Miércoles 4 de diciembre 2019
El Papa Francisco recibió el viernes 29 de noviembre 2019 al prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Becciu, y autorizó la promulgación de nuevos decretos que darán a la Iglesia 1 nuevo santo, 2 beatos, 17 mártires y el reconocimiento de las virtudes heroicas de 6 siervos de Dios. Los nuevos beatos serán los italianos P. Olinto Marella, sacerdote diocesano, y el P. Giuseppe Ambrosoli, misionero comboniano que falleció en Uganda.
El Papa reconoció el milagro realizado por la intercesión del Beato Luigi María Palazzolo, sacerdote, fundador de las Hermanas de los Pobres – Instituto Palazzolo. Los nuevos beatos serán los italianos, P. Olinto Marella, sacerdote diocesano; y el P. Giuseppe Ambrosoli, Misionero Comboniano del Corazón de Jesús que falleció en Uganda. También se ha reconocido el martirio de Cayetano Giménez Marín y 15 compañeros, sacerdotes y laicos, asesinados por odio a la fe durante la Guerra Civil en España en 1936 ; y el P. Giovanni Francesco Macha, sacerdote diocesano polaco que murió por odio a la fe en Katowice (Polonia) en 1942.
Además se reconocieron las virtudes heroicas de los siervos de Dios Mons. Ovidio Charleobois, Obispo de Berenice (Canadá) perteneciente a la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y Mons. Michele Wittmann, Obispo de Miletopoli y auxiliar de Ratisbona (Alemania). Así como del P. Olinto Fedi, sacerdote diocesano, fundador de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada; Giacomo Bulgaro religioso de la Orden de los Frailes menores conventuales; Sor Juana María Bautista Solimani, fundadora de la Congregación de las Eremitas de San Juan Bautista y de la Congregación de los Sacerdotes Seculares Misioneros de San Juan Bautista; y Sor Ana de Jesús de Lobera, religiosa de la Orden de las Carmelitas Descalzas, que nació en Medina del Campo (España y falleció en Bruselas (Bélgica). https://www.aciprensa.com
En el mundo de la información, incluida la religiosa, multitud de cosas importantes pasan desapercibidas. Este es el caso de la aprobación, por parte del Papa, el pasado 30 de noviembre, de la próxima beatificación del médico misionero padre Giuseppe Ambrosoli, un comboniano que murió en Uganda en 1987 en circunstancias trágicas después de tres décadas de entrega heroica a los más pobres. Tuve la inmensa suerte de vivir con él durante un año en la misma comunidad.
Es sabido que el último paso antes de aprobar una beatificación es el reconocimiento de un milagro. En el caso del padre Ambrosoli, se le atribuye la curación de una joven mujer ugandesa llamada Lucy que estaba agonizando en el hospital de Matany el 25 de octubre de 2008. Aquejada de una enfermedad grave, acababa de perder el hijo que esperaba. El médico que la asistía puso bajo la almohada una estampa de Ambrosoli y, durante toda la noche, rezo al “gran médico”. Con gran sorpresa de todos, al día siguiente la mujer se curó, sin que ningún criterio medico pudiera explicar este cambio repentino, y pudo regresar a su casa.
Que Ambrosoli tenía ya fama de santidad incluso en vida pude comprobarlo yo mismo en 1985 y 1986 en la misión de Kalongo, un remoto villorrio perdido en la sabana del norte de Uganda donde desembarco en 1956. Cuantas veces me encontré con enfermos que, tras un penoso viaje en el sillín trasero de una bicicleta, llegaban al hospital y pedían verle directamente, convencidos de que solo con que el “medico de Dios” los tocara sanarían al instante. No creo que fueran solo beaterías propias de personas con poco sentido crítico. Una de las cosas que he aprendido en África es que los más pobres tienen un sexto sentido para detectar de quien pueden fiarse. Y para personas que tienen un gran sentido religioso, saben quien es de verdad una persona de Dios.
