P. Carmelo Casile: “La formación permanente en su dimensión eclesial”

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Jueves, 22 de noviembre 2018
“La tercera parte de la Regla de Vida trata sobre el Servicio misionero del Instituto, que incluye tres actividades fundamentales y concomitantes: Evangelización (56-71), Animación Misionera (72-79), Formación de base y permanente (80-101). (…) Con la presente reflexión queremos profundizar en el nexo existente entre Evangelización, Animación misionera y Formación permanente, subrayando así la dimensión eclesial de la Formación permanente. Para lograr este objetivo, es preciso enfocar algunos elementos necesarios o característicos de cada una de estas tres partes de nuestro servicio misionero, así como son percibidos en el momento actual de la vida de la Iglesia. Agruparemos Evangelización y Animación misionera, haciendo resaltar sus elementos comunes.” (P. Carmelo Casile, comboniano). En la foto: P. Antonio Bonato, comboniano, en Anchilo, Mozambique.

LA FORMACIÓN PERMANENTE
EN SU DIMENSIÓN ECLESIAL

La tercera parte de la Regla de Vida trata sobre el Servicio misionero del Instituto, que incluye tres actividades fundamentales y concomitantes: Evangelización (56-71), Animación Misionera (72-79), Formación de base y permanente (80-101).

Las respectivas secciones son explicitación práctica de la Finalidad del Instituto en su triple dimensión tal cual es presentada en los números 13 y 14.

Evangelización, Animación misionera, Formación de base y permanente son actividades interdependientes, que forman parte del único Servicio Misionero del Instituto.

Un hecho que merece particular atención es que cada sección enfoca la relación que cada una tiene con la Formación permanente. En efecto, se resalta la relación que existe entre testimonio personal y comunitario y proclamación del mensaje evangélico (RV 58), entre renovación del misionero y animación misionera (RV 74); de igual manera es subrayada la unidad interna entre Formación de base y permanente y la continua integración entre servicio misionero y vida religiosa en continua renovación (RV 80-85; 99).

Con la presente reflexión queremos profundizar en el nexo existente entre Evangelización, Animación misionera y Formación permanente, subrayando así la dimensión eclesial de la Formación permanente. Para lograr este objetivo, es preciso enfocar algunos elementos necesarios o característicos de cada una de estas tres partes de nuestro servicio misionero, así como son percibidos en el momento actual de la vida de la Iglesia. Agruparemos Evangelización y Animación misionera, haciendo resaltar sus elementos comunes.

1. EV ANGELIZACION Y ANIMACION MISIONERA

La Regla de Vida nos da de ambas una visión, que tiene como elemento fundamental el hecho vocacional bautismal y específico de cada miembro del pueblo de Dios en la Iglesia (RV 62-64; 72-77).

Esta visión está en sintonía con el redescubrimiento de la naturaleza profunda del ser de la Iglesia. En efecto, "Iglesia" significa "asamblea de los llamados". Cada hombre que entra a hacer parte del pueblo de Dios es un "llamado" a la comunión vital con Dios Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Pero, esa comunión que lleva a los creyentes a sentarse a la mesa del Padre, los lleva también a convertirse en participantes en el ministerio del designio de Dios, es decir, a cooperar con él en la formación y en la expansión del pueblo de Dios y a orientar hacia Dios Padre en Cristo todas las cosas.

Por tanto, la comunidad cristiana es el lugar de la vocación, el lugar donde Dios envía los signos y donde ayuda a discernirlos. Es en el íntimo de la experiencia cristiana comunitaria que los fieles reciben los signos y se vuelven capaces de interpretarlos en la confrontación con los otros hermanos.

La óptica de la Regla de Vida nos ayuda a entender que en la Evangelización se trata ante todo de iniciar a una vida eclesial de comunión y participación; y de igual manera que en la animación misionera no se trata apenas de despertar en las personas el interés y la colaboración para determinados problemas o aspectos de la misión "ad gentes", sino sobre todo de motivar a los cristianos a fin de que tomen conciencia y vivan la realidad de su inserción vital en Cristo, que los hace partícipes de su misión salvífica, con un ministerio bien definido dentro de la Iglesia y con respecto a su actividad misionera "ad gentes".

La conciencia y la responsabilidad misioneras existen y se desarrollan en la medida en que la vida cristiana es vivida como vocación-misión. A partir de esta percepción y vivencia nace la vocación misionera específica y las varias formas de cooperación a la actividad misionera "ad gentes".

En esta óptica, resulta claro que la evangelización, la animación misionera genérica y la promoción vocacional específica, están profundamente unidas entre sí, teniendo en común el punto de partida y también de llegada, es decir, la toma de conciencia y la vivencia de la vida cristiana como vocación-misión.

