Después de cinco domingos leyendo el capítulo sexto de Juan (sobre Jesús Pan de Vida), volvemos ahora a la lectura continuada de Marcos, que habíamos dejado en Galilea, orando, caminando sobre el lago, curando enfermos… anunciando el Reino de Dios, hecho de cercanía, misericordia y verdad.

Lo que importa es el corazón

Un comentario a Mc 7, 1-8.14-15.21.23

En la lectura de hoy lo vemos enfrentado nítidamente a un grupo de personas –fariseos y escribas- que confundían las normas y tradiciones humanas (incluso religiosas) con el verdadero culto a Dios. No es un tema del todo nuevo, ya que los profetas de Israel llamaban continuamente la atención a los judíos sobre la tentación de quedarse en las formas, pero sin un corazón sincero. De hecho Jesús cita un texto de Isaías que es tan claro y contundente que penetra como un cuchillo afilado en la hipocresía y falsedad:

“Este pueblo me honra con los labios,
Pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden culto,
Enseñan doctrinas que son preceptos humanos” (Is 29, 13).

Y Jesús insiste:
“No es lo que viene de fuera
lo que contamina al ser humano,
sino lo que sale de dentro”.

Me parece que no hay que darle muchas vueltas. No se trata de despreciar las normas y leyes humanas (civiles y religiosas). Nada de eso. Jesús se mostró, en general, respetuoso y obediente a las leyes de su pueblo y de su comunidad religiosa. Eso es de sentido común, de respeto al grupo humano del que formamos parte y de solidaridad. Pero no debemos confundir las buenas formas humanas con el “verdadero culto a Dios”, sobre todo, cuando detrás del cumplimiento de normas y tradiciones se esconde un corazón torcido, soberbio y desconfiado.

El culto, dice Jesús, es verdadero cuando tiene su raíz en un corazón recto, verdadero y misericordioso. El árbol no da mejores frutos porque le abrillantemos las hojas, sino por el tipo de tierra en la que hunde sus raíces. De la misma manera, no se cambia la actitud de una persona con ritos externos, sino con la Palabra de Dios, acogida en un corazón abierto, sincero y recto. Así es el corazón de Jesús, con el que nos identificamos al comulgar cada domingo. De ese corazón nacen siempre nuevos frutos: buenas obras, nuevas tradiciones, nuevas formas de culto…. Donde hay vida, surge la vida.

Dame, Señor, un corazón sincero, sensible y abierto a tu Espíritu que constantemente lo hace todo nuevo.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Marcos 7, 1-23

LA QUEJA DE DIOS
José Antonio Pagola

Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Les acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla. Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?

Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta de Israel, esta es la queja de Dios. «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí». Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón «está lejos de él». Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.

Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero en la que faltan los frutos de una vida fiel a Dios. La doctrina que enseñan los escribas son preceptos humanos. En toda religión hay tradiciones que son «humanas». Normas, costumbre, devociones que han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de lo que Dios espera de nosotros. Nunca han de tener primacía.

Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su pensamiento con unas palabras muy graves: «Vosotros dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana, lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas, por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
José Antonio Pagola