Martes, 21 de noviembre 2017
El Hermano José Alberto Mora, originario de Rincón de Mora, Alajuela, profesó solemnemente –el pasado 21 de octubre en la ciudad de San Ramón, en Alajuela, Costa Rica– sus votos perpetuos de castidad, pobreza y obediencia en el Instituto de los Misioneros Combonianos, ante el Superior Provincial, el padre Víctor Hugo Castillo Matarrita. Con la presencia de muchos combonianos y con una iglesia repleta de amigos de las misiones y de feligreses de San Ramón, el Hno. Alberto ratificó ante la Iglesia su deseo de consagrarse de por vida a las misiones. Está destinado por los superiores a Colombia, donde ejercerá su servicio misionero. Para esta ocasión el Superior Provincial de los Misioneros Combonianos de Centroamérica pronunció la siguiente homilía que a continuación publicamos.
Todos conocemos la palabra Domund, pero no sabemos que hay detrás. Hay miles de rostros, cientos y cientos de anécdotas y otros tantos miles de historias. Misión y valentía acompañan día a día la experiencia del misionero cualquiera que sea el lugar geográfico en el que se encuentre; cualquiera que sea la realidad humana, social, eclesial o política que tenga que afrontar. La caridad es su bandera, la esperanza su escudo, la confianza es su grito de perseverancia.
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1) “El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección.”
Creo que así inicia el camino de búsqueda de toda provocación vocacional. La vida de todo hombre, de toda mujer es un acontecimiento que lleva progresivamente al encuentro con la Persona de Jesucristo que invita a dar un nuevo sentido a la vida, a reajustar los proyectos personales para confrontarlos con los de Dios. ¡Dios no deja de sorprendernos!
“Maestro, ¿dónde habitas?” preguntan dos discípulos de Juan a Jesús (Jn 1, 38). “Jesús les respondió: Vengan y lo verán” (1, 39). Hay que caminar al lado de Jesús para descubrir paso a paso los lugares en donde Él habita. Habita en las realidades aparentemente descartadas de toda presencia del Dios de la Vida. Habita los corazones heridos por el mal, la muerte, el dolor y el pecado. Habita en la ilusión y la inocencia de los niños, en la mirada a veces fatigada de los ancianos; en el corazón de los jóvenes que no se conforman con que se les excluya del protagonismo que a ellos les corresponde. Habita en las luchas cotidianas por la vida. Esas realidades son realidades misioneras hoy en día. Porque el/la joven se deja tocar por esas realidades ya no puede seguir siendo indiferente. Esas realidades aquí o en cualquier parte del mundo se convierten en tierras de misión. La tierra de misión que Dios te ha confiado tiene un nombre y una historia. Esa tierra de misión se llama Colombia. Ahí tu presencia discreta, pero constante, será un signo en el arduo camino de la reconciliación. Al mismo tiempo te sentirás desafiado por todas esas realidades, a veces contradictorias, que encontrarás. ¡Ánimo!
Isaías descubre que la “tierra de misión” en donde debe predicar la misericordia de Dios es la profunda herida de su pueblo, la tremenda sensación de sentir que Dios ha abandonado a su pueblo. Dos son las convicciones que apoyan su palabra: Dios permanece fiel a su alianza, él no abandona nunca a su pueblo elegido; y Dios es maestro de los acontecimientos. Estas dos convicciones hacen crecer en el profeta la esperanza.
Como Hermano misionero comboniano, siéntete hoy –mañana y siempre– orgulloso de tu vocación al servicio de la misión. Con nosotros, sacerdotes, compartes los mismos deberes y derechos. En la historia de nuestro Instituto encontrarás los testimonios de tantos hermanos, muchos de ellos santos y humildes hermanos, que te inspirarán y sostendrán tu vocación. Cuando se te pida obedecer, recuerda que en primer lugar no obedeces a quien te pida de ir aquí o allá, de llevar adelante este servicio o aquel otro… sino que obedeces, sobre todo, a tu vocación. Eso te hará libre y serás feliz de estar ahí donde tu vocación te lleve.
“La libertad no es mayor cuando se puede hacer lo que a uno se le antoja, sino cuando se elige lo bueno, lo bello y lo verdadero, aun cuando esa decisión comporte el sacrificio de uno mismo por un bien mayor” (Luz Casal, cantante gallega). Que tu consagración solemne sea un testimonio de confianza y esperanza; una profesión de fe solemne; Estás llamado a hacer de esta vocación maravillosa un camino que deje huella en el corazón de muchos otros que encontraras en el camino de la vida.
Cuando te sientas cansando, desanimado, triste, solo… recupera tu alegría imitando a san Daniel Comboni. Es decir, contempla el Cristo crucificado, descubre en su Corazón herido y traspasado la fuente inagotable de fuerza espiritual que abre caminos nuevos de esperanza. Los misioneros no marchan a misiones por su cuenta, sino enviados en nombre de la Iglesia. Es esta comunidad parroquial (y particularmente tu comunidad de Rincón de Mora) la que siendo testigo hoy de tu consagración solemne te envía y te sostiene con su oración, cariño y amistad… pero no solo, también lo harán de vez en cuando con alguna ayuda económica que apoye la obra misionera que se te ha confiado en comunión con tus hermanos de misión.
“Mientras muchos hacen ruido, unos pocos, con sus acciones calladas y generosas, dan ánimos a los que parece que hubieran cometido el pecado de existir… (Luz Casal).
A veces se escucha decir, en boca de cristianos: “no hace falta ir a misiones, la misión está aquí”. Y es verdad, y ahora más urgente que otras veces. Debemos ser misioneros, comenzando por la propia familia, parroquia y ambientes donde nos movemos. Pero, aun así, también la misión fuera de nuestra tierra es una urgencia, porque se trata de compartir nuestra fe con personas de otras culturas y en los lugares más pobres, no solo en recursos materiales, sino también pobres porque no conocen a Jesucristo ni lo reconocen como salvador.
Si nos sentimos misioneros de verdad aquí, en nuestras parroquias, en nuestro ambiente, se debe notar nuestra apertura, compartiendo también con otros lugares y personas más allá de nuestras fronteras. Ya vemos que, en las zonas de conflicto, allí están los misioneros y misioneras; los funcionarios se van, pero los misioneros, casi siempre se quedan al lado de los que más sufren: República Centroafricana, Sur Sudan, Iraq, Siria, son algunos países donde a pesar de los conflictos y guerras, los misioneros allí están y se quedan junto a sus gentes.