Una visión global teológico-pastoral de la vocación-misión del pueblo de Dios la encontramos en el prólogo de la 1a Carta de Juan (1, 1-4). En este pasaje podemos apreciar el sentido dinámico de la vocación cristiana, pues los aspectos teologal, eclesial y cristológico de la vocación están resumidos en estos versículos, que plantean una visión abierta y solidaria de la vida cristiana entendida como vocación-misión, que se convierte en reto para la evangelización en general y en particular para la pastoral de la orientación y opción vocacional.

Este sentido dinámico de la vocación cristiana puede concretizarse en las siguientes líneas de acción:

A.- Una triple iniciación

En primer lugar es preciso iniciar a los cristianos en el misterio trascendente de Dios, sin perder de vista la relación con el mundo, sediento de Dios y hecho para Dios.

El contenido de la predicación apostólica es la manifestación del Padre que llama al hombre a la comunión de vida con la SS. Trinidad.

Dios-Padre es "el que llama" (1Tes 2, 12; 5, 24) "a compartir su propio Reino y Gloria" (1Tes 2,12), "a la vida eterna" (1Tim 6, 12), con una vocación "a ser santos" (2Tim 1,9), pasando de las tinieblas a su luz admirable (1Ped 2, 9), para compartir con Cristo su "eterna Gloria" (1Ped 5, 10). La meta del llamamiento del Padre es la comunión con su Hijo (1Cor 1,9), para vivir en la libertad (Gál 5,13), en la paz (Col 3,15), y compartir una sola esperanza (Col 1,27).

En segundo lugar es necesario iniciar a los cristianos en el misterio de la Iglesia. Para la santidad de ella y la realización de su misión salvífica contribuyen en diversa medida los dones personales concedidos por el Espíritu de Jesús: la complementariedad y la variedad de los servicios de las vocaciones serán comprendidas e integradas en la unidad articulada del Cuerpo de Cristo (cf. 1Cor 12,4-11).

En tercer lugar una vida comunitaria articulada, es decir, basada en el principio de la subsidiaridad que haga posible una auténtica vida de comunión y participación, inicia a los fieles en la imagen cristiana del hombre, porque los ayuda a entender que la respuesta a una vocación específica está integrada con la libertad, con el desarrollo completo de la personalidad y con la presencia activa en el mundo.

En una comunidad cristiana bien articulada, fiel al llamamiento de Dios, enraizada en una vida de fe viva y de oración para el discernimiento, abierta a la misión salvífica de la Iglesia, los jóvenes son impulsados interiormente a realizar de una manera vital la comunión con Dios y por consiguiente a encarar la vida como vocación-misión.

B. - La formación de grupos que viven intensamente el Misterio Pascual

Una comunidad cristiana local que quiere vivir la triple iniciación ya mencionada, encuentra espacios para grupos de vida y de apostolado. En efecto, para encarnar la "vocación celestial" (Heb 3,1) y asumir la misión que de ella nace, los cristianos necesitan vivir una intensa experiencia espiritual, que es viable a través de los impulsos de las relaciones interpersonales en la fe que los cristianos establecen en el grupo de que hacen parte.

En estos grupos la lectura meditada de la Biblia y la puesta en común de reflexiones suscitadas por la escucha de la Palabra de Dios, encuentran su cumplimiento en la vida sacramental, sobretodo en la Eucaristía, celebrada como fiesta de la familia de Dios y de la presencia de la comunión y del amor en medio de la comunidad humana.

Preparación y consecuencia de la comunión, fomentada por la Palabra de Dios y por el don de la Eucaristía, será la amistad, buscada y cultivada con el empeño de todos en el grupo y con la participación en los problemas y dolores del mundo, a partir del ambiente en que el grupo vive. Se trata de integrar los medios tradicionales y constitutivos de la vida de la Iglesia en una visión dinámica de la propia Iglesia y del mundo.

En la creación o acompañamiento de estos grupos serán privilegiados los grupos juveniles. A través de la vida de grupo, el joven tiene la posibilidad de elegir conscientemente su camino sin perder de vista el conjunto de relaciones de su existencia: a través de una serie de compromisos el joven descubre gradualmente que cada vocación para un servicio de la Iglesia es siempre, al mismo tiempo, un servicio de Dios y una respuesta a las necesidades de los hombres de hoy; en esta medida él permite la expansión de su personalidad.

C. - Diálogo y testimonio

La opción vocacional de la comunidad cristiana local como tal y la opción vocacional específica de sus miembros, como también el correspondiente crecimiento vocacional, dependen del diálogo y del testimonio en el interno de la propia comunidad.

Entre testimonio mediante la vivencia vocacional y elección de la vocación específica se establece una relación fecunda: la vocación específica nace por ósmosis o por contagio de la intensidad del testimonio.