Ambrosoli había nacido en 1923 en la provincia italiana de Como. Hijo de un rico industrial muy conocido por productos como la miel y los caramelos (que no faltaban nunca en el comedor de la misión, para gran alegría de los niños y algún que otro adulto goloso como yo), estaba destinado a heredar la pujante empresa familiar. Pero prefirió renunciar al mundo empresarial y dedico sus años jóvenes a estudiar medicina, con una especialización en patologías tropicales que obtuvo en Londres. Nada más obtener el título de médico, entro en los misioneros combonianos, donde estudió teología y fue ordenado sacerdote en 1955.
Cuando Ambrosoli llego a Kalongo, la misión contaba con un dispensario bastante modesto. Con mucho esfuerzo, lo levanto hasta convertirlo en un hospital. Fundo también una escuela de enfermeras obstétricas que funciona hasta hoy con gran competencia. Volcado completamente en el trabajo, vivió siempre de forma muy espartana hasta el punto de cuidarse muy poco. En bastantes ocasiones le vi abrir paquetes que le llegaban de su familia y en cuestión de pocos minutos repartir alegremente todos los regalos entre enfermeras, trabajadores del hospital y compañeros de comunidad, hasta quedarse sin nada para él.
Cuando yo llegue a Kalongo, a donde los superiores enviaron a un jovenzuelo como yo que acababa de ser ordenado diacono, le oí decir que los médicos le acababan de diagnosticar una insuficiencia renal seria. Desoyó sus consejos de quedarse en Italia y acepto, no sé si muy convencido, aceptar una rutina con pocas horas de trabajo al día para no forzar demasiado la máquina.
Pero lo de guardar reposo duro poco tiempo. En enero de 1986 el actual presidente de Uganda tomo el poder por la fuerza con su grupo de insurgentes, y en el norte -de donde procedían la mayor parte de los soldados del derrocado gobierno- vivimos varios meses muy tensos, con venganzas contra personas del sur, muchas de las cuales vinieron a refugiarse en el hospital. Ambrosoli, respetado por todos, consiguió salvar muchas vidas. A los pocos meses estallo una rebelión en toda regla de los antiguos soldados y Kalongo se quedó aislado en medio de un infierno de combates, emboscadas y desplazados que huían de las represalias en los poblados. El gran medico empezó a pasar en el quirófano jornadas interminables de una operación tras otra que, sin duda, quebraron su ya delicada salud.
Zarandeado psicológicamente por lo que era mi primera experiencia de una guerra, me impresiono la gran serenidad con que Ambrosoli vivió aquellos acontecimientos. Nunca le vi irritado, ni ansioso, ni mucho menos enfadado con nadie. Nada más acabar las operaciones del día iba directamente a la iglesia, donde pasaba horas y horas en profunda oración.
Sus últimas semanas fueron heroicas. A finales de enero de 1987, ante el recrudecimiento de los combates, el ejército gubernamental tomo la drástica decisión de obligar a todo el personal de la misión de Kalongo a marcharse con un convoy militar. Antes de partir, los soldados quemaron los almacenes para evitar que alimentos y medicinas cayeran en manos de los rebeldes. Tras un viaje de 120 kilómetros a paso de hombre, que duro muchas horas, los misioneros llegaron a la ciudad de Lira. Con la salud destrozada, Ambrosoli dedico las últimas semanas de su vida a hacer mil gestiones para trasladar la escuela de enfermería a otro lugar y que sus alumnas no perdieran el curso escolar. Nada más terminar, cayo agotado y murió en Lira, entonces aislada por la guerra. El, que había salvado tantas vidas, no pudo recibir la asistencia médica que le hubiera puesto a salvo.
Un querido compañero que paso sus últimos días a su lado me dijo que, el día en que expiro, le hizo el siguiente comentario: “Giuseppe, todo esto es demasiado!” Ambrosoli le respondió con serenidad: “Lo que Dios quiere nunca es demasiado”.
Los misioneros pudieron volver a la mision de Kalongo cuatro anos mas tarde. El cuerpo de Ambrosoli fue exhumado y trasladado alli en 1994.
Jose Carlos Rodriguez Soto
04.12.2019