nuestro tiempo o preferimos vivir como en un gueto?
2) La muchedumbre que se agolpaba a su alrededor. Las multitudes buscaban a Jesús, hambrientas de verdad y salud, de misericordia y cercanía afectiva. Pienso que estas multitudes siguen existiendo hoy, hambrientas de verdad sobre la vida, de consuelo en momentos de enfermedad y angustia; de luz para saber cómo relacionarse con los demás, cómo vivir el matrimonio; cómo salir adelante en medio de las tensiones; cómo superar enfermedades, para cuya cura no tienen dinero…
3) Enseñaba desde la barca. Al ver a la multitud de desheredados, de gente confusa y ansiosa, de personas con hambre de ser iluminadas, Jesús se sienta a compartir lo que sabe. Y, en otra parte, se nos dice que “enseñaba con autoridad”.
En nuestros tiempos abundan los maestros en los medios de comunicación, en los lugares de trabajo… en todas partes. El problema es: ¿dicen la verdad? Hay mucha inconsciencia, ingenuidad, arrogancia y quizá hasta mala fe.
Podemos preguntarnos: ¿A quién escuchamos nosotros? ¿A quién tomamos como maestros? Podemos preguntarnos también si nosotros nos sentimos con autoridad para enseñar o si repetimos fórmulas aprendidas de memoria, pero no interiorizadas, por lo que no tienen ningún poder de convocatoria o de iluminación; fórmulas muertas que no han sido confrontadas con la vida desde la experiencia del poder de Dios.
4) Rema mar adentro. A un cierto momento Jesús invita a los discípulos a ir mar adentro. Sin duda, la expresión evangélica pretende decir algo más que la simple experiencia de un pescador. Si se nos cuenta aquí, tiene algún significado más profundo, relacionado con el seguimiento de Jesús y con la experiencia de la primera Iglesia.
Desde su enseñanza, Jesús invita a los discípulos a adentrarse en el profundo sentido de una vida vivida desde la confianza en Dios, una vida basada en el sermón de la montaña, hecha de confianza, sencillez, honestidad, misericordia, perdón, donación total de sí mismo…
El que haya pretendido vivir así sabe que le entran mucha dudas, que muchas veces tiene la sensación de ridículo y de fracaso; de que muchas veces uno piensa que no es así, que hay que ser “realistas” y vivir basados en el dinero, el poder, el placer, es decir, los instintos básicos. ¿Por qué aventurarse más allá?
Como Pedro, la Iglesia tiene experiencia de que no es fácil pescar (vivir plenamente) en el proceloso mar de la vida; muchos fracasan y vuelven a la tierra firme de los instintos básicos. Pero Pedro una vez más, motivado por la palabra de Jesús, se anima a hacer un nuevo intento. Esta aventura de remar mar adentro sólo es posible si la palabra de Jesús nos calienta el corazón una y otra vez.
5) Pescaron gran cantidad de peces. La palabra de Jesús no es vana. De hecho, se produce el milagro. En la historia de la Iglesia se ha producido una inmensa cantidad de milagros de amor: desde San Pablo hasta la Madre Teresa de Calcuta, desde Francisco de Asís hasta Francisco Javier, desde Teresa de Ávila hasta Edith Stein. En nuestra propia vidas e produce con frecuencia el milagro del bien hecho.
6) Soy un hombre pecador. El éxito apostólico, si es auténtico, lejos de producir arrogancia y orgullo tonto, produce una experiencia de indignidad, de ser pecador, de que uno lleva un tesoro en vasija de barro. A veces la gente se acerca a nosotros, como si fuéramos algo, como si nuestra oración valiera más… Y nosotros sabemos lo pecadores que somos. Muchas veces nos dan ganas de dejar la misión, porque hasta nos da una cierta sensación de hipocresía, de aparecer como si fuéramos nosotros, cuando es la palabra de Jesús. El apóstol lleva consigo su propia realidad de pecado. A veces quisiera que el Señor le liberara de ello, pero, como a San Pablo, se le dice: “te basta mi gracia”. Si eres discípulo misionero, no quieras ser especial, tú sigues siendo un pecador, como todos los demás.
7) No temas, serás pescador de hombres. La vocación se produce en el intersticio de esta doble conciencia: de la fuerza de la palabra de Jesús, por una parte, y de la conciencia de pecado, por otra. En esa realidad se produce el llamamiento: A pesar de ser pecador, no temas; yo te llamo para que remes mar adentro en el Reino y seas pescador de hombres. ¡Ánimo, no te detengas ni siquiera ante tu propio pecado! ¡Rema mar adentro! Hay mucho que vivir, mucho que hacer.
P. Antonio Villarino, Bogotá
Lucas 5,1-11
LA FUERZA DEL EVANGELIO
José A. Pagola
El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.
El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios. No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.
No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.
También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.
En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de manera imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años. No hemos de engañarnos.
Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.
Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos “haciendo cosas” desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?
¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo?. Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas, sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas se encuentran con testigos que irradian el fuego de Jesús.
[musicaliturgica]