Como la Palabra evangélica corría y se difundía bajo la acción del Espíritu Santo y de la vida de la comunidad primitiva (cf. Hech 2,44; 4,32-35), así hoy en día el llamamiento de Dios a sus hijos se transmite por la fuerza del mismo Espíritu y por el testimonio de vida de los miembros de la comunidad cristiana.

La vocación bautismal y específica están unidas a una vida, más bien a una transfusión de vida, de libertad, de esperanza, de certezas cristianas, que la familia, la comunidad local y la Iglesia universal alimentan en sí mismas y, a partir de sí, transmiten como empeño y promesa divina a los hombres de hoy.

En fin, la animación misionera y dentro de ella la promoción vocacional no son capítulos a parte del servicio misionero que realizamos, no son actividades realizadas "por delegación", sino un elemento esencial que da un tino particular a la evangelización.

2. FORMACIÓN PERMANENTE

El redescubrimiento del dinamismo de la vida cristiana como vocación-misión en continua actuación existencial, interpela de manera particular a los Religiosos (cf. PC 1-2) y, por tanto, también a nosotros Misioneros Combonianos.

La Vida Misionera Religiosa, nacida como fruto de la intensidad de la vida bautismal (RV 20.1) y vivida bajo el dinamismo de la reciprocidad consagración-misión (RV 10), pierde la fisionomía de "cosa poseída" para hacer algo, y por tanto, de simple función, o tarea a cumplir en la Iglesia, y pasa a ser encarada como fuerza dinámica que se desarrolla y crece en virtud de una realidad interna, que es la potencia del Espíritu Santo, la cual se encarna en el seguimiento radical de Jesús para un servicio en función de la realización de la misión salvífica de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (RV 10.1-3; 21).

Tomada como punto de referencia esa visión dinámica de la vocación, podemos trazar el siguiente cuadro de la Formación permanente:

2.1. Sentido y valor de la Formación permanente.

A. - Para el misionero.

«La formación comboniana debe entenderse como una gradual asimilación de la sequela Christi vivida por Comboni, concretada en el servicio misionero ad gentes según los signos de los tiempos. La misión, como afirma el Fundador en la introducción a las Reglas de 1871, ilumina y determina el camino formativo, a fin de que los misioneros sean "santos y capaces". Hoy más que nunca estas palabras son actuales y dignas de la máxima atención» (Ratio Ed. 1991, 4-52 ; Ed. 2015, 15-51; AC '91,34).

Por tanto, la Formación permanente del misionero es ante todo una actitud personal con vista a corresponder a la llamada de Dios en las opciones concretas de la vida (RV 20) mediante un continuo crecimiento en Cristo y en la identificación con el carisma del Instituto (RV 99; 100; 100.1).

En efecto, la vocación no pertenece al orden del tener o del hacer, sino del ser-en-relación para hacer: la vocación es una peculiar manera de estar en relación con Dios que desemboca en una peculiar misión a cumplir; por tanto, se desarrolla con el desarrollarse de la propia personalidad, estableciéndose una reciprocidad dialéctica entre vocación y misión; nunca es prefabricada, sino que se va construyendo, siendo siempre punto de partida y de llegada; y, por eso mismo, es descubierta y realizada en lo cotidiano de la vida...

Por eso, el misionero religioso debe permanecer y reencontrarse continuamente y cada vez más en su identidad vocacional. Esto es indispensable para su sobrevivencia humana y cristiana y para mantenerse positivamente como apóstol consagrado en un mundo en continua y cada vez más rápida evolución.

Asumida como un proceso que dura toda la vida (cf. RV 85), la Formación permanente puede ser mejor comprendida relacionándola con la tradicional "gracia de la perseverancia" . Perseverancia en la vocación es "permanecer fiel" en el llamamiento siempre nuevo y existencial a vivir diariamente la propia entrega a Cristo, según las exigencias de la consagración misionera. Sin la Formación permanente, el religioso no corresponde a su vocación en las opciones concretas de la vida y acaba por convertirse en un peso inútil y en un obstáculo, para que los misioneros sean "santos y capaces" (cf. AC '91,34).

B. - Para la comunidad

Sin embargo, el religioso no logra crecer vocacionalmente ni renovarse si no encuentra una comunidad dinámica, motivada y ocupada en convertirse, en crecer en la experiencia de Dios en Cristo (cf. RV 46), para mejor discernir y realizar el designio divino a su respecto (cf. RV 39; 100; 100.2-3).

Por eso, el Capítulo '91 insiste en subrayar que "lugar privilegiado de la formación permanente es la comunidad local" (AC '91, 38.1).

Sin el empuje de la Formación permanente, la comunidad se vuelve burocrática, árida y estéril y, por eso, masificadora y despersonalizadora, también cuando sea constituida por un número reducido de miembros.

En efecto, falta a los miembros que la componen, el clima vital necesario para progresar en su camino de identificación vocacional, que es bastante largo. Según el P. Federico Ruiz, OCD, la duración normal para el desarrollo de una vocación religiosa es de 40-60 años. A lo largo de todo este tiempo, la vocación continúa a fluir, a expandirse interna y exteriormente. Pero necesita de un clima y de un ritmo adecuado. Al contrario, deja de crecer y entra en el camino de la involución, cuyo resultado es el subdesarrollo o enanismo espiritual y vocacional. La pérdida o el daño más grave para la Vida religiosa es constituido por las tantas vidas que perseveran en situación de estancamiento o de involución espiritual.

Los animadores cualificados en la Formación permanente a nivel personal y comunitario son la dirección general y las direcciones provinciales y los superiores locales (cf. Ratio Ed. 1991, 530-531; Ed. 2015, 542-548)

El contenido de la Formación permanente se refiere a los varios aspectos inseparables de la Vida del misionero religioso.

2.2. Contenidos y medios para la Formación permanente

A. - Aspecto espiritual

Este aspecto abarca el crecimiento en la vida de fe, esperanza y caridad; la oración personal y comunitaria; la vida eclesial-litúrgico-sacramental; el conocimiento y la asimilación del carisma del Fundador (cf. AC '91: Primera Pista: Espiritualidad Comboniana); el crecimiento en el seguimiento de Cristo mediante la práctica cada vez más generosa de los consejos evangélicos.

B. - Aspecto intelectual

Para lograr este objetivo, contribuyen la profundización teológica en sus varios aspectos; el estudio de la cultura del pueblo o grupo humano con quien se trabaja; el estudio técnico profesional; el estudio de la realidad sociopolítica-económica-religiosa en la que se trabaja, de la realidad eclesial y misionera y de la realidad interna de nuestro propio Instituto. (cf. AC '91, 2-4).

C. - Aspecto apostólico

Implica la actualización misionera en los contenidos y en la metodología; el conocimiento y la disponibilidad para hacer nuevas experiencias en armonía con la Iglesia local (cf. AC '91: Quinta Pista: Metodología misionera comboniana).

D. - Aspecto comunitario

Incluye la dinamización de los miembros de la comunidad, para que progresen en la caridad fraterna a través de la comunión de los bienes espirituales y de la consiguiente valoración de cada persona según los dones recibidos del Espíritu Santo.

Este aspecto incluye también la apertura para con las varias experiencias eclesiales en una actitud positiva de dejarse enriquecer y de enriquecer (cf. AC '91: Segunda Pista: Comunidad misionera comboniana).

E. - Medios para la Formación permanente

a) El proyecto comunitario: Entre los medios para dinamizar la comunidad con respecto a la Formación permanente merece un lugar privilegiado la elaboración del "proyecto comunitario".

El Capítulo de 1985 propone que cada comunidad local elabore y revise todos los años el "proyecto comunitario", en el cual especifique sus finalidades, describiendo su vida interna y su "plan de trabajo" (AC '85,83; cf. AC '91, 29; 46.2a)

b) Asumir y vivir la dinámica del cenáculo–comunidad: El Capítulo '91 da un paso adelante, proponiendo al Instituto asumir y vivir la dinámica del cenáculo-comunidad, que encuentra en la misión la razón de su existencia (AC ' 91, 30.1).

«El Capítulo está convencido de que una reflexión sobre la comunidad "pequeño cenáculo de apóstoles", como la quiso nuestro Fundador, puede dar una motivación más sólida a la vida comunitaria, un sentido más profundo de comunión con los hermanos, los agentes de pastoral y la gente a cuyo servicio hemos sido llamados» (AC '91, 30).

Por lo tanto, asumir y vivir la dinámica del cenáculo-comunidad significa que cada comboniano se siente llamado a dar vida a una pequeña comunidad que no sea alma de activismo e individualismo, sino servicio de animación y de testimonio con la vida y la palabra.

Este tipo de comunidad se desarrollo mediante el dinamismo y la interacción entre vida comunitaria y actividad misionera, que se efectúan en dos fases:

  • una de preparación de parte de cada miembro de la comunidad; preparación que incluye el estudio, la reflexión, la oración; la preparación personal se concluye con la puesta en común, en la cual los miembros de la comunidad "convergen" para recoger e integrar los aportes de cada uno en un único programa;
  • una segunda de actuación, en la cual cada uno desarrolla su tarea en su sector dentro y a servicio de la comunidad, según los distintos niveles, aspectos y exigencias de la vida concreta misionera;
  • preparación y actuación tienen un gran momento de encuentro en la celebración eucarística (diaria, semanal...), entendida no como simple celebración ritual, sino como punto de llegada y de partida de la vida de la comunidad en camino salvífico en la historia.

- Cf. AC '91, Segunda Pista: Comunidad misionera comboniana, 28-31 ...

3. INTERACCIÓN ENTRE EVANGELIZACIÓN,

AMINACIÓN MISIONERA Y FORMACIÓN PERMANENTE.

Para lograr una fructífera interacción entre Evangelización, Animación misionera y Formación permanente, hay que tener en cuenta que:

  • la meta del anuncio del Evangelio es la adhesión a la persona de Jesucristo, que lleva al cristiano a un cambio de vida, que se hace visible con la entrada en una comunidad de hermanos, signo de la nueva vida en Cristo, y centrada en la Eucaristía, cumbre de la vida cristiana, que construye la comunidad y abre "cada Iglesia local, incluso las nacientes,  al "ad gentes", a la comunión y a la cooperación con las otras Iglesias" (AC '91, 47; cf. también (RV 62-64);
  • en general las comunidades eclesiales no viven todavía la dimensión dinámica de los sacramentos de la iniciación cristiana, no existen como comunidades vocacionales, activas y creadoras, vivas y dinámicas a partir de los dones y ministerios suscitados por el Espíritu (cf. RV 64), pues ésta es una dimensión que está siendo descubierta ahora por los mismos evangelizadores y, por eso, no están preparadas para ejercer el servicio de orientación vocacional a todos los niveles conforme sería deseable en una comunidad eclesial;
  • estas comunidades eclesiales vocacionales empiezan a surgir, apoyadas por unas significativas tendencias del mundo actual, tal corno: el hambre y la sed de Dios; el anhelo de participación, de democracia, de respeto de los derechos de la persona y de los pueblos; la voluntad de resistencia de millones de "empobrecidos"; el compromiso por la paz, la justicia, el respeto a la naturaleza, etc. (cf. AC '91, 2.5).

Frente a esta situación tenernos que hacernos unas preguntas:

  • ¿Nuestra metodología misionera (= actitudes de fondo, estilo de vida, espiritualidad, medios y técnicas) nos manifiesta como comunidad que evangeliza valorando la multiplicidad de los ministerios - sacerdotes, Hermanos, laicos, agentes locales...-, y que a su vez se deja evangelizar (cfr. AC '91, 42; 46.1)?
  • ¿Qué debemos hacer para que nuestra actividad de animación misionera genérica y de promoción vocacional específica no se reduzca a un simple momento sectorial o de emergencia en la Iglesia local, sino que se convierta en una dimensión de la misma Iglesia?
  • ¿De qué manera podernos integrarnos en la actividad de las comunidades eclesiales vocacionales?

En una palabra:

  • ¿Cómo podemos ponernos al servicio de una Iglesia local y en particular de los jóvenes para ofrecerles algo provocador dentro de la dinámica de la realidad vocacional, que está en la base de la vida cristiana, en el pleno respeto de su libertad?

Una respuesta podría ser formulada en los términos siguientes: en la situación actual de las comunidades eclesiales, en medio de las cuales vivimos, nuestras comunidades misioneras combonianas son llamadas a convertirse en comunidades de referencia (cf. AC '91,28; 46.1-2).

Una comunidad de referencia es aquella en la cual los miembros de la Iglesia local, y en particular los jóvenes, asumen los valores que guían, juzgan e impulsan su camino de fe. Una comunidad religiosa, cuyos miembros viven su vida con dinamismo vocacional, se convierte también ella en comunidad de referencia, es decir, se convierte en signo y fermento para las otras comunidades eclesiales y para todas las personas con las cuales entra en contacto a nivel individual.

En nuestro caso este contacto es establecido mediante la actividad misionera de la evangelización, de la animación misionera genérica y de la promoción vocacional específica es decir, con una clara propuesta misionera "ad gentes" (cf. AC '91, 47.1). Los agentes combonianos de estos sectores obran en nombre y en comunión con la comunidad y encuentran en la comunidad un apoyo indispensable, para promover en las comunidades o grupos eclesiales la toma de conciencia de aquella dimensión misionera que es constitutiva de la identidad cristiana y asumida como vocación específica por la comunidad comboniana.

Por tanto, si la comunidad comboniana vive su identidad, encarnándola y manifestándola en su estilo de vida y de trabajo, entonces el servicio misionero de sus miembros (Evangelización, Animación misionera y Formación) es fecundo en el orden práctico y al mismo tiempo en el orden espiritual, es decir, logra en el trabajo no sólo la eficiencia sino también la eficacia.

En efecto, el servicio misionero, en cada una de sus dimensiones, es eficaz, cuándo las personas en su contacto con el misionero, respiran el aire evangélico de la comunidad comboniana en todas las dimensiones que la caracterizan (cf. RV 3; 3.2; 36; 46; 56; 58; etc...). Tal contacto sobrepasa el puro orden de la eficiencia, la cual se limita al uso apropiado de los medios de trabajo, y se vuelve también eficaz, es decir, estimulante y provocador en cuanto lleva a tomar conciencia del compromiso cristiano en general y de la orientación personal en la vida.

La experiencia nos enseña como encuentros sencillos y breves son maravillosamente eficaces, cuándo el misionero (párroco, animador, etc...) es una persona bien identificada vocacionalmente, feliz del servicio que está realizando con y por Cristo, integrado en una comunidad, cuyos miembros, habiendo elegido a Dios como su "herencia" (cf. LG 44; PC 6; RV 46; 81-82), quieren realizar juntos las condiciones del Reino de Dios y proclamarlo al mundo entero (cf. RV 36; AC '91, 28-30).

Además de los encuentros personales, el servicio misionero sobretodo de animación y promoción vocacional, está basado en los medios de comunicación social, principalmente la prensa: revista, libros, hojitas, afiches, etc... No cabe duda que el resultado será diferente conforme estos trabajos son fruto de la experiencia personal y comunitaria del camino de fe en el mundo y para el mundo (cf. RV 16) o de una vida espiritual sin entusiasmo y superficial (cf. AC '91,11; 11.1-4).

El contacto con los encargados de los varios sectores del servicio misionero es integrado por la experiencia de convivencias de grupos o personas (= jornadas, cursillos, visitas, etc... ). En este caso el papel de la comunidad como tal es de primaria importancia. En efecto, a este punto la comunidad es llamada a ofrecer a las personas que se le dirigen, el ambiente vital de la fe y de la caridad misionera, en que procura vivir constantemente. Es el momento en que cada miembro de la comunidad expresa siempre su solidaridad con los hermanos en su actividad de servicio misionero y con la Iglesia local. En la medida en que cada miembro de nuestras comunidades vive con generosidad su consagración misionera y todas sus energías están polarizadas en el carisma comboniano, se convierten en comunidades significativas y de referencia, es decir, en centros de irradiación misionera.

4. PERSPECTIVAS DE RENOVACIÓN

La óptica de la vida cristiana como dinamismo vocacional, las exigencias de la Formación permanente que nos interpelan como consecuencia de esta óptica, las líneas de interacción entre servicio misionero (= Evangelización, Animación misionera, Formación y Formación permanente) que fueron señaladas, nos impulsan a una revisión-conversión continua de nuestra vida misionera comboniana personal y comunitaria.

El epicentro de esta revisión-conversión reside en la convicción de que:

  • El carisma de "la misión específica ad gentes" (RMi, 2; 33-35) es uno de los carismas constitutivos de la Iglesia.
  • El Instituto Comboniano se siente depositario también hoy de la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia y aún lejos de cumplirse (cf. RMi 1; AC '91,3.2).
  • El medio en el cual este carisma nace y se desarrolla es la comunidad comboniana (cf. AC ‘91, 28-29).
  • La comunidad comboniana es célula de una Iglesia que experimenta hoy un profundo cambio (cf. AC '91,2.3; 3.4), que le ofrece "la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los pueblos", haciendo "amanecer una nueva época misionera" (cf. RMi 92; AC '91,50).
  • La oración de Cristo y de la Iglesia, que suplica al Padre para que envíe obreros para su mies, es ciertamente atendida también hoy.

A partir de esta convicción, Dios nos invita a una revisión-conversión, que se efectúa sustancialmente en torno de dos interpelaciones:

  1. ¿Cómo vive la comunidad el llamado de Dios a la evangelización, a la animación misionera y a la formación de las vocaciones que Dios envía al Instituto?

Cada comunidad comboniana es llamada a formar "un pequeño cenáculo de apóstoles" (cf. AC'91, 30; 30.1-2), que hacen del servicio misionero (=Evangelización, Animación misionera, Formación) la razón de su vida (cf. AC '91 28).

Por eso, la vida de cada comunidad comboniana es constituida: por la Palabra de Dios, que convoca, vivifica y juzga a la comunidad; por la Eucaristía, que es la celebración de la vida de la comunidad en sus aspectos concretos de muerte y en los aspectos de resurrección; por la comunión entre las personas, que se traduce en signo visible de la humanidad nueva nacida del Espíritu; por el carisma comboniano, que se expresa en la historia del Instituto, el cual, nacido como "pequeño cenáculo de apóstoles", es llamado a vivir como comunidad evangelizadora, signo de Cristo Traspasado en favor de los más marginados, como comunidad de animación misionera y de acogida y formación de las vocaciones que Dios envía al Instituto, para hacer que toda la Iglesia participe en el compromiso misionero (cf. AC '91, 13.1-2)

«Durante el encuentro de México (Julio 1993) se ha destacado mucho el hecho de que el protagonista determinante en la formación de nuestros candidatos es el Instituto como tal. Los formadores se dan cuenta de que su trabajo se queda en un esfuerzo aislado, más o menos estéril, si no es corroborado y apoyado por la vida de todo el Instituto. Las vocaciones son un don que Dios hace al Instituto: en su seno, los nuevos combonianos son "engendrados" y formados. (...) Todos nos damos cuenta de que el resultado de nuestro esfuerzo en el sector de la promoción vocacional y la formación depende en gran parte de la vitalidad apostólica y espiritual de todo el Instituto» (Carta de la Dirección General sobre "Formación e Instituto", Navidad 1993).

  1. Palabra de Dios: RV 47

Concretamente, ¿qué lugar ocupa en nuestras comunidades la Palabra de Dios? ¿Es el alma que vivifica la vida de oración y de la comunidad? ¿Hasta qué punto aceptamos que "juzgue" (cf. RV 47.1) nuestras actividades en su nacimiento y en su desarrollo?

- Cf. AC '91, 4.5; 18; 24; 29.2.  

  1. Eucaristía: RV 53

¿La celebración de la Eucaristía es un momento aislado en el transcurso del día, desconectado de la vida comunitaria y, por tanto, rutinario e irreal?

o al contrario,

¿es la celebración de nuestra real debilidad (= activismo, individualismo, evasión de la vida comunitaria, insuficiente empeño en la oración personal y en el estudio, tentación del desanimo ante situaciones difíciles y la aparente esterilidad del trabajo, etc… (cf. AC '91,4.6.29.1; 29.2) y del poder del Señor que nos mantiene unidos (= superación de las divisiones concretas, experiencia de una vida nueva y de esperanza, de un compromiso radical de continuar hasta la muerte (AC '91, 4.2 - 5; 10,1-3, etc.)?

San Pablo a la comunidad de Corinto, de manera enérgica, le hace tomar conciencia de que no puede experimentar la presencia de Cristo Resucitado, porque celebra la Eucaristía en la división y concluye: "Cuando se reúnen para comer, espérense unos a otros" (1Cor 11, 33).

¿Nuestra celebración comunitaria de la Eucaristía (cf. RV 53. 1) es un verdadero encuentro de hermanos, que se sienten amados y perdonados por Dios; que se esperan unos a otros y que se reconcilian cargando los pesos unos de los otros; que comparten los bienes que poseen; que realizan el signo de la unidad?

- Cf. AC '91, 29.2; 29.3; 30.2

  1. Comunión y unidad: RV 36

¿En qué medidas estamos convencidos de que el primero y más importante paso para realizar nuestra tarea de evangelización, animación misionera y formación es la unidad de la comunidad?

En efecto, la unidad de la comunidad se hace anuncio concreto de Cristo: "para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado" (Jn 17,21).

¿Pedimos comunitariamente este don fundamental del Señor?

¿Verificamos constantemente nuestra "unidad" para evitar de correr en vano?

- Cf AC '91: Segunda Pista: Comunidad misionera comboniana.

  1. Carisma comboniano: RV 1-19

Ya que cada carisma tiene que manifestarse de manera visible, es preciso que nos preguntemos:

Los externos que no conocen a Daniel Comboni ni nuestra Regla de Vida, ¿tienen la posibilidad de "ver" que somos "signo de Cristo Traspasado, que da la vida por las ovejas más abandonadas, para que se vuelvan sujeto y protagonista de su propia historia y de la salvación ya acontecida "?

- Cf AC '91, 13.1a y 13.2.

II         ¿Cómo se abre la comunidad a los signos de los tiempos?

A pesar de nuestras limitaciones, Dios sigue enviando a nuestro Instituto nuevas vocaciones:

¿En qué medida somos conscientes de que el protagonista (es decir, la mediación) determinante en la formación de nuestros candidatos es el Instituto como tal?

¿Cómo acogemos a estos jóvenes, que son un don que Dios hace al Instituto, para que en su seno sean "engendrados" y formados?

¿Nos dejamos interpelar, personalmente y como comunidad, por lo "nuevo", por la riqueza de sus personas provenientes de tantos contextos culturales diversos?, ¿por las exigencias de generosidad y radicalidad que traen?

Al contrario,

¿Procuramos defender las posiciones adquiridas, impidiendo un encuentro enriquecedor?

¿En qué medida y cómo tratamos de ofrecerles el tesoro de nuestro patrimonio espiritual a través del testimonio gozoso de nuestra identificación con el carisma comboniano?

Es imprescindible que tomemos conciencia del hecho de que, al lado de la Congregaciones tradicionales, están surgiendo nuevas formas de vida cristiana, religiosa y misionera, cuya característica común es la tendencia a la autenticidad y a la radicalidad (cf. AC '91, 3; 30.2).

Si tenemos una visión cristiana de la Historia, como la tuvo Daniel Comboni (cf. AC '91,6; 6.1-6), debemos concluir que Dios está hablando también a nosotros:

  • ¿Por qué nacen estas nuevas manifestaciones de Jesucristo?
  • ¿Por qué atraen a tantos jóvenes?
  • ¿Qué cosa revelan a nuestra Congregación?

Frente a estas nuevas realidades eclesiales, nuestras actitudes y respuestas pueden articularse de forma diferente:

  • aceptándolas, absolutizando la forma histórica de ellas e integrándonos en ellas a tal punto de perder o decolorar nuestra identificación comboniana;
  • excluyéndolas totalmente de nuestra vida;
  • ignorándolas "simplemente";
  • dejándonos interpelar por ellas?

Esta última actitud-respuesta es la más saludable y positiva.

En efecto, si son manifestaciones de Jesucristo para la Iglesia de hoy, también nosotros debemos aceptarlas, no tanto para copiar la forma o estilo de vida de ellas, sino para abrirnos a la provocación y a la fuerte interpelación para los valores auténticos que nos ofrecen y de los cuales precisamos para dar una respuesta siempre más viva y fiel a nuestra vocación (cf. AC '91, 1-4; RV 16; 20; 81 etc...).

En otras palabras, no se trata ante todo de evaluar y verificar lo que hacen a fin de introducir esas maneras de actuar en nuestra vida comboniana, sino sobre todo a fin de preguntarnos:

Si los carismas son dados a la comunidad como testimonio visible de la presencia del Espíritu y si su multiplicidad está en función del crecimiento armónico de los valores profesados en la Iglesia,

  • ¿las nuevas realidades eclesiales que van surgiendo, dónde y cómo interpelan nuestra vida comboniana?

Los elementos más comunes en las nuevas manifestaciones de vida cristiana y que nos interpelan, son:

  • la Palabra de Dios escuchada, orada y vivida;
  • la oración, en los aspectos de adoración y contemplación;
  • la docilidad a la acción de Dios: discernimiento para el compromiso;
  • el compromiso concreto con los pobres como condición necesaria para seguir siendo fieles al mensaje de Jesús y a la tradición viva de la Iglesia;
  • el testimonio de los valores cristianos en la actual sociedad secularizada.

Vale la pena tener en cuenta que nuestra Regla de Vida, que recoge la tradición viva de nuestro Instituto, es sensible a todos estos elementos y los subraya desde la óptica de nuestro carisma.

Esta sensibilidad de la Regla de Vita nos lleva a sacar una conclusión: si nosotros somos llamados a ser "comunidad de referencia" con respecto a la Iglesia local y a los grupos en ella existentes, debemos tomar conciencia de que, al mismo tiempo, en la Iglesia hay comunidades que se convierten en "comunidades de referencia" para nosotros mismos, en la dinámica de la pluralidad y complementariedad de la vocaciones.

Nuestro futuro dependerá de la capacidad que tenemos en dejarnos interpelar y motivar por los valores auténticos que florecen intensa y dinámicamente en la Iglesia de hoy, a fin de vivir de modo más decisivo y coherente los elementos esenciales y conco­mitantes de nuestro carisma comboniano.

- Cf. Carta del Consejo General a todos los hermanos sobre "Formación e Instituto", Roma 25 de Diciembre de 1993.

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"Es de mucha importancia darse cuenta y respetar la intrínseca relación que hay entre la formación que precede a la Ordenación y la que se sigue. En efecto, si hubiese una discontinuidad o incluso una deformación entre estas dos fases formativas, se seguirían inmediatamente consecuencias graves para la actividad pastoral y para la comunión fraterna entre los presbíteros, particularmente entre los de diferentes edad. (...)

Precisamente porque la formación permanente es una continuación de la del Seminario, su finalidad no puede ser una mera actitud, que podría decirse, "profesional", conseguida mediante el aprendizaje de algunas técnicas pastorales nuevas. Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación - humana, espiritual, intelectual y pastoral -, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación con ella" (Pastores Dabo Vobis, 71).

"Todos los miembros del Pueblo de Dios pueden y deben ofrecer una valiosa ayuda a la formación permanente de sus sacerdotes. A este respecto, deben dejar a los sacerdotes espacios de tiempo para el estudio y la oración; pedirles aquello para lo cual han sido enviados por Cristo y no otras cosas; ofrecerles colaboración en los diversos ámbitos de la misión pastoral, especialmente en lo que atañe a la promoción humana y al servicio de la caridad; establecer relaciones cordiales y fraternas con ellos; ayudar a los sacerdotes a ser conscientes de que no son "dueños de la fe", sino "colaboradores del gozo" de todos los fieles (cf. 2Cor 1, 24)" (PDV 78)

Huánuco, Noviembre-Diciembre 1993
Casavatore 2018